Las Trece Rosas. Rosa número 7: Dionisia Manzanero Salas


Las Trece Rosas. Rosa número 7: Dionisia Manzanero Salas
Maria Jose Robles Perez

 

Olvidar las injusticias nos lleva a volver a cometerlas. Y por eso quieren que olvidemos, que dejemos enterrados los huesos, que borremos de nuestro pasado las historias desgarradoras de miles de personas que fueron brutalmente humilladas y asesinadas por algo que todavía sigue en nuestras instituciones: el fascismo. 

Nuestro deber es recordar, que las nuevas generaciones sepan de qué es capaz el ser humano lleno de odio cuando el resto del mundo mira hacia otro lado ante las injusticias.

Con esta humilde pluma, quiero relatar aquí, pequeños retazos de trece inocentes, trece Rosas. Para que nadie olvide.

Cometió un terrible error, como tantas otras personas: defender una idea. La idea de la Justicia y la Libertad.

Dionisia tenía muy claro que era lo que tenía que hacer, así que no dudó ni un solo segundo en poner todo lo que estuviera en su mano para ayudar a los suyos. Porque sí, desgraciadamente, había de los suyos y los que no eran los suyos.

Así, durante la masacre malamente llamada guerra civil, prestó auxilio a muchísimas familias necesitadas: a familiares de exiliados o difuntos que no solo se vieron en la incertidumbre de saber que había pasado con aquellos que tuvieron que irse en la noche, sino que se quedaron con una mano delante y otra detrás sin ningún sustento económico con el que salir adelante.

También trabajó como enfermera en el Hospital de Brigadas Internacionales donde le tocó ver morir a más de un compañero. 

Y, no le tembló el pulso, cuando se fue al frente con el Batallón Octubre, con un rifle en la mano, buscándose así incluso enemigos en su trinchera, pues no fue bien recibida esa osadía de coger un instrumento destinado al hombre. Pero Dionisia no era de las que temblaban.

Actuaba por su cuenta, aunque tenía muy claro en qué bando estaba y cuáles eran sus ideas.

Pero un día, de 1938, decidió dar un paso más, decidió autoseñalarse, demostrar que no tenía miedo y que estaba orgullosa de ser quien era: se afilió al PCE.

¿Por qué en ese momento? Bueno, seguro que tenía muchas razones, pero un obús mató a una de sus hermanas y, tal vez, fue esto lo que la llevó a pensar que no estaba dispuesta a que el fascismo le arrebatara nada más.

En el PCE, hizo cuanto pudo, pronto se dieron cuenta de su coraje y valía, así, trabajo como mecanógrafa en el sector de Chamartín de la Rosa.

A pesar de todo, ahí dentro vivió momentos que le cambiarían aún más la vida. También conoció a su novio, Bautista Almarza, otro comunista peligroso que en su locura creía que el mundo podía ser un lugar más justo.

Cuando finalizó la guerra, eligieron a Dionisia como enlace entre los dirigentes del Partido Comunista que aún quedaban en la capital. Por supuesto que ella no dudó ni en segundo en aceptar. Dispuesta a llevar la palabra de boca en boca, la esperanza entre los camaradas que aún quedaban en pie, escondidos, evitando ser fusilados. ¿Menudo delito, verdad?

Por supuesto que la detuvieron.
Por supuesto que la condenaron a muerte. 

A su detención, Dionisia ya sabía que su novio había sido hecho prisionero en Valencia y que había sido encarcelado en el campo de concentración de Albatera.

La última vez que lo había visto, había sido hacía meses, a principios de ese escalofriante año de 1939, cuando la tierra se manchó de tanta sangre y se escondió tantos cuerpos bajo ella.

Su familia, cada vez que podía, iba a visitarla a la Cárcel.
No era fácil, claro. Para ninguna de las partes.

Pero tenían esperanza. Tal fue así, que su familia llegó un día a la cárcel pidiendo el aplazamiento de la sentencia de muerte. Esperando un poco de compasión por los mismos que estaban deseosos de asesinar a sangre fría.

Pero Dionisia ya había sido fusilada, ni siquiera avisaron a su familia. Ni siquiera eso les concedieron.

Cuentan, que en cuanto la familia tuvo noticia de esta gran injusticia, su hermana María fue corriendo al cementerio y allí mismo pudo ver el cadáver de Dionisia, entre 12 rosas más, cuyos pétalos se había marchitado del todo.

