Juan Carlos Mateos Fernández
Doctor en Ciencias de la Información
En junio de 2024 la editorial sevillana Espuela de Plata, en su colección España en armas, puso en circulación el libro Junto al pueblo en armas. Los editoriales del diario AHORA bajo la dirección de Manuel Chaves Nogales (Madrid, agosto-noviembre de 1936). El escritor Andrés García Trapiello, autoproclamado descubridor de Chaves Nogales, dedicó a este volumen una página de La Lectura, suplemento cultural del diario El Mundo, en su número semanal de 12 de julio de 2024. «Chaves Nogales: ahora o nunca», la titulaba el prolífico escritor.
Supongo que por falta de espacio más que por pereza intelectual, Trapiello criticaba el estudio introductorio a ese libro, del que soy autor, escribiendo que «las extravagantes razones (idiolectos) en las que se basa son cómicas y no vale la pena perder el tiempo en resumirlas». Es lo que tiene convertirse en un prolífico memorialista, para elevarse sobre un pedestal en el que sobra todo razonamiento y disquisición. Sin rasgo de comicidad, Trapiello saluda la aparición del volumen en el sello Renacimiento como una «buena noticia», sugiriendo la lectura de todos los editoriales del diario Ahora reproducidos en el libro, que son los comprendidos entre el 21 de julio y el 13 de noviembre de 1936 (los primeros elaborados por Leopoldo Bejarano, a partir del 11 de agosto por el mismo Chaves, y desde el 7 de noviembre por Alberto Marín Alcalde), prescindiendo del estudio introductorio. Que el lector reflexione sobre sus contenidos es algo que Trapiello no se atreve a sugerir. Al fin y al cabo, es él quien ha inoculado las conclusiones, y aquellas que son válidas son las que él mismo ha establecido. Además, seguro que es él quien frecuentemente practica esa sana costumbre de leer selectivamente.
Escribe Trapiello en El Mundo, en «Chaves Nogales: ahora o nunca», que «solo cuando se perdió la revolución, se usó el fascismo como una cortina de humo para velar los crímenes». Si hubiera leído Junto al pueblo en armas no tan selectivamente, bien temprano -28 de julio de 1936- hubiera podido leer de Leopoldo Bejarano que «los españoles aman su libertad sobre todas las cosas. ¿Todavía no se han convencido los que pretendían instaurar en España un régimen fascista?». Tres días más tarde, el mismo Bejarano subrayaba que «la casta militarista, en monstruoso contubernio con una turba señoritil, ha encontrado en el fascismo bandera idónea en defensa de unos injustos privilegios sociales». Chaves Nogales, por su parte, aunque más antifascista que nunca y sin dejar de denunciar el fascismo y el carácter reaccionario de los sublevados, ante todo se muestra como un firme revolucionario. De este modo, podía escribir el 4 de septiembre de 1936 que, «es verdad que estamos haciendo una guerra contra un enemigo poderoso, pero también estamos haciendo una revolución, que es más importante».
No debería sentirme agraviado por su escrito, más o menos meditado por la urgencia del medio empleado, la prensa escrita. Trapiello subraya que es mala noticia «que la edición la ha hecho un tal Juan Carlos Mateos Fernández», pues «ese Mateos» es uno de los «fanatizados y sectarios» que lanzan una «campaña de acoso y derribo» contra la santidad de Chaves Nogales; lo que, al fin y al cabo, es tanto como dirigirla contra su profeta Andrés García Trapiello.
Comparando con las opiniones políticas de Trapiello, las de ahora y no las de mucho antes, son muchos más los que han sufrido semejante animadversión. No son pocos los que caminamos por aceras opuestas, gracias a la indudable capacidad de Trapiello de generar enemistades. Sin necesidad de rebuscar mucho en su feracísima actividad intelectual, su cuenta de twitter, tan dedicada a difundir sus propios escritos como las publicaciones de Cayetana Álvarez de Toledo e incluso las de Rosa Díez, el primero de agosto de 2024 mostraba un Trapiello autorizado para lanzar un auténtico exabrupto: «Un corrupto en La Moncloa y otro en Sant Jordi. El precio del primero, la amnistía, el del segundo, la fiscalidad. Naturalmente pagamos todos y cobran ellos».
Que lo haga un intelectual de Colón, uno de tantos que han salido de la clandestinidad para directamente manifestarse en esa misma plaza, debe resultar una minucia. Todo lo contrario sucede si quien usa igual calificativo es una exministra de Pedro Sánchez (no de su mismo partido), y quien el que es llamado corrupto es un magistrado a punto de dejar de serlo; aquel que, entre otras cosas, fue incapaz de identificar quién era el indescifrable M. Rajoy. La denuncia no tarda en llegar al Tribunal Supremo, aunque sea con recortes de prensa … o de twitter. La desfachatez intelectual de ciertos escritores e intelectuales ante la política, denunciada por Ignacio Sánchez-Cuenca, hace que a todos ellos escueza un gobierno que no es precisamente el suyo, el de Pedro Sánchez, al que siempre García Trapiello se refiere como Ese o Pedro Ese. Es un ejemplo más, según escribe Sánchez-Cuenca, de «intelectual prepotente, que mira con desdén a quien no es conocido o no tiene vínculos con él y con sus pares».
