Los españoles han de aprender a quererse
Los españoles han de aprender a quererse
Cándido Marquesán Millán 

Mientras en el lado golpista, como hemos comentado, todo su fundamentaba en la violencia, en el legítimo poder de la República perseguía la moderación de la misma.

 

El título de este artículo lo he extraído del final del discurso pronunciado por Juan Negrín, presidente del Consejo de Ministros de España, el 24 de diciembre de 1938, la fecha es suficientemente significativa. Reproduzco el fragmento final: “Sostenemos y preconizamos la reconciliación. Para lograr una España grande y fuerte es necesario que los españoles ahoguen sus odios y olviden el rencor. Y los españoles han de aprender a amarse (quererse). Esto representa la esencia de los fines de guerra del Gobierno español. Para soldar las dos Españas que hoy se combaten, para imponer la reconciliación y la convivencia después de la paz, el Gobierno de España no podrá vacilar de usar toda su autoridad…” 

Queipo de Llano inflamaba Radio Sevilla, con sus llamamientos al terror que imposibilitara cualquier intento de clemencia: “Hay dos palabras que deben desaparecer del diccionario de la lengua castellana: amnistía e indulto”

¡Qué contraste con los llamamientos a la violencia implacable contra los “enemigos de la patria” por parte de los golpistas! Estos desde el primer momento del estallido de la guerra dieron muestras de sus intenciones represivas hacia aquellos que consideraban no españoles. Ya en el verano de 1936, el general franquista Queipo de Llano inflamaba Radio Sevilla, 10 de agosto, con sus llamamientos al terror que imposibilitara cualquier intento de clemencia: “Hay dos palabras que deben desaparecer del diccionario de la lengua castellana: amnistía e indulto”, proclamaba con gran énfasisLuego fue falso tal discurso, ya que, para los suyos, los golpistas, usaron la amnistía. Mediante el Decreto nº 109, Boletín Oficial de la Junta de Defensa Nacional de España, Burgos 16 de septiembre de 1936, nº 22 amnistiaron a los militares que protagonizaron el primer intento de golpe de estado contra la República Española el 10 de agosto de 1932. En el mismo decreto se indultaba a los militares que habían protagonizado en mayo de 1936 unos altercados contra civiles en Alcalá de Henares. Luego vendría la amnistía franquista de 1939. Ley de 23 de septiembre de 1939 de la Jefatura del Estado se consideraban “no delictivos determinados hechos de actuación político-social cometidos desde el 14 de abril de 1931 hasta el 18 de julio de 1936”. BOE, nº 273, de 30 de septiembre de 1939. La ley fórmula una declaración negativa de hechos delictivos cometidos contra la legalidad vigente entre 1931 y 1936. Con esta curiosa figura alegal se borraba todo delito de quienes reiteradamente habían conspirado o actuado para cercenar el régimen republicano desde su inicio. Mostraba un claro reconocimiento no declarado de que efectivamente la rebelión de julio de 1936 no fue el resultado en puridad de una situación política y social insostenible, sino que desde abril de 1931 un sector del ejército y los grupos contrarios al régimen democrático ya venían conspirando para acabar con la Constitución de 1931 y el Estado que se fundamentaba en ella, independientemente de factores socio-políticos, que pudieran afectar al funcionamiento más o menos correcto de dicho régimen democrático. No hay lugar por tanto al discurso espurio que presenta el golpe de julio de 1936 como un hecho inevitable derivado del caótico funcionamiento de la República.

Pero, insisto, la actuación de régimen fascista contra los para ellos denominados “enemigos de España” fue implacable, durante y tras el final de la guerra. Además, obedeció a un plan premeditado. La misma violencia y represión usadas contra los” enemigos de España”, sirvió de argamasa para unir a los golpistas. Eran plenamente conscientes de que si fracasaba el golpe o eran vencidos en la guerra serían sometidos a consejos de guerra, y acusados de alta traición, que según el código de justicia militar podrían ser castigados con la pena de muerte. Las palabras del discurso del 31 de diciembre de 1939 de Francisco Franco son muy claras en cuanto a ese espíritu de venganza y represión implacables: “Un imperativo de justicia impone, por otra parte, no dejar sin sanción los horrendos asesinatos cometidos, cuyo número rebasa de cien mil; como sin corrección a quienes, sin ser ejecutores materiales, armaron los brazos e instigaron al crimen, creándosenos, así, el deber de enfrentarnos con el problema de una elevada población penal, ligada con vínculos familiares a un gran sector de nuestra nación. Para el Dictador los culpables son claros, ya vienen de lejos, en este mismo discurso: “Mas esta Revolución que tantos quieren, y que ha de ser la base de nuestro progreso, tiene poderosos enemigos; los mismos que a través de los años fueron labrando nuestra decadencia; es la triste herencia del siglo liberal, cuyos restos intentan en la oscuridad revivir y propagarse, fomentados por los eternos agentes de la anti-España. Son los que bajo Carlos III introdujeron en nuestra nación la Masonería a caballo de la Enciclopedia; los afrancesados, cuando la invasión napoleónica; los que con Riego dieron el golpe de gracia a nuestro Imperio de ultramar; los que rodeaban a la Reina gobernadora, cuando decretaba la extinción de las Órdenes religiosas y la expoliación de sus bienes, bajo la inspiración del judío Mendizábal; los que en el 98 firmaron el torpe tratado de París, que a la pérdida de nuestras Antillas unía graciosamente nuestro archipiélago filipino, a muchas millas del teatro de la guerra; los que en un siglo escaso hicieron sucumbir al más grandioso de los Imperios, bajo el signo de la monarquía liberal y parlamentaria; los mismos que en nuestra Cruzada, sirviendo intereses extraños, lanzaban las consignas de mediación y en nuestra retaguardia intentaron verter el descontento…” Toda una visión parcial de nuestra historia. Aquí, se muestra el fantasma para el franquismo, del contubernio judaico-masónico, sin olvidar el comunismo.

