
Inés García Rábade
El parque madrileño fue uno de los frentes principales de la guerra en la capital y conserva múltiples cicatrices de sus combates: búnkeres, trincheras, emplazamientos de artillería, antiguos monumentos...
Si uno piensa en un parque de Madrid, sin lugar a dudas se imagina el Retiro. Con su estanque, su Palacio de Cristal o su Rosaleda. También su reglamentario séquito de turistas. Pero más al oeste, al otro lado del río Manzanares y de la M-30, se extiende un parque mucho más grande, mucho más virgen y, sin embargo, mucho menos visitado: la Casa de Campo. Un entorno perfecto para las caminatas o las excursiones en bici. Con un secreto poco conocido. Fue uno de los escenarios fundamentales de la Guerra Civil en Madrid.
Noviembre, 1936. Las tropas sublevadas del general Varela suben triunfantes desde la carretera de Extremadura hacia el corazón de la República. Su capital, Madrid. Un objetivo militar estratégico, pero también un reducto simbólico para la moral republicana. Madrid tenía que resistir. Ya a las afueras de la ciudad, Varela orquesta una doble operación para tomar la capital. Un primer ataque frontal con escasos efectivos desde el sur, por Carabanchel y Usera. Una mera maniobra de distracción para, al atraer hacia allá a las reservas republicanas, lanzar la verdadera ofensiva: una gran maniobra a través de la Casa de Campo.
El movimiento no pilla del todo por sorpresa a los republicanos. Un bando de guerra, encontrado en la chaqueta de uno de los soldados del ejército sublevado en el frente abierto en el sur, hace sonar todas las alarmas. Pero es demasiado tarde. Varela avanza con sus tropas por el terreno abierto de la Casa de Campo. En apenas un día, del 8 al 9 de noviembre, a eso de las seis de la tarde, el ejército sublevado ocupa ya tres cuartas partes del parque. "Habida cuenta de cómo se hundió la defensa republicana, de haber sido más lanzados, continuando el ataque por la noche, puede que hubieran conseguido tomar directamente la ciudad", valora Antonio Morcillo, presidente del Grupo de Estudios del Frente de Madrid (Gefrema). Pero la ofensiva descansa durante la noche. Y los republicanos aprovechan el impasse para nutrir el frente roto con nuevas reservas.
Los combates se recrudecen. Los bombardeos se suceden. Hasta el 14 de noviembre, fecha de un nuevo hito del bando sublevado. Varela cruza el Manzanares hacia Ciudad Universitaria y consigue avanzar hasta el que será el vértice del frente, el Hospital Clínico. Solo entonces, la línea de Madrid, que permanecerá prácticamente intacta durante los próximos dos años y medio de guerra -hasta marzo del 39-, se paraliza. A excepción de las pequeñas artimañas y la constante hostilidad propia de un frente estabilizado. La Casa de Campo y el campus universitario se convierten en uno de los escenarios principales de la guerra en la capital. Con todas sus consecuencias. Con sus propias cicatrices.
Un viaje por la memoria de la Guerra Civil
"La Casa de Campo es como un parque temático de lo que fue la guerra en Madrid", ilustra Morcillo. Sobre todo de sus últimos coletazos. "Casi todos los testimonios que quedan en el parque son de fortificaciones construidas a partir del verano de 1938. Y casi todas pertenecieron al ejército sublevado", prosigue contando. Tiene su explicación. Primero porque los de Franco llegaron a ocupar la mayoría del parque. Segundo porque la parte republicana, más próxima a la zona urbanizada, sufrió, tras la guerra, las principales mutilaciones de terreno. "Para el desdoblamiento de nuevas carreteras o para construir lo que luego serían el recinto ferial y el metro", enumera Morcillo.
