
Daniel Raventós
Ya está a la venta un libro que recoge buena parte de la producción más original de Antoni Domènech que vincula el socialismo con el republicanismo. Reproducimos el prólogo de este libro que la editorial Verso pidió a Daniel Raventós. SP
Cuando empecé a dar clases en el departamento de Teoría Sociológica, Filosofía del Derecho y Metodología de las Ciencias Sociales, hoy simplemente Sociología, en la Facultad de Económicas de la Universidad de Barcelona, compartía despacho con Antoni Domènech por cortesía suya. Y cuando él lo ocupaba, me trasladaba al despacho de Salvador Giner, también por cortesía de este, que estaba situado justamente enfrente. Era a finales del siglo xx y con Salvador compartía entonces las dos asignaturas de Teoría Sociológica: la clásica y la contemporánea. Así que, en ocasiones, debíamos estar juntos en su despacho para programar los cursos, preparar exámenes, hacer las revisiones y las tareas pertinentes. En una de estas ocasiones, Salvador me preguntó con palabras que recuerdo muy vívidamente: «Esto del republicanismo… es socialismo, ¿verdad?». Tuvimos una larga conversación al respecto. De momento, la cuestión quedó en suspenso, pero unos años después, ya en el siglo xxi, un dirigente del Partit dels Socialistes de Catalunya, partidario de la renta básica (un caso raro dentro de este partido, al menos en la actualidad, dada la beligerancia del mismo contra esta propuesta) me comentó, después de haber leído algunos de mis textos y, lo que aquí es más importante, de Antoni Domènech: «Primero es el socialismo y después el republicanismo, y vosotros lo situáis al revés, primero el republicanismo y después el socialismo. ¿Por qué?». Al principio, pensé que no había entendido bien la objeción, pero al pedirle explicaciones, quedó claro lo que quería decir este militante socialista. Y es lo que he anotado. Que dos personas con una formación académica, y tal vez política, más o menos similar, plantearan estas preguntas creo que evidenciaba al menos un problema: no era evidente la relación entre republicanismo y socialismo, incluso para quienes se interesaban en el tema.
La selección de textos de Antoni Domènech de este libro, la inmensa mayoría escritos después de ambas conversaciones apuntadas, ayudarán a despejar la menor duda de la relación republicanismo-socialismo. Una relación que se inscribe entre las aportaciones más relevantes de Toni a la filosofía política y a la historia del pensamiento político, de entre las muchas que realizó. Recordemos que su segundo y último libro, El eclipse de la fraternidad, tiene como subtítulo Una revisión republicana de la tradición socialista. La primera edición es del año 2004, ya hace más de dos décadas. Pero, volviendo a las objeciones y preguntas, ¿qué relación establecía Toni entre el republicanismo y el socialismo? En definitiva, ¿qué entendía él por lo que a veces llamaba republicanismo socialista o socialismo republicano? En El eclipse, escribe: «[A] finales de los sesenta del siglo xix, no solo el socialismo político se presentaba doctrinalmente como el heredero del republicanismo democrático, sino que la tradición republicana, más o menos conscientemente asumida, era el suelo compartido, el denominador común de las más diversas tendencias del movimiento obrero real en Europa y América»[1]. Algunos años después, en el primer número de Sin Permiso, podemos leer de su pluma:
Y en ese sentido, se puede desde luego decir que el socialismo del movimiento obrero decimonónico arrancó en Europa como réplica democrática a Termidor, ofreciéndose como renovado desarrollo de la exigencia de una vida económica, social, política y espiritual en la que nadie –mucho menos, el grueso de la población– necesitara tener que pedir permiso a otro particular, o al Estado, para vivir. El socialismo político no arrancó como un movimiento sectario, es decir, en fingida ruptura –«epistemológica», moral, o del tipo que sea– con todo pasado, negando toda raíz y todo antecedente.
Y una tercera cita:
El socialismo del movimiento obrero europeo decimonónico se entendió a sí mismo, desde la constitución de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT), o I Internacional, en 1864 como continuación por otros medios, y en condiciones económicas y sociales muy cambiadas, de la tradición revolucionaria de la democracia fraternal.
Son solo tres de los muchos fragmentos que podemos encontrar en Toni sobre la relación republicanismo democrático y socialismo. En la selección que usted tiene en las manos, encontrará muchas aportaciones adicionales para profundizar en esta cuestión. Debe observarse que el «socialismo» o el «comunismo» no significaban ninguna amenaza ni causaban inquietud política a ningún gobernante monárquico, poderoso reaccionario o biempensante conservador antes de 1848. Lo que molestaba, inquietaba y se combatía («Contra los demócratas no valen sino soldados» era un dicho extendido en zonas alemanas avanzado el siglo xix y que mencionaba en determinadas ocasiones otro autor muy apreciado por Toni, Arthur Rosenberg, el clasicista y revolucionario autocalificado «socialista sin partido»; dicho del estilo de «No con discursos y resoluciones mayoritarias se deciden las grandes cuestiones de nuestro tiempo, sino con hierro y sangre» que lanzó Otto von Bismarck en 1862) era la democracia revolucionaria republicana, en definitiva, la tradición que venía de la Revolución francesa y más concretamente de Robespierre y los jacobinos. Una revolución que Toni se esforzó, junto a historiadores franceses de la tradición de Albert Mathiez, como Yannick Bosc y Florence Gauthier, entre otros, en mostrar que no fue una «revolución burguesa». En El eclipse, escribía acerca de cuando empezaron el «socialismo» y el «comunismo» a preocupar a los defensores del orden del siglo xix: «El “socialismo” y el “comunismo” solo se hicieron temibles políticamente cuando aparecieron fundidos o aliados con la tradición republicana de la democracia revolucionaria». Y añade: «El arranque del marxismo, políticamente hablando, significa esa fusión». Así que la objeción de aquel viejo socialista, «Primero es el socialismo y después el republicanismo, y vosotros lo situáis al revés, primero el republicanismo y después el socialismo. ¿Por qué?», era errónea. No solo desde un punto de vista cronológico evidente, sino también desde una perspectiva de lucha política contra las grandes monarquías, los poderes y órdenes semifeudales, el capitalismo incipiente y las iglesias, especialmente la católica, primero es el republicanismo democrático, y luego, el socialismo.
