Martí Ariza Sadurní
Reseña del libro de Antoni Domènech: Por un republicanismo socialista, Barcelona, Verso Libros, 2025
En momentos de confusión y mutación semántica en los que conceptos fundamentales para la filosofía y para la vida política de nuestras sociedades se ven mezquinamente distorsionados, despunta el enorme poder clarificador de la enseñanza de Antoni Domènech. Sus libros, De la ética a la política, y especialmente El eclipse de la fraternidad, han contribuido decisivamente a la reconstrucción del vínculo entre el socialismo y el republicanismo. El que aquí reseñamos, cuidadosamente editado por Verso Libros, recoge algunos de los escritos e intervenciones de Domènech en las últimas dos décadas de su vida[1].
Libertad, democracia, dominación, justicia, socialismo, república o propiedad son algunos de los conceptos que orientan los doce textos que componen este libro. La mirada profusamente documentada de Domènech, interesada por las raíces históricas de los conceptos, conducirá al lector hacia sendas diversas: de Aristóteles a Gerald Cohen, pasando por Thomas Paine, Robespierre, Marx, Rosa Luxemburg, Manuel Sacristán o Silvia Federici.
El texto que inaugura el libro es presumiblemente uno de los más densos técnicamente. Allí Domènech expone la distinción entre la «justicia completa» y las justicias parciales «conmutativas» y «distributivas». Con respecto a esta última, discute inicialmente su traducción meritocrática: «a cada uno de acuerdo con su contribución al producto social» (p. 42). El catedrático catalán señala que la asimetría informativa, junto con la envidia y el resentimiento psicológico que puede generar en los individuos, aminora notablemente su aplicabilidad. El capítulo finaliza con el abordaje de los criterios de justicia distributiva no-meritocráticos. En torno a la célebre tesis de la Crítica del Programa de Gotha, Domènech problematiza los conceptos de «necesidad» y «capacidad». Para la consecución del ideal marxiano de justicia, señala tres condiciones que deben garantizarse: el carácter autotélico del trabajo; la capacidad de los individuos como generadores de utilidad; y la calidad de unos bienes de consumo que no solo deben satisfacer las necesidades humanas —sin obviar las referidas a la exigencia de estímulos—, sino que deben también ser compatibles con las urgentes restricciones ecológicas.
El socialista barcelonés termina sosteniendo con firmeza que, en la eventual transición hacia el ideal marxiano de una asociación republicana de productores libres e iguales, cualesquiera de las etapas imaginables deberán juzgarse de acuerdo tanto con los criterios de justicia parcial como con los del ideal regulativo de la justicia completa.
En «El socialismo y la herencia de la democracia fraternal», Domènech reivindica la tradición republicana democrática como fundamento del socialismo moderno:
El socialismo del movimiento obrero europeo decimonónico se entendió a sí mismo (…) como continuación por otros medios, y en condiciones económicas y sociales muy cambiadas, de la tradición revolucionaria de la democracia fraternal (p. 64).
La democracia fraternal republicana se articulaba en torno al ideal de universalización de la libertad política, o lo que es lo mismo, la ambición de garantizar que nadie tenga que pedir permiso para poder subsistir. En el marco de esta tradición, el texto concluye con la propuesta de un programa renovado para la democracia revolucionaria fraterna que actualice la lucha contra el despotismo estatal y patronal —incontrolables fiduciariamente por la ciudadanía—, contra el despotismo doméstico, y contra una economía tiránica que ensalza nuevos privilegios plutocráticos y frustra la plena emancipación de la sociedad civil.
El tercer capítulo recoge una intervención en homenaje a Manuel Sacristán en el vigésimo aniversario de su muerte. Domènech destaca de Sacristán su profundo antifilisteísmo, esto es, su devoción por las cosas mismas, su aprecio por el saber al margen de su eventual valor instrumental:
El filisteo (…) actúa como si sostuviera que solo es deseable el conocimiento que sirve para algo (para ganar dinero, para ser famoso, para escalar en la jerarquía académica, para lograr una tecnología útil, para hacer la revolución, para ligar, etc.) (p. 72).