Las tiraron bajo tierra, sin saber que esas rosas, tenían una semilla más fuerte que todo el fascismo del mundo.

Dionisia, dejó algunas cartas dirigidas a su familia.
Esta es una de ellas:

"Vosotros no preocuparos que estoy muy bien.
Gorda no sé si me pondré, pero morena sí, porque salimos a unos patios que da el sol todo el día. Cuando me veáis no me vais a conocer de la negrita que voy a estar.

Pero me aburro mucho, pues no tengo nada en que matar el tiempo. Quiero que me mandéis cosas para coser. Si queréis que os haga zapatillas, las sé hacer muy bonitas, me mandáis trapos, agujas, alguna finas y gordas, dedal (...) pasaré mejor el rato y más distraída. 

Luego diréis que no soy aplicada, ¿eh? Juanita, si no tienes mucho trabajo y puedes terminarme el vestido de rayas, te lo agradecería, y mándame el cable cortado para hacerme bigudíes. Me estoy volviendo muy presumida y quiero ir limpia cuando salga el juicio, por eso quiero que no se os olvide. (...) 

Dile a madre que no se preocupe y que coma, que no vuelva a recaer otra vez. Cuidarla bien, que yo confío también en la justicia del caudillo y pronto nos veremos (...)".

Da escalofríos leer la fuerza que transmitían unas manos que estaban condenadas a muerte.

Y su última carta, decía así:

"Queridísimos padres y hermanos.
Quiero en estos momentos tan angustiosos para mí poder mandaros las últimas letras para que durante toda la vida os acordéis de vuestra hija y hermana, a pesar de que pienso que no debiera hacerlo, pero las circunstancias de la vida lo exigen.

Como habéis visto a través de mi juicio, el señor fiscal me conceptúa como un ser indigno de estar en la sociedad de la Revolución Nacional Sindicalista. Pero no os apuréis, conservar la serenidad y la firmeza hasta el último momento, que no os ahoguen las lágrimas, a mí no me tiembla la mano al escribir. Estoy serena y firme hasta el último momento. Pero tened en cuenta que no muero por criminal ni ladrona, sino por una idea.

A Bautista le he escrito, si le veis algún día darle ánimos y decirle que puede estar orgulloso de mí, como anteriormente me dijo.

A toda la familia igual, como no puedo despedirme de todos en varias cartas, lo hago a través de esta. Que no se preocupen, que el apellido Manzanero brillará en la historia, pero no por crimen.

Nada más, no tener remordimiento y no perder la serenidad, que la vida es muy bonita y por todos los medios hay que conservarla. Madre, ánimo y no decaiga. Vosotros ayudar a que viva madre, padre y los hermanos. Padre, firmeza y tranquilidad.

Dar un apretón de manos a toda la familia, fuertes abrazos, como también a mis amigas, vecinos y conocidos.

Mis cosas ya os las entregarán, conservar algunas de las que os dejo. Muchos besos y abrazos de vuestra hija y hermana, que muere inocente.

Dioni".

A Dionisia no le te tembló la mano. Serena y firme hasta el último suspiro.

Dionisia, que iba a ser fusilada horas más tarde, escribe a su familia que la vida es muy bonita.

Dionisia, envuelta en sangre junto con 12 cuerpos más por una idea. Por una idea.

Dionisia preocupada por los demás más que por sí misma. Por eso, el día que fueron a buscarla a su casa, aunque su familia dijo que ella no se encontraba, ella salió del interior de la vivienda en cuanto escuchó su nombre a pesar del terrible miedo que seguro que sentía.

¿Por qué hizo esto? Pues porque en su casa había tres chicas escondidas a las cuales seguramente hubieran detenido y hubieran sido fusiladas, de haber sido descubiertas. Para evitar que dichos mal llamados policías entraran en la casa, ella salió por voluntad propia.

Dionisia le salvó la vida a esas tres niñas, de las cuales desgraciadamente se desconoce sus nombres.

¿Es lo mismo salir de tu casa y entregarte al enemigo para que te fusilen para salvar a tres niñas, que agarrar el arma que fusila a cientos de personas, bajo la escusa de que se hace bajo órdenes? ¿No, verdad? Entonces que nadie tenga el valor de decir que unos y otros eran lo mismo. Que nadie tenga el valor de decir que todos eran iguales.

Las Trece Rosas. Rosa número 1: Adelina García Casillas

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Las Trece Rosas. Rosa número 4: Julia Conesa Conesa