Con la palabra republicanismo ocurre que muchos autores y autoras se refieren a aspectos diferentes, e incluso contradictorios entre sí. A veces con otras palabras –el «radicalismo», por ejemplo, que es como se calificaban las fuerzas sociales y políticas que aspiraban a reformas profundas en el siglo xviii en el Reino Unido– se esconden algunas conexiones con lo que ha representado el republicanismo. Antoni Domènech no estaba especialmente interesado en investigar estas diferencias, pero en distintos textos o entrevistas se vio obligado a matizarlas. En una de las últimas entrevistas, si no la última, lo hizo y de forma bastante extensa. También se refería, en más de una ocasión, si bien más verbalmente que por escrito, al filisteísmo de algunas investigaciones, entre ellas las dedicadas al republicanismo. El término filisteísmo, como podrá leerse en el texto aquí incluido dedicado a homenajear a uno de sus maestros, Manuel Sacristán, fue muy utilizado por Marx. Filisteo «es quien se niega o se resiste a valorar las cosas, cualquier cosa, por sí mismas». Y más concretamente: «El filisteo sostiene… que solo es deseable el conocimiento que sirve para algo (para ganar dinero, para ser famoso, para escalar en la jerarquía académica, para lograr una tecnología útil, para hacer la revolución, para ligar, etc.)». El comentario que dedica a su maestro puede aplicarse perfectamente a él mismo: Antoni Domènech fue un antifilisteo extremista, en el sentido más preciso de querer o saber valorar las cosas por sí mismas. Tenía en baja estima, por esta razón, aunque pudiera reconocer otros méritos, la investigación sobre el republicanismo como un medio instrumental para algo más, como hacer carrera académica, publicar libros o buscar reconocimiento. Apreciaba la investigación por sí misma y por lo que históricamente el republicanismo democrático había representado en las luchas contra todo tipo de dominación y opresión. Al fin y al cabo, en la presentación de la revista Sin Permiso, que él redactó en gran parte, podemos leer: «la república, la democracia y el socialismo no son ideales académicos desencarnados, sino veteranas tradiciones encarnadas en luchas populares que, no por derrotadas una y otra vez, han dejado de arraigar en nuestros respectivos países y de decantarse históricamente en ellos en formas particularmente ricas y complejas, nunca desprovistas de lecciones y de relevancia universales».
El republicanismo, por extraño que pueda parecer, no ha estado ligado de manera indiscutible y permanente con la forma de gobierno republicana. Podemos encontrar escritos de algunos republicanos «pata negra» como el mismísimo Robespierre y también Paine, dos políticos admiradísimos por Toni que, en determinados momentos, no hacían cuestión de principio que la república fuera su forma preferida de gobierno. Quizás solamente sea una anécdota, cierto. Indudablemente, a medida que maduraron sus experiencias y convicciones teórico-políticas, la forma de gobierno republicana ya era una cuestión «de principio» para Paine y Robespierre. Sea dicho de paso: algo que está a años luz de algunos tartarinescos «republicanos» que aparecieron en una filmación de apoyo al actual rey Borbón español, el heredero del heredero franquista, gritando: ¡Viva el rey! De no haberlo visto no hubiera creído que tanta bufonada fuera posible. «¿Quiénes pueden ser esos seres ridículos, semidesnudos, con las caras pintadas, que vociferan y gesticulan…?», como dejó dicho el gran E. A. Poe. Bufones, sí.
Volvamos directamente a la cuestión con la que se ha iniciado este prólogo: ¿por qué primero republicanismo y después socialismo? O más directamente: ¿qué es el republicanismo socialista o el socialismo republicano? O, si se quiere, ¿qué aportó el socialismo al republicanismo? ¿Cómo entendía esta relación el autor que nos ocupa, Antoni Domènech?
Hagámoslo con algo de detenimiento. Primero, centremos la atención en el republicanismo y después, en el socialismo. Finalmente, abordaremos la relación entre ambos, aunque ya se ha apuntado algo de ella anteriormente. Me ayudaré de un supuesto un tanto fantasioso. Imaginemos a un propietario de una empresa situada en un lugar por completo carente de cualquier legislación laboral y, por lo tanto, sin la menor restricción para contratar a cualquier trabajador o trabajadora en las condiciones que le dicte su voluntad. Claro está que los trabajadores pueden negarse a aceptar el contrato, pero todos saben que hay miles en la cola esperando mendigar un puesto de trabajo. Así que las condiciones para quien acepta el puesto de trabajo las pone a voluntad este inventado empresario cualquiera. Sigamos imaginando que este empresario es un hombre de gran corazón y no tiene ninguna inclinación especial para la acumulación de beneficios, sea por la razón que fuere: porque se trata de una de las muchas empresas que posee, porque tiene una predisposición natural para alegrarse de ayudar al prójimo, o por cualquier otra razón (he sugerido que imaginemos el ejemplo, no afirmo que sea un ejemplo real dado lo que sabemos por experiencia y los datos a nuestra disposición). En consecuencia, en este supuesto, el empresario trata exquisitamente a su plantilla y le concede un salario por encima de la media de la zona. Para algunos, señaladamente para los partidarios del liberalismo, estos trabajadores disfrutan de una situación envidiable. Para las personas que se consideran partidarias de la tradición histórica de la libertad republicana, esta plantilla no es libre. No lo es porque, independientemente de que ahora gocen de unas condiciones envidiables en comparación con las otras plantillas vecinas de la zona libre de legislación laboral con propietarios mucho menos benévolos, estos trabajadores dependen de la voluntad arbitraria de su patrón. Una voluntad que puede depender de un cambio de humor de este generoso empresario debido quizás a un fracaso amoroso, una derrota de su equipo preferido de fútbol o a una mala digestión. Esto no es algo arbitrario en términos generales. Kahneman, Sibony y Sunstein, entre otros, han mostrado que los jueces de tribunales de menores tienden a ser más severos los lunes, cuando su equipo de fútbol ha perdido el día anterior; mientras que otros también han observado que los jueces conceden un mayor número de libertades condicionales después de comer que justo antes de hacerlo. No es algo que deba sorprender ni tomarse a la ligera. El estado de ánimo depende en buena parte de la regularidad y satisfacción de determinadas necesidades fisiológicas y psicológicas.
