Argentina Carmen Suárez Suárez, La Nueva España
Viudas y huérfanos de Villafría: de izquierda a derecha, Severina González, viuda de José Valle; M.ª Viesca con sus hijos; Julia García, Eladia Viesca y la superviviente de la familia Franco Corral,
La historiografía sobre Octubre de 1934 apenas recoge el papel femenino ni identifica a las que participaron de distintas formas en la lucha obrera
Quienes nos interesamos por la participación de las mujeres en la historia nos preguntamos hace tiempo por las asturianas del 34. ¿Dónde estuvieron? Las primeras lecturas que pudimos realizar surgieron de las investigaciones de nuestro maestro David Ruiz (1934-2022). En «El movimiento obrero en Asturias. De la industrialización a la II República» (1968) analizaba el contexto en el que la clase obrera asturiana se había fraguado. Sus investigaciones y estudios posteriores lo llevaron hasta su interés por el 34 «la primera revolución obrera de España y la última de Europa». Nada sabíamos de las mujeres, excepto el icono tantas veces nombrado de Aida Lafuente Penaos.
En los comienzos del siglo XXI, Pamela Beth Radcliff, «De la movilización a la guerra civil. Historia política y social de Gijón (1900-1937)» nos introdujo en algunos antecedentes sobre la Alianza Obrera que se había producido en aquella ciudad y que tenían como protagonistas a las gijonesas. El 30 de mayo de 1934, y en representación del barrio de El Llano, las mujeres se trasladaron al despacho de la Alcaldía para protestar por la subida del precio del pan y, de paso, expresar su desacuerdo con la política económica del gobierno.
Como señala Radcliff luchaban por la subsistencia, pero lo hacían de una forma directa, yendo al núcleo del poder municipal, mostrando sus desencuentros con la república. Y cuando estalló el conflicto, Cimadevilla quedó, en los primeros días, en manos de quienes habían iniciado la revolución. Poco duró porque el acorazado Libertad comenzó a bombardear.
El barrio tuvo que rendirse. En este caso, las mujeres sacaron sus sábanas blancas pero la policía entró y tras la correspondiente redada llevó a quienes consideraron a encerrarlos en una iglesia y torturarlos, no sabemos si a las gijonesas de Cimadevilla las torturaron. Es de suponer además que recibirían el «castigo» por su pertenencia a un sexo que no debía rebelarse, pero eso aún no lo sabemos.
Terminó la «revolución» en Gijón, pero la huelga siguió. Había que garantizar, no obstante, los suministros y el abastecimiento de la población. Así que 56 panaderías hicieron el trabajo para poder alimentar a la población insurgente y que aún resistía en algunos barrios. Las mujeres estuvieron cooperando: las cigarreras aportaron tabaco, algunas mujeres espiaban en los cuarteles de la Guardia Civil, llevando café, otras asaltaron los comercios de El Llano, La Calzada y El Musel para requisar alimentos y como dice Radcliff «libraron su propia batalla particular».
Cuando en 1935 se juzgaban a los y las rebeldes de Cimadevilla (suponemos que también habría mujeres, pero no sabemos) cientos de ellas se personaron en la sala donde se les juzgaba, y cuando llegaron los presos desde la prisión de Pamplona a Gijón, fueron a recibirlos a la estación y los acompañaron todo el camino hasta la cárcel de El Coto, cantando la Internacional y dando vivas a la Revolución.
Cuando en 1936 se amnistió a aquellos presos (900, según Radcliff) fueron a la salida de la cárcel y los acompañaron por las calles de Gijón hasta sus casas o a hasta el ferrocarril. Es más, el 17 de octubre, aún sin la «victoria total» varios ministros llegaron a Gijón a condecorar a los soldados gubernamentales y a quienes representaban al mundo financiero y de «orden». Hubo manifestaciones de protesta, en ellas estaban las mujeres. «El Noroeste» consideró que había que poner fin a «tanta anarquía» y llamaba a la reflexión. Las mujeres ahí estaban, solo hay que investigar con perspectiva.
Como si se tratara de un conjunto de artículos periodísticos «La revolución de octubre en España», publicada en 1935, recoge, entre las múltiples noticias dos de interés. «Cuatro revolucionarios cometen un repugnante crimen con tres mujeres. Las asesinan después de atropellarlas». [página 21, edición en PDF de la Biblioteca Digital de Castilla y León]
La descripción se acompaña con la identificación nominal de los revolucionarios, cuatro hombres, que invitaron a un paseo de tres jóvenes, hijas para más señas de los revolucionarios. Las condujeron a un lugar (también identificado), donde abusaron de ellas, las atropellaron con un coche y llevaron sus cadáveres a la fosa común del cementerio de Oviedo.
