Los verdugos franquistas que sembraron el terror en Zaragoza tras el golpe del 36
Los verdugos franquistas que sembraron el terror en Zaragoza tras el golpe del 36 / Henrique Mariño
 
El historiador David Alegre analiza por qué hubo tantos asesinatos sistemáticos en la provincia aragonesa y pone nombre a sus ejecutores en su último libro.

Conocemos el nombre de las víctimas, pero no dónde se encuentran los cuerpos de algunas. Sabemos en qué lugar están enterrados los victimarios, pese a que ignoremos sus nombres. Sí, figuran en sus lápidas, aunque la impunidad y el miedo los han silenciado. David Alegre (Teruel, 1988) se ha propuesto en su último libro, Verdugos del 36 (Crítica), desvelar quiénes fueron los perpetradores de los crímenes, piezas macabras del engranaje de la maquinaria represora tras el golpe de Estado de Francisco Franco.

El historiador se ha centrado en su tierra, Aragón, y concretamente en su capital. David Alegre calcula que entre el verano y el otoño de 1936 mataron a unos 3.500 civiles en toda la provincia, sobre todo en la ciudad. ¿Por qué Zaragoza? Hay varios motivos, pero su situación geográfica estratégica fue determinante: el triunfo instantáneo en la urbe del golpe del 18 de julio evitó que se abriera un corredor entre Barcelona y Madrid, aislando el norte sublevado, incluida Navarra.

Sin embargo, el fracaso del bando rebelde en su avance sobre Madrid provocó que los golpistas temiesen tanto un avance republicano en los nacientes frentes de guerra como insurrecciones en la retaguardia. "Utilizaron la violencia para imponerse de manera anticipatoria", explica David Alegre, quien recuerda que Zaragoza, con 200.000 habitantes, fue la segunda ciudad más importante que cayó en manos de los sublevados, lo que planteó "un reto securitario de primer orden", pues era evidente el peso del movimiento obrero, el arraigo de los sindicatos CNT y UGT y la presencia de numerosos emigrantes del campo empobrecidos y descontentos.

Con los esfuerzos de las tropas franquistas centrados en el avance desde el sur sobre Madrid, la sensación de "fragilidad" en Aragón era evidente, lo que motivó que la prioridad fuese "poner fuera de circulación" a los republicanos que podían articular resistencias. Los asesinatos comenzaron a aumentar sobre todo con la visita del general Mola el 9 de agosto y con la llegada de un teniente coronel de estado mayor —del que hablaremos más adelante— que sistematizó las "políticas eliminacionistas".

El autor de Verdugos del 36 considera que no hubo un "plan maestro prefijado" para asesinar a los republicanos, pero las circunstancias los hicieron sentirse vulnerables y expuestos y, entonces sí, los golpistas llevaron a cabo "políticas sistemáticas sostenidas en el tiempo de eliminación". Es decir, había una "predisposición" que, ante los reveses sufridos tras el golpe, condujo a una "política de exterminio": al menos 3.500 asesinados en Zaragoza y una cifra menor en el resto de Aragón.

El general Mola pide mano dura y la represión viene acompañada de una reorganización militar. El bando franquista debe preservar la región y la herramienta elegida es el terror. Hay que eliminar a todo aquel que, a su entender, supone una amenaza. Son muchos los nombres detrás de los artífices del golpe contra la Segunda República —Franco, Queipo de Llano, Sanjurjo, Mola, etcétera—, aunque David Alegre perfila a continuación a cinco protagonistas de la "maquinaria eliminacionista" en Zaragoza.

El cerebro de la política de eliminación

Darío Gazapo, teniente coronel y hombre de confianza de Franco, es enviado de urgencia a Zaragoza y nombrado jefe de Estado Mayor de la 5ª División Orgánica (5DO) a finales de agosto. Su objetivo era doble: reforzar el frente de guerra y apuntalar la retaguardia mediante las labores de inteligencia y el exterminio. “A él se le atribuía el establecimiento de un centro clandestino de detención [y tortura] en el chalé del número 31 del paseo de los Ruiseñores”, escribe en Verdugos del 36 David Alegre, quien esboza al personaje.

Perfil técnico, hombre de arraigadas convicciones políticas, estratega y "cerebro de todo", arquitecto y "cabeza pensante de toda la zona golpista en Aragón", principal responsable de la maquinaria eliminacionista… "Camisa azul de primera hora", según la prensa falangista zaragozana, formó parte del primer Secretariado Político de FET- JONS, lo que indica que "Franco tenía confianza ciega en Gazapo", según el profesor de Historia Contemporánea en la Universitat Autònoma de Barcelona.

El trabajo sucio de Falange

Oficial de caballería curtido en unidades coloniales, Santiago Tena es el responsable de diseñar los operativos, de señalar los objetivos y de coordinar las cuadrillas de perpetradores sobre el terreno. "Complejo y controvertido", según David Alegre, en febrero de 1937 fue nombrado delegado nacional del Servicio de Información e Investigación, la agencia parapolicial de Falange, encargada de llevar a cabo misiones de carácter secreto y espionaje no solo en la zona nacional y en la roja, sino también en los países europeos.

El policía de la patronal

Comandante de Estado Mayor, José Derqui alternó la carrera castrense con los negocios. Empresario y director del Banco Español de Crédito en Zaragoza, fue nombrado jefe superior de Policía y delegado de Orden Público. Era, en palabras del autor de Verdugos del 36, "el hombre de confianza de la patronal zaragozana en el aparato de poder golpista" y el responsable de "llevar la agenda de los grandes intereses económicos a la maquinaria de eliminación". Es decir, el asesinato como "objetivo político, pero también en beneficio propio o del empresariado".

Señorito de día, asesino de noche

Julio Alcalá Royo no era un verdugo de origen humilde que buscaba trepar socialmente a golpe de pistola, sino un abogado de éxito, de "buena familia" y celebrado por la prensa. Sin embargo, "debió de llevar una suerte de doble vida entre 1936 y 1937, siguiendo con sus quehaceres profesionales cotidianos durante el día al tiempo que participaba de forma activa en las ejecuciones durante la noche", escribe David Alegre, quien sostiene que "no solo fue uno de los más destacados ejecutores de Zaragoza, sino que incluso se jactaba de haber matado en una sola jornada hasta cuarenta personas".

Por ello, lo describe como un Dr. Jekyll y Mr. Hyde, aunque terminaría siendo apartado de la vida pública zaragozana, hasta el punto de que murió solo y sin esquela. "Es posible que su presunta implicación en los asesinatos, decidido a actuar al pie mismo de la fosa, acabara escandalizando a sus iguales, acostumbrados a dejar ese trabajo sucio" en otras manos, elucubra el historiador. "Que una persona de buena familia se remangara para matar era considerado sádico y gratuito".

El criminal despiadado

José María Cazcarra Clavería era un hombre que lo había perdido todo. Comerciante textil arruinado, fue encarcelado durante un mes por un delito de alzamiento de bienes con el cual intentó estafar a sus proveedores, pero el golpe de Estado evitó que fuese juzgado. "La guerra civil fue un marco propiciatorio para volver a ganarse el respeto, por lo que decidió participar en la maquinaria de eliminación y dar rienda suelta a sus instintos", explica David Alegre, quien recuerda que se hizo falangista y se convirtió en el secretario de Santiago Tena, o sea, en "un facilitador de su jefe". Frustrado, radicalizado y violento, encarna al "asesino" del 36, porque era "un matón en toda regla". Un perfil necesario porque, como advierte el historiador aragonés, "hace falta mucha gente y una organización precisa para poder matar sistemáticamente". 


Fuente → publico.es

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