Este cambio de humor o de estado de ánimo puede propiciar, en el caso de nuestro empresario benevolente, un cambio en su voluntad hacia la forma en que dirige la plantilla y la empresa. La única limitación en el supuesto imaginado es la voluntad del empresario; a merced de esta se encuentran los trabajadores y trabajadoras. No hay control, el empresario decide como le place. Observemos que la arbitrariedad de este buen propietario imaginado no afecta a la vida de sus asalariados únicamente mientras están en el horario laboral. El resto de la vida extralaboral queda fuertemente condicionado por el importe del salario, las vacaciones y la situación en caso de enfermedad, etc. Republicanamente, quien depende de la voluntad de otro en sus condiciones materiales de existencia no es libre. A nadie se le puede pasar por alto que quien vive bajo unas condiciones como las representadas en este ejemplo puede modificar su conducta para resultar agradable, servil, sumiso, obediente… para que su empleador siga siendo benevolente, al menos con él. Comportarse sumisamente con la esperanza de renovar el contrato de trabajo no es una decisión libre; ofrecerse a trabajar más horas sin remuneración con la esperanza de ser bien visto y merecedor de continuar en la empresa no es una decisión libre. La sumisión no es, de ningún modo, libertad. Quien actúa por sumisión y miedo no es republicanamente libre.
Pero el problema no solamente debe limitarse a una situación como la descrita por el empresario benevolente. El problema es más general con el trabajo asalariado. En la antigüedad griega y romana, y mucho tiempo después, el trabajo asalariado era minoritario. Aunque en ningún caso insignificante. Es con la forma de producir capitalista, especialmente a partir del siglo xix, que este tipo de trabajo se generaliza. Es frecuente encontrar la posición del republicano (no democrático) Aristóteles, que describía el trabajo asalariado como «una suerte de esclavitud limitada». Para Aristóteles, los pobres eran parcialmente esclavos, lo que formaba parte del conocimiento común de la época. Más o menos un siglo después, Crisipo expresaba de otra manera bien interesante: «ningún hombre es esclavo “por naturaleza”, y un esclavo debe ser tratado como un “trabajador alquilado de por vida”». Efectivamente, en los tiempos de Aristóteles y después de Crisipo, era conocimiento común que «depender económica y, en consecuencia, socialmente, de un poderoso era sufrir “necesidad” o estar esclavizado», porque «cobrar un sueldo hacía del pobre un ser próximo al esclavo», en palabras de la historiadora de la antigüedad Laura Sancho. Los autores republicanos Leipold, Nabulsi y White lo han dicho de manera clara respecto al capitalismo actual: «Los ciudadanos sometidos a un poder arbitrario en el lugar de trabajo y privados del control de las principales instituciones económicas de la sociedad son ciudadanos no libres». Interesante es observar que la posición de un liberal es muy diferente. Desde el prisma liberal, si estos trabajadores están conformes son libres. Como aquellos esclavos que «estaban satisfechos». El liberal Nicholas Butler, que fue el presidente de la Universidad de Columbia con más años en el cargo, 43, lo dejó escrito de forma clara: «La piedra angular de la democracia es la desigualdad natural, su ideal, la selección de los más aptos. La libertad es mucho más preciosa que la igualdad, y las dos son mutuamente excluyentes». El ideal democrático: la selección de los más aptos. Más contundente aún fue Ludwig von Mises, uno de los padres del liberalismo y de la escuela austríaca de economía, quien no dudaba en afirmar en su obra Liberalism que puede haber «grupos de individuos y hasta pueblos y razas enteras que gozan de la seguridad y de la protección brindadas por la servidumbre; que, sin sentirse ni humillados ni ofendidos, se conforman contentos pagando con una cantidad moderada de trabajo el privilegio que supone compartir las comodidades de una casa acomodada y para los cuales la sumisión a los caprichos y cambios de humor del amo es solo un mal menor». La sumisión a los caprichos y cambios de humor del amo… un mal menor. Pocas veces se ha expresado de manera más esclarecedora el abismo que separa la concepción de libertad defendida por el liberalismo —el que realmente existe y ha existido, no algunas ramas del liberalismo académico, que es otra historia a la que no prestaré atención, pero a la que Toni dedicó algunos escritos en diversas ocasiones— de la que defiende el republicanismo.
Dejado ya el supuesto (y sus derivaciones) del empresario benévolo, puede resumirse la tradición de la libertad republicana y sus conexiones con el socialismo en los siguientes puntos, sin pretensión de exhaustividad.
