
Søren Mau
Bruno Leipold en su libro sobre Marx y la tradición republicana muestra cómo su crítica del capitalismo y su proyecto comunista surgieron de un diálogo con las ideas de libertad política, autogobierno y oposición al poder arbitrario. Lejos del cliché del Marx antipolítico, el libro presenta una lectura original de su trayectoria intelectual como un intento de articular un comunismo profundamente democrático.
El siguiente texto es una reseña de Citizen Marx: Republicanism and the Formation of Karl Marx’s Social and Political Thought, de Bruno Leipold, Princeton University Press, 2024.
Citizen Marx, de Bruno Leipold, presenta un análisis convincente, profundamente documentado y elegantemente escrito de la relación de Marx con el republicanismo, y sin duda se convertirá en una importante referencia en futuros debates sobre el pensamiento de Marx. Basándose en una lectura fresca y detallada de Marx —incluidos textos canónicos como El Manifiesto Comunista y El Capital, así como artículos y cuadernos menos conocidos— y discutiendo un impresionante corpus académico, Leipold reconstruye la trayectoria intelectual que llevó a Marx a articular un poderoso comunismo republicano como alternativa al poder despótico del capital.
A mediados del siglo XIX, ser «republicano» significaba luchar por un sistema político libre y democrático basado en el sufragio universal (masculino), en oposición a los defensores de la monarquía absoluta y los defensores liberales de la monarquía constitucional. El valor político central del republicanismo es la libertad, entendida en un sentido puramente negativo como no dominación o ausencia de poder arbitrario, es decir, no solo la ausencia de interferencia real, sino la posibilidad misma de interferencia. La tesis central de Leipold es que la crítica de Marx al capitalismo, así como sus ideas sobre la estrategia revolucionaria y el futuro comunista, se desarrollaron a través de un diálogo sostenido con las corrientes republicanas.
La mayoría de los demás socialistas de la década de 1840 eran profundamente «antipolíticos», en el sentido de que «tenían una relación ambivalente, incluso hostil, con la política, la democracia y la revolución», como afirma Leipold. Basándose en las ideas republicanas que había defendido en su fase precomunista como periodista y crítico del Estado prusiano (1842-1843), Marx (y Engels) rechazaron las tendencias tecnocráticas y autoritarias de los owenistas británicos, los «verdaderos socialistas» alemanes y los saint-simonianos franceses. En su lugar, desarrolló un análisis de la república burguesa como «un paso insuficiente pero necesario para la emancipación del proletariado». Para Marx, la lucha por la emancipación debía pasar por el Estado capitalista, en lugar de simplemente eludirlo.
Al mismo tiempo, Marx se basó en la crítica socialista de la propiedad privada para criticar a los republicanos anticomunistas que no extendían la crítica del poder arbitrario al ámbito económico. De este modo, Marx y Engels ocuparon una posición única y poderosa en el panorama político radical de mediados del siglo XIX: un comunismo republicano basado en una fe inquebrantable en la capacidad del proletariado para la autoemancipación, contra tanto los comunistas antipolíticos como los republicanos anticomunistas (y, por supuesto, los defensores de la monarquía).
La mayor parte de Citizen Marx —cinco de los siete capítulos— trata de los escritos de Marx entre 1842 y 1852. En el capítulo seis, Leipold muestra cómo la crítica republicana del poder arbitrario es fundamental para el análisis del capitalismo en el primer volumen de El capital. El último capítulo presenta el argumento crucial de que algunas de las primeras ideas republicanas de Marx resurgen en su análisis de la Comuna de París en La guerra civil en Francia (1871), lo que le llevó a reconsiderar el papel del Estado en la lucha revolucionaria y en cualquier futuro comunista. La Comuna de París enseñó a Marx que «la clase obrera no puede simplemente apoderarse del aparato estatal ya constituido y utilizarlo para sus propios fines», como dijo en un famoso pasaje de La guerra civil en Francia que él y Engels citaron en el prefacio de 1872 al Manifiesto Comunista.
Citizen Marx es una excelente reconstrucción de los debates en los que se forjó el comunismo de Marx, y logra contextualizar el pensamiento de Marx sin enterrarlo en el siglo XIX. Aunque el libro es claramente una obra de historia intelectual, también aborda varias cuestiones que siguen siendo relevantes para los revolucionarios del siglo XXI. Entre ellos, destaca una importante exposición del análisis de Marx sobre la Comuna de París, donde sostiene que incluso en un futuro comunista seguiría siendo necesaria alguna forma de instituciones políticas (en contra de la idea extendida de que Marx creía en «el fin de la política»).