La misma guerra sin cuartel que Sacristán libró contra la mirada consecuencialista del saber, contra el filisteísmo —sin obviar «el filisteo agazapado que todos llevamos dentro» (p. 82) — también la ejerció con vigor Antoni Domènech. Así recuerda Daniel Raventós, en un prólogo que acierta en otorgar un sentido tanto cronológico como conceptual al conjunto de intervenciones que se recogen en el libro, al catedrático catalán: Antoni Domènech fue un antifilisteo extremista, republicano, antimonárquico y socialista.
En «Una izquierda sin permiso», Domènech presenta la revista Sin Permiso, de la que fue miembro fundador, como un proyecto laico, «enemigo por igual de la obscuridad de las jergas sectarias, académicas o no, y de la infertilidad de las escolásticas dogmáticas» (p. 92). Pueden rastrearse en esa intervención diversas tesis interesantes del pensamiento de Domènech de entre las que destaca significativamente el vínculo entre el relativismo filosófico y el fascismo de los años veinte y treinta del siglo pasado:
(…) en el núcleo intelectual del fascismo europeo estuvo la apología del relativismo filosófico; intelectualmente, el fascismo fue el triunfo de la arbitrariedad, el todo vale, el me ne frega mussoliniano, el cínico desprecio de los valores éticos y epistemológicos de la Ilustración y de la herencia política democrático-plebeya de la Revolución francesa (p. 87).
Frente al oscurantismo relativista, germen espiritual del fascismo europeo, Domènech expresa su compromiso con los valores de la transparencia, con el cultivo de la investigación históricamente informada, con el amor al saber en sí mismo y con el respeto de los hechos objetivos. A su juicio, son estos los principios rectores que debieran acompañar la cultura filosófica del antifascismo contemporáneo.
En «Público y privado: Republicanismo y Feminismo académico», María Julia Bertomeu y Antoni Domènech sostienen que buena parte de los aciertos del feminismo académico contemporáneo tienen que ver con la recuperación de un concepto olvidado en la filosofía política reciente: la «familia», cuyo origen es famuli, término que designaba a los esclavos. En este sentido, alegan que su redescubrimiento como objeto central por parte del feminismo se alinea con la preeminencia que le reconocía la tradición filosófica republicana.
Asimismo, Bertomeu y Domènech problematizan brillantemente la distinción entre lo público y lo privado a colación de la obra de Susan Moller Okin y de Carol Pateman. Lo hacen destacándolo como un recurso conceptual abordado frecuentemente de manera ahistórica y ainstitucional, menguando así su potencia explicativa:
Una empresa privada es tan «privada» como la familia, y en punto al trabajo femenino, lo que importa no es esa arbitraria distinción entre «público» y «privado», sino, por lo pronto, que un trabajo sea remunerado, y el otro no. (…) la hiperdomestización de lo «privado» parece dejar fuera de consideración y crítica normativa el otro complejo institucional causante de la opresión patrimonial-privada de las mujeres de nuestra época: su subordinación y dependencia, en forma de trabajo asalariado en la vida productiva, de patronos y capitanes de industria no menos privados (pp. 100 y 104).
El sexto capítulo está compuesto por una entrevista con motivo del 125 aniversario de la muerte de Marx. En esa ocasión, Domènech reflexiona sobre la vitalidad de los diagnósticos marxianos. Frente a la «alianza impía tácita entre la verborrea relativista posmoderna y postestructuralista, anticientífica y antirracionalista, y una retórica autocomplaciente pretendidamente muy «científica», dominada (…) por la teoría de la elección racional» (p. 112), el filósofo barcelonés reclama una vuelta a Marx, al que define como un filósofo de la libertad. Asimismo, encontramos allí valiosas reflexiones sobre el desplazamiento semántico de dos términos clave: «democracia» y «dictadura».
El primero de ellos refería desde tiempos de Pericles hasta el 1848 europeo al gobierno de los pobres libres. En el caso de Marx, no existe mención alguna a la expresión «democracia burguesa», una contradictio in terminis al estilo de un círculo cuadrado o un hierro de madera (p. 109), sino que su pensamiento se inserta en la tradición del movimiento robespierrista de la democracia revolucionaria.
