
Jorge Cappa
El 28 de septiembre de 1975, dos jugadores del Racing de Santander protestaron en un partido de liga contra los fusilamientos del día anterior
Son más de las diez de la noche en el hotel de concentración del Racing de Santander cuando Aitor Aguirre y Sergio Manzanera, jugadores que comparten habitación, escuchan en la emisora Radio Pirenaica la fatídica noticia: el régimen franquista ha ejecutado esa mañana del 27 de septiembre de 1975 a los cinco condenados a muerte por el asesinato terrorista de cuatro policías y guardias civiles. En la radio se califica a las ejecuciones como “un acto bárbaro y criminal” y ambos jugadores están de acuerdo. Al día siguiente juegan un partido de liga y hablan sobre qué pueden hacer para mostrar su repulsa por las ejecuciones.
Contexto
En 1975 se atisbaba el final de un régimen franquista agonizante que ya tenía contestación con protestas en la calle, sobre todo de universitarios, gente joven que mostraba su rechazo a una España en blanco y negro, desfasada política, social y culturalmente con el resto de Europa.
Tras los últimos actos terroristas de ese año, las personas encausadas lo fueron sin pruebas materiales, balísticas, forenses o dactiloscópicas. Todo en base a confesiones obtenidas bajo tortura. Entre los dos Consejos de Guerra de Madrid se contabilizaron hasta 194 pruebas de las defensas rechazadas por el tribunal presidido por el coronel Francisco Carbonel, que también negó la posibilidad de cualquier mínimo recurso.
Se emitieron once condenas a muerte para ocho etarras y tres miembros del FRAP. Ante esta barbarie, en el País Vasco se declararon tres días de huelga y hubo manifestaciones en toda Europa para pedir revocar las sentencias de ejecuciones, en ciudades como Roma, Atenas, Lisboa y París. El Papa Pablo VI pidió clemencia: “las condenas a muerte de los terroristas de España, cuyos hechos criminales deploramos, desearíamos que fuesen redimidas por una justicia que sepa afirmarse magnánima en la clemencia”. Incluso, horas antes de las ejecuciones llamó a la residencia de Francisco Franco, como último intento de detener las ejecuciones, y el dictador no cogió el teléfono: sus asistentes argumentaron que estaba durmiendo.
Se juega el primer tiempo y comienza un runrún en las gradas: algo pasa con esos dos jugadores que llevan ese brazalete. El rumor de que es debido a las ejecuciones aumenta y, cuando llega el descanso del partido, el vestuario se llena de policías
En aquel momento de final del régimen franquista, el presidente del Gobierno, Carlos Arias Navarro, pensó que si paraba las ejecuciones se vería como un signo de debilidad y con ellas quiso dar un escarmiento a todos los que se rebelaban ante el régimen. Por ello, dio órdenes a los tribunales militares para que acelerasen los Consejos de Guerra y dictasen penas de muerte.
Con toda la presión internacional que estaban recibiendo, en el Consejo de Ministros del 26 de septiembre decidieron una solución intermedia dentro de su barbarie: a seis condenados se les conmutó la pena capital y se le mantuvo a cinco de ellos, tres miembros del FRAP y dos miembros de ETA. Nunca se dio justificación alguna sobre el por qué de cada decisión. Los tres miembros del FRAP fueron fusilados en las primeras horas del 27 de septiembre en Hoyo de Manzanares (Madrid) y los dos miembros de ETA fueron fusilados en Burgos y Barcelona.
El partido y sus consecuencias
En la mañana del 28 de septiembre, los jugadores Aitor Aguirre (vasco) y Sergio Manzanera (valenciano) se miran y confirman que mantienen la decisión que han tomado la noche anterior. Acuerdan no decírselo a nadie antes del partido de liga de primera división que van a jugar esa tarde. Solo lo sabe otro jugador de su equipo, el navarro José María Errandonea, que coincide con ellos en su conciencia social, pero va a ser suplente en el partido y no podrá hacer la protesta que evidenciarán que sus compañeros.