Tengo, sin embargo, algunas observaciones críticas. Se refieren a aspectos del pensamiento de Marx que están ausentes en el enfoque de Leipold y pueden dividirse en dos grupos: el primero tiene que ver con la omisión de la teoría del valor de Marx, y el segundo con una serie de escritos relevantes que no son considerados en Citizen Marx. Ninguna de estas críticas implica un desacuerdo con las afirmaciones centrales del libro; más bien deben verse como sugerencias para reforzar aún más el análisis de Marx realizado por Leipold.
La teoría del valor
Mi primera observación crítica se refiere a la teoría del valor de Marx, que Leipold omite por completo. Es sorprendente que lo más cerca que Leipold llega a abordar la teoría del valor es una nota al pie que repite la afirmación de G. A. Cohen de que el concepto de explotación no depende necesariamente de la teoría del valor-trabajo. En mi opinión, se trata de una omisión notable. La teoría del valor no solo es uno de los elementos más fundamentales de la crítica de Marx al capitalismo, sino que también está directamente relacionada con una de las preocupaciones centrales de Citizen Marx, a saber, la crítica de Marx al poder arbitrario del capital.
Leipold no explica esta ausencia, pero es tentador interpretar su silencio como algo no ajeno a la afinidad de Leipold con el marxismo analítico y, en términos más generales, con la filosofía analítica. Con esto no quiero sugerir que Leipold respalde los numerosos callejones sin salida específicos del marxismo analítico, como el determinismo tecnológico de G. A. Cohen, el socialismo de mercado de John Roemer o el individualismo metodológico y el «marxismo de la elección racional» de Jon Elster. Más bien, lo que quiero decir es que el estilo de pensamiento de Leipold refleja la tradición analítica y su énfasis en un modo de razonamiento y escritura que se entiende a sí mismo como riguroso, claro y científico, en contraste con el estilo supuestamente oscuro y enrevesado de pensadores continentales como Hegel, Heidegger, Adorno o Derrida. Un académico con inclinaciones más continentales podría haber considerado relevante, por ejemplo, abordar el estudio de Stathis Kouvelakis sobre el pensamiento político del joven Marx en Philosophy and Revolution (2003), o el estudio de Moishe Postone sobre la comprensión de Marx de la dominación impersonal en Tiempo, trabajo y dominación social (1993). Los marxistas analíticos siempre se han mostrado escépticos ante la crítica dialéctica de Marx a la forma valor y la presentación profundamente especulativa y hegeliana de esta teoría en manuscritos como los Grundrisse (1857-1858), el llamado Urtext (1858) y la primera edición de El capital (1867).
Leipold destaca cómo Marx «amplió y transformó esas ideas republicanas, pasando de centrarse en el poder arbitrario de un individuo a analizar cómo se ejercía ese poder arbitrario a través de una estructura de propiedad y de fuerzas impersonales del mercado, y cómo se constituía a partir de ellas». Leipold analiza esto último (la dominación de todos por el mercado) en términos de competencia entre capitales y entre trabajadores, en lugar de hacerlo en el plano más abstracto y fundamental de la teoría del valor, donde Marx analiza las transacciones de mercado en términos de relaciones entre productores privados e independientes, es decir, antes de que el desarrollo dialéctico de los conceptos revele que estos agentes del mercado son capitalistas y trabajadores.
El enfoque de Leipold en la competencia, en lugar de en las relaciones sociales subyacentes expresadas en la forma valor, deja inadvertidamente la puerta abierta al socialismo de mercado proudhoniano, es decir, a la idea de que la competencia capitalista puede abolirse manteniendo el mercado como mecanismo de coordinación entre productores no capitalistas. El propio Leipold señala que El capital se configuró a partir de la lucha de Marx contra las tendencias proudhonianas en la Asociación Internacional de Trabajadores y, como han señalado estudiosos como Nadja Rakowitz, William Clare Roberts y Jasper Bernes, la teoría del valor de Marx se desarrolló en una confrontación directa con Proudhon y sus seguidores, así como con los socialistas ricardianos. Esta confrontación es especialmente evidente en los Grundrisse, que comienzan con una refutación de la propuesta de reforma bancaria del periodista proudhonista Alfred Darimon.