Aun así, no vaya a pensar el lector que, en su deriva ultraderechista, Trapiello solo es capaz de escupir veneno. Nada más lejos de la realidad. En ese (no reservo para Pedro Sánchez lo que aquí es un demostrativo) «Chaves Nogales: ahora o nunca», escribe García Trapiello que «parte de su trabajo -el de ese Mateos, añado yo- es meritorio: ha recopilado los editoriales de Ahora y leído las actas del consejo obrero que se hizo cargo del periódico, custodiadas en el archivo de Salamanca». No tenga miedo a equivocarse. El mero trabajo mecanográfico, como simple transcriptor, es una verdadera lata e incordio. Y también es cierto que he leído, aunque no diría que en su integridad por si acaso se me hubiera pasado alguna que otra, las actas del Consejo Obrero establecido a partir del 27 de julio de 1936 en la Editorial Estampa; es decir, dos días después de la incautación realizada por sus propios trabajadores. Algunas de esas actas, las de las reuniones obreras celebradas entre el 27 de julio y el 12 de octubre de 1936, también se encuentran digitalizadas en el Archivo Histórico Nacional. Sin ningún giro, ni leve ni tan absoluto como el sufrido por Trapiello, hoy sigo sosteniendo lo mismo. Jamás podré decir otra cosa. Fueron precisamente esas lecturas e investigaciones en el Centro Documental de la Memoria Histórica, las que me permitieron escribir en una fecha bien temprana, el año 1996, que «el tiempo que estuvo al frente del diario bajo esa forma colectivista que él mismo había defendido, Chaves Nogales jugó a ser un revolucionario, quizá lealmente consigo mismo, pero no con sus compañeros». Lo hacía en «Bajo el control obrero. La prensa diaria en Madrid durante la guerra civil, 1936-1939», tesis doctoral accesible en el repositorio de la Universidad Complutense.
Se formula Trapiello en el diario El Mundo una pregunta que yo también me hice muchos años atrás. «¿Qué crédito puede dársele al que cuatro meses después huyó cobardemente para decir lo contrario que había dicho?». Ni más ni menos, eso es lo que hizo Chaves Nogales: antifascista revolucionario a la luz del día desde el 5 de agosto hasta el mismo 7 de noviembre de 1936, y en sus entrañas liberal, anticomunista y antifascista, antes y también después.
Frente a lo que insistentemente ha sido difundido por el «pensamiento dominante», acertada definición hecha por Espinosa Maestre de lo que Andrés Trapiello es su más conspicuo representante, puedo imaginar la sorpresa que han debido sentir los poquísimos historiadores que han accedido a esas actas obreras. Frente a ese pensamiento dominante, igual sorpresa ha debido sentir el catedrático de la Universidad de Alicante, Juan Antonio Ríos Carratalá, al encontrarse un ofrecimiento del mismo Chaves Nogales para ser comisario de guerra, avanzado el mes de octubre de 1936. La misma sorpresa que yo sentí en 1996, conociendo sus revolucionarias opiniones en el Consejo Obrero y sus revolucionarios editoriales de aquellos días, cuando leía su brillantísimo prólogo de A sangre y fuego. Entonces, no tenía la más remota idea de quien era Andrés García Trapiello. Fue grande la sorpresa que yo sentí al leer ese celebérrimo prólogo, después de saber que, en la reunión del Consejo Obrero de 14 de agosto de 1936, dijo Chaves Nogales que «los inorganizados son indeseables». Por supuesto, el propio Chaves quedaba fuera de esa catalogación, por militar en la Agrupación Profesional de Periodistas, sindicato ingresado en la UGT en noviembre de 1932. Y la misma sorpresa cuando nos descubrieron, hace unos pocos lustros, el pasaje de Chaves Nogales más querido por Trapiello, el escrito de noviembre de 1938 incluido en Los secretos de la defensa de Madrid:
Los heroicos y gloriosos ejércitos –escribió Chaves- que luchaban en la Ciudad Universitaria estaban formados con la escoria del mundo. Basta fijar los ojos en la lista de las fuerzas que los componían. Frente a la Brigada Internacional de los rojos, la Novena Bandera del Tercio Extranjero de los blancos, una y otra, receptáculo de todos los criminales aventureros y desesperados de Europa. En oposición a la funesta internacional comunista y a su barbarie del nacionalismo más salvaje, ni siquiera europeo, el nacionalismo musulmán al servicio de los militares sublevados.
Las conclusiones se deben establecer con rigor intelectual. El de Trapiello él mismo lo presupone, por más que lo niegue para sus contradictores. El resto, como yo, quizá ignoremos «que un editorial –según escribe AGT- no es la opinión de una persona, sino del medio donde aparece, donde hay otros pareceres y gentes que suelen meter mano en su redacción».
No dudo de la fidelidad de la transcripción hecha por Fernando Palmero en ese mismo número de la revista cultural de El Mundo, sobre el desahogo de Trapiello. «Todo el mundo sabe –debió decirle Trapiello a Palmero, según refleja este en Un periodista atrapado en un diario incautado por el Frente Popular– que los editoriales se hacen en reuniones de redacción y que probablemente en muchos de ellos haya metido mano mucha gente».
En realidad, lo que Trapiello está describiendo es el funcionamiento de los diarios para los que trabaja, hoy y otros años atrás, en los que seguramente meta mano y zarpa, no solo en sus editoriales sino en el conjunto de sus páginas de opinión y en sus propias informaciones, nunca ajenas a una intencionalidad muy visible. Bien pudiera ser la máquina del fango (véase su twitter de 18 de junio de 2024), que es capaz de ver en Pedro Ese pero no en sí mismo. Por supuesto, solo puedo sentirme en inferioridad ante Trapiello en el conocimiento de la elaboración de un diario en el siglo XXI. Está autorizado para pontificar sobre ello. Pero, de ningún modo lo está para hablar de 1936, por hacerlo con absoluta ignorancia pese a su pretendida infalibilidad. Ya digo en la introducción a Junto al pueblo en armas que el 21 de julio de 1936, el redactor jefe Leopoldo Bejarano, escribió el editorial del día «Frente a la subversión», de acuerdo con «el enfoque que le hubiera ordenado dar el propietario de la publicación; esto es, haciendo constar el respeto a la legalidad vigente acorde con su carácter conservador, liberal y democrático». Pero cuatro días sirvieron para una radical transformación de un diario, del mismo modo que unos cuantos días más han sido necesarios para un giro tan extremo como el de García Trapiello, que ha pasado de mullir su colchón con ejemplares de Mundo Obrero a arrullarse frecuentemente en el banderón que ondea en la plaza de Colón.
De este modo, el 26 de julio de 1936, el diario Ahora podía realizar el siguiente anuncio en su portada interior:
El personal de redacción, administración y talleres de EDITORIAL ESTAMPA, en virtud de acuerdos adoptados con anterioridad, se incautó ayer de las publicaciones AHORA, Agencia Periodística Internacional, Estampa, As y La Farsa, y asimismo de los edificios y máquinas propiedad de la empresa […]. AHORA defenderá, en lo sucesivo, la causa de LA REPÚBLICA DEL FRENTE POPULAR.
