
Casi todas las dictaduras se basan en la necesidad de grandes actos públicos donde el pueblo pueda rendir culto al jefe, al caudillo, al líder.
Casi todas las dictaduras se basan en la necesidad de grandes actos públicos donde el pueblo pueda rendir culto al jefe, al caudillo, al líder. Es el plebiscito popular renovado en cada momento, con grandes ovaciones, aplausos, gritos como los de «Viva Franco» y «Arriba España», todo para demostrar a la oposición -la anti-España o los» malos españoles»- y a los gobiernos extranjeros y fuerzas que según el franquismo dedicaban tiempo y grandes esfuerzos para maquinar contra el país, que el jefe del estado contaba con el favor y el fervor populares. Los «buenos españoles» demostraban en esos actos su gratitud, su apoyo sin reservas a Franco y a su trabajo constante como gobernante, por su labor como salvador de la patria. Los dictadores establecen peculiares relaciones con las masas que no se basan en las fidelidades impersonales propias de las democracias, donde los funcionarios y los ciudadanos deben ser leales a las instituciones, leyes y ordenamientos jurídicos, legítimamente constituidos, sino en las de tipo personal, aunque cada parte deba estar en distinto plano. El dictador guía y es padre de la patria, el pueblo agradece el trabajo y muestra su fidelidad, la “adhesión inquebrantable”, según el modelo establecido en España.
Aunque Franco sólo era responsable ante Dios y ante la Historia, era consciente de la necesidad de los baños de multitudes, bien orquestados y manipulados, pero imprescindibles para el fomento del culto a su persona y como campaña de imagen. Hasta el último aliento de su vida, semanas antes de morir, Franco necesitó de esa “adhesión inquebrantable” ante la tormenta internacional causada por los últimos fusilamientos de aquel otoño de 1975.
Fuente → nuevarevolucion.es
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