Segunda República Española-Antecedentes
Segunda República Española-Antecedentes
Ramón Martín
 

Comencemos con el concepto de República: Procede del latín res publica (cosa pública), siendo una forma de organización del Estado. En la República, la máxima autoridad cumple sus funciones por un tiempo determinado y es elegida por los ciudadanos, bien de una manera directa o a través del Parlamento; cuyos miembros, a su vez, también son elegidos por el pueblo.

Definido el concepto de República, me ceñiré a la Segunda República Española, pero antes quiero hacer referencia una publicación hecha en París en 1948, cuyo título era Histoire des Republiques Espagnoles y que se agotó en menos de un año. Se trataba de un libro de divulgación que pretendía ayudar a los no españoles a comprender las raíces de la guerra civil. En la actualidad, es necesario informar a las generaciones posteriores a esa época, de una forma objetiva, de los hechos que acontecieron, desde el 14 de abril de 1931, fecha de la proclamación, hasta el 1 de abril de 1939, cuando se la da por desaparecida de España, aunque siga existiendo un gobierno republicano hasta el 21 de junio de 1977 cuando finaliza el gobierno republicano en el exilio.

Dice una leyenda que, cuando el rey Fernando III el Santo, conquistó Sevilla, hasta entonces en poder de los musulmanes, la Virgen, agradecida, le ofreció para España lo que le pidiera.

         Dadme hombres valientes, mujeres bonitas y tierras fértiles —solicitó el monarca.

         Concedido —respondió la Virgen.

         Dadme, además, un buen gobierno.

         Eso sí que no.

         ¿Por qué?

         Porque los ángeles desertarían del cielo para irse a vivir a España.

Con estos hombres se ha hecho la historia de los siglos XX y XXI, siempre animados por un proverbio que se resume en: «Rico, rey y religión, malos vecinos son». Al cual me suscribo totalmente, ya que es un proverbio, cuya verdad, la Historia de España lo ha demostrado en ese tiempo.

Desde principios del siglo XIX, el 70% de la población activa española, se dedica a trabajar la tierra y sus productos. De ese 70%, una centésima parte posee más de la mitad de las tierras del país; noventa centésimas no es propietario ni del pedazo de tierra donde caerse muerto; y las nueve centésimas partes restantes, se reparten, para mal vivir, el cuarenta y nueve por ciento de los campos. Desde 1900 a 1930, la población del país pasa de 17 a 23 millones de habitantes, mientras que la producción de los productos agrícolas apenas aumenta. La incultura y la superstición de la población campesina son iguales a los de la Edad Media. En muchas provincias existen los pueblos de señorío, pertenecientes, por entero a un único propietario, algo a lo que algunos ministros de Carlos III intentaron poner coto trayendo cierto número de labriegos alemanes y flamencos a Andalucía. También un ministro de Isabel II, el gaditano Juan de Dios Álvarez Mendizábal, llevó a cabo una desamortización de los bienes de la iglesia; aunque tampoco resolvió el problema.

El militarismo español, que había nacido con la guerra de la Independencia era, mayoritariamente de mentalidad liberal, pero la reacción feudal de Fernando VII hizo que se metieran en política, pero sería Prim el último de los generales liberales. A partir de él, el ejército se convierte en defensor de los propietarios de la tierra. Terminadas las guerras carlistas, el ejército se dedica a las guerras coloniales, al ser derrotado en Cuba, busca el desquite en Marruecos. La guerra en el norte de África será una sangría económica y humana que hace que en el país vaya creciendo un sentimiento, cada vez más, antimilitarista. En realidad, los confrontamientos con los musulmanes se extienden desde el año 711, cuando Táriq derrota a orillas del río Guadalete a un ejército visigodo mandado por don Rodrigo, hasta 1961, cuando merced a un acuerdo entre Marruecos y España las tropas Españolas se repliegan Han sido, en realidad, 1.250 años de peleas, primero en territorio peninsular y a continuación en el norte de África, y el pueblo está dividido entre los que están cansados de tanta bronca y los que defienden esa situación a capa y espada.

