Marianet supo discernir que el enemigo estaba fuera del estrecho debate entre compañeros de trinchera.
En los oscuros pliegues de la historia, donde el aire se volvía denso por la amenaza de muerte y el destino de la República se desangraba en las grietas de una tierra rota, surgieron aquellos que se atrevieron a desafiar el orden impuesto por el fusil y la barbarie. Mariano Rodríguez Vázquez, Marianet, hombre de origen gitano y corazón libertario, emergió en esas dolorosas circunstancias como un faro en medio de la tormenta de la Guerra Civil Española. No como un líder alzado por la fuerza de un ejército o la gloria de grandes nombres, sino como un hombre cuya voz resonaba en defensa de la unidad de todos aquellos dispuestos a dar la vida en la resistencia frente al fascismo.
En aquellos años convulsos de guerra fratricida, donde la sangre abonaba la tierra con la promesa de justicia, el nombre de Marianet sonaba en el corazón de quienes anteponían la libertad a cualquier otra cosa. Para algunos, la unidad implicaba traición, especialmente para esos sectores cenetistas que veían en la colaboración con el gobierno de Negrín una violación de los principios más puros del anarquismo. La acusación de “revisionismo” flotaba como una sombra que intentaba nublar el camino. Pese a ello, Marianet supo discernir que el enemigo estaba fuera del estrecho debate entre compañeros de trinchera. Sabía que, en tiempos de conflicto, lo primero es resistir, y la resistencia necesita, más que divisiones, una alianza unida, aunque deba componerse de voluntades dispersas.
Con el exilio tras la derrota, vino la continuación de la lucha, pero también el destello de una nueva batalla. Allí, lejos de la patria, continuó batallando por la coherencia de su visión. En esos años de refugio, cuando la esperanza parecía un eco lejano, contribuyó a la creación del Consejo General del Movimiento Libertario, un órgano con el que buscaba reorganizar las fuerzas del anarquismo dispersas por el mundo. Su voz, que ya había hablado en los campos de batalla, ahora resonaba en los pasillos del exilio, donde las ideas intentaban sobrevivir entre los restos de una guerra perdida. Su nombramiento como presidente del Consejo no fue solo un cargo, sino una nueva bandera, una oportunidad para seguir luchando, una forma de continuar alzando la causa de la justicia social, aunque las circunstancias fueran adversas.
Aún en esos días de dolor y destierro, Marianet fue el eco de los olvidados, de los marginados, de aquellos que jamás habían tenido un rostro visible en la historia. En su lucha por la justicia social, se entrelazaron las voces de muchos: gitanos, anarquistas, obreros, quienes vivían en la sombra de un sistema que los despojaba de todo. Durante la contienda, los gitanos, privados de su historia, tomaron las armas, no solo por la libertad de la República, sino por la de su gente. Marianet fue su portavoz, la voz de un pueblo que había sido llevado por generaciones al filo de la exclusión. No pedían clemencia, solo justicia.
Es difícil encontrar en los anales de la historia una comunidad tan incomprendida y oprimida como la gitana, cuya presencia fue clave en las milicias tanto anarquistas como comunistas durante la Guerra Civil Española. No solo se trataba de una disputa por la libertad, sino de un intento de visibilizar y dignificar a un pueblo históricamente silenciado. Los gitanos lucharon codo a codo con otros combatientes en la defensa de la República, entregando sus vidas como muestra de compromiso con la justicia social, sabiendo que el valor no conoce fronteras raciales ni sociales.
Pero la opresión no terminó con el fin de la guerra. Con el triunfo del franquismo, las sombras se alargaron aún más. Los gitanos fueron borrados de la memoria colectiva, su lengua y sus tradiciones reprimidas bajo las botas de un régimen que no toleraba la diversidad. Mientras el silencio caía sobre el pueblo gitano, otros seguían manteniendo viva la llama de su cultura. La resistencia no siempre se lleva a cabo en las trincheras visibles, sino también en la clandestinidad, en las casas donde los susurros aún hablaban de libertad. Marianet sabía que la lucha no muere con una derrota, sino que persiste en la memoria, en los actos de rebeldía que solo comprenden quienes creen en la libertad.
En los días de la dictadura, cuando el sol parecía ocultarse para siempre, Marianet defendió una visión inclusiva del anarquismo, que trascendía las barreras raciales, sociales y culturales. Su mensaje fue claro: la revolución no es posible mientras exista la discriminación, mientras se sigan levantando muros entre pueblos, mientras el poder excluya a los más vulnerables. Su contienda fue por la unidad de los oprimidos, un llamado a unir las fuerzas dispersas de los marginados para derribar los muros que los mantenían sometidos.
Hoy el nombre de Marianet se levanta no solo como eco de una batalla pasada, sino como un grito necesario en tiempos de olvido. En días en que las palabras se vuelven meras mercancías y las promesas se diluyen en la espuma del tiempo, su vida nos recuerda que la verdadera revolución no se halla en discursos vacíos, sino en actos auténticos y revolucionarios. La resistencia no necesita adornos ni títulos; se alza en las luchas cotidianas, en silencios que no pueden callarse. Marianet, el gitano que defendió la unidad por encima de todo, es un faro que ilumina el camino de quienes creen que el mundo puede cambiar, que el presente no es un destino, sino un paso hacia un futuro más justo. En su vida, la revolución se tejió con la fibra de la libertad, un hilo que sigue vivo incluso cuando todo parece perdido.
Mariano Rodríguez Vázquez, conocido como Marianet, fue un destacado activista y líder gitano durante la Guerra Civil española. Su compromiso político lo llevó a participar activamente en la Confederación Nacional del Trabajo, CNT
— Daniel Seixo 🇨🇺 🇵🇸 (@SeixoDani) November 29, 2023
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Fuente → nuevarevolucion.es
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