Los pocos redactores que quedaron al frente de la publicación, ya fuera por derechistas, también por caer en territorio sublevado o por encontrarse de vacaciones (Chaves era uno de los muchos en esta última tesitura), una vez lanzado el número del 25 de julio quedaron desligados de tener que responder ante el propietario Luis Montiel. En aquellos días, Montiel seguramente ya se encontraba en la República Argentina. En adelante, el único compromiso quedaba reflejado en el primer número del diario incautado, y se hacía empleando letras mayúsculas: la defensa del gobierno legítimo, es decir, la defensa de «la causa de la República del Frente Popular».
El mismo Chaves Nogales, vuelto a la España leal el 3 de agosto (Barcelona) y a Madrid la tarde del día 5, hizo inmediata promesa de acatamiento. Invitado –que no elegido- a formar parte de ese Consejo Obrero, interviene en aquel un día más tarde. Refleja el acta obrera de 6 de agosto que «hace manifestaciones de lealtad a este Consejo»; añadiéndose de inmediato que «Chaves acepta desde el primer momento que nuestra política sea […] de una gran lealtad al Frente Popular». ¿Qué piensa Trapiello de esa proclamación de lealtad? No tengo ninguna duda de que empleará el comodín del pistolón en la sien. Los de ETA y Venezuela quedan para otras disputas.
Seguro que su capacidad deductiva le servirá para oler la pólvora en la única fotografía que se conserva de una reunión del Consejo Obrero establecido en la Editorial Estampa. Esta es la publicada en la contraportada del diario Ahora el 27 de agosto de 1936, con imagen captada dos días antes. Seguro que en esta fotografía que ilustra la portada de Junto al pueblo en armas (quedan fuera de plano dos periodistas como Manuel García Nogales y Leopoldo Bejarano), para la desbordante imaginación de Trapiello abundarían fusiles, correajes y monos azules. Sin embargo, no hay más atuendo militar que las alpargatas que calza el huecograbador Manuel Barci, la pajarita del dirigente sindical Vicente Francos (miembro de la Junta Directiva del Sindicato de Administrativos de Prensa, perteneciente a la UGT), y un relajadísimo Manuel Chaves Nogales. Algo similar se podrá apreciar -correajes y no armas-, en la fotografía del diario Ahora de 11 de septiembre, tras recibir en la sede del diario la visita del capitán Alberto Bayo y algunos miembros de la columna Baleares, mostrando Chaves en su pose con el militar republicano una blanquísima sonrisa.
¿Cuántos periodistas y redactores trabajaban para la Editorial Estampa y sus diversas publicaciones en julio de 1936? Estos no eran más de cuarenta, una docena de ellos fotógrafos y dibujantes. ¿Cuántos de ellos debieron presentarse a su puesto de trabajo, por poner un ejemplo, el 26 de julio? No eran más de una docena, de los que la mayor parte acudían a diario a los frentes de combate. En cualquier caso, aquel número será siempre muy inferior a los que, como Trapiello, puedan meter mano en un editorial de un gran diario hoy día. Lo harán en 2024, seguramente para recibir instrucciones, pero no los cuatro gatos de una redacción notablemente disminuida. En verdad, no tienen ni la más remota idea de lo que era un diario en 1936, de lo que era un diario en guerra, salvo lo que digan verdaderos historietistas y lo que ellos mismos hayan podido fabular. Si llegaran a escribir sobre la Edad Media, resultaría que el campesinado no pagaba diezmos y emplearía novedosa maquinaria para la recolección.
Deberíamos suponer que Trapiello, más allá de su fervor por Agustín de Foxá y unos cuantos escritores falangistas, haya leído la gran cantidad de relatos y narraciones generados por la guerra civil que le sirvieron para elaborar Las armas y las letras. En concreto, en su obra cita a Julián Zugazagoitia, director hasta mayo de 1937 del diario El Socialista. Apunta con brevedad sobre Zugazagoitia que «murió fusilado después de haber sido secuestrado por la Gestapo, al igual que Cruz Salido, también periodista y director de El Socialista durante la guerra. Su militancia socialista no le impidió ser uno de los más ponderados e imparciales observadores de la Guerra Civil, que trenzó con sus memorias personales en el juicioso libro Historia de la guerra de España (Buenos Aires, La Vanguardia, 1940), y en Guerra y vicisitudes de los españoles (Buenos Aires, 1940), de imprescindible lectura». Por supuesto, es un buen resumen incluido en un volumen de muchos cientos de páginas. En él, aparte del desliz de convertir a Francisco Cruz Salido en director de El Socialista (lo fue de El Liberal bilbaíno a partir de diciembre de 1936 y del valenciano Adelante entre octubre de 1937 y abril de 1938, pero nunca de El Socialista), me da que Trapiello tomó para sí el mismo consejo que ofrece a los lectores de Junto al pueblo en armas: leer a partir de un capítulo concreto, o más bien la faja de una edición, que es lo que alguna que otra vez haga. Replicaba Juan Antonio Ríos Carratalá en esta misma página de Conversación sobre la Historia («Andrés Trapiello y ese Mateos», en entrada de 21 de julio de 2024), que «las investigaciones rigurosas merecen respeto, sobre todo cuando uno ha escrito Las armas y las letras en unos meses y con la perspectiva de ganar un premio». Además de agradecer su respuesta, no puedo poner en duda el acierto de este comentario.
Si Trapiello hubiera leído Guerra y vicisitudes de los españoles, hubiera sabido que Zugazagoitia describe una redacción de El Socialista reducida a la mínima expresión. Muy menguada en los días y meses previos, aun lo será más a partir de noviembre de 1936. Entonces, escribe Zugazagoitia, «quedó Albar, y él y yo habíamos de correr, mano a mano, con el trabajo de redactar, de una a otra punta, el periódico. [Federico] Angulo y [Manuel] Pastor estaban haciendo la guerra; Vázquez Ocaña ayudaba a los secretarios de Negrín en ocupaciones de extraordinaria confianza; Cruz Salido y Serra Crespo se habían ausentado, los dos por poco tiempo, y nuestro redactor militar [Pedro Martín Puente] seguía, desventuradamente, sin ningún tema útil para escribir de la guerra, aplicándose a la recluta de milicianos».