La teoría del valor de Marx presenta dos argumentos cruciales contra ese socialismo de mercado proudhonista, y estos argumentos demuestran a su vez lo erróneo que es considerar la teoría del valor como una cuestión puramente analítica, sin consecuencias para la forma de pensar la estrategia revolucionaria y el comunismo. En primer lugar, sostiene que un sistema de intercambio generalizado de mercancías es necesariamente un sistema en el que todos los agentes del mercado están sometidos al dominio abstracto e impersonal del mercado. En una economía de mercado, todos están obligados a obedecer las exigencias impersonales del mercado, como las fluctuaciones de los precios, para reproducirse; el mercado es un mecanismo que transforma las relaciones sociales en movimientos económicos de mercancías y dinero que acaba dominando a todos. En otras palabras, una economía de mercado nunca puede ser libre. En segundo lugar, la meticulosa derivación dialéctica de los conceptos que Marx realiza en la primera y segunda parte de El capital (y en los pasajes correspondientes de otros escritos) demuestra que el intercambio generalizado de mercancías presupone las relaciones de producción capitalistas o, como él mismo afirma en los Grundrisse, en referencia directa a Proudhon: «Es tan piadoso como estúpido desear que el valor de cambio no se convierta en capital». Una consecuencia política de esto es que el «socialismo de mercado» es una contradicción en sí misma: la abolición del capitalismo no puede consistir en la mera distribución del valor de manera «justa» o «equitativa», sino que debe implicar necesariamente la abolición del valor, lo que equivale a la abolición de la forma mercantil.
Lo que revela la teoría del valor de Marx —y lo que por tanto pasa por alto la interpretación de Leipold sobre su crítica al capitalismo— es que el poder arbitrario del mercado sobre todos no es solo resultado de la competencia entre capitalistas, sino que, en un nivel más fundamental, está arraigado en la forma mercancía misma. Esto no solo constituye una crítica al socialismo de mercado que sigue siendo profundamente vigente, sino que también fue una parte importante de la crítica de Marx al poder arbitrario del capital, así como de su crítica a otras corrientes socialistas. Por estas razones, incluir una interpretación de la teoría del valor en Citizen Marx habría reforzado la lectura de Leipold de Marx como crítico del poder arbitrario.
Cuestiones marxológicas
Mi segunda observación crítica es de naturaleza marxológica y se refiere a los escritos de Marx en los que se centra Leipold y a los que faltan o están poco expuestos en su relato. Citizen Marx se enmarca en términos generales como un estudio de la relación de Marx con el republicanismo; es decir, no se limita a una fase específica de la vida de Marx ni a un conjunto concreto de escritos. Naturalmente, no todos los escritos de Marx son igualmente relevantes para un proyecto de este tipo, y es perfectamente comprensible que Leipold ignore la tesis doctoral de Marx sobre Demócrito y Epicuro, los cuadernos sobre agricultura y ecología o los manuscritos del segundo volumen de El capital, por citar solo algunos ejemplos. Sin embargo, hay varios escritos que, en mi opinión, no reciben la atención que merecen. Como se ha señalado, los cinco primeros capítulos —aproximadamente tres cuartas partes del libro— tratan de los escritos de Marx entre 1842 y 1852, los primeros diez años de su trayectoria intelectual de cuatro décadas. A continuación, hay un capítulo que se centra principalmente en el primer volumen de El capital (1867-1872) y, por último, el capítulo final sobre la Guerra civil en Francia (1871).
El capítulo seis de Citizen Marx se titula «Cadenas e hilos invisibles» y demuestra cómo la crítica de Marx al capitalismo está influenciada por la crítica republicana de la dominación. Leipold desarrolla este análisis casi exclusivamente a través de la lectura del primer volumen de El capital. Aunque cita ocasionalmente otros escritos, como los Grundrisse (1857-58), Contribución a la crítica de la economía política (1859), el enorme Manuscrito de 1861-63 (partes del cual son más conocidas como Teorías sobre la plusvalía), los manuscritos del tercer volumen de El capital (1864-65), «Valor, precio y ganancia» (1865) y los llamados «Resultados del proceso inmediato de producción» (escritos en algún momento entre 1863 y 1866), no ofrece nada parecido a un análisis detallado de estos textos.
¿Debería haberlo hecho? ¿Son relevantes estos escritos para un estudio de la relación de Marx con el republicanismo? Creo que al menos algunos de ellos lo son. Si estoy en lo cierto al afirmar que la teoría del valor desempeña un papel central en la crítica de Marx al poder arbitrario, entonces parecería pertinente incluir un análisis de manuscritos como los Grundrisse, el llamado Urtext, la Contribución y la primera sección de la primera y segunda edición del volumen uno de El capital. Marx reescribió el análisis de la forma valor al menos seis veces, y este sufrió un importante desarrollo teórico entre los Grundrisse (1857-1858) y la segunda edición de El capital (1872).
