Las Trece Rosas. Rosa número 6: Ana López Gallego
Las Trece Rosas. Rosa número 6: Ana López Gallego
Maria Jose Robles Perez

Olvidar las injusticias nos lleva a volver a cometerlas. Y por eso quieren que olvidemos, que dejemos enterrados los huesos, que borremos de nuestro pasado las historias desgarradoras de miles de personas que fueron brutalmente humilladas y asesinadas por algo que todavía sigue en nuestras instituciones: el fascismo. 

Nuestro deber es recordar, que las nuevas generaciones sepan de qué es capaz el ser humano lleno de odio cuando el resto del mundo mira hacia otro lado ante las injusticias. 

Con esta humilde pluma, quiero relatar aquí, pequeños retazos de trece inocentes, trece Rosas. Para que nadie olvide.

La rosa de hoy va dedicada a la hija de la sanluqueña Concepción Gallego Delgado, una valiente hija que iba todos los días a Auxilio Social para que le dieran una barrita de pan y una sardina. Sí, una barrita de pan y una sardina.

Para ella y sus tres hermanos menores, quienes estaban bajo su brazo. Jugándose mucho más de lo que creemos, pues dichas colas eran el lugar preferido de los grises para echar el ojo y atrapar a cualquier sospechoso de ser de un color diferente. 

El escaso sueldo de Ana, no era suficiente para dar de comer a su familia, a pesar de que trabajaba hasta altas horas de la noche, cosiendo para esa gente llamada “gente de bien”, los mismos que llevaban las más limpias y nuevas prendas a cambio de miserables sueldos. 

¿He dicho “llevaban”? A veces, suelo confundir los tiempos verbales. Una barrita de pan y una sardina... 

Pero todavía hay quienes dicen que con Franco se vivía mejor, mostrando no solo una gran ignorancia de la Historia y de la vida, sino faltándole el respeto a tantas personas que, como Ana, apenas sobrevivían.

Así, Ana, quien había estudiado corte y confección como casi la totalidad de las chicas de la época, empezó a trabajar desde muy joven como modista, intentando sobrellevar esa dura vida y la de sus hermanos que encima se vieron envueltas en una masacre fascista. 

Ana, tal vez por la circunstancia tan dura que le tocó vivir desde tan joven, tuvo muy pronto conciencia de clase. 

Así, su manera de ayudar al bando republicano fue convirtiéndose en Secretaria de la radio de Chamartín, además de ser voluntaria y miliciana de la retaguardia republicana. Era amiga y vecina de Martina Barroso García, con quien cosió en uno de los Talleres de la Unión de Muchachas. Tenía muy claro, e intentaba impregnar a los demás de ese espíritu, que rendirse no era una opción.

Durante la guerra, se encargó de llevar provisiones y ropa al frente y allí, en 1.937, conoció a Francisco, del cual se enamoró. Mantuvieron una relación por cartas, no había otra manera, hasta que él fue evacuado a Madrid tras ser herido. Se hicieron novios, pero él volvió al frente y la relación volvió a ser sólo mediante cartas. Pero en marzo de 1.939, cuando Madrid es derrotada, Francisco que es un miembro del Partido Comunista, intenta convencer a Ana para huir a Francia. 

Pero Ana no quiso irse, sino que quiso quedarse en la capital junto a sus tres hermanos que tanto la necesitaban: Manuel de 18 años, Juan de 16 años y José Luis de 5 años.

Si Ana hubiera huido a Francia, hubiera sobrevivido, al menos a las balas que la atravesarían meses más tarde. Pero entonces no hubiera sido esa Anita que todos conocían, que siempre pensaba en los demás antes que en ella misma, si hubiera huido no hubiera actuado de la forma que creía, con el corazón en la mano. Y se quedó.
 
Francisco sí huyó. Terminaron atrapandolo y fue encarcelado. Nunca más se supo de él, pero su final podemos imaginarlo todos.

El 6 de mayo, mientras paseaba junto a su amiga Martina, fue detenida en una redada masiva que tuvo lugar, tras un chivatazo.
 
El delito, el mismo que las otras, ya sabéis. Mentiras.
Se acabaron las barritas de pan y las sardinas.

La noche del 5 de agosto, Anita -pues así la llamaban con cariño- fue conducida a la tapia del cementerio donde sería fusilada junto con las otras 12 rosas. Esa noche, apuró hasta su última hora para terminar lo que estaba cosiendo: un portalibros con tela de saco. 

Y tal era el carácter de Anita, que cuando la directora de la cárcel llegó a la celda para decir en voz alta los nombres de las menores que iban a ser fusiladas, cuando pronunció el suyo, esta dijo: "no llame a mis compañeras, ya las llamo yo", refiriéndose a Victoria Muñoz García y a Martina Barroso García. 

Victoria se echó a llorar como era lógico y, entonces, Anita impasible le dijo: "por favor, Victoria, sé valiente". 

Quiso mantenerse tan firme hasta el final, fingir serenidad ante sus compañeras para que no temblarán, que cuando se puso de pie para salir de la celda, preguntó: "¿Tengo las costuras de las medias derechas?". 

Todas las menores de la celda, las tres que se iban para siempre y las que se quedaban, se abrazaron llorando. Es desgarrador.

Cuentan que Anita no murió en la primera descarga de balas y que, entonces, viendo a sus compañeras caer al suelo, llena de coraje y furia gritó:

“¡¡¡¿Es que a mi no me vais a matar?!!!”.
Y volvieron a disparar.

Con Franco se vivía mejor.
Con las calles llenas de miedo y terror.
Con carnes siendo torturadas y diciendo nombres de amigos entre lágrimas.
Con niños abandonados a su suerte.
Con manos pidiendo una simple barra de pan y una sardina.
Con la tierra escondiendo huesos.
Con las tapias llenas de sangre salpicada.
Con Franco se vivía mejor…
Sinvergüenzas.
 

Fuente → facebook.com

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