
Bárbara Ortuño Martínez
Grupo de trabajadoras españolas en Orán, Argelia / Colección de fotografías de Juan Ripoll Ivars. Fondo Exilio Republicano en el Norte de África. Archivo de la Democracia, Universidad de Alicante
Tras el golpe de Estado fallido en julio de 1936, que tuvo como consecuencia una guerra civil y la implantación de la dictadura franquista, la población española se vio abocada a una migración forzosa sin parangón en su historia. En términos generales se estima que desde el final de la contienda hasta mediados de los años cincuenta, aproximadamente, unas 200.000 personas se exiliaron en distintos países europeos, la gran mayoría en Francia, 12.000 en el norte de África, principalmente en Argelia, casi 5.000 en la Unión Soviética y cerca de 40.000 en el continente americano, sobre todo en México y Argentina, donde residía la colonia española más abultada fuera de la península ibérica. El resto se dispersó entre Santo Domingo y Chile, y en menores cantidades en Colombia, Cuba, Puerto Rico, Venezuela y Uruguay. Aunque hasta hace relativamente pocos años el exilio republicano tendió a pensarse en masculino y desde perspectivas académicas androcéntricas, las mujeres compusieron la mitad de la comunidad expatriada. Esto se hizo evidente durante la posguerra, cuando, una vez reanudados los cauces migratorios oficiales tras los acuerdos firmados entre Franco y Perón, quienes pudieron, bajo la apariencia de «emigrantes económicas», huyeron de las condiciones sociales impuestas por la dictadura franquista. Pese al manido «con Franco se vivía mejor», la dictadura desmanteló los principios democráticos de la Segunda República tendentes a una mayor igualdad de género y condenó a las mujeres a una posición subordinada caracterizada por la sumisión a los padres y maridos, cuya autoridad se vio reforzada.

Exiliados/as republicanos/as en Argelia / Colección de fotografías de Juan Ripoll Ivars. Fondo Exilio Republicano en el Norte de África. Archivo de la Democracia, Universidad de Alicante
En contraposición a las políticas y discursos xenófobos y machistas, las campañas de solidaridad en las que participaron activamente las mujeres influyeron notablemente en la llegada e integración de las expatriadas dejando una huella imborrable en su memoria. A Helia González, que se encontraba entre las más de 3.000 personas que huyeron en el Stanbrook, del funesto enjambre del puerto de Alicante a finales del marzo del 39, se le ilumina la expresión al recordar las barquitas con niños y niñas, en su mayoría integrantes de la comunidad española emigrada en Argelia, que se acercaban para llevarles diferentes enseres. También el olor que emanaba de los panes recién hechos con los que la ciudadanía de a pie agasajó de forma espontánea a quienes lograron desembarcar.

Exiliados españoles en la frontera de Cerbère (Coll dels Belitres), en febrero de 1939 / «Manuel Moros» Mémorial du Camp d’Argelès-sur-Mer. Fondo Jean Peneff, 2019
Walter Benjamin señaló que la imagen verdadera del pasado es aquella que amenaza con desaparecer «con todo presente que no se reconozca aludido en ella». Según el último informe anual de la Agencia de la ONU para los Refugiados, la violación de los derechos humanos mantiene lejos de sus hogares a más de 120 millones de personas. España figura entre los países que mayor número de solicitudes reciben, aunque se encuentra a la cola de los que las resuelven. Llegadas a este punto tan solo podemos recordar que la gente no se marcha de su tierra porque quiere, sino en busca de una vida mejor, o simplemente de una vida.
En un contexto como el actual, en el que la ultraderecha vuelve a sembrar el odio poniendo el foco en «el otro», en las infancias que llegan solas, en las mujeres migrantes, sobre quienes, no olvidemos, recae el sistema de cuidados del llamado «estado de bienestar», consideramos necesario despertar de la amnesia colectiva sobre nuestro pasado emigrante. Hasta mediados de 1970 España fue un país expulsor de población, y no siempre «con los papeles en regla». Las migraciones atraviesan la historia de la humanidad, forman parte de nuestro ADN; ha llegado el momento de asumirlo, integrarlo y abordarlo en las escuelas. Solo así seremos capaces de comprender la riqueza de la diversidad y de la solidaridad, convirtiéndonos en una verdadera «sociedad de acogida».
Fuente → informacion.es
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