Las condiciones materiales de existencia son inseparables de la libertad republicana. Quien no dispone de estas condiciones materiales de existencia no es libre, dado que su existencia material depende por esta razón del arbitrio de otra persona. Antoni Domènech insistió en la idea de que «la libertad republicana tiene sus raíces en la noción, la estructura y la institucionalización de la propiedad y las correlaciones de fuerzas sociales», como señaló en una entrevista publicada poco después de su muerte. La forma concreta del derecho a la propiedad es un fenómeno histórico. Ahora bien, para los autores republicanos oligárquicos, solamente las personas que disponen de una propiedad que les permite existir socialmente sin depender de otros son los sujetos de la libertad. Son los sui iuris, los dueños y señores de sí mismos, los que no son dependientes de otros porque no pueden ser interferidos de forma arbitraria. Los demás, el inmenso «95 % de la población francesa» (y de casi todo el mundo, en la época), como respondió Auguste Blanqui a un juez que le preguntó por su profesión –el magistrado no sabía la «profesión» que quería decir «proletario» como había contestado el revolucionario francés–, no tienen esta existencia material garantizada, es decir, no disponen de propiedad alguna que les permita existir socialmente de forma libre. Están dominados. Para la tradición republicana que más nos interesa aquí y que conecta con el socialismo, la democrática, los sujetos de la libertad deben ser todos los miembros de la sociedad. No diferencia a republicanos oligárquicos y democráticos la concepción de la libertad, sino quien debe disponer de ella. O los pocos –los ricos, los honoratiores, los gens de bien, los patrones, los gentiluomini, los señores– o toda la población. Robespierre, el republicano democrático tan citado por Toni, lo dejó expresado de una forma insuperable: el derecho a la existencia que supone garantizar los medios para existir a todos los miembros de la sociedad es el primer derecho al que todos los demás están subordinados.
Una persona está republicanamente dominada cuando alguien, sea uno o muchos, puede interferir en sus condiciones materiales de existencia a voluntad, sin más impedimento que esta voluntad. Aunque no ejerza esta posición de dominio nunca, puede hacerlo en cualquier momento sin más límite que su propia voluntad (recuérdese la situación de los trabajadores con el patrón benévolo de nuestro ejemplo).
Las relaciones de dominación se dan en los distintos ámbitos privados –el dominium– y en el ámbito político –el imperium. Efectivamente, el poder público puede ser, y lo ha sido en multitud de ocasiones, una fuente de dominio. Robespierre, Saint-Just, Marat no se entretuvieron con muchas de las quisicosas filosófico-políticas académicas a las que estamos acostumbrados y que son mucho más habituales de lo que la razón aconsejaría. Para estos tres revolucionarios, el pueblo tiene a un enemigo especialmente peligroso: su gobierno. La libertad exige estar en guardia ante los que gobiernan. Recuérdese como lo decía Robespierre: «En todo estado libre, la ley debe defender, sobre todo, la libertad pública e individual contra el abuso de autoridad de quienes gobiernan». Y Saint-Just: «un pueblo solo tiene un enemigo peligroso, que es su gobierno». La libertad republicana exige erradicar los dos tipos de dominación, el dominium y el imperium. Bien es constatable empíricamente que quien ejerce un dominium sobre objetos y personas amparado en una supuesta soberanía absoluta sobre su propiedad, también tiene la capacidad de ejercer imperium poniendo a sus órdenes a los poderes públicos y a sus conciudadanos. El imperium puede tomar formas muy distintas. Después de la experiencia del estalinismo y otros regímenes inspirados por este tipo de dictadura soberana, que no comisaria (la incomprensión por parte de marxistas y de no marxistas de la dictadura del proletariado desde la tradición republicana como una dictadura comisaria fue algo a lo que Toni también dedicó alguna atención y algo diré más adelante), la dominación en el ámbito político, el imperium, debe ser especialmente vigilado por las personas partidarias del republicanismo socialista. De ahí la importancia que tiene, y la forma muy distinta que el republicanismo y el liberalismo entienden, la llamada «neutralidad» del Estado. Para el liberalismo, la neutralidad significa que el Estado no intervenga en las negociaciones y disputas de los distintos agentes y sectores sociales, ni tome partido por ninguna concepción de la buena vida que pueda tener la diversa ciudadanía de un lugar determinado. Una persona fundamentalista cristiana y otra atea tienen concepciones muy distintas de lo que es una vida buena. Sin duda. Sin embargo, el problema realmente importante para el republicanismo no es la trivial constatación de que el Estado no favorezca a un tipo de buena vida por encima de otro, sino si la existencia material de una persona, o de un buen grupo de ellas debe depender de los planes de inversión de una transnacional, o si los recursos energéticos de países enteros deben estar a disposición de los consejos de administración de algunas grandes empresas, si los dogmas de algunas iglesias y la rapiña material que suele acompañarla pueden llevar a la expropiación de los medios que aportan la existencia material de determinadas personas. En estos casos, tan frecuentes y constantes, nos hallamos ante planes de vida, ante nociones de la vida buena, que quedan erosionados, cuando no completamente mutilados, para muchas personas por la destrucción de la base material que los hubieran hecho posibles. La neutralidad del Estado, republicanamente, se entiende como intervención activa para impedir que los grandes poderes privados, como las multinacionales gigantes (cuya existencia en sí misma es republicanamente inaceptable al menos en las condiciones en que campan por las suyas en la actualidad), impongan su voluntad privada a los Estados, con el ataque a la libertad de la mayoría no rica que eso supone. Un Estado republicano debe intervenir activamente para que la neutralidad sea un hecho, y no una superficial consigna de «equidistancia entre los distintos proyectos de buena vida». Como afirmaba Toni, la neutralidad no es para el republicanismo la trivialidad de «abstenerse de intervenir o de interferir en las dispares y encontradas concepciones de la buena vida personal que puedan albergar los distintos ciudadanos individuales (cosa suficientemente obvia)», sino que de lo que se trata es de «intervenir activamente en la vida social para destruir, en su misma raíz económica e institucional a las grandes esferas de poderes privados…». Republicanamente, se presupone que el Estado debe ser equidistante entre las distintas concepciones de la buena vida, pero, cuando grandes poderes privados disponen de la capacidad de imponer a la ciudadanía su concepción privada del bien, cuando la constitución oligopólica de los mercados permite el secuestro del Estado por parte de los inmensos imperios privados, la neutralidad republicana significa intervención, no tolerancia pasiva, y mucho menos contemplar con indiferencia que gane el más fuerte. Luchar para acabar con el dominium y el imperium es precisamente eso.