En el asalto al cuartel de la guardia civil de Ciaño (Langreo), se sucedió una tenaz resistencia por parte de los números de la guardia allí presentes. Se dejó salir a las mujeres y a los niños y niñas que habitaban las casas del cuartel. Y una mujer se resistió a salir, prefirió seguir la suerte de su marido. Primero murió él y cuando se dirigía a socorrerlo la mataron también. La crónica se titulaba «Un hermoso y trágico caso de amor conyugal». No cabe duda de que son crónicas intencionadas.
¿Cuántas mujeres murieron, fueron asesinadas, defendieron la Alianza Obrera? ¿Cuántas fueron procesadas, juzgadas, cuantas sufrieron penas de cárcel, cuántas salieron de la cárcel y pudieron contar los hechos revolucionarios para incluirlos en la historia?
Pablo Gil Vico en «Una violencia (en) plural» («Octubre 1934», Desperta Ferro Ediciones) aborda la violencia en dos direcciones: la planificada y la insurrecta. En el caso de la muerte y asesinato de Aida Lafuente y su compañera en San Pedro de los Arcos, no hubo planificación sino una causa sobrevenida, la resistencia ante las fuerzas militares de la legión. Molins i Fábrega señaló, no obstante, que la compañera de Aida fue violada.
¿Cuántas mujeres fueron violadas? Según las rigurosas investigaciones de Gil Vico en los archivos, además de Aida y su compañera, otras cuatro mujeres más fueron asesinadas, en Villafría (Oviedo): Carmen Corral, Rosa Franco Corral, Laura Franco, entre ellas. No sabemos el cuarto nombre, ni el de la compañera de Aida.
Los «Mártires de Carbayín» fue un suceso planificado, «la primera saca de la historia española», según Gil Vico, con premeditación, planificación y una «correcta» ejecución, un ensayo general sobre la represión llevadas hasta sus últimas consecuencias. Las crónicas en este caso, nos muestras a las mujeres, sus madres, hermanas, hijas, de la cuenca del Nalón, caminando hacia la escombrera, cercana al Pozu Mosquitera, a desenterrar los cadáveres y a llorar de dolor y desesperación, a contemplar el espanto de tal masacre.
Restituta Peón, madre de Antonio Flórez Peón, uno de los mártires, recibió una carta desde el exilio francés de algunos de los compañeros de Antonio: «Salud: los abajo firmantes, un grupo de emigrados políticos en un pueblo de Francia (…) nos dirigimos a ustedes en recuerdo del hijo, hermano y camarada nuestro, vilmente asesinado. (…) Les rogamos que (…) sobre su tumba fría, pero cálido espíritu, depositen un ramillete de rojos claveles en su nombre». Restituta les respondió: «Quiero que todas las madres de España sepan como murieron los hijos de las madres asturianas. ¿Se lo diréis? ¿Se los haréis saber? Yo quería el triunfo de la revolución que mi hijo soñaba, pero sin sangre». Ángeles Flórez Peón (1918-2024), hija de Restituta y hermana de Antonio, procuró recordar los sucesos de Carbayín con su presencia en el cementerio, año a año.
Muchas publicaciones se han sucedido en diversas etapas historiográficas como señala Francisco Erice en «Historiografía, interpretaciones, mito y memoria del Octubre del 34», del libro ya citado. Once investigadores y dos investigadoras nos trasladan una puesta al día sobre este acontecimiento histórico.
Seguimos preguntándonos dónde estaban las mujeres. Convendría indagar un poco más. Entre los múltiples y miles expedientes policiales, judiciales que se conservan en el Archivo Histórico de Asturias, que se guardarán en otros archivos que albergan fondos judiciales, ficheros de la población reclusa, expedientes político-sociales, expedientes de depuración, fondos orales, fotográficos, aún hay contenido para investigar.
Todos y todas conocemos la historia de Aida Lafuente Penaos, pero de su hermana, María Lafuente Penaos, que la sobrevivió, constan las instrucciones policiales, detenciones, estancia en cárceles, tanto la de Oviedo, como la de Madrid, en el Archivo Histórico de Asturias.
¿Cuántos expedientes policiales de mujeres, de detenciones, de estancias en cárceles entre 1934, 1935, por ejemplo, han sido analizados? ¿Cuál ha sido investigación sobre huérfanos y huérfanas el 34, por municipios, por localidades? ¿Qué causas se les atribuyen a las mujeres: rebelión militar, acompañamiento a la rebelión, esconder dinamita, transportar armas, esconder a «terroristas» (así se decía de los guerrilleros y fugaos)?
