
El 9 de julio de 1936 llegó en tren a San Vicente de la Barquera una expedición compuesta por seis profesores y 53 niños y niñas, de entre ocho y trece años, procedentes de los arrabales y zonas socialmente deprimidas de Madrid para disfrutar de un descanso veraniego que se prolongó durante meses por el levantamiento militar
Las colonias infantiles de vacaciones fueron introducidas por la Institución Libre de Enseñanza en la vida educativa española durante el período de la Segunda República. Con ellas se trataba de buscar el fortalecimiento físico de los niños y, al mismo tiempo, desarrollar en ellos unos principios encaminados al descubrimiento y a la puesta en práctica de valores ligados a la convivencia, el respeto humano, la compresión del mundo y el goce de la naturaleza y del arte.
Las bases fundacionales de la Institución se gestaron en 1876, durante una estancia de verano de Giner de los Ríos en Cabuérniga, junto a Augusto González de Linares, Nicolás Salmerón y Manuel Ruiz, y el proyecto pedagógico de las colonias de verano se inició en el año 1894 y no se interrumpió hasta 1936.
Buen conocedor de la región, Giner optó por San Vicente de la Barquera como emplazamiento de una de las principales sedes de sus colonias, debido a que la villa marinera disponía de un magnífico entorno para desarrollar un programa educativo basado en excursiones y paseos, juegos, baños y trabajo, en estrecho contacto con el medio natural.

El 9 de julio de 1936 llegó en tren a San Vicente de la Barquera una expedición compuesta por seis profesores y 53 niños y niñas, de entre ocho y trece años, procedentes de los arrabales y zonas socialmente deprimidas de Madrid. Desde el apeadero de La Acebosa, prosiguieron a pie el camino hasta San Vicente, mientras una carreta de bueyes trasladaba su equipaje. Todos ellos esperaban disfrutar de unas semanas de respiro y paz en la costa cantábrica.
Durante los primeros días la vida en la colonia discurrió según lo previsto: el desayuno, la lectura, el reposo al aire libre, el camino de la playa, el baño, alternando con ejercicios gimnásticos y juegos. Más reposo después de la comida, merienda hacia las cinco de la tarde y paseo por el campo. Después de la cena, canciones populares y a la cama. En días sucesivos hicieron excursiones a La Hermida, a Potes, al Puerto, al Faro y al Espolón.
El día 18 de julio, Leopoldo Fabra, uno de los profesores, se trasladó hasta Santander para que hicieran una radiografía de tobillo a una de las niñas. Al llegar a la ciudad escuchó las primeras noticias sobre el levantamiento militar en África. Cuando regresó a San Vicente con la información, el equipo de monitores decidió esperar la evolución de los acontecimientos y no alarmar innecesariamente a los niños.
La colonia continuó con su actividad cotidiana, y los días siguientes transcurrieron entre rumores y noticias cada vez más preocupantes: el norte de la Península había quedado aislado del resto del territorio republicano y, a los pocos días, el correo de Madrid dejó de llegar a San Vicente. Los niños, al no recibir cartas de sus familias, empezaron a hacer preguntas.

Fue entonces cuando los monitores decidieron protegerlos de la realidad mientras buscaban una forma de regresar a Madrid. Para ello acordaron crear una apariencia de normalidad, dedicando las noches a escribir falsas cartas de los padres donde estos les contaban a sus hijos que en casa estaban todos muy bien, y que se les echaba mucho de menos, ocultándolos cualquier referencia a la guerra. Más tarde, los monitores entregaban a los niños la correspondencia como si acabase de traerla el cartero de San Vicente.
De ese modo discurrió el mes de julio, y al llegar agosto, el equipo entendió que la situación en la colonia infantil no se podía prolongar por mucho más tiempo. A mediados de mes, Bustos y Fabra, dos de los responsables de la colonia, se trasladaron hasta San Sebastián para gestionar con las autoridades vascas la salida a Francia por Irún. Transcurrió entonces casi un mes de espera, y a principios de septiembre recibieron la noticia de que, por fin, podían trasladarse hasta San Sebastián, y aguardar allí el momento más oportuno para atravesar la frontera.
La expedición abandonó San Vicente de madrugada y pasaron la noche en un hotel de San Sebastián. Al amanecer del día siguiente se acercaron al límite con Hendaya, donde comprobaron que la lucha en torno a Irún era muy violenta, a pesar de lo cual, cruzaron la frontera con gran riesgo para sus vidas.
Una vez en el lado francés, las autoridades galas les cedieron un vagón de tren en el cual atravesaron el sur de Francia hasta llegar a Portbou, lugar desde el que un tren español los transportó hasta Barcelona. Desde allí, y a través de Valencia, llegaron finalmente a Madrid, donde las familias aguardaban con ansiedad el final de una odisea que se prolongó durante dos meses, dejando en aquellos niños y monitores una huella imborrable.
Fuente → eldiario.es
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