Las Trece Rosas. Rosa número 3: Blanca Brisac Vázquez
Las Trece Rosas. Rosa número 3: Blanca Brisac Vázquez
Maria Jose Robles Perez

 

Olvidar las injusticias nos lleva a volver a cometerlas. Y por eso quieren que olvidemos, que dejemos enterrados los huesos, que borremos de nuestro pasado las historias desgarradoras de miles de personas que fueron brutalmente humilladas y asesinadas por algo que todavía sigue en nuestras instituciones: el fascismo. 

Nuestro deber es recordar, que las nuevas generaciones sepan de qué es capaz el ser humano lleno de odio cuando el resto del mundo mira hacia otro lado ante las injusticias.

Con esta humilde pluma, quiero relatar aquí, pequeños retazos de trece inocentes, trece Rosas. Para que nadie olvide.

Qué terrible tiene que ser ver como crece uno de tus hijos y saber que puede acabar igual que el anterior. Ese era el miedo con el que vivía Blanca y su marido Enrique, que miraban a su hijo Enriquito con ojos llenos de amor, de ternura, pero también de dolor, pasando todo el tiempo por su mente el nombre de su hija fallecida por una pulmonía. Mercedes.

Había que hacerlo todo por el pequeño, salir adelante por él. Blanca y Enrique trabajan en una banda que amenizaba las películas mudas del cine de Alcalá. Él tocaba el violín y ella el piano. Es curiosa la escena: en medio del silencio, era ellos quienes daban voz, quienes hablaban por aquellos que no podían hacerlo. Trabajaban todo lo que podían porque apenas podían salir adelante, así ella también trabajó como modista y su marido tocaba el violín en un Café Europeo.

Era una situación complicada. Una vida sencilla. Pero eran muy felices, a pesar de la pérdida. Muy felices. Pero entonces llegó el fascismo que lo derrumbó absolutamente todo: los edificios y las vidas.

Su barrio era pasto de los bombardeos, ya sabéis, ese humo que se lleva todo cuanto encuentra a su paso y que dicen que caen del cielo, aunque sean manos las que lo lancen. Se mudaron a la casa de la madre de Blanca, y la cosa fue a peor: no tenían muy buena relación, pues Enrique y Blanca eran declarados abiertamente de izquierdas y la madre de esta era simpatizante del franquismo. 

Que poco se tiene que querer a una hija para ser simpatizante del fascista que querría fusilarla.

A pesar de su ideología y que ambos tenían muy claro en que bando estaban, nunca participaron activamente en la guerra: eran pacifistas, hasta tal extremo que Enrique recibió un arma de un sindicato, pero se negó a utilizarla. Creían que el arma que había que utilizar era otra, la palabra, puede que incluso la música. Y había que proteger a Enriquito por encima de todo. Blanca no solo protegía a su hijo, también a su marido. En una ocasión se puso demasiado en peligro: acudió a una cita que este tenía con un amigo comunista muy conocido. Todo por proteger a su esposo.

Un día, los guardias llegan a su casa y lo revuelven todo, no se sabe muy bien buscando qué, está claro que armas no. Destrozan todo lo que pueden con la única intención de hacer daño. Se llevan de muy malas maneras a Enrique y dejan a Blanca llorando paralizada del miedo en la puerta de la casa. El pequeño Enriquito, que solo tiene 11 años, es testigo de la escena. 

A los 10 días, cuando ella va a visitar a su esposo, la detienen y nunca más volverá a ver a su hijo.

Blanca tuvo la esperanza hasta el final de ver por última vez a su marido. Imaginaros que, en medio de la noche, entre desesperanza, miedo y llantos, suene tu nombre, que tú sepas a donde te llevan, pero que aún así vayas con una sonrisa en la cara porque tal vez puedes ver unos segundos por última vez a tu marido. Solo unos segundos. Pero ni siquiera eso le concedieron a Blanca porque Enrique fue fusilado horas antes que ella. Nunca pudieron decirse adiós. Al igual que le pasó a Virtudes González García y su novio Vicente Ollero.

Y tuvieron que pasar 20 años para que le dijera adiós a su hijo: minutos antes de ser llevada al camión de camino al cementerio donde sería fusilada, a toda prisa Blanca escribió una pequeña carta para su hijo sobre un papel de Biblia. Pero su carta no fue entregada a su pequeño, al igual que tampoco fue contada su historia. 

Veinte años estuvo Enriquito creyendo que sus padres aún vivían y que simplemente habían sido trasladados de cárcel. Todo porque su abuela seguía siendo simpatizante y defendía la ideología que iba fusilando a la gente, a gente como su hija Blanca. Y cuando por fin le contaron la verdad a Enriquito, justificaron tal atrocidad, lo defendieron como algo legítimo el que la cabeza de Blanca fuera reventada contra el muro de un cementerio. Así de ciegos están algunos.  