Pero incluso si dejamos de lado la teoría del valor, Citizen Marx se habría beneficiado de un tratamiento más sustancial de este grupo de manuscritos. Por ejemplo, el poder despótico del capitalista en el lugar de trabajo, en el que Leipold pone gran énfasis, se discute extensamente en el Manuscrito de 1861-63. Subyacente a esta relación entre el capitalista y el trabajador en el lugar de trabajo se encuentra lo que Leipold denomina «la estructura de fondo de la propiedad, con la propiedad de los medios de producción monopolizada por los capitalistas», algo que Marx analiza en detalle en los Grundrisse. Del mismo modo, la relación entre el capital y el Estado —otro tema central en Citizen Marx— se trata en los Grundrisse, el Manuscrito de 1861-63 y el tercer volumen de El capital.
Hablando del Estado: ¿por qué Leipold no aborda los manuscritos conocidos como La ideología alemana, y en especial los debates de Marx sobre el liberalismo, la democracia y la monarquía en su crítica a Max Stirner? Dado que (1) los manuscritos originales se publicaron hace poco (en 2017); (2) fueron escritos durante un período en el que el pensamiento de Marx estaba experimentando cambios significativos; y (3) la crítica a Stirner es notoriamente oscura y difícil de interpretar, habría sido bienvenida la opinión de Leipold sobre estos escritos.
Algo similar puede decirse de muchos de los escritos tardíos de Marx de la década de 1870 y principios de la de 1880, especialmente sus cuadernos sobre las sociedades preoccidentales y no occidentales, que han recibido mucha atención en los últimos años. Según estudiosos como Kevin Anderson y Kohei Saito, los cuadernos de Marx de esos años revelan cómo finalmente se despojó de los restos de su eurocentrismo inicial y llegó a reconocer, en palabras de Saito, «las potencialidades revolucionarias de las sociedades no occidentales basadas en la propiedad comunal de la tierra». El ejemplo más conocido de este cambio es la correspondencia de Marx con la revolucionaria rusa Vera Zasulich y el prefacio de 1882 al Manifiesto Comunista, donde Marx y Engels sugerían que si «la Revolución Rusa se convierte en la señal para una revolución proletaria en Occidente, de modo que ambas se complementen, la actual propiedad común de la tierra en Rusia puede servir como punto de partida para un desarrollo comunista».
¿Indica esto un cambio en la forma en que Marx concebía el desarrollo de un proceso revolucionario, incluido el papel del Estado, como han argumentado varios estudiosos? ¿Y no sería relevante para la crítica de Leipold a la idea de que Marx creía en «el fin de la política» considerar la afirmación de Marx en sus notas sobre Henry Maine de principios de la década de 1880 de que el Estado «surge solo en una determinada etapa del desarrollo social [y] desaparece de nuevo tan pronto como la sociedad alcanza una etapa aún no alcanzada»?
Leipold no explica por qué estos escritos no se tienen en cuenta en el libro. Una posible explicación es que prestarles la misma atención que se presta a otros escritos de Marx en Citizen Marx habría convertido el proyecto en algo inmanejable (aunque la impresionante capacidad de Leipold para sintetizar grandes cantidades de material sugiere que está bien preparado para llevar a cabo tal tarea). Sin embargo, si ese es el caso, Citizen Marx se habría beneficiado de una delimitación más precisa de su objeto de análisis, incluyendo una explicación de la exclusión de estos escritos.
Estas observaciones críticas no restan valor en modo alguno a la lectura perspicaz, rigurosa y original de Marx que ofrece el libro. Gran parte de los escritos de Marx están profundamente arraigados en debates y polémicas concretas, lo que puede resultar muy difícil para los lectores contemporáneos. La reconstrucción cuidadosa y pedagógica que hace Leipold del contexto intelectual y político de Marx es extremadamente útil en este sentido. Más que un desafío a la tesis fundamental de Leipold sobre la relación de Marx con el republicanismo, mis comentarios deben leerse como sugerencias para futuras investigaciones que podrían ayudar a desarrollar y reforzar su relato.
El comunismo es libertad
Quizás la conclusión más importante de Citizen Marx es que «el principal valor político de Marx era la libertad». Esto es, como dice Leipold, «una forma en que el estudio de Marx y el republicanismo en el siglo XIX podría ayudar a formular un socialismo para el siglo XXI». A lo largo de la historia de la izquierda, se han dado diferentes respuestas a la pregunta de cuál es exactamente el problema del capitalismo. No todas son igualmente convincentes.
