La paja en el ojo ajeno (La Nueve)

La paja en el ojo ajeno (La Nueve)
@republicano_progresista

Hace unos días tuve la suerte de toparme con un corto que, sin duda, no esperaba encontrarme. Se trata de “La Nueve”, y nos habla de la participación de la compañía homónima, compuesta por republicanos españoles, en la guerra contra el nazismo en Francia. Lo sorprendente de esto no es la existencia de un corto sobre La Nueve, sino encontrarlo en una página ligada al ABC, que, bien es sabido, no es un periódico de inclinaciones precisamente republicanas.

Es evidente que me entró la curiosidad, y decidí echarle un vistazo. A nivel técnico el resultado del trabajo es excelente, podríamos decir propio de una producción de Hollywood. Su mensaje tampoco tiene nada de reprochable: La puesta en valor de la lucha por la libertad frente al nazismo, y del muy olvidado papel de los españoles en la misma. Podría pensarse que es entonces su publicación un hecho positivo, contribuyendo a dar a conocer este apartado de nuestra historia.
 
 
Podría pensarse, pero no es esta toda la verdad. Lo cierto, es que se omiten hechos importantes, como el de que los españoles que componían La Nueve no eran cualquier tipo de españoles, sino españoles republicanos (que de hecho, lucieron la tricolor en sus uniformes), mientras que por otros se pasa por encima muy de piés puntillas, como por el hecho de que dichos “exiliados” combatientes, a los que alude el corto, eran exiliados del franquismo (de hecho no llega ni a decirse expresamente).

Se podría argumentar que, al tratarse de un corto, no era posible extenderse tanto, por ejemplo, explicando los antecedentes de La Nueve, entre los que estaría el triunfo del fascismo en España y la necesidad de los demócratas de exiliarse. Puede argumentarse también que se hace referencia, por ejemplo, al “horror de la muerte”, o que incluso se menciona el apoyo de la Legión Cóndor a Franco. A todo esto, se podría responder que no consumiría mucho tiempo adicional el aclarar que ese fascismo triunfó en España poniendo fin a la Segunda República, o que ese “horror de la muerte” fue el horror de las muertes causadas por una guerra fruto de un golpe de Estado.
 

En todo caso, no es lo más destacable el hecho de que un corto concreto se ajuste menos de lo debido a la realidad histórica, no por decir alguna falsedad, sino por contar la verdad a medias (lo que también es mentir). Esto, en aislado, difícilmente podría llamar la atención. El problema empieza cuando, no es cosa de un corto concreto, o un artículo concreto, o un libro concreto, sino que existe toda una tendencia en esta dirección de contar la verdad a medias. Y es más inquietante todavía, si cabe, cuando se conoce el motivo de esta tendencia, y no es otro que la incapacidad que, en nuestro país, existe para hacer una condena colectiva de la dictadura que durante 40 años hemos sufrido.

Cuando se trata de hablar del nazismo, condenarlo resulta fácil y a cualquier muestra de repulsa al mismo rápidamente se suman casi todas las voces, dando lugar a un clamor unánime; mientras sin embargo, la crítica del franquismo rápidamente genera gran polémica y tensión entre quienes piden la plena reparación de sus crímenes y la defensa de la memoria histórica, y quienes lo condenan con la boca pequeña pero no quieren “abrir viejas heridas” (ahora, se han sumado también los que, como Ortega Smith, afirman sin tapujos que “no condenan expresamente el franquismo”).

¿Y es esto sorprendente? Para los republicanos de este país sin duda no lo es: Llevan demasiado tiempo conviviendo con esta realidad para que les sorprenda. Podría ser, sin embargo, fuente de sorpresa para aquellos que, no acostumbrados a pensar sobre el tema, se dan cuenta ahora de la aparente contradicción.