Las palabras del discurso del 31 de diciembre de 1939 de Francisco Franco son muy claras en cuanto a ese espíritu de venganza y represión implacables

En base a estos planteamientos se entiende La Ley de Responsabilidades Políticas (LRP).de 9 de febrero de 1939 todo un paradigma de la crueldad de la dictadura, así como falta de unos valores cristianos, como el perdón, la piedad y la compasión.. A cuya legislación brutal la jerarquía católica española no solo no se opuso, sino que la apoyo incondicionalmente, ya que, al máximo responsable de esta política represiva, Franco, lo introducía bajo palio en las ceremonias religiosas. Tampoco hay que olvidar la Carta Colectiva del obispado español con motivo de la guerra, de 1 de julio de 1937, que apoyó a Franco, calificándola la guerra como Cruzada.

En contraste en el lado republicano, los valores hacia los del otro bando fueron muy diferentes, claramente basados en el perdón y la clemencia, valores impregnados de la ideología liberal y la religión cristiana. El gran historiador José Luis Ledesma estima que 49.000 personas fueron asesinadas o ejecutadas en la zona republicana en reacción al golpe de Estado. La violencia represiva ejecutada en la retaguardia republicana fue intensa durante los primeros meses (cuatro quintas partes de esas víctimas en ese período) antes de disminuir repentinamente a inicios de 1937. Desde septiembre de 1936, los gobiernos del Frente Popular trataron de restablecer la autoridad del Estado frente a los comités locales que se habían constituido espontáneamente para enfrentarse a la rebelión, reconstruir un ejército regular, contener los procesos de revolución social y poner freno a las ejecuciones sumarias ejecutadas a nivel local, al margen de la legalidad.

Mientras en el lado golpista, como hemos comentado, todo su fundamentaba en la violencia, en el legítimo poder de la República- aunque impugnado por el proceso revolucionario, para el cual la violencia era buena y justificada- perseguía la moderación de la misma. El respeto a la legalidad y a los valores de la tolerancia era muy claro, aunque no se aceptó de una manera unánime, ya que hubo voces exigiendo la necesidad de la venganza para combatir el fascismo. Del mismo modo las ejecuciones de presos acusados de pertenecer a la quinta columna y condenados a muerte por los tribunales populares creados por el Estado republicano tampoco fueron aceptadas de una manera unánime. Como señala Sophie Baby en su libro ¿Juzgar a Franco? Impunidad, reconciliación, memoria, (2025), una doble inspiración liberal y cristiana animaba para el día después del final de la guerra en el lado republicano. Tal inspiración la manifiestan claramente en diferentes declaraciones, documentos y discursos de los dos políticos más destacados de la República, y también más criticados desde todos los lados, Juan Negrín, presidente del Consejo de Ministros del Gobierno de la República y Manuel Azaña, presidente de la República. Los documentos son suficientemente explícitos. Y al estar escritos y pronunciados para las Cortes y todo el pueblo español, se presupone que están suficientemente meditados.

Todos los sacrificios realizados durante la guerra no iban a ser superfluos, la sangre derramada a raudales por toda la geografía española por unos y otros serviría para redimir los pecados nacionales

Negrín partidario de proseguir la guerra hasta la victoria, exponía en su programa de abril de 1938 una amplia amnistía, y en su décimo tercer y último punto: “Amplia amnistía para todos los españoles que quieran cooperar a la intensa labor de reconstrucción y engrandecimiento de España. Después de una lucha como la que ensangrienta a nuestra tierra, en la que han resurgido las viejas virtudes del heroísmo y de la idealidad de la raza, cometerá un delito de alta traición a los destinos de nuestra patria aquel que no reprima y ahogue toda idea de venganza y represalia en aras de una acción común de sacrificios y trabajo que en el provenir de España estamos obligados a realizar todos sus hijos”.

