Ser antifascista no es un delito, es un deber

Ser antifascista no es un delito, es un deber
José Bujalance C.

La ideología fascista de la extrema derecha es perversa, ya que envuelve en su discurso problemas reales, pero no les da una verdadera solución, sólo pasa la carga de odio a un punto en específico y perpetúa las relaciones de dominación. La ideología fascista es tan perversa que incluso se disfraza como una “no ideología” y tacha de ideologías a los otros ("ideología de género", "sociocomunistas", etc).

En los últimos años vemos (re)surgir grupos autodenominados de derecha alternativa (alt-right) supremacistas blancos, neonazis, grupos que se dicen pro-familia… Vemos un discurso de odio y constantes peticiones para que se prohíban las garantías o derechos de algún grupo vulnerable de la sociedad: mujeres, inmigrantes, personas de credos específicos, personas con orientaciones sexuales diferenciadas o con identidades de género distintas. Estos grupos de extrema derecha han cobrado una visibilidad cada vez mayor, lo cual nos obliga a preguntarnos ¿cuál es el límite de la tolerancia?, ¿Qué pasa con las ideas de extrema derecha que exigen la desintegración de la pluralidad en la democracia?

La “tolerancia neutral” que alegan aquellos que defienden el derecho de expresión de los neonazis y demás fascistas no es tan neutral. No tomar partido es tomar partido siempre
 
El problema no es que haya diferentes ideas, el problema es cuando una de ellas quiere oprimir a todas las demás y ser la única, como cuando los grupos "pro-familia" quieren prohibir la educación sexual o las demostraciones de orientaciones sexuales distintas. Estos grupos no están pidiendo ser diferentes, sino que piden prohibir la representación de “los otros” e incluso enseñar conocimientos parciales en las escuelas. El problema es que justo esa postura es incompatible con la idea de democracia, pues pedir prohibir a los que no piensan como uno atenta contra la propia democracia; no así pedir que se prohíban las ideas intolerantes pues eso garantiza la existencia de la democracia misma. El problema no solo es que los fascistas pongan en peligro la democracia, sino que buscan su eliminación y la perpetuación de las relaciones que oprimen a los distintos sectores de la sociedad.

Hay quienes defienden la legitimidad de las demostraciones de la extrema derecha porque dicen que están ejerciendo su libertad de expresión, con la premisa de que, si una de las bases de una sociedad democrática es la tolerancia, entonces se debería tolerar cualquier expresión sin importar de qué tipo sea. Estas argumentaciones son un fraude a la inteligencia, pues tanto la libertad de expresión como la tolerancia son valores democráticos, pero no es verdad que se deba tolerar cualquier tipo de expresión. Para que exista una sociedad democrática y libre, debe existir un límite para la tolerancia, y solo así la sociedad democrática podrá seguir existiendo. Los discursos que son en sí mismos intolerantes no pueden ser tolerados.

La “tolerancia neutral” que alegan aquellos que defienden el derecho de expresión de los neonazis y demás fascistas no es tan neutral. No tomar partido es tomar partido siempre; si las reglas del juego defienden y respaldan a un grupo sobre otro, dejar que el grupo opresor haga activismo y proselitismo, solo es apoyar al opresor. Si se quiere una sociedad tolerante de antemano no se debería tolerar la intolerancia, por lo menos en un plano que no sea el racional y argumentativo, es decir, que la intolerancia solo debería existir como un argumento a debatir racionalmente y no como una campaña que intente convencer a las personas a ser intolerantes, ya que eso significaría el fin de la tolerancia y el establecimiento de una sociedad intolerante.


Fuente →  nuevatribuna.es

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