Y si también Trapiello hubiera investigado en la Fundación Pablo Iglesias (cuando la presidía Alfonso Guerra y no precisamente como, desde 2017, demonios sanchistas), hubiera sabido que Felipe Andrés Cabezas, designado director de El Socialista en mayo de 1938, tras haberlo sido Manuel Albar, escribió de inmediato a la Comisión Ejecutiva del Partido Socialista reclamando orientación y colaboraciones. Cabezas agradecía «mucho la estima hacia este modesto afiliado implicada en la designación; pero en ningún modo la designación misma». Establecía el periodista y catedrático de latín que la responsabilidad sería enorme, lo que «me sobrecoge un poco. Yo aspiro -seguía afirmando- a que, dentro de los medios más que precarios en que nos movemos, el periódico no desdiga demasiado de su reciente tradición». Por encima de su modestia, rara cualidad entre aquellos que meten mano en las páginas de un diario, el nuevo director de El Socialista trasladaba el agobiante trabajo en una reducidísima redacción. «Ido Albar -escribe-, quedó esto como heredad mostrenca, en la que, como redactores, redactores… no había más que yo». Exactamente lo mismo podrá decir Francisco Ferrándiz Alborz. Fue director de El Socialista desde el 21 de marzo de 1939, un auténtico suspiro que para algunos puede servir para elaborar un volumen de hueras memorias. El también exdirector del citado Adelante en su etapa previamente caballerista, refleja de su brevísima presencia en la dirección de El Socialista que «como redactor único había un tal Obrador, tipo de periodista tránsfuga, acomodaticio a todas las situaciones»; aunque pudo ser «editorialista, orientador de la opinión del partido». La justificada animadversión de Ferrándiz respondía a la inmediata colaboración del redactor con el franquismo, bien pagado por sufrir una benigna condena de doce años de reclusión, cuando la suya, evasión al margen, había sido de muerte.
Ya ve el lector cuántos periodistas podían componer un imaginario Consejo de redacción en los años de la guerra civil. Así sucedía en El Socialista durante el asedio sobre Madrid. La situación previa era muy similar en número, a los que se añadían unos pocos colaboradores. El propio Zugazagoitia, leído por Trapiello, nos aporta su propio relato sobre las primeras horas de guerra. Los redactores de El Socialista le «proponían que escribiese un artículo de tonos violentos» por la entrega del gobierno a Diego Martínez Barrio; pero así «causaríamos más daño que beneficio. El Socialista será de ahora en adelante, por todo el tiempo que dure la guerra, y salvo que el partido disponga cosa diferente, un órgano escrupulosamente gubernamental». Si algún día llegara a leer y presentar Trapiello la narración del periodista, diputado y ministro asesinado por el franquismo, seguro que puntualizará que se lo reclamaban, como hasta los tontos de Carabaña saben, en la obligatoria reunión de ese Consejo periodístico. Como los que celebraba Chaves en el diario Ahora. Claro está, algunos días solo podría reunirse con su propia sombra.
Con colaboradores como Eduardo Zamacois o Antonio de la Villa visitando los frentes, como también hacían periodistas como Magda Donato, Isidro Corbinos, Jesús Izcaray, Antonio Soto y José Quílez Vicente; resulta que en la redacción solo podrían quedar, y no siempre, el confeccionador Manuel García Nogales, el redactor jefe Leopoldo Bejarano, los periodistas Alberto Marín Alcalde, Antonio Pugés, Francisco Coves y Antonio Merlo. Entre todos los citados, Nogales, Bejarano, Coves y Merlo, como luego Chaves Nogales y Manuel D. Benavides, formaban parte de un Consejo Obrero que se reunía todos los días a partir de las 16:00 horas, salvo los domingos. Los encuentros raramente bajaban de las cuatro horas y, alguna que otra vez, se prolongaban más allá de las nueve de la noche. Díganos entonces Trapiello qué tiempo quedaba para reunir ese inexistente Consejo de redacción. Correr, además, con la mayor parte de los contenidos del diario y del semanario de la editorial, Estampa, no les dejarían tiempo para escribir memorias como churros. Debían ser tantísimos los que metían mano en los editoriales del diario Ahora, que vuelto al ejército Bejarano en la primera quincena de octubre y escamoteado Chaves Nogales casi un mes más tarde, un tipógrafo como Ángel Pumarega tendrá que firmar un buen número de crónicas desde el frente de Madrid a partir del 15 de noviembre de 1936.
¿Lo habrán leído de Manuel Azaña, o solo lo habrán imaginado? Escribía en 1932 el presidente del Gobierno que el entonces gerente de la editora del diario Ahora, Luis Miquel, encargó a un redactor un artículo contra el propio Azaña, como forma de presión para lograr la aprobación de la subida del precio de los diarios. Pero el periodista «se excusó de hacerlo -agrega Azaña-, alegando su amistad conmigo y que pertenecía a Acción Republicana. Entonces Miquel dio el encargo a otro, que lo cumplió. Cuando el número del periódico estaba confeccionándose, llegó Chaves Nogales, vio el articulejo y se fue a contar el caso a Montiel, director, diciéndole que tal artículo no podía publicarse porque provenía de un pique personal de Miquel […]. Montiel ordenó que el artículo no se publicase».
Pero, ¿cómo puede ser esto? El director y propietario, Luis Montiel Balanzat, y el gerente, Luis Miquel Rodríguez de la Encina, que han aportado al negocio miles de reales hasta sumar al menos cuatro millones de pesetas, ¿pasan por encima de un Consejo de redacción? Anotaciones como esta, han servido para afirmar el azañismo de Chaves Nogales, pero si encuentra el lector entre líneas alguna referencia a ese inexistente órgano, entréguensela a Trapiello. Por supuesto, por mi parte, no puedo aportarla.
