Las Trece Rosas. Rosa número 1: Adelina García Casillas
Las Trece Rosas. Rosa número 1: Adelina García Casillas
Maria Jose Robles Perez

 

Olvidar las injusticias nos lleva a volver a cometerlas. Y por eso quieren que olvidemos, que dejemos enterrados los huesos, que borremos de nuestro pasado las historias desgarradoras de miles de personas que fueron brutalmente humilladas y asesinadas por algo que todavía sigue en nuestras instituciones: el fascismo. 

Nuestro deber es recordar, que las nuevas generaciones sepan de qué es capaz el ser humano lleno de odio cuando el resto del mundo mira hacia otro lado ante las injusticias. 

Con esta humilde pluma, quiero relatar aquí, pequeños retazos de trece inocentes, trece Rosas. Para que nadie olvide.

Una carta. Ese era el único contacto que tenían con el exterior, con sus familias y amigos, con la vida. Una simple carta. Letras sobre pequeños papeles que les decían que todo iba bien y que pronto las sacarían de allí. Esperanza.  

Líneas que las mantenían con la idea de que el mundo no era un lugar tan cruel y que el ser humano iba a recobrar la conciencia que había perdido, que todo se acabaría pronto. Mentiras. 

Pequeños sobres que agarraban entre sus dedos, que guardaban a escondidas bajo sus almohadas, que abrazaban para coger el sueño, que besaban mientras los mojaban con sus lágrimas. Tristeza.

Era una chica morena y de gruesos labios la que cada día repartía con orgullo las cartas que habían pasado la censura, entre sus compañeras de celda. “La Mulata” la llamaban.

En medio de esos pasillos oscuros llenos de llantos, suciedad, dolor, oscuridad y desesperanza, iba “La Mulata” con una sonrisa de oreja a oreja cada vez que le daba en mano una carta a cada de sus compañeras de allí dentro, debió sentirse como Hermes, el mensajero de los hombres y los dioses que volaba llevando la palabra de mano en mano. Desde luego que para la mayoría de las que allí dentro se encontraban, “La Mulata” tuvo que ser una diosa, aunque no tuviera alas.

Algunas de sus compañeras de barrotes que si pudieron sobrevivir, contarán luego como Adelina a veces entregaba las cartas a sus conocidas de una forma muy peculiar y cariñosa: no decía sus nombres en voz alta, sino que se acercaba a la susodicha, se ponía frente a ella, la miraba fijamente y con una sonrisa enorme le mostraba frente a su rostro ese papel que las mantenía con la llama de la esperanza encendida. A pesar de todo. Era su forma de ser feliz allí dentro, la manera de no desfallecer antes de tiempo.

Imaginaros la escena: sacar una sonrisa en medio de tanta masacre para hacer sentir bien al resto de compañeras. Eso también es una forma de resistencia. Quizás una de las más fuertes que nos ha mantenido en pie a pesar de tantas tragedias.

Tenía solo 19 años cuando su madre le mandó una carta diciéndole que volviera de casa de su tía, donde estaba viviendo con sus hermanos, siendo la única forma de protegerlos que les quedaba a sus padres, de protegerlos de las tropas nacionales, pues el padre de Adelina era un Guardia Civil que se había mantenido leal a la República durante toda la guerra. Imaginaros esos padres mandando a sus hijos lejos por miedo a que los fusilen, por miedo a que una guerra que ellos no han elegido se los quiten de sus manos.

Un día fueron a buscarla a su casa y al no estar, le dijeron a la madre que solo era algo rutinario el que su hija se presentara en comisaría. Mentira, por supuesto.

Adelina se presentó inocentemente en comisaría, no tenía nada que esconder ni de lo que arrepentirse, nunca había hecho nada malo ni cruel. Pobre inocente. Imaginaros a esa madre que le había mandado una carta a su hija diciéndole que volviera de casa de sus tíos.

Adelina ese día, tras ir a comisaría, ya no volvió a casa. Fue ingresada en la cárcel de mujeres de Ventas el 18 de mayo de 1939, allí se encontraría con su amiga Juliana Conesa Conesa, que tendría el mismo destino que ella. Condenada a muerte porque se probó que pertenecia a la JSU, y no hay peor peligro para el fascismo, el que una mujer joven se organice con muchos otros para recordar que contra el fascismo hay que luchar.

Nunca más volvió a ver la luz del sol salvo para cuando salió en contadas ocasiones al patio de la cárcel, nunca más pudo saborear la libertad, nunca más pudo cumplir ninguno de los sueños que rondaba su cabeza cada día. Imaginaros esa madre esperando que su hija llegara de esa visita rutinaria a la que ella misma había empujado ir cuanto antes.

Demasiada imaginación para todo esto. Me pregunto cómo es posible que los defensores del fascismo asesino que manchó nuestra tierra de sangre, pretenden que olvidemos tantas cosas.
 

El 5 de agosto de 1939, Adelina García Casillas “La Mulata” dejó de entregar cartas para siempre y el último mensaje que nos queda de ella es el eco de unas balas que la atravesaron frente a una tapia del Cementerio de La Almudena, con tan solo 19 años, por creer que este mundo puede ser un lugar justo, por creer en la defensa de los derechos y la libertad del ser humano. Porque nunca se rindió.


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