

No sé cómo funcionan las dinastías en, por ejemplo, Tailandia o Camboya. Pero sé que hay reyes que se eternizan en el trono. Algo muy parecido sucede en la muy supuestamente civilizada Europa. Del Reino Unido a Noruega reyes, reinas y princesas se pasean por el mundo agasajados y llenando revistas con sus extravagantes necedades. Una antigualla que debería producir vergüenza ajena.
Y una clara inmoralidad, porque nadie puede estar por encima de nadie en función de su nacimiento. Miremos ahora a España: en nuestro país tenemos, al menos, dos reyes, dos reinas, una princesa y una infanta. Incluso podríamos decir que son dos reyes y medio porque uno de ellos siempre va con una amante de muleta. Toda una vergüenza y un considerable gasto que sale del dinero de nuestros bolsillos.
Para reír o para llorar Y no se oye mucho que se señale o denuncie esta situación, cuando por mucho que miremos los no pocos fallos de la democracia, esta reinocracia los supera. Pocas y suaves son las protestas al respecto. Y todo o casi todo remite a una Constitución que flota sobre las cabezas de los ciudadanos. El laicismo no se ciñe a denunciar los excesos de las Iglesias. Se extiende a todos los privilegios que se imponen al pueblo. Ahí están los reyes. Y dándoles cobijo una pálida Constitución. Recordémoslo y actuemos en consecuencia.
* Filósofo. Catedrático de Ética emérito de la Universidad Autónoma de Madrid.
Fuente → loquesomos.org
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