Los testimonios orales que conservamos han cubierto lagunas. Sabemos, por la entrevista oral y por las cartas inéditas que intercambió Adelina Antuña Suárez con José Barreiro García, que apoyó la revolución de 1934 y actuó en consecuencia. Su lucha continuó con motivo del golpe de Estado. Fue torturada y encarcelada. Se exilió a Francia.
María Fuencisla Fernández de Landa, Carmen Cuervo, en «Asturias, 70 años, 70 voces» (Editorial Laria) recuerdan muchos de los hechos acaecidos en la revolución del 34 y los subsiguientes con el golpe de Estado y la guerra. Sus testimonios, cuidadosamente recogidos, tienen la virtualidad de acercarnos la perspectiva y la visión de las mujeres.
«Rebeldes de Asturias», el reciente libro sobre el 34 de Ernesto Burgos nos traslada dos crónicas. «La confesión de Pilar González» sobre el camino que recorrió el dinero que se extrajo del Banco de España en Oviedo. Se acompaña de un juicio de valor sobre la actuación de Pilar: «sorprende tanto la cantidad (450.000 pesetas) como la confianza que se depositó en una joven sin mucha experiencia que en principio no parece la persona más indicada para algo de tanta importancia; sin embargo, no hay razón para desconfiar de una declaración tan pródiga en detalles…» Desconocemos la edad de Pilar, pero la suponemos con capacidad de hablar, juzgar y actuar y, solo su disposición a ayudar a que la revolución triunfase, dice mucho a favor de su nivel de conciencia y su implicación en los hechos.
¿Cuántas mujeres, cuántas asturianas se implicaron en el movimiento revolucionario? ¿Cómo actuaron?, y, debemos creer en su palabra, por supuesto, la narrativa sobre el 34 está llena de testimonios de muchos varones a quienes se les atribuye todo el valor. Y, por fin, sí conocemos a través de otro artículo de Burgos la historia narrada sobre los hechos de María Luisa Carnelli (1898-1987), una poetisa, escritora, corresponsal de guerra que llegó a nuestra Asturias en 1935 y escribió y publicó «UHP. Mineros de Asturias». Aunque en un principio fue tomada por espía, luego se la respetó y pudo recoger la información de muchas fuentes, de represores y reprimidos, de las fuerzas del orden y del trabajo. Quizás merezca una edición actual UHP.
No falta más escribir e investigar sobre las asturianas en el 34. Esa historia social en la que creía Adrian Shubert («Hacia la revolución. Orígenes sociales del movimiento obrero en Asturias (1860-1934)«, Crítica, 1984) siguiendo la «escuela» de Edward Palmer Thompson (1924-1993). La historia de la gente corriente, la historia de las asturianas que vivieron el 34, quizás puede ser aún rescatada, quizás aún nos podemos acercar a una interpretación de los hechos que, respetando todo lo escrito e investigado, abra las puertas de nuestra llegada, la de las mujeres, las asturianas, que seguro aportaremos más luz. Esto es un llamamiento a la esperanza, pero también al trabajo derivado de investigaciones que no pierdan el punto de vista de que hay dos sexos, hombres y mujeres que han construido una historia en común. Mucho hay investigado en nuestro país desde los años setenta del siglo XX y tenemos para estos estudios e investigaciones la mejor de las consideraciones. Sigamos haciéndolo y rescatemos a las mujeres, a las asturianas, a las españolas y sus reflexiones y vivencias sobre la Alianza Obrera de 1934.
Olimpia de Gouges (1748-1793) proclamó la Declaración de Derechos de la Mujer y de la Ciudadana en plena Revolución Francesa cuyo preámbulo expresaba: Hombre, ¿eres capaz de ser justo? Una mujer te hace esta pregunta. Murió en la guillotina. Algunas mujeres se unieron a la causa de la consecución de la ciudadanía, algo verdaderamente justo. Las revoluciones europeas de 1830, 1848 y 1870 contaron con la presencia de insurrectas que no aceptaban su status quo, su discriminación. La vida de Flora Tristán (1803-1844) es bien conocida, quizás no tanto la de Jeanne Deroin (1805-1894), de profesión lavandera y periodista, que presentó su candidatura a las elecciones legislativas francesas en 1849. Las revoluciones ofrecieron un espacio singular para que las mujeres ejercitasen el derecho a ser oídas, aunque la sordera fuera el signo común de aquellos tiempos, no sé si de estos.
Carmen Suárez Suárez es historiadora. Directora de la Fundación José Barreiro
Fuente → asturiaslaica.com
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