
¿Cómo no iban a rebelarse si la dictadura también se ensañó con ellas? Ahí está su historia, aunque no sea tan conocida ni reconocida. Porque sufrieron represión, cárcel y torturas. Y algunas fechorías más por el mero hecho de ser mujeres. En 2025 se conmemoran cincuenta años de dos acontecimientos (afortunadamente) decisivos para el futuro de nuestro país y el de las mujeres: la muerte del dictador y la decisión de la ONU de proclamar 1975 como el Año Internacional de la Mujer.
En España ya existían entonces organizaciones feministas, que venían coordinándose desde la clandestinidad. Habían elaborado un manifiesto unitario en el que pedían, por ejemplo, la legalización de los anticonceptivos y el divorcio, la igualdad en el empleo y la coeducación. También la libertad de reunión, asociación, expresión y manifestación. Apenas dos semanas después de la muerte del dictador, compañeras de Comisiones Obreras convocaron de forma clandestina en Madrid, entre los días 5 y 8 de diciembre, las I Jornadas Estatales por la Liberación de la Mujer. Y en julio de 1976, durante la asamblea de Barcelona, propusieron la creación de una Secretaría de la Mujer, que en 1977 se haría realidad.
Pero volvamos a los oscuros años de la dictadura. Aparte de la dedicación no remunerada al hogar y a la crianza (con familias numerosas y economías precarias muchas veces), a las mujeres se les ponían muchos impedimentos para trabajar asalariadamente y obtener, por tanto, derechos económicos, sociales y políticos. El franquismo se apresuró subyugar a las mujeres. Antes incluso de finalizada la guerra, una ley del 12 de marzo de 1938 rescataba el Código Civil de 1889 y acababa de un plumazo con los progresos que habían logrado las mujeres durante el primer tercio del siglo XX. A partir de entonces, estarían obligadas a obedecer a sus padres y esposos, dependían civilmente de ellos y necesitaban su autorización hasta para realizar una compra importante.
La historiadora Mayka Muñoz Ruiz ha analizado cómo la legislación laboral articuló una serie de medidas para que las mujeres, especialmente las casadas, tuvieran limitaciones para emplearse. Así, por Orden de 17 de noviembre de 1939 se prohibía a las mujeres inscribirse en las oficinas de colocación, salvo que fueran «cabeza de familia sin ingresos ni varón, la soltera que no tenga otro modo de subsistencia, o que tenga un título académico u oficio cualificado que le permita ejercer una profesión». Desde 1942 la mayoría de ordenanzas laborales estipulaban la excedencia forzosa por matrimonio de las mujeres, además de retribuciones menores por el mismo trabajo.
Hubo muchas humillaciones. La Ley de Contrato de Trabajo de 1944 incluía la necesidad de que las mujeres casadas tuvieran la autorización de su marido para poder formalizar su empleo. Durante décadas, las mujeres desempeñaron mucho más trabajo del que constaba «oficialmente», en la economía sumergida, irregular y sin derechos (en la confección o el bordado a domicilio, como asistentes por horas). En el empleo regular la segregación era muy fuerte, y las trabajadoras se concentraban en sectores y categorías relacionados con la maternidad social y el trabajo doméstico. A mediados de los años setenta trabajaban fuera de casa fundamentalmente las jóvenes solteras (solo el 28,8% tenían más de 25 años). Las mujeres casadas, si además eran madres, representaban un porcentaje muy bajo del conjunto de las asalariadas.
Pero el hecho de que representaran un porcentaje inferior de la fuerza del trabajo asalariado, no quiere decir que no se involucraran en los conflictos, las huelgas y los movimientos reivindicativos. Y por ello fueron detenidas en las fábricas, en las manifestaciones y en reuniones clandestinas. Y algunas dieron con sus huesos en las cárceles, como consta en los archivos de la Fundación 1º de Mayo de CCOO. Porque hubo muchas mujeres, a las que apenas se nombra, que mantuvieron viva la lucha durante la dictadura.
La mayoría se incorporaron al mundo laboral en el aluvión de la década de los sesenta y setenta como mano de obra barata, en sectores como la industria manufacturera, alimentación, electromecánica, textil y confección, artes gráficas, sanidad, enseñanza o Administración pública. También a los servicios se irían incorporando muchas trabajadoras jóvenes, en la banca y los seguros, o en el comercio de grandes almacenes. Con las leyes del franquismo era fácil para los empresarios «contar con plantillas dóciles que solo trabajaban hasta que contraían matrimonio o tenían descendencia», ha explicado Natividad Camacho. «Encajaban el interés patronal con la doctrina laboral del régimen y de la jerarquía de la Iglesia de la época».
Dentro del nuevo movimiento obrero también estuvieron las mujeres, revelándose contra la dictadura, luchando por las libertades y el futuro democrático de nuestro país. Lo sabemos bien en Asturies. En las décadas de los sesenta en Gijón y Avilés ya existía una importante industria conservera y textil formada mayoritariamente por mujeres, que sufrían una especial explotación, aunque no se incorporarían activamente a la lucha organizada hasta bien entrados los años setenta (salvo el caso de las cigarreras de la fábrica de Tabaco de Gijón). Mención aparte merece el importante papel de apoyo de las mujeres durante las huelgas de 1962 y 1963, como hicieron Anita Sirgo y Constantina Pérez, represaliadas, y símbolos de la lucha de las mujeres contra la dictadura.
A la Asamblea de Barcelona, celebrada pocos meses después de la muerte de Franco, asistieron pocas mujeres, pero una era asturiana. Lola Menéndez del Llano llevaba tiempo colaborando con CCOO en cuestiones de propaganda y se incorporó de forma efectiva y orgánica al sindicato cuando empezó a trabajar en la empresa textil gijonesa Simcos, en la que fue elegida para el comité de empresa y representó a Comisiones en la Asamblea de Roces, de la que saldría la delegación asturiana para la Asamblea de Barcelona. Lola era la única mujer. Es de justicia recordarlas. Recordar a las mujeres que lucharon contra la dictadura, que ayudaron a conquistar los derechos democráticos, que nos abrieron el camino
Fuente → lavozdeasturias.es
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