Por otro lado, queda también fundamentado el sentido de la noción de «dictadura del proletariado». Domènech nos recuerda que antes del siglo XX «dictadura» refería a una institución republicana en la que el fideicomitente encargaba el gobierno de la República a un dictator. Este, en calidad de fideicomisario y finalizado el período de su encargo, debía rendir cuentas de sus actos[2]. Rememorando el sentido comisario del concepto, Domènech advierte de los riesgos de la manipulación de las tesis marxianas a partir de una interesada reconfiguración semántica.
En el séptimo capítulo, nos encontramos con una mordaz sátira en la que Pedro y Satanás, visiblemente alterados, discuten sobre la orden de ingreso de Marx al Cielo y al Infierno, respectivamente. El Diablo se ve obligado a devolver a Marx al Cielo: «Este hijo de puta ha destruido en unos pocos años nuestra paz y nuestro ancestral orden social» (p. 115) y, tras su entrada, Pedro advierte los riesgos de una campaña desalienadora por parte del viejo de Tréveris. La fábula termina con una irónica respuesta de Pedro a la petición de Satanás de organizar una cumbre entre él y Dios que no osamos desvelar para mayor disfrute del lector.
En «Propiedad y libertad republicana: una aproximación institucional a la renta básica», Daniel Raventós y Antoni Domènech recuerdan que la libertad republicana está indisociablemente vinculada con la independencia material. Mientras que la tradición republicana democrática perseguía la extensión de la libertad al conjunto de la ciudadanía[3], la tradición republicana oligárquica se negaba a su universalización. Ambas tradiciones comparten la tesis de que los medios de existencia son necesarios para la libertad. Sin embargo, frente a un mismo diagnóstico, sus soluciones son radicalmente opuestas: el republicanismo no democrático defiende la exclusión de los no propietarios de la ciudadanía, y el republicanismo democrático anhela garantizar que el conjunto de la ciudadanía sea libre, esto es, materialmente independiente. Es importante insistir en que la conexión entre libertad y condiciones materiales de existencia, entre democracia y propiedad, es compartida por el conjunto de la tradición republicana. Sería precisamente este vínculo el que, a juicio de los profesores catalanes, el neorrepublicanismo habría tendenciosamente descuidado.
En cualquier caso, Raventós y Domènech presentan la renta básica como una medida conceptualmente compatible con el republicanismo democrático: un instrumento capaz de garantizar institucionalmente la independencia material de la ciudadanía. Formulado robespierreanamente: asegurar a los miembros de la sociedad civil su derecho de existencia. Solo así pueden ser libres, o lo que es lo mismo, pueden vivir sin pedir permiso a otro.
En «Dominación, derecho, propiedad y economía política popular (Un ejercicio de historia de los conceptos)», se analiza el recorrido semántico de esos conceptos desde la tradición iusrepublicana romana hasta la democracia revolucionaria de Robespierre. Resulta especialmente atractivo el papel que desempeña el gorro frigio «de la libertad republicano-democrática antigua, medieval, moderna y contemporánea» (p. 150) en la genealogía que traza Domènech.
Si algo enseña la historia es que las olas de los grandes movimientos populares y los grandes ideales socialmente encarnados, como las olas oceánicas, tienen una fuerza proporcional a su longitud de recorrido. Las que vienen de muy lejos, aparentemente calmas en superficie, rugen invisibles en las zonas abisales y terminan abatiéndose inopinadamente con una potencia indescriptible sobre las playas y los arrecifes de destino (p. 127).
Con este horizonte, Domènech invita a los socialistas anticapitalistas contemporáneos a ponerse el gorro frigio, símbolo de la emancipación de toda servidumbre.
En el décimo capítulo, Domènech ofrece una crítica exhaustiva del marxismo analítico, particularmente de la obra de Gerald Allan Cohen. Pone de relieve que la ahistoricidad y la incomprensión de la contingencia por parte de la filosofía analítica dificultan un intento fértil de reconstrucción del materialismo histórico. No menos importante es la denuncia de Domènech a la deriva de la teoría económica neoclásica hacia una teoría de la elección racional que resultaría incompatible con el individualismo metodológico y con la intencionalidad en sentido filosófico. Nos encontramos también en este texto con un análisis crítico de la filosofía política postutilitarista, así como con una reivindicación de la economía política clásica y del socialismo normativo.
