El maestro leal a la República y el político 'borrado': fusilados en Granada a los que sus familias recuperan 89 años después
El maestro leal a la República y el político 'borrado': fusilados en Granada a los que sus familias recuperan 89 años después / Álvaro López 
 
Francisco Ruiz Guiraum y Fermín Roldán han sido las dos últimas personas identificadas entre el centenar de víctimas que se exhuman desde 2021 en el barranco de Víznar. Sus restos, entregados a sus nietos, sirven para rendir homenaje a dos vidas olvidadas por la represión franquista

“Nunca supimos nada de mi abuelo. Conocer de él ha sido una sorpresa porque hicieron muy bien su trabajo y consiguieron borrar su huella”. Con estas palabras, Juan Luis Roldán explica cómo el franquismo logró eliminar, casi para siempre, a Fermín Roldán, un hombre muy conocido en la Granada que veía estallar la Guerra Civil, que fue fusilado en Víznar en el verano de 1936. Sus restos, junto con los de Francisco Ruiz, un maestro que se mantuvo tan fiel a la República que aquello le costó la vida, han sido entregados a sus nietos tras varios años de exhumaciones en el barranco al que Lorca también se asomó antes de ser asesinado. 
 

Gracias al trabajo de la Asociación de Memoria Histórica y a los trabajos realizados por la Universidad de Granada, que en noviembre retoman su quinta campaña -desde 2021- para recuperar los restos de cientos de represaliados del franquismo, Fermín y Francisco pueden recibir la dignidad que les fue arrebatada hace 89 años. Hasta la fecha, de las diferentes fosas comunes que hay repartidas por esta ladera de Víznar, se han recuperado los restos de 166 personas y se han logrado identificar a siete. Restos que, con la muerte como sentencia, encierran vidas que en algunos casos llegaron a ser completamente olvidadas.

Francisco Ruiz Guiraum tenía 58 años cuando lo fusilaron el 26 de julio de 1936. Maestro y telegrafista en Íllora, se negó, junto con el jefe de la Guardia Civil del municipio, a publicar el bando militar que proclamaba el levantamiento franquista. Esa decisión le costó la vida. En septiembre debía incorporarse a Madrid como director de un colegio nacional, un destino que nunca pudo ocupar. Paradójicamente, Ruiz Guiraum había simpatizado con la dictadura de Primo de Rivera en su juventud, pero su cercanía con la República cambió su visión política, según cuentan sus nietos.

Porque Francisco Ruiz no fue un maestro cualquiera. Desde que inició su carrera en 1895, entendió la docencia como una tarea social, comprometida con la comunidad en la que le tocaba enseñar. En Ugíjar, por ejemplo, fue el encargado de organizar las Misiones Pedagógicas en 1911, defendiendo en público la necesidad de “llevar corrientes de simpatía a la Escuela Primaria”. En Íllora, donde llegó en 1919, multiplicó las iniciativas: presidió el Centro de Colaboración de maestros, impulsó las cantinas escolares para alimentar a más de doscientos niños y dirigió obras de teatro con los jóvenes de la localidad. Sus alumnos lo recordaban como un hombre que no sólo enseñaba a leer y escribir, sino que les inculcaba valores de dignidad y esfuerzo.

Esa huella pedagógica explica también por qué acabó marcado. Su cercanía al alcalde socialista de Íllora, Nicolás Jiménez, y su capacidad para organizar proyectos educativos y sociales lo convirtieron en un referente para las familias humildes, pero también en una figura incómoda para los caciques locales. El golpe de Estado encontró a Francisco con un pie en la escuela y otro en la oficina de telégrafos, siempre al servicio de su pueblo. Fue ese mismo compromiso el que, apenas unos días después, le costó la vida.

Su nieto, Queco San Miguel, ha dedicado casi dos décadas a la búsqueda de sus restos. “Mi madre murió con 100 años en 2020 sin verlos recuperados. Fue un dolor que llevó toda la vida”, recuerda. En 2008 inició el proceso, buceó en archivos, se sometió a pruebas de ADN y, junto a otros familiares, colocó en 2022 una placa en Víznar con el nombre de su abuelo. “Era un hombre responsable, con mucha vocación por su oficio y una buena persona. Rectificó políticamente y eso le costó la vida”, resume.