He leído, y lo acepta el propio Trapiello, multitud de actas del Consejo Obrero de la Editorial Estampa. En la reunión obrera celebrada el 17 de septiembre de 1936, ese organismo recibe a unos dirigentes metalúrgicos de la CNT y a su afiliado despedido, un mozo huecograbador. La escena, hábilmente manipulada por el periodista, les sonará de un relato de A sangre y fuego. Chaves se dirige directamente al obrero despedido diciéndole que, si además de «las imputaciones tan generales de su pliego, ¿tiene alguna que hacer contra su obra periodística?». Ahí acaba la recriminación del periodista. La respuesta, también la tenemos escrita. El excompañero despedido «no tiene ninguna acusación personal que hacer, ni contra Chaves, ni contra ningún otro miembro del Consejo». Trapiello quizá añada a la escena que Chaves no tuvo más remedio que reconocer que escribía con una pistola que clavan sobre su barbuquejo, y que el responsable de los contenidos es un Consejo de redacción en el que él mismo no dispone de voto dirimente. Precisará también el escritor que afirmar lo contrario resulta cómico y extravagante, por más que, en realidad, la comicidad y extravagancia es la que muestra el propio Trapiello. Si Chaves escribía los editoriales del diario con una pistola apuntándole la sien, ¿debería agradecer al pistolero que le descubriera el contenido de las memorias escritas por los generales del ejército contrarrevolucionario Wrangel y Denikin? ¿Rogaba Chaves, genuflexo, que le dieran el plácet a sus comparaciones entre el ejército blanco y las tropas franquistas? ¿Tendría Chaves que agradecer la metáfora de Mussolini, un simple «abisinio desteñido», luego aprovechada en el prólogo de A sangre y fuego para decir que Franco condena al español «a ser una especie de abisinio desteñido»?
El resto de las críticas dedicadas a la aparición de Junto al pueblo en armas, ofrecen más de lo mismo: que el editorial únicamente refleja la opinión de un periódico y no la del propio periodista, y que Chaves Nogales, en contra de su costumbre y seguramente su voluntad, no firma artículo alguno en estos primeros meses de guerra. Sin embargo, afirmaciones de este tipo revelan absoluto desconocimiento sobre la realidad de aquellos días. Sería también que Chaves no tuvo paciencia suficiente para participar de una nueva celebración de la Semana Santa en Sevilla, y seguramente le hubiera encantado elaborar una tercera entrega sobre «Cómo se vive en los países fascistas: la España de Franco», pero no era cosa de caer en la temeridad de desplazarse a Burgos, Sevilla o Salamanca. Además, casi desde el primer día del regreso de Chaves Nogales a Madrid, el diario Ahora hubo de reducir a doce su número de páginas. El periodista se limita a ejercer de director, atribuyendo funciones, repartiendo responsabilidades, y elaborando los editoriales de la publicación. Los pocos redactores que quedan en la sede del diario se dedican a transcribir las noticias de agencia o las comunicaciones oficiales; mientras que las crónicas de sus buenos cronistas de guerra son las que absorben la mayor parte del contenido del diario. El trabajo de todos, y particularmente el de estos últimos, era especialmente agotador. De ello tenemos noticia en las páginas del propio diario. Pongo un ejemplo al alcance de todos, en el que el protagonista era un exdiputado y corresponsal de guerra de Ahora. El 13 de agosto, Ahora publicaba que «para las cuatro de la tarde de ayer estaba anunciada una conferencia por el micrófono del Ministerio de la Guerra, a cargo del prestigioso periodista don Antonio de la Villa. Dicha conferencia no pudo tener lugar porque el señor de la Villa ha sufrido un accidente de automóvil cuando desde la Sierra se trasladaba a este Ministerio para dar su anunciada conferencia. Como ha resultado levemente herido, la citada conferencia se aplaza hasta hoy, día 13, a la misma hora, cuatro de la tarde». Chaves no debió pronunciar ninguna charla. Le bastaba expresarse en las páginas del diario que dirigía.
No soy el autor de la entrada «Andrés Trapiello» en la Wikipedia. La misma lectura de la voz «Manuel Chaves Nogales» en esa misma enciclopedia, plagada de errores y contradicciones, me sirve para saber que es necesario separar el grano de la paja. Tampoco puedo hablar de la juventud del prolífero escritor, al contrario que Orosia Castán («Andrés Trapiello vs. la memoria histórica»), artículo este último originalmente publicado en 2013 e inmediatamente replicado por el propio afectado. Tampoco sé si realmente Trapiello se ha declarado admirador de Pío Moa, ni que haya llegado a afirmar que el golpe de estado de julio del 36 dio lugar a una guerra «justa y necesaria». Únicamente lo puedo imaginar. Pero sí sé, por contrario, que los lectores de El Confidencial pudieron leer en mayo de 2019 la entrevista que esta publicación electrónica realiza a Trapiello, en la que declara que «ante Puigdemont y Junqueras, Tejero y Milans del Bosch parecen hombres de honor». En 2024, ante los corruptos Pedro Ese y Salvador Illa, esos mismos militares golpistas seguro que le parecerán seres beatíficos. Eso es lo que sucede cuando el pensamiento e ideología de todos ellos son coincidentes.
Desconozco la verdad que aquellos artículos pudieran contener, o si esas atribuciones hacia Trapiello son o no insidiosas, En todo caso, queda bien claro que el desconocimiento histórico del autor es de los que hacen época. Un ejemplo lo aportaba el mismo suplemento cultural de El Mundo, al responder malhumorado a la aparición de Las armas contra las letras (títulos así solo pueden pertenecerle a él), excelente estudio de Ríos Carratalá sobre la represión con el análisis de un elevado número de consejos de guerra de la dictadura franquista. En esa respuesta, Trapiello da por sentado que la inocua sección de «Tiro al blanco», elaborada por el director de La Voz José Luis Salado, se titulaba «Tiro de gracia». Máquina de fango la de muchos, y no fuente de sabiduría.