Por otra parte, debemos entrar en otra de las cuestiones vitales del panorama español, el mal llamado problema religioso, aunque en realidad debiéramos llamar problema del clero, puesto que la religión nada tiene que ver.

A causa del monopolio espiritual existente en el país, la Iglesia española fue, poco a poco, pero sin pausa, degenerando como sociedad humana, dejando a un lado las cuestiones religiosas y volcándose en las terrenales. La labor ejercida por la Iglesia fue la responsable, junto al latifundismo, de que en nuestro país llegara a haber un 65% de analfabetos. Los médicos españoles del siglo XVIII negaban la circulación de la sangre, y el Ayuntamiento de Madrid, se quejaba ante el rey Carlos III, de las ordenanzas que mandaban limpiar las calles, afirmando que, la basura es un elemento de salubridad. En 1761 se celebra, en Sevilla, el último acto de fe; la víctima es una vieja que tenía pacto carnal con el demonio. En 1835 aún tiene lugar una quema de libros prohibidos. Y no podemos olvidad que, a mediados del siglo XIX, cada año se enviaban a Roma, millón y medio de ducados, un tercio de lo que percibía de toda la cristiandad, para el fondo de san Pedro. Y así podríamos seguir con tamañas insensateces, pero no abandonemos el tema sin un dato importante para saber la situación de la Iglesia católica en nuestro país: en 1788, en Barcelona, con una población de 300.000 habitantes, había 82 iglesias, 19 conventos de hombres y 18 de mujeres; mientras que, en Madrid, con 240.000 vecinos, eran 112 las iglesias y 65 los conventos. A pesar de todos estos datos, o a consecuencia de ellos, hubo manifestaciones para protestar contra la expulsión de los jesuitas decretada por Carlos III. Estos hechos fueron la causa del nacimiento de un anticlericalismo. A partir de 1835 se producen muertes entre os elementos de la iglesia, así como la quema de conventos. Y no podemos dejar de lado la intervención de la Iglesia en la política, que, durante los siglos XIX y XX, hizo la vista gorda ante las matanzas de elementos liberales.

Con el rey Alfonso XIII en el trono, España, fuera de Europa, se encuentra en estado de descomposición y necesita modernizarse, es preciso ir a la europeización. Tal es la consigna del grupo llamado Generación del 98, que recibe este nombre por ser el año de la derrota causante de su aparición. El abogado aragonés Joaquín Costa dijo: “Hay que hacer política de escuela y despensa y doble vuelta de llave al sepulcro del Cid, para que no vuelva a cabalgar”. Mientras, en el Protectorado, los militares llevan una vida desocupada y cómoda. Cuentan que el general Sanjurjo pasaba revista a sus soldados montado a caballo y en pijama. La guerra sigue lenta combinando reveses y éxitos, con muchas medallas, muertos y ascensos. El rey dirige las operaciones a través de sus generales amigos, uno de ellos es el general Silvestre, al que da la orden de llegar a Alhucemas. La campaña emprendida se convierte en una serie de desastres, entre otros menores: Annual, Monte Arruit, que se cobrarán la vida de 12.000 soldados.

La indignación del país es enorme y la ira contenida amenaza con anegarlo todo. Las Cortes deciden crear una comisión que estudiará las responsabilidades de la catástrofe. Se abre el Expediente Picasso, gracias al cual, el país se entera de que cundo el alto comisario en Marruecos, el general Berenguer se presenta en el despacho de Silvestre, encuentra los cajones descerrajados. Alguien se ha encargado de retirar todos los documentos que pudieran comprometer al rey, aunque con las prisas, ha olvidado un telegrama firmado A.R. (Alfonso Rey), en el cual se lee: “Haz lo que te digo y no te preocupes del Ministro de la Guerra, que es un imbécil”.