Francisco Ruiz junto a sus alumnos

Ruiz había sido en los años veinte vocal de la Unión Patriótica de Primo de Rivera, pero durante la República se acercó a la Casa del Pueblo y se identificó con las reformas educativas. Su cercanía a las autoridades socialistas locales bastó para que las fuerzas sublevadas lo señalaran como un “extremista”. Tras tres días detenido en la escuela donde enseñaba, fue ejecutado y arrojado a una fosa común en Víznar.

La represión no terminó con él. Su familia fue expulsada de la casa de Íllora y relegada a vivir en condiciones precarias. En 1940 se trasladaron a Madrid, donde la persecución y la penuria marcaron sus primeros años. Fue allí donde Ana, una de sus hijas, intentó rehacerse en un país que había condenado a su padre al silencio. Trabajó primero en un seminario, donde sufrió acoso, y más tarde se convirtió en modelo de alta costura con los diseñadores Jesús Vargas y Emilio Ochagavía. En los años cuarenta llegó a desfilar en Madrid, un mundo que la alejó de la miseria y la acercó al brillo de la moda. Después, al casarse con el sastre Amador San Miguel, dejó atrás aquella carrera incipiente, pero años más tarde incluso participó en publicidad y en alguna película. Ana vivió hasta los 100 años, y fue ella el motor de la memoria: la mujer que nunca dejó de recordar a su padre y que, junto a su hijo Queco, luchó por recuperar su nombre y su historia.

Una vida 'borrada'

Muy distinta fue la trayectoria de Fermín Roldán García, aunque la represión terminó siendo la misma. Nacido en 1896, comerciante y funcionario municipal, fue un socialista activo: participó en la constitución de la Sociedad de Casas Baratas, ocupó la vicepresidencia de la UGT en 1931, presidió la Sociedad de Profesiones y Oficios Varios en 1932 y llegó a presentarse como candidato a diputado por el Frente Popular en las elecciones de 1936. También fue miembro de la logia masónica Alhambra, donde usaba el nombre simbólico de Trabajo.

El 24 de agosto de 1936 lo detuvieron en su casa de la calle Navas de Granada. Al día siguiente fue fusilado en el barranco de Víznar en una saca de 17 personas. Tenía 40 años y cuatro hijos, el menor de apenas diez meses. Durante décadas su familia apenas supo nada de él. “No sabíamos ni que había militado en UGT, ni que se había presentado a diputado. Para nosotros era un desconocido. Lo borraron”, explica su nieto Juan Luis Roldán.

A Fermín Roldán sus nietos le han conocido casi a la vez que han encontrado sus restos

Su abuela, Mercedes Díaz Montijano, crio sola a los hijos, siempre de luto. El hijo mayor sostuvo como pudo a la familia, mientras la represión política y económica se cebaba también con sus cuñados, los hermanos Díaz Montijano. “Fusilaron a mi abuelo y destruyeron su historia. Hicieron muy bien su trabajo, hasta el punto de que nosotros, sus propios nietos, no sabíamos nada de él”, lamenta Juan Luis.

La entrega de los restos, en un acto celebrado en el Parque de la Libertad de Víznar con poesía y música, ha marcado un hito en el lento camino de reparación. Para Queco San Miguel, supone el final de un proceso iniciado hace 17 años. Para Juan Luis Roldán, es la primera vez que su abuelo deja de ser una sombra.

El barranco de Víznar sigue guardando centenares de historias como las suyas. En noviembre volverán las palas y los equipos de la Universidad de Granada para abrir una nueva fosa, probablemente de gran tamaño. Las familias esperan que algún día la tierra deje de ser el único refugio de quienes fueron asesinados por defender la legalidad republicana o, simplemente, por no doblegarse ante el franquismo.


Fuente → eldiario.es

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