También por su absoluta confusión entre las competencias del presidente del Gobierno y el de la II República, entre Largo Caballero y Azaña, o entre lo que hizo uno y otro. Sin rebuscar mucho en sus escritos, en Madrid, libro publicado en 2020, escribía Trapiello que «cuando el presidente de la República Manuel Azaña trasladó su gobierno a Valencia (algunos como Chaves hablan de una huida en toda regla), se evacuó la ciudad: cien mil madrileños salieron también hacia el Levante español». Encontrará Trapiello y el lector una explicación a esa marcha o huida en Mis recuerdos. Cartas a un amigo, firmadas por Largo Caballero, y no precisamente en los diarios de Azaña.
Las distintas biografías modernamente elaboradas sobre el periodista sevillano dejan mucho que desear, además de sembrar auténticas tropelías que quedan al desnudo cuando se leen con un poco de atención y de conocimiento previo. El vaso de la ignorancia está más que colmado, pero su biógrafa oficial hace titánicos esfuerzos por superarse día a día. A fe que lo consigue. En la web personal del periodista fallecido, que al fin y al cabo es la de su biógrafa, aporta en octubre de 2024 una nueva entrada, con el título de «Chaves Nogales, Isidro Corvinos [sic] y los editoriales de Ahora». Ya que citamos un libro, el de Isidro Corbinos, editado en el que era el país de su exilio, esto es, Chile, qué menos que hacerlo escribiendo correctamente su apellido. En esa entrada, que quiere ser una respuesta a la aparición de Junto al pueblo en armas, Cintas Guillén es testigo de un hecho sobrenatural sin ser consciente de la milagrosa aparición. «Corvinos –vuelve a escribir-, que pasó primero a La Vanguardia de Barcelona como corresponsal en el frente en mayo de 1937 y más tarde se embarcó en el Winnipeg (agosto de 1939) rubo [sic] a Chile. Allí entró en la editorial Ercilla y en pocos meses, integrado en los equipos informativos del grupo, contribuyó a la publicación de A sangre y fuego en 1937 y de Juan Belmonte en 1938». Resulta que Isidro Corbinos (así está bien escrito) era un viajero en el tiempo, el auténtico Marty McFly. Para terminar de cubrirse de gloria con ese escrito, Cintas Guillén vuelve a citar a ese ¡Corvinos!, «quien dice que Chaves Nogales fue sustituido en la dirección del diario por Fermín Carralde. No se manifiesta este nombramiento en la mancheta, tal vez por discreción o por no querer divulgar información que puede ser negativa para el periódico y la causa». ¡Y lo escribe con absoluto convencimiento!
Futbolista en la temporada 1914-1915 en el Football Club Barcelona, periodista deportivo a partir de entonces, maestro de periodistas en Chile… Ese fue Isidro Corbinos. Y creo que también algo cachondo. A lo mejor, la biógrafa de Chaves Nogales y yo hayamos equivocado la lectura de la versión de su relato: ella con la primera, la que titularon Pasaje al Winnipeg, y yo la segunda, la que titularon Pasaje al limbo, aunque ambas presentan el mismo texto. Corbinos pateando -con éxito- un balón y la biógrafa de Chaves Nogales el conocimiento, pegándole duro a la bola con desmedidos punterazos. Jesús Izcaray, Alberto Marín Alcalde, Ignacio Balanzat, José Quílez Vicente, Mariano Marina y Chaves Nogales, en el relato de Corbinos son siempre José Dorregay, Fermín Carralde (en una oportunidad es Marian Alcalde), el coronel Baladrat, Manuel Vicente, Garinas y, por supuesto, Chávez Nogales. Si a todos ellos se les rinde homenaje, ampliémoslo a otros referentes del periodismo del primer tercio del siglo XX, como Walter Burns, Hildy Johnson, y Bensinger; y también a otro destacado psicoanalista como el doctor Eggelhofer. Y, por favor, no nos olvidemos de Earl Williams y de Mollie Malloy, más comprometidos que algunos de aquellos. Por supuesto, el mérito incuestionable es, según Corbinos, el de Alberto Marín Alcalde. Precisaba el periodista zaragozano en Pasaje al limbo, que «la noche del 7 de noviembre de 1936, en que las agencias noticiosas de todo el mundo […] informaron de la caída de Madrid […], el asalto se malogró por el gesto de Carralde –que presento donde corresponde en este libro- y de los muchos Carralde que hicieron lo mismo que el Carralde aludido». Entre estos, de ningún modo Corbinos podía incluir al que siempre es Chávez Nogales.
No quisiera cebarme (material sobra para ello), pero tampoco puedo dejar de pasar por alto la que es la última ineptitud que han llegado a ver mis ojos. También ese octubre de 2024 curioseaba en la página web de Kupido Verlag, una pequeña y joven editorial alemana con sede en Colonia. Esta editorial es la que ha lanzado, traducidas al alemán, cuatro obras de Chaves Nogales, entre ellas A sangre y fuego. A estas se unen las que titulan para el lector alemán como Ifni, la última aventura colonial española; Alemania bajo el signo de la esvástica; y La Defensa de Madrid. A sangre y fuego, que creo que ha debido ser la única prologada, recoge una introducción de su biógrafa, Cintas Guillén. Lo que esta pueda transmitir en el prólogo de la edición alemana seguramente resulte descorazonador, pero lo que refleja la web de la editorial es escandalosamente demencial. Al preparar Junto al pueblo en armas, Espuela de Plata me pidió encargarme también de la preparación de la contraportada y sus solapas, que quedaron redactadas con algunas sugerencias que también me formularon. He de suponer que algo similar debió hacer Kupido Verlagliteraturen con la prologuista de A sangre y fuego. Mucho mejor hubiera buscado el socorro de Walther Bernecker, o de cualquier otro hispanista germano. Mis nociones de alemán no superan el par de frases de rigor y una docena de palabras. Así pues, el traductor de google acudió a mi rescate, y no parece que me engañara, ofreciendo exactamente la misma traducción que otra conocida aplicación. La frase real del prólogo de A sangre y fuego («Me fui cuando tuve la íntima convicción de que todo estaba perdido y ya no había nada que salvar, cuando el terror no me dejaba vivir y la sangre me ahogaba»), no dista mucho de la que ha sufrido una traducción inversa («Salí cuando tenía la certeza interior de que todo estaba perdido y que no quedaba nada que salvar. Me fui cuando el terror ya no me permitía vivir y la sangre me llegaba hasta el cuello»). Pero las afirmaciones que le acompañan son propias del botones Sacarino o, más bien, de Pepe Gotera y Otilio: «Como redactor jefe del periódico Ahora, Manuel Chaves Nogales permaneció en Madrid incluso después del inicio de la Guerra Civil española… y cuando el gobierno republicano huyó a Valencia. En diciembre de 1936 Madrid cae en manos de los fascistas, Ahora cierra y no le queda más remedio que exiliarse». Asombrosa ineptitud e ignorancia culpable y dolosa.