En relación con la afirmación última, el republicanismo democrático ha defendido una concepción fiduciaria del poder público, sin que tal afirmación signifique que sea exclusividad suya tal concepción. La concepción fiduciaria tiene multitud de aplicaciones y no presupone una determinada concepción política o filosófica. Es un instrumento que puede ser aplicado en múltiples ámbitos o campos. El Principal o fideicomitente encomienda un encargo a un Agente o fiduciario, dándole poderes para que los administre en beneficio de un tercero o del mismo Principal. En el contexto que nos interesa, el representante político es el Agente del Principal que es quien lo ha elegido para determinados fines. En el momento que se pierde la confianza, por la razón que fuere, el Principal acaba con la relación y el Agente deja de serlo, puesto que se le retira cualquier atribución que pudiese haber tenido y concedida por el Principal. El representante político, por tanto, solamente lo es en la medida que ejecuta las tareas o defiende aquellos programas, proyectos o lo que sea para los que fue elegido. Si no lo hace, o el Principal simplemente considera que no lo hace como debiera, es destituido puesto que se rompe la confianza. En otras palabras, el derecho de revocación por parte del Principal es una parte esencial de esta relación fiduciaria. Para la concepción republicana del poder político, los gobiernos y sus mandatarios o comisarios solo son un fideicomisario del soberano, es decir, del pueblo libre que es el fideicomitente. Los funcionarios públicos y el gobierno son los servidores del pueblo, del soberano, como en diversas ocasiones insistió Robespierre.
He adelantado antes que me referiría brevemente a lo que Toni entendía por dictadura. O mejor, a la separación que hacía entre las dictaduras comisarias y las soberanas. En un texto incluido en este libro y uno de los últimos de su vida, podemos leer:
En la tradición clásica romana, una «dictadura» era una institución republicana, merced a la cual, en períodos extremos de guerra civil, el «pueblo» –es decir, el Senado– comisionaba y encargaba todo el poder ejecutivo a un dictator por un período limitado de tiempo (normalmente, seis meses), terminado el cual estaba obligado a rendir cuentas ante sus comitentes de lo que había hecho o dejado de hacer durante ese período excepcional de plenos poderes. Es decir, la «dictadura» en el sentido clásico del término era una institución fideicomisaria, no un despotismo «soberano» como han sido, o tendido a ser, de maneras muy distintas, las dictaduras que ha conocido el siglo xx: Stalin, Mussolini, Hitler, Franco, etc.
La dictadura del proletariado de Marx y Engels, sobre la que tantas páginas se han escrito y sobre la que tantos gobiernos tiránicos han dicho actuar en su nombre está íntimamente relacionada con la concepción romana de la dictadura comisaria. O, utilizando los términos del fideicomiso apuntados, Toni concluye que la dictadura del proletariado se trata de la dictadura «como institución republicana en condiciones de guerra civil».
Para la tradición republicana, la sociedad, cualquier sociedad, está llena de amenazas a la libertad. Estas amenazas pueden tomar diversas formas: por opciones sexuales, por género, por color de la piel, por defender determinadas opiniones, por vestirse de cierta manera o no hacerlo, por haber nacido en ciertos lugares, o por hablar una lengua determinada, entre otras. Ahora bien, existe una amenaza que históricamente ha ocupado una atención especial dentro del republicanismo en la configuración de nuestras sociedades, sin importar lo lejos que vayamos en el tiempo: la propiedad. Las sociedades están configuradas, de forma más o menos mediada, de forma más o menos directa, de forma más o menos indirecta, por la distribución y regulación de la propiedad. La propiedad no es un concepto que se pueda entender fuera de un contexto histórico específico. Cada sociedad establece lo que puede ser apropiado por particulares y las formas en que esta apropiación es legítima. Para las tierras, los inmuebles, los medios de producción, los títulos financieros, los esclavos, las obras de arte, los derechos de emisión televisivos, etc., cada sociedad establece determinadas normas. El contexto histórico que determina cómo se garantiza la propiedad legal y políticamente es siempre el producto de luchas, revoluciones y levantamientos entre clases y grupos sociales. La imposición de terribles injusticias sobre ciertos grupos sociales a través de la propiedad ha sido, en muchas ocasiones, contestada por las luchas de esos mismos grupos contra dichas injusticias. Tal vez quien lo resumió de forma más breve fue Bertolt Brecht: «La injusticia es humana, pero más humana es la lucha contra la injusticia».
Muchos republicanos democráticos aspiraban a una democracia en la que todos los civilmente libres fueran pequeños propietarios, como es notablemente el caso de Jefferson. Marx y Engels, por su parte, fueron claros continuadores del republicanismo democrático en varios ámbitos. Había un aspecto especialmente importante, y es su nihil obstat de principio a la universalización de la propiedad. No era una objeción de principio la que tenían ambos autores socialistas, pero sí una objeción técnica y de oportunidad económica e histórica. Para mediados del siglo xix, el capitalismo ya había alcanzado un punto en el que la universalización de la propiedad se volvía inviable. Si la propiedad era lo que garantizaba la existencia social, lo que posibilitaba la independencia que permitía no haber de depender de otro o de otros en esta existencia, y al considerar aquellos dos viejos socialistas que histórico-políticamente resultaba imposible la universalización de la propiedad, defendieron que el mejor modo de garantizar la existencia social de toda la población era, en palabras de Toni, «hacerles propietarios a todos en las condiciones en las que, según Marx, eso era posible en una economía industrializada y tecnológicamente avanzada: haciendo que los productores, libremente asociados, se apropiaran en común de los medios de producción». Esta idea expresa que la economía debe estar, y de hecho está, sujeta a la política. Ello nos remite a la concepción robespierrista de la economía política popular, es decir, que la economía, la política económica diríamos ahora, debe estar subordinada a las decisiones políticas. Esta economía política popular es la antítesis de la economía política tiránica en un sentido muy preciso: la primera es en beneficio del pueblo soberano, mientras que la segunda lo es en beneficio de los ricos tiranos que gobiernan en su interés. ¿Qué es la economía política en el tradicional sentido sino una economía completamente ligada a la política y a la moral? Toni dedicó algunas reflexiones muy provechosas sobre lo que significó la pérdida de la “política” en la economía política. El socialismo marxista ofrecía una economía política que respondía muy bien a las nuevas condiciones del modo de producir capitalista de mediados del siglo xix en adelante.