El equipo llega al estadio, El Sardinero. Allí se cambian de ropa, escuchan las últimas consignas de su entrenador y, cuando sus compañeros están comenzando a salir del vestuario hacia el campo, Aguirre y Manzanera se dirigen a las duchas para que nadie les vea y cada uno le pone al otro un brazalete negro en la manga del brazo izquierdo, como protesta por las ejecuciones del día anterior. Saltan al campo, se hacen la foto de equipo con sus compañeros y uno de ellos, el argentino Zuviría, les pregunta por ese brazalete. “Nada, cosas nuestras”, le responden. No quieren involucrar a nadie en una acción que puede traer malas consecuencias en los tiempos que corren.
Se juega el primer tiempo y comienza un runrún en las gradas: algo pasa con esos dos jugadores que llevan ese brazalete. El rumor de que es debido a las ejecuciones aumenta y, cuando llega el descanso del partido, el vestuario se llena de policías, de grises, y algunos más están en la puerta. Buscan a esos dos jugadores que llevan los brazaletes. “¿Qué habéis hecho? ¿Qué habéis hecho?”, pregunta preocupado José María Maguregui, el entrenador, a sus jugadores. El mensaje de los policías es claro: si quieren jugar la segunda parte, tienen que quitarse los brazaletes. Aguirre y Manzanera no quieren dejar a sus compañeros con dos jugadores menos, y salen a jugar sin los brazaletes en un clima enrarecido en el estadio de Santander. El Racing gana 2-1 al Elche con dos goles precisamente de Aguirre, uno con el brazalete puesto y otro sin él.
A la mañana siguiente, ambos jugadores son interrogados en dependencias policiales y después enviados al juzgado, que no tiene piedad: son condenados por “alteración del orden público” a una multa de 500.000 pesetas (la mitad de su sueldo anual) y el fiscal del tribunal de orden público pide cinco años y un día de prisión para ellos.
Hace unas semanas se han cumplido 50 años de aquello y merece ser recordado. Acciones como la suya, en un contexto muy difícil, pusieron su grano de arena para concienciar a la sociedad española contra la barbarie
Su historia tiene repercusión mediática y con ello ayuda a que se genere un debate sobre toda la cuestión de las penas de muerte.
Casi dos meses después, Franco murió y con él comenzó a morir el régimen que había masacrado al país durante casi 40 años.
El proceso judicial contra los jugadores se diluyó y les devolvieron la multa que habían pagado, pero durante esos meses los jugadores sufrieron diversas amenazas de muerte de varios grupos de extrema derecha, como el de los llamados Guerrilleros de Cristo Rey.
El legado
Las últimas ejecuciones del franquismo tuvieron un amplio rechazo a nivel nacional e internacional, y una canción de Luis Eduardo Aute, compuesta en 1974, tuvo mucha repercusión. Quería escribir una canción contra las condenas a muerte del franquismo y le salió `Al alba´, una emotiva canción en la que el protagonista se despide de su amor antes de ser fusilado: “Presiento que tras la noche/ vendrá la noche más larga”.
Esa canción fue incluida en el disco que Rosa León publicó en 1975 y, tras las ejecuciones del 27 de septiembre, se convirtió en una especie de homenaje a los fusilados. Uno de ellos, José Humberto Baena, escribió horas antes de su ejecución una carta a sus padres que trascendió días después, y en ella les recordaba que su deseo, declarado en el juicio, era que su muerte fuese la última que dictase un tribunal militar.
Y lo cierto es que lo fue. La pena de muerte fue abolida en España en 1978.
Aitor Aguirre y Sergio Manzanera contaron su historia de los brazaletes en diversas entrevistas y en el programa Informe Robinson, de Movistar Plus.
Allí declaró Aguirre que nunca se arrepintió de su gesto y que a día de hoy tampoco se arrepiente. Manzanera dijo que lo que hicieron fue “un gesto por la democracia. Colaborar a que llegara una sociedad más justa”.
Hace unas semanas se han cumplido 50 años de aquello y merece ser recordado. Acciones como la suya, en un contexto muy difícil, pusieron su grano de arena para concienciar a la sociedad española contra la barbarie.
Fuente → diario-red.com
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