Así es el odio que reparte el fascismo que es incluso capaz de adentrarse en la cabeza de una madre, nublarle la capacidad de razonar y sentir, y lograr que ni siquiera llore por el asesinato de su hija. Una hija inocente que en lo único que creía era en la libertad y la igualdad del ser humano.

A las puertas de ser asesinada, Blanca podría haber dicho muchas cosas. Muchas cosas. Pero lo que le dijo a su hijo fue lo siguiente:

"𝘘𝘶𝘦𝘳𝘪𝘥𝘰, 𝘮𝘶𝘺 𝘲𝘶𝘦𝘳𝘪𝘥𝘰 𝘩𝘪𝘫𝘰 𝘥𝘦 𝘮𝘪 𝘢𝘭𝘮𝘢. 𝘌𝘯 𝘦𝘴𝘵𝘰𝘴 ú𝘭𝘵𝘪𝘮𝘰𝘴 𝘮𝘰𝘮𝘦𝘯𝘵𝘰𝘴 𝘵𝘶 𝘮𝘢𝘥𝘳𝘦 𝘱𝘪𝘦𝘯𝘴𝘢 𝘦𝘯 𝘵𝘪. 𝘚𝘰𝘭𝘰 𝘱𝘪𝘦𝘯𝘴𝘰 𝘦𝘯 𝘮𝘪 𝘯𝘪ñ𝘰 𝘥𝘦 𝘮𝘪 𝘤𝘰𝘳𝘢𝘻ó𝘯 𝘲𝘶𝘦 𝘦𝘴 𝘶𝘯 𝘩𝘰𝘮𝘣𝘳𝘦, 𝘶𝘯 𝘩𝘰𝘮𝘣𝘳𝘦𝘤𝘪𝘵𝘰, 𝘺 𝘴𝘢𝘣𝘳á 𝘴𝘦𝘳 𝘵𝘰𝘥𝘰 𝘭𝘰 𝘥𝘪𝘨𝘯𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘧𝘶𝘦𝘳𝘰𝘯 𝘴𝘶𝘴 𝘱𝘢𝘥𝘳𝘦𝘴. 𝘗𝘦𝘳𝘥ó𝘯𝘢𝘮𝘦 𝘩𝘪𝘫𝘰 𝘮í𝘰, 𝘴𝘪 𝘢𝘭𝘨𝘶𝘯𝘢 𝘷𝘦𝘻 𝘩𝘦 𝘰𝘣𝘳𝘢𝘥𝘰 𝘮𝘢𝘭 𝘤𝘰𝘯𝘵𝘪𝘨𝘰. 𝘖𝘭𝘷í𝘥𝘢𝘭𝘰, 𝘩𝘪𝘫𝘰, 𝘯𝘰 𝘮𝘦 𝘳𝘦𝘤𝘶𝘦𝘳𝘥𝘦𝘴 𝘢𝘴í, 𝘺 𝘺𝘢 𝘴𝘢𝘣𝘦𝘴 𝘲𝘶𝘦 𝘣𝘪𝘦𝘯 𝘱𝘦𝘴𝘢𝘳𝘰𝘴𝘢 𝘴𝘰𝘺.

𝘝𝘰𝘺 𝘢 𝘮𝘰𝘳𝘪𝘳 𝘤𝘰𝘯 𝘭𝘢 𝘤𝘢𝘣𝘦𝘻𝘢 𝘢𝘭𝘵𝘢. 𝘚𝘰𝘭𝘰 𝘱𝘰𝘳 𝘴𝘦𝘳 𝘣𝘶𝘦𝘯𝘢: 𝘵ú 𝘮𝘦𝘫𝘰𝘳 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘢𝘥𝘪𝘦 𝘭𝘰 𝘴𝘢𝘣𝘦𝘴, 𝘘𝘶𝘪𝘲𝘶𝘦 𝘮í𝘰. 𝘚𝘰𝘭𝘰 𝘵𝘦 𝘱𝘪𝘥𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘴𝘦𝘢𝘴 𝘮𝘶𝘺 𝘣𝘶𝘦𝘯𝘰, 𝘮𝘶𝘺 𝘣𝘶𝘦𝘯𝘰 𝘴𝘪𝘦𝘮𝘱𝘳𝘦. 𝘘𝘶𝘦 𝘲𝘶𝘪𝘦𝘳𝘢𝘴 𝘢 𝘵𝘰𝘥𝘰𝘴 𝘺 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘰 𝘨𝘶𝘢𝘳𝘥𝘦𝘴 𝘯𝘶𝘯𝘤𝘢 𝘳𝘦𝘯𝘤𝘰𝘳 𝘢 𝘭𝘰𝘴 𝘲𝘶𝘦 𝘥𝘪𝘦𝘳𝘰𝘯 𝘮𝘶𝘦𝘳𝘵𝘦 𝘢 𝘵𝘶𝘴 𝘱𝘢𝘥𝘳𝘦𝘴, 𝘦𝘴𝘰 𝘯𝘶𝘯𝘤𝘢. 𝘓𝘢𝘴 𝘱𝘦𝘳𝘴𝘰𝘯𝘢𝘴 𝘣𝘶𝘦𝘯𝘢𝘴 𝘯𝘰 𝘨𝘶𝘢𝘳𝘥𝘢𝘯 𝘳𝘦𝘯𝘤𝘰𝘳 𝘺 𝘵ú 𝘵𝘪𝘦𝘯𝘦𝘴 𝘲𝘶𝘦 𝘴𝘦𝘳 𝘶𝘯 𝘩𝘰𝘮𝘣𝘳𝘦 𝘣𝘶𝘦𝘯𝘰, 𝘵𝘳𝘢𝘣𝘢𝘫𝘢𝘥𝘰𝘳. 𝘚𝘪𝘨𝘶𝘦 𝘦𝘭 𝘦𝘫𝘦𝘮𝘱𝘭𝘰 𝘥𝘦 𝘵𝘶 𝘱𝘢𝘱𝘢𝘤𝘩í𝘯. ¿𝘝𝘦𝘳𝘥𝘢𝘥, 𝘩𝘪𝘫𝘰, 𝘲𝘶𝘦 𝘦𝘯 𝘮𝘪 ú𝘭𝘵𝘪𝘮𝘢 𝘩𝘰𝘳𝘢 𝘮𝘦 𝘭𝘰 𝘱𝘳𝘰𝘮𝘦𝘵𝘦𝘴?