E igualmente Negrín fue muy claro en su discurso dirigido a los españoles el 18 de junio de 1938: “Y si mientras dure la guerra hemos de ser claros e inexorables con el enemigo abierto o encubierto, anhelamos la paz para incorporar a la ingente tarea de reconstruir y engrandecer España a todos los compatriotas que de buena fe quieran cumplir el deber que a todos nos reclama. ¿O es que hay quien crea que después de esta epopeya sangrienta pueden clasificarse los españoles simplemente en vencedores y vencidos? ¿Hay quien piense que nuestro suelo está tan sobrado de valores que para su reconstrucción podrá prescindirse de unos u otros profesionales de todas las actividades, obreros y artífices de todos los oficios, ingenios de toda clase, según la etiqueta o la ficha del sector combatiente? ¿Es que en la paz habría de seguir la lucha fratricida?”

Por tanto, la amnistía prevista tenía como propósito impedir que se ejerciera la venganza en compensación al sufrimiento causado, mostrar clemencia a los culpables de ayer e integrarlos en la construcción de un proyecto futuro común.

Hasta la derrota de la República, Manuel Azaña trabajó denodadamente por una mediación internacional basada en un armisticio, como preludio a la transición de la guerra a la paz

En estos propósitos encontramos la impronta del pensamiento liberal por el cual se concebía la amnistía como instrumento político perfecto para la pacificación del día después de un conflicto civil. En esa misma línea del liberalismo encontramos la voz de Manuel Azaña, que suplicaba con auténtica desesperación en el Ayuntamiento de Barcelona, el 18 de julio de 1938, la reconciliación, en su célebre discurso “Paz, piedad y perdón”. Hasta la derrota de la República, Manuel Azaña trabajó denodadamente por una mediación internacional basada en un armisticio, como preludio a la transición de la guerra a la paz. Creo merece la pena reproducir las palabras finales de este discurso y que hoy deberían suponer un aldabonazo sobre todos los españoles, teniendo en cuenta la situación de profunda crispación, en la que estamos sumergidos: (…) “Pero es obligación moral, sobre todo de los que padecen la guerra, cuando se acabe como nosotros queremos que se acabe, sacar de la lección y de la musa del escarmiento el mayor bien posible, y cuando la antorcha pase a otras manos, a otros hombres, a otras generaciones, que se acordarán, si alguna vez sienten que les hierve la sangre iracunda y otra vez el genio español vuelve a enfurecerse con la intolerancia y con el odio y con el apetito de destrucción, que piensen en los muertos y escuchen su lección: la de esos hombres, que han caído embravecidos en la batalla luchando magnánimamente por un ideal grandioso y que ahora, abrigados en la tierra materna, ya no tienen odio, ya no tienen rencor y nos envían, con los destellos de su luz, tranquila y remota como la de una estrella, el mensaje de la patria eterna que dice a todos sus hijos: “Paz, Piedad y Perdón”.

Negrín incluso llegó a imaginar la erección de memoriales de guerra en cada pueblo. En el discurso ya citado del 18 de junio de 1938 tal espíritu de reconciliación es muy claro: La máxima aspiración del hombre de Estado deberá ser que, sin transcurrir muchos años, en las estelarias de cada pueblo: figuren hermanados los nombres de las víctimas en la lucha, como mártires por una causa de la que debe surgir una nueva y grande Patria. Pero eso será luego…” Según señala Sophie Baby, la memoria del conflicto que imaginaba Negrín debía servir para aliviar los duelos innumerables a través de un culto compartido a los muertos. Esa apelación espiritual a la piedad iba acompañada con una representación apocalíptica del conflicto, plenamente impregnada de referencias cristianas. Tal como manifestó, lo expongo en francés, por ser editado por el Comité franco-espagnol, en su Discours prononcé par S.E. le Dr. Juan Negrín, Président du Conseil des Ministres: devant les Cortés de la République Espagnole, réunies au Monastère de Sant Cugat del Vallès le 30 septembre 1938 : La guerra en aquellos tiempos de derrota anunciada, era también “ese bautismo de sangre que nos ha depurado y redimido de todas las faltas y errores que podemos haber cometido”; “España resurgirá y estará como no ha estado nunca”. Todos los sacrificios realizados durante la guerra no iban a ser superfluos, la sangre derramada a raudales por toda la geografía española por unos y otros serviría para redimir los pecados nacionales. La culpa se hizo colectiva, cargada sobre toda España en su conjunto, fraterna más allá del combate a muerte. El liberalismo político y la piedad cristiana se entremezclaban así para comprender la brutalidad del presente e imaginar el mundo del día después, anunciando las modalidades futuras de una reconciliación que se desvincularía de las responsabilidades individuales. 


Fuente → nuevatribuna.es

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