Las grandes desigualdades sociales son republicanamente, en la versión democrática, injustificables. Hay desigualdades tolerables, porque no afectan a la existencia social de otros. Pero hay otras desigualdades que son intolerables. Quien dispone de una inmensa fortuna puede ponerla al servicio de sus intereses particulares, puede poner al poder político de su parte. Y lo hace, lo acostumbra a hacer recurrentemente. Una vida política republicanamente libre es incompatible con la existencia de grandes fortunas. Por un principal motivo: la gran riqueza permite comprar y sobornar gobiernos, lo que acaba con cualquier posibilidad de democracia. El dominium tiene la capacidad de ejercer también imperium, como antes se apuntaba. Y en referencia a esta capacidad, Antoni Domènech se refirió en diversas ocasiones a la necesidad de una renta máxima, un máximum, que complementase a una renta básica, un minimum. Lo hizo con su habitual contundencia:
Y me parece que pocas cosas, si alguna, contribuirían tanto hoy a mitigar la capacidad de los imperios privados para desafiar con éxito a los poderes público democráticos como una renta básica de ciudadanía que al tiempo que exigiera un minimum de existencia social para todos, se batiera también por limitar a un maximum compatible con la vida política republicano-democrática normal el volumen de ingresos que le es dado recibir a un ciudadano. Una milenaria sabiduría política mediterránea, retrotraible a Solón o a los hermanos Graco, enseña lo que famosamente repitió muchos siglos después el mejor Maquiavelo: que una vida política libre, republicana, es incompatible con la existencia de magnates.
Antoni Domènech murió el mismo año del centenario de la Revolución rusa de 1917. Tuvo tiempo aún de dedicarle a esta revolución, con motivo o no del centenario, algunos de sus últimos estudios, una parte de los cuales ya estaban comprendidos en el capítulo 7 de El eclipse. Su última conferencia tuvo lugar en julio de 2017, y estuvo dedicada a la revolución bolchevique. Este libro se publicará poco después de otro centenario íntimamente relacionado con el anterior, la muerte de Lenin, acaecida casi cinco años exactos después del asesinato de Rosa Luxemburg. Me sirve esta relación de fechas para abordar un tema que ocupó a Toni y que resulta de especial importancia para el republicanismo y el socialismo: la democracia. Antes no estará de más apuntar brevemente lo que Toni entendía que formaba parte del «socialismo». En un texto de 2014 dice:
[Entiendo] por ‘socialismo’ a una familia de tradiciones políticas históricas nacidas con y del movimiento obrero y popular contemporáneo. Esa familia de tradiciones históricas políticamente combatientes ha sido lo suficientemente grande, vigorosa y variada como para generar, en sus casi dos siglos de trayectoria, múltiples realidades, también, claro está, partidos y regímenes políticos socialistas, utopías tecnocráticas y eutopías (y aun distopías) ético-sociales autoproclamadas socialistas, cerrados dogmas de fe y liturgias más o menos interesantes pretendidamente socialistas.
En la presentación de Sin Permiso a la que he aludido antes puede leerse que el socialismo «incluye a las socialdemocracias, a los laborismos, a los distintos comunismos, al anarquismo obrero y al sindicalismo revolucionario». El estalinismo era otra cosa. En una entrevista del año 2006, Toni se refiere a la cuestión: «muy pronto los dirigentes comunistas más cultos y valiosos, como Joaquín Maurín y Andreu Nin (ambos procedentes del anarcosindicalismo), se percataron de la naturaleza sectaria y políticamente tornadiza del fenómeno estalinista y de la involución burocrático-tiránica de la URSS, y se alejaron o fueron expulsados del pequeño Partido Comunista de España». Y en otra entrevista dos años después afirma: «Hay que recordar que una de las más aberrantes tiranías del siglo xx –el estalinismo– se construyó pretendidamente en nombre de Marx». Y en otra aún de la misma época, al referirse a la incompatibilidad del estalinismo con el republicanismo democrático, afirmaba que contra todas las tradiciones del movimiento obrero, el estalinismo era «radicalmente negador de la democracia republicana».