Algún engaño y mentirijilla ya había puesto en circulación el propio Chaves. Su interesado testimonio hizo que La Dépêche, el diario regional francés en el que inició sus colaboraciones el 16 de enero de 1937, hiciera constar entonces, en nota a pie de página, que Chaves «únicamente ha renunciado a ejercer sus funciones una vez que, en el curso de los últimos bombardeos sobre Madrid, la imprenta de Ahora ha sido destruida, y el diario ha debido suspender su publicación». Si metemos un gol por la escuadra con aquellas necedades (la supuesta destrucción de la imprenta del diario y la mucho más supuesta caída de Madrid en noviembre de 1936), sigamos engañando al lector germano y digámosle, por ejemplo, que los ejércitos aliados entraron en Berlín el 7 de noviembre de 1939. Con ello, mucho habríamos ganado.
En este caso, no creo que Trapiello metiera mano, aunque Kupido Verlag incluyera su frase de rigor sobre un preclaro Chaves Nogales. No obstante, los poquísimos datos que es capaz de añadir el escritor, hacen que no vaya a la zaga de las biografías del periodista sevillano. Su labor en el Comisionado Histórico, instituido por la entonces alcaldesa de Madrid -Manuela Carmena- para la aplicación de la primera ley de Memoria Histórica, se deja sentir en las conclusiones de ese órgano consultivo. Sobre Chaves Nogales, Trapiello (y el Comisionado, por influencia e insistencia de aquel), reflejaba que el periodista «fue uno de los primeros en denunciar el totalitarismo que inficionó desde el primer momento los dos bandos en liza durante la guerra civil. Amenazado por ello, abandonó España en noviembre de 1936». Esa misma ignorancia es la que se trata de remediar con la edición de Junto al pueblo en armas. Los editoriales del diario Ahora bajo la dirección de Manuel Chaves Nogales (Madrid, agosto-noviembre de 1936). Denuncias, ninguna. Amenazas hasta su salida al exilio, más de lo mismo, y no más que un par de ellas tras su huida.
Un librito colectivo del año 2012, bajo el simple título de Manuel Chaves Nogales, recogía una primera aportación, la firmada por Andrés Trapiello:
También nosotros –escribía aquel- habíamos sido víctimas de ella, o de su propaganda, creyéndonos algunos de los lugares comunes que habían hecho fortuna. A saber, que del lado de la República solo había demócratas y, con los rebeldes, sólo fascistas; que los escritores e intelectuales de valía, Lorca, Machado, Juan Ramón Jiménez, estaban igualmente del lado republicano, en tanto que solo podíamos encontrar en la otra zona a mediocres sin obra, como Sánchez Mazas, ensayistas sin fuste, como Maeztu, o escritores sin talento, como Muñoz Seca […]. Que así como la represión de los rebeldes había sido sistemática, masiva y organizada por sus cuarteles generales y la Falange, los excesos y crímenes de la Revolución habían sido fortuitos, de menor cuantía y obra de descontrolados, ajenos al Gobierno de la República y desobedeciendo sus órdenes (esta pacotilla aún siguen vendiéndosela Paul Preston o, en su versión lorquiana, Ian Gibson, a los guiris como suvenir rutilante).
Chaves abrió los ojos de Trapiello, pero a estos no llega la luz. En aquellos días, en los que AGT era firma habitual en el diario El País, el 4 de mayo de 2013 escribía («Historia de un libro único») sobre una reedición de A sangre y fuego en la editorial Renacimiento. El día en el que Chaves afirmó que en la batalla de Madrid participaba la «escoria del mundo», además de «otras parecidas», dice Trapiello que «firmó su sentencia de muerte literaria y civil, y empezando por su amigo el comunista Jesús Izcaray y siguiendo por el delator antisemita César González Ruano, lo calumniaron sin piedad a partir de entonces».
Completamente de acuerdo en lo que hace a la descripción de González Ruano, aunque quizá se quede corto. Sobre Izcaray no parece muy apropiado llamarle amigo al tiempo que calumniador. Cosas de un insigne escritor de auténtico fuste, al que se le revuelven las tripas y nubla el conocimiento por leer la palabra comunista. ¿Cuántas calumnias ha podido encontrar Trapiello? Jesús Izcaray y Manuel Chaves Nogales marcharon juntos a Valencia a primera hora del 7 de noviembre de 1936. Lo hicieron en compañía de otros periodistas como Manuel Domínguez Benavides, Paulino Masip y Clemente Gutiérrez Cimorra. Izcaray y Cimorra regresaron de inmediato a Madrid, arrepentidos de su huida. Y no es que Izcaray precisamente se lo echara en cara a Chaves el que no hubiera retornado. Nada más, aparte de recordar que, como «socialista, socialista del ala izquierda», estuvo en la toma del cuartel de la Montaña y de inmediato acudió, acompañado de amigos comunistas, al frente en la sierra de Guadarrama. Lo hizo Izcaray …
Sin haber escrito una línea de la toma del cuartel. Me dije que ya lo contaría todo junto, cuando la sublevación fuese dominada. ¿Grave miopía? Algo había de ello, pero más aún de subterfugio que usaba conmigo mismo. La verdad era que aquellas horas yo no estaba para escribir […]. A finales de julio tuve que volver a Madrid. Andaba por el frente en harapos. Me había ido a la sierra en traje de calle. A la vuelta me acordé de que era periodista y comparecí en Ahora. Mi director, Manuel Chaves Nogales, uno de los que no tuvieron fuerzas para soportar este drama, me reprochó mi silencio, por cumplir, comprendiéndolo, y sin más trámite me envió al frente de Córdoba, que, como todos los restantes, no se sabía muy bien donde estaba.
