
Fue la última primavera con Franco vivo, entre desfiles militares y los primeros vientos de libertad
Fue la última primavera con Franco vivo, un tiempo de contrastes donde los últimos desfiles militares que trataban de inmortalizar la figura del dictador se mezclaban con los vientos de libertad que ya eran imparables. Una generación nueva empujaba con fuerza a los que vivían anclados cuarenta años atrás. Los uniformes militares y la disciplina de cuartel ya no impresionaban a una juventud que estaba en otras batallas, aunque en el Paseo se siguieran organizando desfiles y en los colegios siguieran colgados los retratos del Caudillo.
El penúltimo gran acto de propaganda del régimen, un acontecimiento que llevaba colgadas todas las telarañas de un tiempo que se acababa, se celebró el 28 de marzo de 1974, cuando salieron a la calle las viejas banderas con el polvo de los cuarteles y los oficiales se colocaron las medallas de la guerra y en la Puerta de Purchena levantaron un gran altar para que los curas también festejaran el aniversario de la victoria. Enfrente de la Iglesia estaba la tribuna de las autoridades. Fue el último acto público de Joaquín Gias Jové como Gobernador civil y Jefe del Movimiento, antes de ser relevado, tres días después, por Antonio Merino González.
Aquellos mensajes, aquellos discursos desde la tribuna con acento castrense, sonaban a viejo, a un último intento de perpetuar una época que estaba dando sus últimos coletazos. Aquella tarde de marzo, cuando todavía no se había desvanecido el ruido de las pisadas de los soldados marcando el paso por las calles de la ciudad, cuando los técnicos del ayuntamiento retiraban las tribunas levantadas en la Puerta de Purchena y desmontaban toda la tramoya, la primera cadena de Televisión Española retransmitía en un programa llamado ‘A su aire’, un concierto de Joan Manuel Serrat.
Aquella semana de finales de marzo, mientras los oficiales le daban brillo a sus uniformes y recordaban viejas batallas desde la cantina del cuartel, venían a visitarnos grandes eminencias de la ciencia moderna, astrónomos europeos de prestigio que querían ver las instalaciones en construcción de Calar Alto y disfrutar de un cielo que no habían visto en ningún otro lugar de Europa.
También Almería empezaba a cambiar en algo: teníamos una importante industria, la del centro de experiencia de Michelín, que empezaba a instalarse en Níjar, y la esperanza de la agricultura bajo plástico que daba sus primeros pasos. Eran síntomas de progreso, aunque seguíamos con nuestro secular aislamiento.
Aquella primavera se había puesto de moda en algunas familias viajar los sábados a Murcia a comprar en las rebajas del Corte Inglés y en la primera semana de abril, antes de que comenzara la Semana Santa, tuvimos el regalo de la llegada a la ciudad del gran circo Price, que en su propaganda iba anunciando por las calles que había triunfado en Madrid.
Unos días después de la conmemoración de la ‘liberación de Almería’, la ciudad empezó a prepararse para la Semana Santa. Lo mismo que el desfile militar del 28 de marzo, aquella semana de pasión fue el anuncio de un cambio de época. La juventud se había ido alejando de las iglesias y las viejas formas de entender las hermandades se habían quedado obsoletas.
Fuente → lavozdealmeria.com
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