Todo parece derrumbarse, y todo parece estar a punto para el golpe de Estado. Cuando el Senado procesó a Berenguer, por su responsabilidad en Marruecos, el marqués de Cavalcanti, tras unas visitas a Palacio, acelera los preparativos. ¿Quién daría el golpe?

En un principio se pensó en el general Aguilera, pero un incidente le quitó el prestigio necesario. Se encontraba el general en el Senado, discutiendo con un grupo, y en el calor de la refriega, Aguilera dijo: “El honor de un militar es más acendrado que el de un civil”; a lo que el señor Sánchez Guerra, le contestó con un sonoro bofetón. Cuando todos esperaban la reacción del general Aguilar, este no supo cómo contestar a la agresión. En cambio, en la mente de muchos estaba un general joven que había combatido en Cuba y Filipinas, que había lucido el fajín del generalato desde los 30 años y que, en aquel momento, era el capitán general de Cataluña, don Miguel Primo de Rivera y Orbaneja, marqués de Estella. Primo de Rivera es el elegido, y así llegamos al 12 de septiembre de 1923. El día anterior se ha celebrado, en Barcelona, la fiesta nacional catalana, en honor del que fue conceller Rafael de Casanova, que murió en 1714, defendiendo la ciudad ante las tropas de Felipe V, la represión fue tremenda, con decenas de heridos.

La Corte se encuentra en San Sebastián y los ministros que se encuentran reunidos en Madrid, se enteran, asombrados, de que el general Primo de Rivera ha mandado un telegrama al rey para comunicarle su intención de sublevarse, apoyados por las guarniciones de Barcelona y Madrid. El gobierno pudo reaccionar, pero no hizo nada. A medianoche los soldados toman en Barcelona, los puntos estratégicos, y a las dos de la madrugada, el general sublevado, vestido de paisano, hace entrega a los periodistas del bando que proclama el Estado de Guerra. El directorio se compuso de nueve generales y un almirante. Fueron disueltos el Congreso de Diputados y el Senado, y el Directorio fue extendiendo el Estado de Guerra por todo el país. Los gobernadores civiles fueron sustituidos por militares, y a finales de mes se destituyó en masa a los ayuntamientos, sustituidos por comisiones gestoras.

En enero de 1930 llegará el desenlace de la Dictadura. La Dictadura vino para salvar al rey. El rey sacrifica, entonces, a la Dictadura, siete años después, para salvarse. El dictador parte hacia Barcelona y París, donde muere, súbitamente, el 16 de marzo, en una habitación del Hotel Pont-Royal. El rey, mientras tanto, se hace la ilusión de que el poder sigue en el Palacio de Oriente. El 30 de enero los ministros del Gabinete Berenguer juran la Constitución de 1876 y una de las primeras medidas consistirá en reponer a parte de las autoridades municipales y provinciales depuestas por la Dictadura. Esta nueva Dictadura, por ser menos brutal que la anterior, fue llamada la "dictablanda". A partir de ese momento, se acentúa el desplazamiento hacia la izquierda. En abril, durante un mitin dado en un teatro de Valencia, Niceto Alcalá-Zamora, conocido ministro liberal, se declara republicano conservador. La UGT y la CNT aumentan, considerablemente, sus afiliados.

El 17 de agosto se reúnen en San Sebastián, los elementos más destacados de la oposición, y acuerdan verbalmente que, a la llegada de la República, se concedería un Estatuto a Cataluña. Poco a poco se levanta la censuran y se pueden dar mítines republicanos. En octubre fracasa una sublevación encabezada por el general Queipo de Llano y el aviador Ramón Franco.