Volvamos a la Revolución bolchevique, a Lenin y a Rosa Luxemburg. En uno de los materiales seleccionados de este libro, Toni disecciona de forma magistral el famoso texto La Revolución Rusa de la revolucionaria polaca, escrito poco antes de su asesinato, el 15 de enero de 1919, aunque se publicó tres años después. La Revolución bolchevique apenas tenía un año cuando Luxemburg escribió este libro. En él, después de alabar la determinación de Lenin, Trotski y «sus camaradas», la autora realiza tres críticas fundamentales al poder bolchevique en su primer año de gobierno: la política agraria, el derecho a la autodeterminación de las naciones que formaban parte del imperio zarista antes de la revolución, y la falta de democracia en el régimen surgido de la revolución. Las dos primeras críticas quedan fuera de nuestra consideración aquí. En un texto de la selección de este libro, sin embargo, Toni responde de forma muy acertada a las objeciones de la revolucionaria sobre el punto del derecho a la autodeterminación. Si bien esta postura fue equivocada en la opinión de Toni, la crítica democrática que hacía al partido bolchevique, en contraste, era muy acertada. Esa crítica democrática es la que interesa aquí. Desde una perspectiva republicano-socialista, los derechos democráticos no son meras consideraciones de oportunidad política, sino cuestiones de principio. Las similitudes de estas críticas democráticas tempranas a la Revolución bolchevique de Rosa Luxemburg entroncan con las de un revolucionario mucho menos conocido, Víctor Serge. Autor de libros sobre historia, de algunas novelas revolucionarias magistrales y del legendario Lo que todo revolucionario debe saber sobre la represión. Luxemburg no vivió la realidad del estalinismo. Serge estuvo en sus cárceles. Lo que vivió Serge y la generación que vio nacer el estalinismo y los distintos fascismos cuesta pensar que Luxemburgo pudiera tan solo sospecharlo. 28 años separan sus muertes, casi un tercio de siglo que dio vida a las dictaduras soberanas que llegaron a dominar gran parte de Europa. El republicanismo socialista o, más simplemente, el socialismo estaba derrotado en toda Europa y en la URSS. Rosa Luxemburg había detectado algunos problemas democráticos de los inicios de la revolución, ahora que el Termidor ruso se había consolidado. ¡Cómo iba a imaginar que años después Stalin eliminaría represivamente al 90 % del mítico Comité Central bolchevique que protagonizó la revolución de 1917! Los derechos humanos habían quedado eclipsados desde el Termidor francés hasta después de la derrota del nazi-fascismo (derrota parcial, pues había dictaduras fascistas como la franquista que perduraron mucho tiempo más), cuando fueron recuperados. 150 años de eclipse. Y la revolucionaria polaca utiliza en su argumentación los derechos humanos republicanos, o, en palabras de Toni: «el lenguaje de los derechos humanos inalienables –intrínsecamente ligado a la teoría de la república democrática– se había eclipsado después de Termidor». Se recuperaron parcialmente 150 años después. Quedaron eclipsados, de manera similar a la tercera palabra de la República francesa: la fraternidad. Toni definía la fraternidad como la genialidad de expresar, en una sola palabra, «todo el ideario programático de la “democracia” en Europa». Para muchos miembros de la I Internacional, se trataba del internacionalismo proletario. 150 años de eclipse de la fraternidad y de los derechos humanos, un período en el que el liberalismo fue triunfando, si bien perdió algo de fuelle durante los famosos «treinta gloriosos» del siglo xx y volvió con mayor garbo y codicia desde los setenta hasta hoy. En algunos de los textos seleccionados en este libro, Toni también aborda la última etapa del capitalismo contrarreformado, que con mayor o menor fortuna se ha calificado de neoliberal.
El punto que quiero destacar y que Toni desarrolla en algunos textos que aquí pueden leerse es que la democracia es consustancial al republicanismo socialista. No es algo accesorio, de oportunidad política, elemento que puede «complementar a». «República socialista» sin democracia es cualquier otra cosa, pero no república socialista. Cualquier otra cosa, pero con concreciones no muy distintas a las de las dictaduras execrables como la de Stalin, la de Mao, la Camboya de Pol-Pot o la Corea del Norte de la actualidad.
Toni fue un estudioso de Marx. De hecho, estaba entre los proyectos que no pudo terminar («la vida es corta» acostumbraba a decirme con frecuencia cuando se refería a antiguos amigos o conocidos que opinaban de facto lo contrario y dilataban en el tiempo determinadas decisiones o trabajos; «no tendrán tiempo de hacerlo») un libro sobre Marx. ¡Cómo nos hubiera encantado a algunos que pudiera haberlo hecho! Aunque no escribió el libro, a lo largo de su vida dedicó muchos textos a la obra de Marx. En su primer libro, su tesis doctoral, De la ética a la política, publicado en el año 1989, Toni le dedicó mucha atención a Marx, tanto que es uno de los autores, junto con Kant, más citado en esta obra. De las muchas aportaciones que Toni hizo sobre Marx quiero destacar una que considero un buen resumen de su opinión sobre la obra del socialista alemán. Toni distingue entre el Marx «liberal» y el Marx «republicano»: El Marx muerto y el Marx «más vivo que nunca», según sus palabras. El Marx «liberal» muerto y el «republicano» vivo, son, según Toni, una broma inocente, pero con más recorrido que una simple broma. El liberal se pregunta «qué forma de propiedad es la más productiva», el republicano «qué tipo de propiedad crea los mejores ciudadanos». El republicano acusa al capitalismo de impedir la autorrealización y la autarquía moral de los hombres y las mujeres. El Marx liberal estaría comprometido también con la razón inerte, el republicano con la razón erótica. Y esto tiene que ver con el subtítulo de su primer libro: De la razón erótica a la razón inerte. Por razón inerte, Toni entendía «el conformismo filosófico con los deseos y preferencias “dados”» que es una concepción rasa de nuestro aparato motivacional, con preferencias de primer orden estáticos. Por razón erótica «a la que aspira a criticar racionalmente los deseos y las preferencias, a la que es capaz de reconocer profundidad (con órdenes de preferencias de grados superiores a uno) en el alma humana, a la que es capaz no solo de elegir el mejor curso de acción, sino también el mejor deseo».
Finalmente, quiero hacer referencia a un texto no muy conocido o divulgado, que es la transcripción de la presentación que hizo Toni del primer número en papel de Sin Permiso el 18 de septiembre de 2006 en Buenos Aires. Este texto es particularmente interesante porque expone las ideas directrices de la revista, las cuales también expresan algunos de los pilares teóricos y normativos que inspiraron la obra de Toni. Resumiré algunos de los puntos que considero valiosos, especialmente para aquellas personas que quizás no tengan un conocimiento detallado de sus afinidades y antagonismos teóricos. En esta presentación, Toni menciona citas de Mussolini, en las que el fascista italiano hace apología del relativismo. Entre otras cosas, Mussolini afirmaba, después de la marcha de los camisas negras sobre Roma: «El relativista moderno deduce que todo el mundo tiene libertad para crearse su ideología y para intentar ponerla en práctica con toda la energía posible, y lo deduce del hecho de que todas las ideologías tienen el mismo valor, que todas las ideologías son simples ficciones». Tras analizar algún aspecto de esta cita, que es solo una pequeña parte de la que expuso en la presentación, Toni apunta: «parece un texto de alguno de esos filosofastros postmodernos que, no solo, pero sobre todo en Francia y EE. UU. (que, dicho sea de paso, nunca conocieron el fascismo en sus formas clásicas), pasan hoy como el último grito de la izquierda académica prêt à penser».
