Clara Campoamor y las pioneras del sufragio: una conquista global de la democracia
Clara Campoamor y las pioneras del sufragio: una conquista global de la democracia

 

En el panteón de las mujeres que transformaron la política, Clara Campoamor ocupa un lugar central. Su defensa del sufragio femenino en las Cortes de 1931 no fue solo un gesto jurídico: fue la incorporación de España a un movimiento más amplio, que desde finales del siglo XIX sacudía las bases de las democracias occidentales.

Mientras en Nueva Zelanda (1893) y Australia (1902) las mujeres ya habían conquistado el derecho al voto, y en Estados Unidos la 19ª Enmienda (1920) había puesto fin a décadas de lucha sufragista liderada por figuras como Susan B. Anthony o Elizabeth Cady Stanton, en gran parte de Europa la igualdad política seguía pendiente. Emmeline Pankhurst y las “suffragettes” británicas habían demostrado que la presión social podía cambiar leyes centenarias. En América Latina, Hermila Galindo en México o Julieta Lanteri en Argentina comenzaban a abrir brechas en sociedades profundamente conservadoras.

En este contexto internacional, Campoamor representó la voz española de esa corriente global. Su intervención en las Cortes Constituyentes de la II República entronca con las mismas preguntas que recorrieron otros parlamentos:

  • ¿Es la democracia compatible con la exclusión de la mitad de la ciudadanía?
  • ¿Se puede posponer un derecho fundamental en nombre de cálculos políticos o temores ideológicos?

 

La respuesta de Campoamor fue clara y universal: no hay democracia verdadera si no es inclusiva. Como Olympe de Gouges en la Revolución francesa, pagó un precio alto por su coherencia. La historia española, marcada por la Guerra Civil y la dictadura posterior, la relegó al olvido durante décadas. Sin embargo, hoy se la reconoce como la artífice del voto femenino en España y como una voz adelantada a su tiempo.

Su libro El voto femenino y yo. Mi pecado mortal (1936) puede leerse como un testimonio paralelo a los textos de otras pioneras del feminismo político: el mismo hilo que une a Gouges, Pankhurst, Anthony o Galindo. Todas ellas comparten un mérito común: trasladar el principio abstracto de igualdad al terreno concreto de la ciudadanía, desmontando las resistencias culturales, religiosas y políticas que lo negaban.

En el siglo XXI, la figura de Campoamor invita a recordar que las democracias no son estáticas, sino conquistas siempre frágiles y revisables. Así como ayer fue el voto femenino, hoy el reto es garantizar la participación igualitaria frente a nuevas formas de exclusión: la precariedad, la migración, la desigualdad digital o los retrocesos en derechos sexuales y reproductivos.

Clara Campoamor no fue solo una diputada que convenció a un parlamento dividido. Fue parte de una constelación de mujeres que, desde distintos países y trayectorias, iluminaron la democracia con la razón y la valentía de exigir lo evidente: que nadie puede ser ciudadano de segunda.



banner distribuidora