En «El experimento bolchevique, la democracia y los críticos marxistas de su tiempo», Domènech reconstruye el legado de la Revolución de Octubre incorporando las críticas de Luxemburg, Mathiez o Kovalesky y confrontando con otras interpretaciones doctrinarias. En unas líneas que revelan el profundo conocimiento histórico de Domènech, el pensador catalán defiende la centralidad de los derechos democráticos como raíces normativas del socialismo y reivindica una tradición republicano-socialista que, frente a sus deformaciones autoritarias, se fundamente en la deliberación popular, en la representación política comprendida en términos de relación fiduciaria, y en una articulación institucional de la justicia social.
En el texto que cierra el libro, «Hace 87 años: la República española. Entre la Segunda y la Tercera», Domènech ofrece un rico ejercicio de derecho constitucional comparado. El catedrático barcelonés lo hace enfatizando especialmente las posibilidades que las distintas constituciones tenían de regular la propiedad privada.
En este sentido, destaca el artículo 27 de la Constitución mexicana de 1917 que inspiró el 42 de la Constitución de la Segunda República española y el 153 de la de Weimar. En tales artículos se explicitaba que era el legislador el encargado de concretar la determinación de la función social de la propiedad constitucionalmente garantizada. Esto ofrecía la posibilidad de reformas y regulaciones profundas de la propiedad que los golpes de estado fascistas se encargaron de frustrar. Las nuevas Constituciones post-1945 se caracterizaron precisamente por la desaparición de tal potestad del legislador para regular la propiedad. El nuevo consenso fordista ofrecía a cambio la promesa de un aumento constante de la capacidad de consumo y de bienestar material. Domènech nos invita a trascender ese modelo con el espíritu de radicalidad democrática que inspiró la Constitución de la Segunda República Española.
En definitiva, la fecundidad y profundidad de estos doce textos hacen de la publicación de Por un republicanismo socialista: la propuesta de un antifilisteo radical un hito destacable al menos en dos sentidos. En primer lugar, porque es innegable su capacidad de intervenir en el debate político contemporáneo. Buena parte de las aportaciones recogidas permanecen indudablemente vigentes y no es exagerado sostener que resultan imprescindibles para aquellxs interesadxs en el republicanismo, la democracia y el socialismo. En segundo lugar, porque profundiza una tarea de reconocimiento de la figura de Domènech que no estará nunca a la altura de la erudición, claridad y compromiso del maestro. Algunos de los que ahora precariamente habitamos la Universidad llegamos a la facultad después de la triste muerte de Domènech en 2017. Generación tras generación, su enseñanza sigue generando la admiración que solo pueden cosechar los grandes pensadores. Valga esta reseña como humilde homenaje.
[1] Dos de los doce textos que integran el presente volumen, fueron elaborados en régimen de coautoría. El capítulo 5, «Público y privado: Republicanismo y Feminismo académico», en colaboración con María Julia Bertomeu; el capítulo 8, «Propiedad y libertad republicana: una aproximación institucional a la renta básica», junto con Daniel Raventós.
[2] Es aquí de interés que Domènech aluda a la propuesta que Felipe Sánchez Román le hizo a Azaña en junio de 1936, a saber, encabezar una dictadura republicana. Se trata de una prueba histórica más que demuestra que no fue hasta el advenimiento de las tiranías de siglo pasado que el concepto de «dictadura comisaria» se vio eclipsado por el de «dictadura soberana».
[3] Conviene precisar que «ciudadanía» refiere al estatus legal de un sujeto con personalidad jurídica plena e inalienable (sui iuris) que se vincula con la participación en el cuerpo político. En este sentido, no equivale al conjunto de la sociedad, que la conforman también aquellos sujetos alieni iuris. Entre estos, se encontraban los esclavos, las mujeres, los niños, los extranjeros, y también los trabajadores asalariados — a los que Aristóteles llamaba esclavos a tiempo parcial—, cuya dependencia del patrón comprometía su condición sui iuris. Aquel que no disponga de las condiciones materiales suficientes para vivir sin la interferencia arbitraria de ningún particular no puede considerarse un ciudadano sui iuris, esto es, un ciudadano libre con capacidad jurídica plena. Sea como fuere, Domènech y Raventós nos convocan a considerar la voluntad democrática jacobina como el ideal de la universalización de la condición sui iuris.
Fuente → sinpermiso.info



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