El modelo educativo franquista (I)

El modelo educativo franquista (I)
Julián Arroyo Pomeda

El objetivo central de la educación, una vez ganada la Guerra Civil, fue modificar el modelo de la Segunda República. ¿Por qué no se orientó hacia la continuidad de lo que había estado funcionando? Porque era imposible, dada la orientación anterior, calificada de materialista y atea, y, consiguientemente, antiespañola. El nuevo modelo tendría que recuperar el fuste de la Nación española con la que todos debían identificarse.

¿Qué propugnaba la República? Estableció una pedagogía dinámica con exposición libre en las aulas, seguida de discusión y propuestas imaginativas de pensamiento, junto al estudio y la reflexión individual a fin de adoptar las propias convicciones, afianzadas y asentadas.

La mujer tenía que ser educada en condiciones equiparables al varón, respetando su propia dignidad. En la escuela se practicaba la laicidad, que suponía el reconocimiento de las iglesias para enseñar sus doctrinas, aunque fuera de los centros escolares y supervisada por el Estado.

Esto era contrario a las familias, la Iglesia y la Patria, por lo que el Movimiento Nacional debía destruirlo para volver a la normalidad. A ello se pusieron de diversas maneras. La principal fue la represión de los maestros republicanos. En esto un régimen dictatorial no se podía andar con remedios suaves, sino que actuó de manera radical. Al profesorado registrado se le propuso un expediente de depuración. El criterio fue la unidad nacional y el catolicismo. Todos los que no entraban en estas bases fueron expulsados. Contra la unión nacional iban las ideologías, filiación política, pertenencia a partidos, actividades relacionadas con el Frente Popular y ser afín a la República. Igualmente ocurría con la carencia de prácticas religiosas, que las autoridades militares y eclesiásticas de cualquier ciudad podían confirmar.

La depuración incluyó detenciones, suspensión de sueldo, expulsiones del cuerpo, destituciones y el olvido completo de cualquiera que se encontrara entonces de vacaciones en el verano de 1936 y, en último caso, el asesinato. En contraste, los partidarios del Movimiento eran ascendidos automáticamente. Se empleaba también el destierro a lugares sin visibilidad y con suspensión de sueldo, a veces, durante un tiempo hasta comprobar el arrepentimiento sincero. La consecuencia fue acudir a personas del régimen, o a las autoridades religiosas para pedir certificados de buena conducta, viéndose obligados a humillarse ante curas y monjas, que podían conocer a las familias. Con el tiempo todo se centralizó en el Ministerio de Educación. Para ocupar las plazas que quedaban vacantes colocaron a quienes habían luchado tres meses en el bando nacional y tenían título de maestro. Para el bachillerato exigían haber permanecido seis meses en el frente.

El nuevo modelo implantado se denominó Educación nacional-católica, lo que dio lugar después al nacional-catolicismo. Por supuesto, se suprimió el laicismo y la educación en otras lenguas nacionales por atentar contra la unidad nacional y también la coeducación. Las escuelas de los pueblos tenían dos espacios, uno para niños y otro para niñas en el mismo edificio y, generalmente, con maestro y maestra.

En los años 40 las Escuelas nacionales eran escasas y se encontraban deterioradas y con escasos recursos. Algunos pupitres, una estufa, ventanas con cierres deficientes y con trozos de cristal rotos, paredes desconsoladas y limpieza escasa. Tampoco se reservaban presupuestos para nuevas construcciones. En muchos lugares ni siquiera había casa para los maestros. Era el Cuerpo de Inspectores quien tenía que pelear con los Gobernadores Civiles para sacarles los recursos, pero conseguía muy poco. No resulta extraño que reinara la desidia por doquier.

La situación económica del magisterio era, igualmente, catastrófica. En las ciudades más extensas buscaban otra ocupación complementaria, como la contabilidad en comercios y hasta las ventas a comisión. En 1950 el sueldo de un maestro era de 7200 pesetas anuales. Esto influiría en la feminización del magisterio. Pasar más hambre que un maestro de escuela era un dicho común. La gente de los pueblos se compadecía de ellos y les llevaba algunos chorizos, morcillas y tocino, cuando hacían la matanza, y durante el año, algunas legumbres.

Los maestros se formaban en la Normal, que lo controlaba todo y manipulaba las ideas de las diferentes materias. Por eso la formación científica era escasa, aunque las necesidades fueron muchas. La más importante era la labor para acabar con el analfabetismo, que en aquella época tenía índices muy elevados. En el mundo rural llegaba al 50%, como consecuencia de la falta de escuelas. Algunos curas del pueblo con conciencia social organizaban clases para mayores en su propia casa por la noche. Allí aprendían a leer y escribir, junto con algo de cuentas, para apañarse, aunque ellos llevaban la contabilidad de cabeza y se equivocaban poco. Una de las cosas que les hacían más felices era aprender a hacer su firma, porque les daba vergüenza firmar con el dedo mojado en tinta.

El cura dedicaba a esto una paciencia infinita y la mayoría se lo agradeció de corazón. Para decirlo todo, el analfabetismo no fue original de la época franquista, porque ya se consideraba un grave problema durante la República. Asistir a clase tenía carácter obligatorio, pero lo común era que faltara un tercio de los matriculados. Llegaron a poner multas por la falta de asistencia. Las razones para faltar eran variadas, pero todas se centraban en la necesidad de ayudar en las faenas del hogar para echar una mano a la madre, acercar la comida al campo, cuidar a niños pequeños. Esto era lo perentorio. Como anécdota, diré que todavía en 1976, cuando yo mismo ocupé mi plaza en el único Instituto que había entonces en Andújar (Jaén), ante mi pregunta por un alumno, que no se encontraba en clase, y querer saber si se encontraba enfermo, se reían y contestaban: No, está en el olivo. Claro, era la época de recogida de aceitunas y tenía que ayudar en el campo.


Fuente → diario16.com

banner distribuidora