Las Trece Rosas. Rosa número 2: Virtudes González García
Las Trece Rosas. Rosa número 2: Virtudes González García
Maria Jose Robles Perez

 

Olvidar las injusticias nos lleva a volver a cometerlas. Y por eso quieren que olvidemos, que dejemos enterrados los huesos, que borremos de nuestro pasado las historias desgarradoras de miles de personas que fueron brutalmente humilladas y asesinadas por algo que todavía sigue en nuestras instituciones: el fascismo. 

Nuestro deber es recordar, que las nuevas generaciones sepan de qué es capaz el ser humano lleno de odio cuando el resto del mundo mira hacia otro lado ante las injusticias.

Con esta humilde pluma, quiero relatar aquí, pequeños retazos de trece inocentes, trece Rosas. Para que nadie olvide.

¿Quién no ha sentido esas horribles y maravillosas mariposas en el estómago siendo adolescente? Las hormonas, que nos revuelve el cuerpo y nos hace enamorarnos como locos, sin razón alguna, entregados con cuerpo y alma a la otra persona que posiblemente no esté a nuestro lado toda la vida, haciendo que se nos vaya la vida en ello… En el caso de Virtudes, fue literal: porque con 18 años le arrebataron la vida.

Antes de eso soñaba, como todo adolescente, soñaba con un futuro maravilloso junto a su novio Vicente Ollero. Pero su vida de ensueño se vio interrumpida cuando un día los detuvieron a los dos, ya que uno de sus compañeros declaró contra ambos mientras se encontraba bajo tortura por los grises.

¿Y qué no se dice bajo tortura? El dolor y el sufrimiento, el miedo… tiene un poder enorme en manos del enemigo.

Entre los dos, solo quedó letras escritas en cartas donde probablemente se mentían diciéndose el uno al otro que se encontraban en perfectas condiciones, donde la única verdad que se leía era lo mucho que se querían y las ganas que tenían de volver a encontrarse.

¿Cuál fue el delito? Uno horrible: dar esperanza.

Cuenta su amiga María del Carmen Cuesta, como ella y Virtudes fueron de pueblo en pueblo madrileño intentando animar a los compañeros que todavía quedaban en pie, a los que estaban escondidos, a los que se encontraban totalmente atemorizados, a los que ya habían tirado la toalla, a los que habían dejado de ver la luz. Insistían en la necesidad que había de que siguieran resistiendo frente a Franco, no podía ser de otra manera. Las cosas estaban difíciles, pero Virtudes sabía de sobra que rendirse haría que las cosas estuvieran mucho peor. No podían permitir eso. Y como una velita que se queda encendida en medio de una tormenta, aguantando, así se mantuvo Virtudes incluso después de ser encarcelada: no cesaba de intentar transmitir la importancia de la lucha, aunque a veces tuviera un precio demasiado alto. 

Un precio, que ella pagó como tantos otros. Su compañera contaría más tarde que Virtudes le decía llena de orgullo y felicidad lo bien que se sentía por todo lo que ella había luchado. Somos muchos, desde luego, los que nos sentimos orgullosos de ella.

¿Imagináis un mundo lleno de dolor y llanto?

¿Se podría reír en ese mundo? Virtudes reía, y todos los que la conocieron coincidían diciendo que esa risa era especial, porque contagiaba, porque recordaba que a pesar de todo el mundo no era un lugar infernal, porque les hacía olvidar por un momento que el fascismo los había golpeado y no los dejaba respirar. Imaginaros lo importante que era esa risa en medio de ese mundo lleno de dolor y llanto…
Imaginaros.

18 años tenía cuando una noche, el 5 de agosto de 1939, Virtudes González García entre escalofríos, escuchó su nombre en voz alta en medio de las celdas. Sabía muy bien a donde la llevaban, junto con sus doce compañeras, pero a pesar de todo, iba llena de ilusión porque creía y tenía la confianza de que por fin iba a poder encontrarse, aunque fuera solo unos minutos, con su novio Vicente, al cual no veía desde el día que los metieron presos por algo que todavía se niegan a explicarnos. Tenía ganas de abrazarlo y besarlo, de sentirlo cerca, de rozar su piel, de mirarlo a los ojos. Aunque fuera por unos segundos.

Pero ni eso le concedieron: Vicente fue fusilado solo unas horas antes en la misma tapia en la que ella soñó con planes de futuro por última vez.

Era modista, como la mayoría de las chicas. Cuando murió asesinada en esa tapia, su amiga María del Carmen recibió un trozo de tela de Virtudes, que su madre le había dado con anterioridad para que se hiciera un vestido, pero para lo cual ni siquiera tuvo tiempo. Imaginaros esa madre yendo a la cárcel todos los días y en medio de la suciedad, piojos, escasa higiene, hambre y pena, entregarle a su hija la tela más bonita que quedaba en casa para que se hiciera un vestido. Eso también es esperanza.

Hablando de la madre de Virtudes, dicen que la noche que se llevaron a su hija con las otras doce compañeras, mientras eran metidas en el camión de no retorno, rompió a gritar llena de ira la palabra “¡¡¡asesinos!!!”. Le quitaban a su hija, cuando pensaba que ya no le podían quitar más. Si fuéramos justos, esa mujer se tendría que haber puesto a disparar a todo aquel que estaba consintiendo y siendo partícipe de tal barbarie. Pero gritó palabras, solo palabras, porque esa era las únicas balas que se les dejaron al bando que ahora llaman perdedor. Fue encarcelada.

Algunas reclusas contaron posteriormente, como todos los días la madre de Virtudes se acercaba a la celda de las menores (donde había estado su hija antes de ser fusilada) y la buscaba. 

Todos los días. Virtudes, Virtudes. Mi niña Virtudes. Todos los días. Perdió la cabeza, y cabe preguntarse ¿Qué madre no la perdería?

Una nena de 18 años soñando un futuro prometedor, con la cabeza abierta contra la tapia de un cementerio por cometer el terrible delito de decirle a la gente que nunca dejen que les arrebate la libertad y una madre sumergida en la locura gritándole asesino al mismísimo Franco, yendo a buscar a su hija todos los días a una celda en la que nunca más estaría.

Me pregunto cómo es posible que se siga considerando que uno de los bandos fue el vencedor.

Las Trece Rosas. Rosa número 1: Adelina García Casillas


Fuente → facebook.com

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