No hay, sin embargo, de qué sorprenderse: ¿Acaso no es una verdad universal que antes se critican los errores ajenos que se reconocen los propios? Ciertamente, con otros temas también lo vemos día a día. Es fácil criticar a los estadounidenses por dejar morir a personas por no poder pagarse un tratamiento médico, pero no tanto admitir lo que dice de nuestro país que haya tanta gente vulnerable a la que día a día se expulsa de sus casas; muy fácil indignarse por los prejuicios de los ingleses hacia los migrantes españoles que conviven y trabajan con ellos, pero no tan fácil reconocer esos mismos prejuicios que nosotros tenemos hacia otros que vienen a trabajar de fuera; muy fácil acusar a los musulmanes de machistas, no tan fácil reconocer el machismo que persiste en nuestras propias sociedades; y un largo etcétera.

Resulta muy fácil dar lecciones al resto de países de cómo deben ser y criticar los momentos oscuros de su historia. Al fin y al cabo, nadie de entre nosotros, nuestros compatriotas, con los que tenemos que convivir día a día, va a darse por aludido, y por lo tanto no nos genera ningún conflicto. El ejemplo del machismo y el Islam es muy ilustrativo en este sentido: Si criticas el machismo de los árabes saudíes en una cena familiar, seguramente eso no te ocasionará ningún enfrentamiento, y probablemente tu opinión se vea respaldada por montones de juicios coincidentes. Si, sin embargo, criticas el castizo “piropo callejero”, tal vez tu cuñado (nunca mejor dicho) se dé por aludido, y haya una discusión ¿Para qué entonces, hablar de los problemas del propio país, los problemas propios? Sin duda es más fácil ver la paja en el ojo ajeno.

Podría parecer que, sin embargo, en ciertas cuestiones, tan básicas como el rechazo a dictaduras contrarias a los Derechos Humanos, si debería poder haber un claro consenso entre todos los miembros de una comunidad nacional, incluso si (o mejor dicho, todavía más si) ese país ha tenido que vivir una en sus propias carnes. Podría parecer que, en lo que se refiere a defender, o cuanto menos evitar hablar, de una dictadura sanguinaria; ningún ciudadano o ciudadana del país debería estar interesado. Y sin embargo, la realidad es muy distinta.

Es cierto que ha habido gente relacionada con el régimen franquista tratada “demasiado bien” (por decirlo suavemente), por nuestra transición, saliendo impunes de sus crímenes o incluso conservando puestos importantes de poder. Pero también es cierto que, pese a todo, son un grupo relativamente pequeño con respecto a la población total, y que, aunque no les convengan ciertos debates en nuestra sociedad, la amnistía que se les ha concedido, y probablemente incluso sus posiciones de poder, es algo que difícilmente estos debates podrían poner en riesgo; por lo que la explicación a que no puedan darse debe buscarse en otro lado.

En concreto, ha de buscarse en el imaginario de que tenemos de la Guerra de España, comúnmente conocida como Guerra Civil. Según se nos ha enseñado, los republicanos eran de izquierdas y los sublevados de derechas. No se trata, según dicho imaginario, de una cuestión de democracia contra dictadura, sino de un conflicto ideológico entre izquierdas y derechas.

¿A qué nos lleva esto? A que, una vez finalizada la Transición, lo que necesariamente supone hacer condena del franquismo, las izquierdas sigan pudiendo reconocerse en nuestro pasado democrático, simbolizado por la república; mientras que la derecha, no puede ya reconocerse en nada. Esto tiene, como consecuencia lógica, la por todos conocida: Un adanismo de la Transición en la derecha, basado en el intento de silenciar el legado republicano.

Para silenciar este legado, el primer recurso siempre ha sido el pedir no abrir “viejas heridas”, pero cuando esto no ha bastado, no dudaron en tratar de embarrar la memoria republicana cada vez que se plantea el debate, igualando lo inigualable al equiparar la república al franquismo, o de tratar de borrar la historia, desligando de la memoria republicana sucesos como el nacimiento de La Nueve, y vinculandola sólo a la inestabilidad política de la que, por cierto, no fue causante sino víctima.

En este sentido va el libro de Arturo Pérez-Reverte La Guerra Civil contada a los jóvenes, en el que abundan calificativos como “tragedia”, “barbarie” o “guerra entre hermanos”, pero se elude el quién causó esa guerra, quién desató la mayor barbarie y quién sólo buscaba defender la democracia. También en este sentido, el libro de Fernando del Rey, La Retaguardia Roja, que precisamente llama “roja” a la retaguardia republicana, adoptando el lenguaje de los sublevados. Y en este sentido, por supuesto, el vídeo que aquí comentamos, ávido en la crítica a los nazis, pero que del franquismo y la represión a los republicanos no quiere hablar mucho.