La beligerancia de Toni contra el relativismo defendido por el postmodernismo es contundente: «Sin Permiso milita consciente y decididamente contra esa pseudoizquierda académica majadera, compuesta de lo que Marx llamó en su día halbwissende literatti (literatos que saben las cosas a medias), y que, acaso sin saberlo, reproduce en nuestros días y exporta fuera de Europa la confusión, la obscuridad y el relativismo que fueron el caldo de cultivo espiritual en que creció el fascismo europeo en los años veinte y treinta del siglo pasado». En resumen, otras de las características defendidas por Toni para la revista y para él mismo, aunque no todas mencionadas en esta presentación, son las siguientes:
Primero, en contraste con su beligerancia contra el relativismo postmoderno, la defensa de la razón, de la voluntad desinteresada de conocer, del respeto a los hechos objetivos y del cultivo de la consciencia histórica. La verdad es revolucionaria, como dijo Rosa Luxemburg, lo que para Toni significaba «honrar la verdad está por encima de todo». Segundo, el papel central del republicanismo democrático y la línea de continuidad del mismo en las mejores tradiciones socialistas del xix y del xx, lo que implica combatir la «necia idea» de que la Revolución francesa fue una revolución burguesa. Tercero, la defensa del pensamiento laico, que, como tantas veces tuvo ocasión de escribir y de dejar dicho, «es enemigo por igual de la obscuridad de las jergas sectarias, académicas o no, y de la infertilidad de las escolásticas dogmáticas». Finalmente, algo que ya mencioné al inicio de este prólogo: la defensa de una revista que no se limita a tener «ideales académicos» más o menos bien intencionados, pero ajena a la realidad social y política. El republicanismo, la democracia y el socialismo son objetivos que, para ser honrados, deben enriquecerse con las mejores aportaciones, estudios y luchas disponibles.
Los textos que se ofrecen en este libro son una muestra del pensamiento de Antoni Domènech. Solo una muestra, pero creo que muy representativa especialmente de las dos últimas décadas de su vida. No creo decir nada original al afirmar que se trata de uno de los pensadores socialistas más interesantes y originales de lo que llevamos de siglo. Lo que no me cabe duda es que su obra será cada vez más conocida, mucho más de lo que lo fue durante su vida. A casi ocho años de su muerte, su obra está siendo recuperada por distintos autores y autoras, especialmente por jóvenes muy interesados en el socialismo y sus raíces históricas republicanas. El tiempo, como acostumbraba a repetir Toni, acaba dejando las cosas en su lugar. No sé si la obra de Toni está quedando en el lugar que le corresponde, pero sin duda se acerca más que antes. Este libro contribuirá a ello, o al menos así lo espero. Quiero creer que ayudará a acercar a las generaciones más jóvenes a la fecundidad intelectual de este antifilisteo extremista: republicano, antimonárquico y socialista. Como escribí en uno de los obituarios que me pidieron: Toni era un «antimonárquico y muy en especial de la monarquía impuesta por Franco». Porque, como su admirado Saint-Just, también estaba convencido de que «no se puede reinar inocentemente». Y, como Marat, no dudaba en la respuesta a la pregunta: en todas las monarquías del mundo «¿no son los ricos los que forman el vil enjambre de cortesanos?».
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En este prólogo se realizan citas que corresponden a algunos de los textos seleccionados en este libro. Los que no están comprendidos en este grupo son los siguientes:
Arcarons, J., Bollain, J., Raventós, D., y Torrens, L. (2013), En defensa de la renta básica. Por qué es justa y cómo se financia, Capítulo 1, Deusto, Barcelona.
Domènech, A. (1989), De la ética a la política, Crítica, Barcelona.
— (2004), El eclipse de la fraternidad. Una revisión republicana de la tradición socialista, Crítica, Barcelona.
— (2005), «República y socialismo, también para el siglo XXI», Sin Permiso, núm. 1. Todos los ejemplares de Sin Permiso papel (1 al 17) están accesibles electrónicamente en sinpermiso.info/.pdf
— (2005), «El socialismo y la herencia de la democracia republicana fraternal», Sin Permiso, 4 de julio de 2005.
— (2005), «Tres amenazas a la democracia», Sin Permiso, 18 de julio de 2005.
— (2006), «Una izquierda Sin Permiso. Intervención en la presentación del núm. 1 de SP en Buenos Aires». Sin Permiso, 1 de octubre de 2006.
— (2008), «125 aniversario de la muerte de Marx. Entrevista», Sin Permiso, 16 de marzo de 2008.
— (2016), «El experimento bolchevique, la democracia y los críticos marxistas de su tiempo», Sin Permiso, 13 de noviembre de 2016.
— (2018), «Republicanismo, socialismo y renta básica», Sin Permiso núm. 16.
Leipold, B., Nabulsi, K. y White, S. (2020): Radical Republicanism, Oxford University Press, Oxford.
Marat, J.P. (1869), Oeuvres recueillies et annotées par A. Vermorel.
Robespierre, M. (1793), Discurso a la Convención el 10 de mayo de 1793.
Saint-Just, L.A. (1970), Discursos: dialéctica de la revolución, Taber, Barcelona.
Sancho, L. (2021), El nacimiento de la democracia, Ático de los libros, Barcelona
[1] Esta será la única nota a pie de página de este prólogo. Se verá que hay muchas citas, casi todas de Antoni Domènech, pero no creo que tenga sentido poner un número de notas muy grande dadas las características de este prólogo. Creo que es más útil hacer una relación al final de todos los materiales que se citan a los que cabe añadir los incluidos en este libro.
Doctor en Economía. Profesor titular del departamento de Sociología en la Facultad de Economía y Empresa de la Universidad de Barcelona. Es editor de Sin Permiso.
Fuente → sinpermiso.info
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