Todos nacionales y católicos: la educación de jóvenes leoneses durante el primer franquismo
Todos nacionales y católicos: la educación de jóvenes leoneses durante el primer franquismo / Pedro Víctor Fernández 

En León, donde se clausuraron la mitad de institutos públicos, se vivió el espíritu del franquismo con total obediencia y sumisión. Las órdenes ministeriales y los decretos que llegaban de Madrid perseguían altas dosis de catolicidad y patriotismo... que no cuajó en la juventud como la dictadura quería
 
El autor de una genialidad titulada Celtiberia Show (1970), Luis Carandell, fue el mejor cronista parlamentario de nuestra democracia, en los años en que lo que se decía en el hemiciclo merecía ser escuchado. Con el ánimo de retratar el alma de este país, Carandell recogió anécdotas delirantes, como aquella en la que le mostraron dentro de un relicario barroco dos plumas de la paloma del Espíritu Santo. Su hermano, José María, educado en su juventud durante once años en un colegio religioso, dio fe del atiborrado horario de misas, primeros viernes, rosarios, viacrucis, ejercicios espirituales, meses de María, sabatinas, jaculatorias, himnos de Acción Católica, ofrendas al Sagrado Corazón y tarsicianismo por los cuatro costados. Sobran los testimonios de aquella España salida de la Guerra Civil, nacional y católica por obligación.   
 

En la mayoría de los casos nada bueno les proporcionó –aseguran los Carandell y otros muchos– aquel empacho de religiosidad, constituyendo una pérdida de tiempo, pues los jóvenes no se enteraban de nada de la doctrina católica. ¿Qué era eso de un Dios uno y trino? ¿Y los serafines, querubines, tronos y potestades? Con una religión esparcida a base de sermones incuestionables sólo sentían la merma y represión de los instintos corporales e intelectuales. Estaban seguros de que con aquellas prácticas soporíferas no iban a ir al cielo. En realidad, los más avispados empezaban a sospechar que se les estaba distrayendo de otras valores importantes en su educación. Nadie se libró de aquel invierno educativo donde la nieve, la escarcha y el hielo sumaban pesadas capas en los catecismos de Astete y Ripalda. 

En León se vivió aquel espíritu nacional-católico con total obediencia y sumisión, sin apreciar críticamente que el papel de la educación fue el de vehículo transmisor de ideología. Las órdenes ministeriales y los decretos que llegaban a León perseguían altas dosis de catolicidad y patriotismo, con valores que buscaban la formación nuclear del alumnado. De los años de posguerra se conservan varios elementos significativos en la vida del instituto leonés –de aquella denominado Instituto Nacional de Bachillerato– que hablan del cariz de su tiempo. Es el caso de un banderín de la OJE con las insignias del centro e hilos dorados, otro de buen paño bordado en varios colores que perteneció a los alumnos de Acción Católica y un tercero a los Tarsicios Eucarísticos, sección juvenil de la Adoración Nocturna, cuyo modelo a imitar era el niño romano mártir de nombre Tarsicio, adoptado ahora como patrono de monaguillos y acólitos. Los nuevos tiempos habían puesto de moda desfiles, procesiones y actos de reafirmación con emblemas cromáticos para lucir en público. También visitas al hospital, alabanzas públicas a los sacramentos, teatro de temática religiosa, fiesta de las santas reliquias, mesas atendidas por jóvenes con libros de la sagrada biblia, recibimiento con varas y banderas al obispo, constituyeron un ariete del catolicismo en la poterna de la sociedad. En resumen, puro proselitismo de la fe católica. Los fundamentos de Falange Española y el nacionalcatolicismo presidieron la vida del instituto, los mismos que se vivían en la calle. 

Decisiva fue la obra de Acción Católica, cuya táctica era el despliegue activo de la propaganda, tras adoptar un estilo de conquista de las masas desplegando insignias, banderas y triunfalismo. Buscaba una obra de “minoría selecta de hombres católicos” con implicaciones en la empresa, la universidad, los periódicos y… “en potencia... ¡Ah! Los estudiantes sobresalientes que despunten”. Son palabras de Fernando Martín-Sánchez Juliá, eminencia gris de la propaganda nacional de Acción Católica en los años cuarenta. En León, se lubricó esa maquinaria con el nombramiento en 1948 de su carismático obispo, Luis Almarcha, para el cargo de asesor nacional de Sindicatos Verticales, asumiendo la divina misión de llevar el reino de Dios a las almas, la sociedad y, por supuesto, a las aulas. El núcleo leonés de Acción Católica más activo giró en torno a la parroquia de San Marcelo, cuyo núcleo de juventud estaba en torno a los 15-20 miembros, seguramente alguno de ellos alumnos del Instituto. 

La doctrina falangista también empujó hasta imponerse, aunque en la pugna con Acción Católica decayó a partir de 1945. Los jóvenes leoneses afiliados al Frente de Juventudes disfrutaban del derecho a ser formados en disciplinas especiales, entre ellas el proselitismo y la acción política y ocupaban su tiempo libre en concentraciones, colonias, campamentos, albergues…

Fue así como la Falange se hizo hueco en el sistema educativo, otorgándosele, entre otras prebendas, la impartición de la disciplina de Educación Física, Política y Deportiva, trufada con acompañamientos, cánticos y rituales políticos propios de los vencedores. En estos años cualquier festividad era motivo suficiente para la conmemoración: día del Glorioso Movimiento Nacional, día de la Hispanidad, día del Caudillo, fiestas de La Inmaculada o de Santo Tomás de Aquino. También se crearon clases de bachillerato en horario nocturno, para excombatientes. Duraron de 1943 a 1946 y algunos de los asistentes consiguieron sacar el título de bachiller, incluso estudiar magisterio o veterinaria en la ciudad. El director del Instituto Nacional de León, Joaquín López Robles, escribía en Proa en 1937, en el primer aniversario del comienzo de la guerra: “El 18 de julio España despierta. El Ejército de España, que luchó en Lepanto, el de los Tercios de Flandes, la Falange azul, la España tradicional rompe sus cadenas de la esclavitud y poniendo '¡Arriba España!' Cara al sol y a la inmensidad, saciando los anhelos de infinito que se divisan desde los horizontes de la vieja Castilla, vuelve a su curso por las rutas del ideal, que un día en las carabelas de Colón la llevaron en busca de un Imperio, de un nuevo mundo que ofrecer a la civilización occidental”. 