La respuesta más clásica es que el problema del capitalismo es que explota a los trabajadores. Esto es cierto e importante, por supuesto, pero tal crítica también corre el riesgo de reforzar un énfasis masculinista y estrecho de miras en las luchas de los trabajadores industriales asalariados en el lugar de producción como la única forma verdadera de lucha de clases. Además, tiende a conducir a tediosos debates filosóficos sobre la justicia y los fundamentos normativos, así como a visiones socialistas premarxistas y ricardianas del poscapitalismo como una sociedad en la que los trabajadores tienen pleno control sobre los resultados de su trabajo, una visión que ignora (entre otras cosas) que las personas que no pueden trabajar también deben tener voz en una sociedad poscapitalista.
Otra respuesta típica es que el problema del capitalismo es que es alienante. Este tipo de crítica se basa normalmente en una noción romántica de la naturaleza humana y en ideales como la inmediatez, la integridad, la unidad y la resonancia, que a menudo reflejan las experiencias particulares de ciertos sectores occidentales del proletariado global, y con frecuencia no son más que una universalización moralizante de una preferencia particular por un estilo de vida. Se trata del tipo de crítica condescendiente que te insta a dejar de leer noticias alarmistas, pedir comida a domicilio y ver series de televisión en maratón, y a descubrir que la verdadera felicidad reside en dar un paseo por el bosque, mantener conversaciones profundas y significativas, cocinar desde cero y visitar museos de arte. La crítica temprana de Marx al capitalismo en los Manuscritos de París de 1844 tiene una fuerte afinidad con esta perspectiva. Aunque algunos estudiosos —entre los que destacan Moishe Postone y Simon Clarke— han intentado desentrañar el concepto de alienación de sus implicaciones románticas, creo que el término está tan entrelazado con el humanismo romántico que es mejor abandonarlo. Inevitablemente, implica que lo que está «alienado» sigue existiendo de alguna manera, aunque su expresión se vea frustrada (de lo contrario, no diríamos que está «alienado», sino que ha desaparecido, se ha perdido o se ha abolido), y que el objetivo político es la resurrección o el volverse familiar de lo alienado. En el núcleo del concepto hay una forma de crítica despolitizada y romántica anclada en una unidad o armonía original y prepolítica que debe restaurarse.
Una tercera respuesta es que el capitalismo destruye la naturaleza, una crítica importante y convincente, pero que no puede sostenerse por sí sola, ya que no indica, en sí misma, cómo podría ser una alternativa al capitalismo. Una crítica del capitalismo centrada exclusivamente en la destrucción ecológica es, en principio, compatible con un horizonte político autoritario y tecnocrático.
Por estas razones, creo que la crítica más convincente del capitalismo es que se trata de un sistema de dominación, o que el capitalismo es enemigo de la libertad. Esta crítica no se opone necesariamente a las otras mencionadas anteriormente, y creo que tiene mucho sentido combinarla con las críticas de la destrucción ecológica y la explotación, aunque menos con la crítica de la alienación, que, para ser sincero, me parece de utilidad limitada. Una crítica del capitalismo en nombre de la libertad no se centra en un subgrupo específico del proletariado como intrínsecamente más revolucionario que otros, y tiene el potencial de resonar en un amplio conjunto de experiencias de vida bajo el capitalismo, ya que todo el mundo está sometido al poder arbitrario del capital, independientemente de si trabaja o no, o, si trabaja, si lo hace en forma de trabajo asalariado, trabajo informal o trabajo doméstico no remunerado. La variante comunista de la idea republicana de libertad como no dominación también tiene la ventaja de no implicar una idea sustancial de la buena vida. Más bien concibe el comunismo como una sociedad en la que las personas son libres de configurar sus propias vidas. Entender la lucha contra el capitalismo como una lucha contra la dominación también facilita la comprensión de «la continuidad entre el proyecto marxista de emancipación universal y las luchas por la libertad que no son todas de carácter socialista», como afirma William Clare Roberts, otro defensor de la lectura republicana de Marx. La relación entre las luchas contra el capital y las luchas contra el racismo o el sexismo, por ejemplo, no debe entenderse como una relación entre «luchas contra la explotación» y «luchas contra la opresión», sino más bien como variaciones de la misma lucha emancipadora fundamental contra la dominación. Esta es una de las muchas ideas importantes que nos ayuda a articular y desarrollar la lectura de Marx como comunista republicano crítico del poder arbitrario que hace Leipold.
Fuente → jacobinlat.com
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