En cualquier caso, el parque encierra mucho que ver. Eso sí, para la mirada de unos ojos entrenados. "El paso del tiempo y la falta de mantenimiento han condenado a muchos de estos lugares de memoria a la degradación, por eso es recomendable acudir con un guía especializado", sugiere Morcillo. Como él. Desde Gefrema, a través de la página Madrid en Guerra, proponen hasta cuatro recorridos diferentes por el parque, de entre tres y cuatro horas. De unos cinco kilómetros cada uno. "Aún así, muchas cosas se quedan sin ver", insiste su presidente. Fortines de hormigón, trincheras, antiguos emplazamientos de las baterías de artillería, restos de cocinas y zonas de intendencia de los soldados o monumentos levantados durante la guerra. La lista es larga. La Casa de Campo, demasiado extensa.
Las primeras dos rutas recorren lo que fue la primera línea del frente. "En estos primeros itinerarios se puede apreciar cómo estaban relacionados las fortificaciones de unos y otros y cómo se establecían los cruces de fuego", completa Morcillo. La cuarta recorre algunas partes más internas del parque para visitar los restos del ejército de unos 3.000 hombres que convivieron allí durante la guerra. "Con sus propias infraestructuras: tomas de agua, cocinas, monumentos", añade el guía. Pero la verdadera joya de la corona es su tercer recorrido, que atraviesa tres puntos especialmente simbólicos de la guerra: la Pasarela de la Muerte, la Pista del Generalísimo y el Cerro de Garabitas.
"La Pasarela de la Muerte -destruida y reconstruida en múltiples ocasiones- fue la primera plataforma construida sobre el río para cruzar hacia la Ciudad Universitaria", relata Morcillo. Un enclave especialmente peligroso, sometido al fuego constante de la artillería republicana. Hubo que construir puentes alternativos. Y nuevas vías por las que transportar tropas y suministros. Una de ellas fue la conocida como Pista del Generalísimo. Un camino cementado, algo más protegido del fuego republicano. Por eso y porque su construcción se finalizó a escasos 16 días del final de la guerra, se conserva casi íntegro, con sus inscripciones originales.
"El tercer punto de interés es el Cerro de Garabitas", comenta Morcillo. Un lugar rodeado de leyendas. "A pesar de lo que se suele creer, jamás hubo ninguna batería de artillería allí instalada", corrige el experto. El cerro era el punto más elevado del parque desde el que se podían controlar tanto el frente como el centro de la ciudad. "Por eso, allí se instaló el observatorio de la artillería, para corregir el fuego de las baterías hacia los objetivos militares y civiles de la ciudad", aclara el presidente de Gefrema.
"Por el camino, te encuentras árboles agujereados, muros antitanques o restos de las antiguas trincheras", agrega José Manuel Moreno, guía de Rutas Kilómetro 0. "En algunas se distinguen incluso los salientes donde se colocaban los puestos de tirador", sigue el también historiador. Otros restos caen, sin embargo, dentro de los límites del Club de Campo. "Al ser una propiedad privada, es una pena, pero no se pueden visitar", puntualiza Moreno.
¿Memoria o enaltecimiento de la dictadura?
La visita no termina ahí. "En el parque se conservan algunos monumentos curiosos", revela Morcillo. El más emblemático, el conocido como Cristo de las bombas, erigido en recuerdo de los artilleros de la agrupación Garabitas. "En concreto de una partida de 19 hombres fallecidos durante un bombardeo", matiza Moreno. La columna se levantó en 1937, en plena guerra, en un punto relativamente oculto de una vaguada, lo que explica su buen estado de conservación. Un ejemplo más: la ermita de San Pedro. Una construcción de la posguerra, para celebrar la romería de la hermandad del 18 de julio.
Monumentos, por otra parte, no exentos de controversia. Para unos, lugares de memoria y aprendizaje. Para otros, homenajes inapropiados al ejército golpista. El debate está servido. ¿Qué hay que hacer con los restos olvidados de la Casa de Campo? "Se conservan muchos testimonios de la guerra. Ahí mismo, a la vista. Pero la mayor parte están abandonados, sin señalizar, y la gente es incapaz de reconocer lo que hay", se lamenta Moreno. "No saber lo que ocurrió durante la guerra, no conservar los pocos testimonios que quedan, es otra forma de olvido", sentencia el historiador.
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