El dictador que murió matando
El dictador que murió matando
Martí Caussa
 

La frase tópica dice que Franco murió en la cama. La que expresa la verdad desnuda es que murió matando. La madrugada del 27 de septiembre de hace cincuenta años el dictador mandaba matar a Jon Paredes Manot (Txiqui ), Angel Otaegi, Xosé Humberto Baena, Ramón García Sanz y José Luis Sánchez Bravo. Estaba pudriéndose desde hacía tiempo, y finalmente murió 54 días después, el 20 de noviembre, en la cama, sí, pero matando.

El dibujo de la pantera roja es la portada del libro Memoria dibujada. Cárcel de Yeserías (1974-1975) escrito por Roser Rius, mi compañera. Fue hecho la tarde del 26 de septiembre. No se ve ningún paisaje ni ninguna persona reconocible, pero sabiendo la fecha y que la autora era una presa política sugiere muchas cosas. Ésta es la fuerza de algunas imágenes. En el libro Roser explica:

La tarde del 26 de septiembre llevaron a Silvia a Carabanchel a despedirse de su marido José Luís Sánchez Bravo.

De aquel terrible momento queda su testimonio: “Estoy ingresada en Yeserías. Y escuché por televisión que iban a fusilar a mi marido. Nadie me informa. Monto un escándalo en la cárcel y digo que quiero ir a Carabanchel...Me pasé toda la noche sentada fuera de su celda, en el pasillo, cogiéndonos la mano a través de los barrotes” 1.

La desolación y el silencio podían masticarse. Era como la quietud antes de la tormenta. Maruxa, clandestina compañera de Humberto Baena, no pudo ir a despedirse.

Yo combatí mi desolación e impotencia en el siguiente dibujo con este texto en la página de atrás:

26 de septiembre de 1975. Tragedias, magnitudes para las que no tengo medidas. Ahora Silvia viaja a Carabanchel. Todas pensamos que será un adiós definitivo. De estas oscuras horas sólo me ha salido ese paisaje desolado con la pantera roja en primer término.

Mucha gente nos movilizamos, tanto en el Estado español como en el extranjero, contra aquellas penas de muerte, que inicialmente eran once; algunos lo hicimos con una huelga de hambre en las cárceles. Pero sólo logramos reducirlas a cinco. En 1970 las movilizaciones habían logrado evitar las penas de muerte de los condenados por el juicio de Burgos. En 1974, en un ambiente social de poca movilización, Franco había ordenado matar a Salvador Puig Antich. Un año después, ya moribundo, quería morir matando.

Pero el dictador no mataba solo. Tenía el apoyo de ministros, militares, jueces, policías... y de un sector de la iglesia católica. Muchos de ellos estaban convencidos de que para dejarlo todo “atado y bien atado” hacían falta cuerdas de sangre, otros alegaron la “obediencia debida”, el pretexto típico de los colaboradores con regímenes criminales. Casi todos ellos han ido muriendo sin ser juzgados por sus responsabilidades por los crímenes de lesa humanidad cometidos durante la dictadura.

Hay que recordar que en un régimen criminal no puede haber “obediencia debida”, tanto si el responsable máximo se llama Franco, como Pinochet o Netanyahu. Y que los crímenes de lesa humanidad no prescriben, ni deben quedar impunes, digan lo que digan las leyes de punto final como la de amnistía del 15 de octubre de 1977. Estos crímenes deben quedar grabados en la memoria popular y la exigencia de Verdad, Justicia y Reparación sólo debe tener punto final cuando estas demandas se hayan conquistado.


Notas: 1 Romeu Alfaro, Fernanda. (2005) El silencio roto. Mujeres contra el franquismo. Barcelona: El viejo topo 
 

Fuente → vientosur.info

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