Este es el pasaje que subrayo en cursiva, escrito según Trapiello «en el más puro estilo comunista», con el que Izcaray inició una caza de brujas contra un periodista único y excepcional. Culminaba Trapiello el despropósito de su articulito en el libro Manuel Chaves Nogales con la siguiente afirmación:
Quienes pagaban a los mercenarios internacionales y a los tercios no lo iban a olvidar, y no iban tampoco a perdonárselo. «Mi director (en Ahora) Manuel Chaves Nogales: uno de los que no tuvieron fuerza para soportar este drama», denunciará el periodista comunista Jesús Izcaray en Estampa en julio del año 37, iniciando con sus palabras el ostracismo.
Es notable la inteligencia de Trapiello, que le da para descubrir ignominias allí donde los demás, empezando por los herederos de la derrota, solo somos capaces de encontrar comprensión y respeto. Si Jesús Izcaray hubiera escrito que «mi director, ese Chaves Nogales», o «mi director, un tal Chaves Nogales, me reprochó mi silencio», seguro que Trapiello no hubiera identificado la calumnia. ¡Que nos pillen confesados si entrara en la Real Academia de la Lengua, aunque parece que ya lo tenemos instalado en la de la Historia y en la de Ciencias Morales y Políticas! En el mismo número del diario El Mundo, reprochaba ante Fernando Palmero que «Mateos atribuye con desparpajo la redacción no de uno o de dos, sino de los 78 editoriales, de la primera a la última línea. Llevan los filólogos intentando encontrar quién ha escrito un anónimo como el Quijote de Avellaneda aplicándole incluso programas de IA o de repetición de idiolectos y no lo han conseguido y viene Mateos a decir que todos estos editoriales son de Chaves». El primer problema reside en que la inteligencia artificial es entrenada con artificiales inteligencias y por artificiosos polígrafos.
No dudo de la verdad que pudieran contener algunos de los desahogos de Trapiello con Fernando Palmero en las páginas de El Mundo. Ramón Gaya, según Trapiello, muchos años antes le confesó que, al cruzarse con Rafael Alberti y María Teresa León, era mejor cambiarse de acera por el terror que infundían. No podría ponerlo en duda, pues muchos más casos conocemos de aquellos en que los que la educación y el conocimiento tampoco marchan a la par, pues caminan por aceras opuestas. Pero, insisto, en el caso particular de Trapiello, su desconocimiento llega a ser mayúsculo. En primer lugar, cuando atribuye a Jesús Izcaray el ostracismo de Chaves Nogales, por ser también incapaz de detectar los errores involuntarios que aquel comete, aunque el periodista escribiera solo un año después de los acontecimientos que narra. Es cierto que Izcaray no había escrito una sola línea de la toma del cuartel de la Montaña ni de los primeros combates en la sierra de Madrid, y que también debió volver a la redacción de Ahora «a finales de julio». No obstante, sería otro y no precisamente Chaves, quien lo mandara al frente de Guadalajara, desde donde firma una primera crónica el 30 de julio, aparecida un día más tarde en las páginas del diario Ahora. También debió ser cierto que Chaves Nogales, llegado a Madrid el 5 de agosto, lo envió de inmediato a Córdoba, desde donde firma nuevos relatos publicados a partir del día 9. Pero Trapiello, sagaz para encontrar la paja en ojo ajeno con una viga en el propio, culpa no solo al franquismo del ostracismo sobre Chaves Nogales, sino a un comunista como Izcaray por un escrito que, en realidad, estuvo inédito hasta 1978, hasta la aparición del libro La guerra que yo viví. Crónicas de los frentes españoles, 1936-1939.
Insisto en repetir lo escrito por Trapiello en 2012: «Mi director (en Ahora) Manuel Chaves Nogales: uno de los que no tuvieron fuerza para soportar este drama, denunciará el periodista comunista Jesús Izcaray en Estampa en julio del año 37, iniciando con sus palabras el ostracismo».
Esa crónica no vio la luz hasta 1978. En su momento, el error era comprensible. Yo mismo lo cometí en 1996, dando por supuesto que también había aparecido en el semanario Estampa en 1937. Hoy día es solo síntoma de desidia e incompetencia, pues desde antes de 2010 tenemos a un clic de ratón su acceso en las páginas de la Biblioteca Nacional o en la Hemeroteca Municipal de Madrid. Redactada por Izcaray para ser incluida en el semanario Estampa en el número de 17 de julio de 1937, la falta de papel (un mal endémico para la prensa leal, y más para la madrileña) impidió la impresión de la revista. Como podemos ver, Ahora informaba de esa suspensión en la misma fecha. El de 10 de julio de 1937 había sido el número 494 en la existencia de la publicación. El 24 de julio reaparecía Estampa editando su número 495, en lo que era su décimo año de vida. El escrito de Izcaray era otro bien distinto, «Madrid como es hoy», ya sin esa imaginaria calumnia a Chaves Nogales, al que ni siquiera se refiere. Izcaray pudo partir al exilio a la caída de Barcelona conservando algunos de sus papeles, y también sin haber caído en la cuenta de que su artículo, elaborado para el especial de Estampa del 17 de julio de 1937, no llegó a imprimirse. Tampoco había sido recogido en el volumen colectivo de la editorial comunista Nuestro Pueblo, con el título de Madrid es nuestro. Sesenta crónicas de su defensa, impreso en 1938. Este libro, presentado por el general Miaja y prologado por Manuel Navarro Ballesteros, reproducía escritos de los periodistas Jesús Izcaray, Clemente Cimorra, Mariano Perla, y Eduardo de Ontañón.
Del mismo modo que Andrés García Trapiello, también me hago la misma pregunta: Chaves Nogales, ¿ahora o nunca? Pero, añado yo, ¿y ese Trapiello?
Fuente: Conversación sobre la historia
Portada: consejo de control obrero de la editorial del diario Ahora y de la revista Estampa. copia retocada (Jot Down Cultural Magazine, julio de 2024) de la foto publicada en el diario Ahora el 27 de agosto de 1936.
Fuente → conversacionsobrehistoria.info
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