
Así querían ver nuestros vecinos a aquellos hombres que durante más de tres años habían luchado contra el fascismo en las trincheras de España. Ni siquiera quisieron abrir las fronteras para que pudieran salvarse; aunque al final no tuvieran otra salida que hacerlo gracias a las gestiones del gobierno de la república y a la presión de algunas instituciones de corte democrático. Y cuando finalmente las abrieron no se les ocurrió otra cosa, acojonados como estaban ante la amenaza nazi, que dejarlos a la intemperie, en campos en los que no había ni agua y en los que, para protegerse del frío, tuvieron que improvisar pequeñas chabolas con los troncos y ramas que encontraban en el suelo. «Éramos soldados y nos trataron como a delincuentes», llega decir Juan Diego Botto en La mujer del anarquista.
En las playas, donde no había más que arena, se vieron obligados a hacer galerías, tipo conejeras, para protegerse del viento y de la lluvia. Pero lo peor no era eso; lo peor de todo, lo hemos comentado, era el trato que recibían por parte de aquellos negros que disfrutaban golpeándolos ante cualquier indisciplina (intentos de fuga, por ejemplo, o coger un poco de agua). La peor parte sin embargo se la llevaron las mujeres, que no solo tuvieron que soportar el hambre y la más absoluta de las miserias, sino también los intentos de violación y quién sabe si violaciones: habían construido con sus propias manos una especie de barracón, y en más de una ocasión se vieron asaltadas por aquellos senegaleses que, durante el día las miraban con lascivia y por las noches tal vez soñaban con poseerlas.
Ninguno de aquellos exiliados pudo imaginar jamás que después de tanto sufrimiento (el provocado por la guerra civil) les esperaba todavía un sufrimiento mayor: vejaciones, palos, hambre y lo que es peor todavía: que te devolvieran a España y te fusilaran; aunque una gran parte de ellos muriera por el hambre y las enfermedades debido a las condiciones en las que vivían. Se cuenta de uno que de vuelta ya la cabeza en otro sitio, cogió su maleta y, adentrándose en el mar, caminó simplemente hacia el México solidario, el país elegido por la mayor parte de los exiliados. Muchas de las grandes instituciones mejicanas (decía una vez Almudena Grandes), fueron fundadas por los republicanos españoles.
Con razón el presidente de gobierno del país que los acogió, llegó a decir que la guerra civil española la había ganado México. Ignoro cuantos homenajes se han hecho en memoria de aquellos hombres, aparte de La mujer del anarquista como filme, pero no estaría nada mal que los realizadores españoles y gentes del buen cine, ya que la mayoría lo prefiere a la lectura, se acordaran de ellos haciéndoles el homenaje que se merecen. (Arriba he dejado escrito el nombre del libro: el mejor de los que se ha escrito sobre el tema a excepción tal vez de Winnipeg, el último del chileno Julio Gálvez Barraza, una de las personas que más saben sobre el exilio español y de Neruda, junto a Enrique Roberson, autor del El enigma inaugural, donde viene a demostrar que el nombre de Neruda no tiene nada que ver con Jan Neruda sino con una violinista alemana, que adoptó el apellido de su marido).
Ya que considero inevitable hablar del poeta, me gustaría añadir unas pocas líneas más para decir que Neftalí Reyes Basoalto, para no redundar en el seudónimo, no fue lo que algunos dicen que fue sino un hombre comprometido con la causa del socialismo y con su tiempo, que cometió errores, como todos, pero que tuvo la valentía de defender a la república contra los franquistas y de luchar por la paz en un tiempo donde el nazismo intentaba adueñarse del mundo. Pero hay más: el hecho de haber sacado del infierno a más de 2.500 exiliados, en un esfuerzo sobrehumano, es bastante más que una muestra de su espíritu solidario; algo que también demostraría cuando decidió no participar en la primera antología hispanoamericana de poesía, porque en ella no contaron con Miguel Hernández. (El mismo Canto general, su obra magna, la escribió en la clandestinidad, cuando era perseguido por defender los intereses de los mineros).
Así que me parece totalmente fuera de lugar esa idea absurda de «quitarle» las calles, plazas o colegios del mundo, o de ignorarlo de los temarios escolares españoles, como algunos han llegado a proponer. Hablamos finalmente de las gloriosas letras, y creo que no hace falta decir que una cosa es la obra y otra muy distinta, aunque no en todos los casos, la vida del autor: si tuviéramos que tener en cuenta las ideas o las fechorías de cada uno de los autores para leerlos o descartarlos, nos quedaríamos con dos y la burra (Cervantes montó una casa de putas para sobrevivir, en la que estaba hasta su sobrina; Cela se tiraba a las sirvientas, y cuando tenían un cierto peso de más, su padre, santo y bueno donde los hubiera, las despachaba con cuatro miserables pesetas; Louis Ferdinand Céline, el escritor favorito de Bukowski, era un fascista convencido, y Ezra Pound, que yo sepa, era otro fascista), aunque me temo que con la burra, que decía, que seguro que nos daba menos problemas: en mi opinión, que vale menos que el orín de los perros, en los temarios escolares deben caber todas las aportaciones y tendencias en literatura, sin tener en cuenta la ideología, el sexo o los comportamientos o actitudes de cada uno de los autores. (Haber discriminado al poeta Reinaldo Arenas por su orientación sexual, es una de las aberraciones más grandes que se cometieron en Cuba).
Fuente → asambleadigital.es
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