A veces se recurre a decir barbaridades (no olvidemos a Ortega Smith hablando de las Trece Rosas). Otras, simplemente basta con callar la verdad. En este caso, se habla de los españoles que combatieron junto a los aliados en la II Guerra Mundial, pero se calla todo lo relativo a su historia y sus motivaciones.

Se calla que esos “trabajos forzados” que menciona el vídeo fueron impuestos a los exiliados por la Francia de Vichy, que sentía antipatía hacia los exiliados españoles, no por españoles sino por republicanos (debido a la afinidad mutua entre él, los nazis y el franquismo en España). Se calla también que estos llevaban la bandera republicana bordada en sus uniformes, que la llevaban también pintada en los vehículos que utilizaban, o que desfilaron con sus colores en los estandartes que portaban tras liberar París.

Se calla también uno de los grandes motivos por el que tantos republicanos apoyaron la causa de los aliados, que era la esperanza de que estos, al finalizar la guerra, se volviesen contra Franco y lo expulsasen del poder. Por desgracia, estas esperanzas fueron traicionadas al final de la guerra.

Se entiende todo este despliegue de revisionismo histórico si se tiene en cuenta lo que, tal y como explicamos antes, supone para la derecha en España cualquier mirada hacia el pasado. Debido a ese esquema del que antes hablábamos, en el que se entiende que los republicanos son de izquierda y los sublevados de derecha, las derechas no pueden hacer otra cosa que tratar de olvidar (y que los demás olviden) el pasado, tanto republicano como de la dictadura. Para ello, hacen lo que haga falta, ya que en ello se les va la posibilidad de justificarse a sí mismos políticamente. Al fin y al cabo, en democracia difícilmente podrías justificarte como herederos de una antigua dictadura.

Y la pregunta es: ¿Y realmente esto tiene que ser así? En mi humilde opinión, en absoluto. El eje interpretativo de la llamada Guerra Civil que nos lleva a esta situación es esencialmente falso: Al igual que la II Guerra Mundial no fue una guerra entre izquierdas y derechas, tampoco lo fue la Guerra de España. Ambas fueron guerras entre la democracia y el fascismo, y no entre el fascismo y una ideología en particular, sea esta de izquierda o de derecha. En España, contra lo que suele pensarse, no sólo hubo republicanos de izquierda, sino también republicanos de derecha, entre los que se encuentra ni más ni menos que el primer presidente del gobierno de la II República, Niceto Alcalá-Zamora.

Sin embargo, nuestra derecha no puede, al menos a día de hoy, viendo esto con claridad, reconocerse en el pasado de la lucha antifascista. Y no puede, a mi parecer, porque al seguir siendo prisionera de ese esquema en el que los republicanos son de izquierdas y los sublevados de derechas, se ve necesariamente abocada a sentirse reflejada en los últimos y, por lo tanto, a defenderlos. Estoy seguro de que a gran parte de los votantes de centro-derecha de este país no les agrada que se les pueda asociar al franquismo, y agradecerían dirigentes de derecha que les hiciesen verse reflejados, por ejemplo, en Niceto Alcalá-Zamora.

Sin embargo, no es ese el rumbo que parece que toman la mayor parte de los referentes de la actual derecha española. En su lugar, la derecha mediática parece, por lo menos por lo de ahora, más dispuesta a seguir viéndose reflejada en los sublevación armada contra la República y en la dictadura a la que nos llevó el triunfo de estos sublevados en la guerra. Y es precisamente por esto por lo que se debate entre exaltar al franquismo, como Ortega Smith; o en tratar de ocultarlo, como el corto de La Nueve.

Mientras tanto, seguiremos así: Sin poder hablar de los momentos oscuros de la historia de nuestro país, pero hablando de los de Alemania. Condenando a los nazis, pero no al franquismo. En definitiva, viendo la paja en el ojo ajeno, pero no la viga en el propio.
 
 


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