A primeros de diciembre de 1930, el Comité Revolucionario lanza un manifiesto clandestino, firmado por todos sus componentes, los cuales se consideran Gobierno Provisional de la República: Niceto Alcalá-Zamora, Alejandro Lerroux, Miguel Maura, Manuel Azaña, Santiago Casares Quiroga, Marcelino Domingo, Álvaro de Albornoz, Diego Martínez Barrio, Lluis Nicolau d’Olwer, Fernando de los Ríos, Indalecio Prieto y Francisco Largo Caballero; y que terminaba con el mismo manifiesto dado por Prim en 1868: ¡Viva España con honra! Parece ser que, este manifiesto, anunciaba un movimiento para el día 12. Así dos capitanes: Fermín Galán y José García Hernández se sublevan en Jaca, y organizan una columna que se dirige a Huesca, pero en Cillas, el día 13, les sale al encuentro fuerzas muy superiores, Galán, para evitar una lucha inútil, se entrega junto a García Hernández. Al día siguiente un consejo de guerra los condena a muerte, y esa misma tarde los fusilan.

El día 15, el aeródromo de Cuatro Vientos cae en poder de un grupo de aviadores republicanos, que proclaman por radio, la República. Desde África llega una bandera del Tercio para sofocar los focos revolucionarios; hay muertos y heridos. Largo Caballero y Fernando de los Rios se entregan a la policía. Pero el fracaso no hizo sino aumentar la corriente antidemocrática. Berenguer, ante el fracaso, dimite el 14 de febrero de 1931. Nadie quiere formar gobierno. Es entonces cuando el conde de Romanones aconseja al monarca nombrar Presidente del Consejo al almirante Aznar, que jurará su cargo el día 18, al tiempo que convoca elecciones municipales para el 12 de abril, que se celebraran sin incidentes. De ellas salen 22.150 concejales monárquicos y 5.775 republicanos. Aunque estos últimos vencen en todas las capitales de provincia, en las ciudades medianas y en una pequeña parte de los pueblos.

El Ministerio de la Gobernación, se encuentra en la Puerta del Sol de Madrid, allí se van recibiendo las cifras, que son comunicadas telefónicamente al rey. En vista de las noticias que proclamaban la victoria en las capitales de provincia, surge el desánimo entre los monárquicos. Romanones llamó al dentista del rey y le pidió: “Vaya usted a Palacio y dígale al rey, de mi parte, que la única solución posible es su salida de España”.

El monarca pidió al ministro de la Guerra que consultara con los capitanes generales, que en vista de la situación consideraron una imprudencia oponerse a lo que, tarde o temprano, sería el régimen legal. El gobierno dimite, y Aznar dice a los periodistas: “El país se durmió monárquico y se despertó republicano”. A la una de la tarde del martes 14 de abril, Romanones acude a la casa del doctor Marañón; allí se encuentra también Alcalá-Zamora, que advierte al conde que el Comité Revolucionario exige la marcha inmediata, antes de la puesta del sol, del rey. Embarcará en Cartagena en el crucero Príncipe Alfonso, junto al infante don Alfonso de Orleáns. El resto de la familia saldrá el día 15.

A media tarde, las calles de toda España, ven correr a las multitudes portando banderas republicanas, la gente canta: “No se han ido, que los hemos echado”.

De esta manera comienza la andadura de la Segunda República Española. Una andadura que se convertirá en sangrienta, cuando seis años después un grupo de militares se alcen contra ella.

OTRAS PÁGINAS DE ESTA MISMA SERIE:

BIBLIOGRAFÍA

Segunda República de Rubén Buren

Breve Historia de la Segunda República Española de Luis F. Iñigo Fernández

La Revolución española, vista por una republicana de Clara Campoamor

Segunda República Española (1931-1936) de Julio Gil Pecharromán

Historia de la Segunda República Española de Luis Palacios Bañuelos

Historia de la Segunda República Española de Victor Alba

Diversos capítulos de mis Blogs Personales: COSAS DE HISTORIA Y ARTE y Una biografía en tu pantalla de Ramón Martín Pérez

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