Maquiavelo decía que la religión era muy útil para la política. El verdadero apóstol de la cruzada de 1936 fue el cardenal Gomá. Escribió la carta pastoral que involucraba a la Iglesia con los golpistas y recibió el consenso de sus colegas de episcopado, a excepción de un par de díscolos. El Frente Popular de la Segunda República arrastraba a sus espaldas 269 muertos, 113 huelgas y 170 quemas de templos religiosos, así que se necesitaba decir “¡Basta!” y dar vuelta a la tortilla.  Especialmente en la educación media, la política franquista se sometió al programa tradicional del movimiento católico. El sesgo de tradición e integrismo al estilo de Menéndez Pelayo marcó un rumbo que dejó satisfechos a los católicos. En aquel caldo de victoria se dio una privatización del sector educativo sin precedentes. El Ministerio de Educación Nacional –así rebautizado– cayó en manos de un monárquico fascitizado de Acción Española, Pedro Sáinz Rodríguez. Su ley de 1938 buscaba retroceder a las esencias del Concilio de Trento y proclamar con apremio la separación de sexos en las aulas. En León, a falta de un edificio propio, las chicas del Instituto ocuparon una planta del centro en exclusiva, con cancela en el medio y bien escoltadas por el bedel. Aquel centro, que venía de hacer pedagogía de renovación en los años de la república, supuso el bastión del bachillerato clásico en la provincia, auxiliado por otros dos institutos más pequeños, en Ponferrada y Astorga, respectivamente. O sea, la expansión de la red pública de centros se truncó, al mismo tiempo que se sustituía el laicismo republicano por una enseñanza teñida de integrismo religioso en manos de órdenes y congregaciones del clero. Inmediatamente fue repuesto el crucifijo en las aulas, colocado en medio de los retratos de Franco y José Antonio.  

Clausurados la mitad de institutos públicos

Durante dos décadas fueron clausurados muchos institutos públicos, más de la mitad de los existentes, afectando especialmente al ámbito rural. Paradojas de otros tiempos, pues los mismos campesinos que apoyaron el Movimiento tuvieron que llevar a sus hijos a colegios internos de curas, monjas o frailes. No quedaba otra. El franquismo convirtió el interior de España en un erial de oportunidades educativas, frente al oasis de Madrid. Los chicos y chicas de los pueblos o pagaban una pensión para estudiar en la capital o entraban internos en la red de centros religiosos. De 1933 a 1943 se dobló el número de centros privados; en cambio la matrícula de los institutos públicos cayó más del 35%.  

Recristianización, privatización, retorno a las humanidades clásicas. Se recurrió memorización acrítica para empollar lecciones y recitarlas en la tarima o de cara al tribunal de catedráticos que otorgaba el título de bachiller. En León capital, en 1946 se fundó el Instituto Femenino con edificio propio, bautizado al año siguiente como Juan del Enzina. En 1953, con las cartillas de racionamiento en el baúl de los trastos, los 4 centros de la provincia llegaron a la matrícula oficial de 1.326 alumnos y alumnas, una minoría para una población de medio millón de habitantes. En cambio, los que acudían a sus aulas solo en junio y septiembre para obtener el título, los alumnos colegiados, eran 2.534, casi el doble que los públicos.

Sólo en la capital había 14 centros privados o de la Iglesia, adscritos a sus dos institutos públicos, los únicos que dispensaban el título de Bachillerato. Habría que esperar a la década de los sesenta para triplicar la matrícula de bachilleres y a la de los setenta para que proliferaran en la provincia institutos públicos que pudieran dar respuesta a la escolarización de masas que se produjo en toda la geografía provincial. Es la misma red que hoy lucha por mantener el tipo frente a la enseñanza concertada, que asume la filosofía de financiación pública y gestión semiprivada. La educación en democracia, sometida al socaire de la política, sigue dando bandazos en un mar de aguas agitadas.               

El franquismo no tuvo un respaldo monolítico de la Iglesia a lo largo de sus cuatro décadas. En los años sesenta ya no se buscaba como prioridad alimentar la vida espiritual frecuentando sacramentos y ejercicios espirituales. Los vientos cambiaron, la juventud se formó un criterio propio y la Iglesia dejó de amar el franquismo de modo irracional. El panorama se tiñó de siglas católicas, algunas de las cuales derivaron hacia un sindicalismo clandestino: OD, HOAC, JOC, CCB, VOJ, USO. Los mitos eran ya otros entre muchos jóvenes: Che Guevara, Martín Luther King, Helder Cámara. En los años finales del régimen había tres Iglesias en España: la integrista, la aperturista y la revolucionaria. Los chicos más activos del Instituto de León ya no eran de Acción Católica, sino que leían a Nietzsche y Ortega, mientras escuchaban las lecciones de Filosofía de Lucio García Ortega


Fuente → ileon.eldiario.es

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