𝘘𝘶é𝘥𝘢𝘵𝘦 𝘤𝘰𝘯 𝘮𝘪 𝘢𝘥𝘰𝘳𝘢𝘥𝘢 𝘤𝘶𝘤𝘢 𝘺 𝘴𝘦 𝘴𝘪𝘦𝘮𝘱𝘳𝘦 𝘱𝘢𝘳𝘢 𝘦𝘭𝘭𝘢 𝘺 𝘮𝘪𝘴 𝘩𝘦𝘳𝘮𝘢𝘯𝘢𝘴 𝘤𝘰𝘮𝘰 𝘶𝘯 𝘩𝘪𝘫𝘰. 𝘌𝘭 𝘥í𝘢 𝘥𝘦 𝘮𝘢ñ𝘢𝘯𝘢, 𝘷𝘦𝘭𝘢 𝘱𝘰𝘳 𝘦𝘭𝘭𝘢𝘴 𝘤𝘶𝘢𝘯𝘥𝘰 𝘴𝘦𝘢𝘯 𝘷𝘪𝘦𝘫𝘪𝘵𝘢𝘴. 𝘏𝘢𝘻𝘵𝘦 𝘦𝘭 𝘥𝘦𝘣𝘦𝘳 𝘥𝘦 𝘷𝘦𝘭𝘢𝘳 𝘱𝘰𝘳 𝘦𝘭𝘭𝘢𝘴 𝘤𝘶𝘢𝘯𝘥𝘰 𝘴𝘦𝘢𝘴 𝘶𝘯 𝘩𝘰𝘮𝘣𝘳𝘦. 𝘕𝘰 𝘵𝘦 𝘥𝘪𝘨𝘰 𝘮á𝘴.

𝘌𝘯𝘳𝘪𝘲𝘶𝘦, 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘰 𝘴𝘦 𝘵𝘦 𝘣𝘰𝘳𝘳é 𝘯𝘶𝘯𝘤𝘢 𝘦𝘭 𝘳𝘦𝘤𝘶𝘦𝘳𝘥𝘰 𝘥𝘦 𝘵𝘶𝘴 𝘱𝘢𝘥𝘳𝘦𝘴. 𝘏𝘪𝘫𝘰, 𝘩𝘢𝘴𝘵𝘢 𝘭𝘢 𝘦𝘵𝘦𝘳𝘯𝘪𝘥𝘢𝘥. 𝘙𝘦𝘤𝘪𝘣𝘦 𝘥𝘦𝘴𝘱𝘶é𝘴 𝘥𝘦 𝘶𝘯𝘢 𝘪𝘯𝘧𝘪𝘯𝘪𝘥𝘢𝘥 𝘥𝘦 𝘣𝘦𝘴𝘰𝘴 𝘦𝘭 𝘣𝘦𝘴𝘰 𝘦𝘵𝘦𝘳𝘯𝘰 𝘥𝘦 𝘵𝘶 𝘮𝘢𝘥𝘳𝘦. 𝘉𝘭𝘢𝘯𝘤𝘢."

En la carta, Blanca introdujo una de sus trenzas, una pajarita y sus medallas. Para Enriquito. Para que nunca se olvidara de su madre y su papachín.

Una carta llena de odio, ¿eh? ¿Somos rencorosos, eh, “los perdedores”? Y en nuestro inmenso rencor, solo pedimos que se le dé un entierro digno a todos esos huesos que no queréis que hablen, a todos esos huesos a los que les arrebatásteis la vida.

Las Trece Rosas. Rosa número 1: Adelina García Casillas

Las Trece Rosas. Rosa número 2: Virtudes González García 


Fuente → facebook.com

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