La fuerza más importante de la derecha y principal enemigo de la labor reformista republicana, era la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA) dirigida por José María Gil Robles. Partido conservador, con un base de masas católica, la CEDA basó su estrategia política en el accidentalismo, en el que no importaba la forma del régimen político, sino la defensa de los intereses religiosos y de la propiedad privada. El triunfo legal de Hitler en enero de 1933 impresionó profundamente a Gil Robles y los suyos. Esta naturaleza de la derecha democrática de la época es muy relevante para entender la reacción radical a su entrada en el gobierno por parte del movimiento obrero. Sobre todo, porque para justificar el golpe militar de julio de 1936 el revisionismo histórico da mucha importancia al supuesto comportamiento antidemocrático de la izquierda en octubre de 1934.
Aunque fue el Partido Radical de Alejandro Lerroux quien formaría el gobierno tras las elecciones de noviembre 1933, la CEDA, el partido con más diputados, tendría un papel clave en el asalto a toda la obra reformadora de la administración anterior. Fuera del parlamento, los empresarios y los terratenientes lanzaron su propia ofensiva contra la clase obrera, con la reducción de salarios y despidos, respaldados por las fuerzas del orden público.
La clase obrera reaccionó ante la crisis económica y la represión patronal y estatal con una creciente combatividad. En los 18 meses previos a octubre 1934 hubo 3.600 huelgas parciales y 30 generales, entre ellas tres insurreccionales lideradas por la CNT. La radicalización de ciertos sectores obreros se notaría tanto entre los sectores más inestables como el de la construcción, feudo de la CNT en Barcelona, los jornaleros de Andalucía y Extremadura, la nueva base de masas de la UGT, como en sectores con larga tradición sindical y más golpeados por la crisis, como la minería asturiana. La ascendencia de la FAI en la dirección de la CNT y el giro hacia la izquierda del movimiento socialista en 1933 serían las expresiones más ideológicas de esta radicalización.
De entrada, la mayoría de las organizaciones obreras no creyeron, o al menos no entendieron, la naturaleza de la amenaza fascista o la posibilidad de que surgiera un fenómeno similar en el Estado español. Los comunistas, sujetos a la política del Tercer Periodo (1928-1934) de la III Internacional, veían a los socialistas, los social-fascistas, como el enemigo principal de la clase obrera. Solamente abandonarían esta política sectaria en vísperas del movimiento de octubre de 1934. Para la mayoría de las y los libertarios, el problema era la política, fuera de derechas o de izquierdas, y los gobiernos y Estados en general. En marzo de 1934, la CNT declaró que estaba dispuesta a terminar con todos los fascismos. Los socialistas pensaban, como otros socialdemócratas, que el fascismo era una aberración histórica temporal en el ineludible camino hacia el socialismo.
El auge de la extrema derecha a nivel internacional, fundamentalmente la victoria de Hitler en Alemania en enero de 1933 y la entrada en el poder del partido de Engelbert Dolfuss en Austria en febrero de 1934, cambiaría la percepción de esta amenaza, sobre todo entre los socialistas. Gil Robles describió el sangriento aplastamiento del movimiento socialista austriaco, que se había sublevado contra su correligionario Dollfuss, como “una lección para todos”. Todo un aviso del peligro que se cernía sobre el movimiento obrero español.
La Alianza Obrera
Los comunistas disidentes, el Bloque Obrero y Campesino (BOC) y la Izquierda Comunista (ICE) tuvieron una visión clara sobre la naturaleza del fascismo y sus posibilidades en el Estado español y sobre cómo luchar contra ello. Para el BOC y la ICE era necesario crear un frente único obrero que actuara contra el fascismo incipiente a todos los niveles. En marzo de 1933, a iniciativa del BOC, se formó la Alianza Obrera contra el fascismo, con los disidentes de la CNT, los trentistas, y la Unió Socialista de Catalunya. Esta primera Alianza, básicamente propagandística, sería la precursora de la Alianza más amplia que se fundaría en Catalunya nueve meses más tarde con la participación del BOC, socialistas, trentistas, rabasaires y trotskistas, en representación de más de 100.000 trabajadores, trabajadoras y campesinos organizados. Aunque excluía las organizaciones no obreras o campesinas, la Alianza Obrera insistió en la necesidad de ganar la pequeña burguesía al lado del proletariado para evitar que se “deslizase hacia el fascismo”. En los siguientes meses se crearon docenas de Alianzas similares por todo el Estado, sobre todo en Asturias y País Valencià 1.
En los meses previos a octubre, las Alianzas se involucraron en una serie de movilizaciones; las más importantes fueron las huelgas generales en Catalunya, en marzo, un acto de solidaridad sin precedentes con la lucha de los trabajadores madrileños; en Madrid, en abril, como respuesta al mitin de la CEDA en El Escorial, y en Valencia, en solidaridad con los trabajadores de la luz. En septiembre, en Asturias contra la concentración cedista en Covadonga y en Madrid contra la presencia en la capital de los terratenientes catalanes opuestos a la ley de Contratos de Cultivo de la Generalitat. No obstante, las Alianzas tuvieron dos grandes debilidades que quedarían en evidencia en octubre: la ausencia, con la notable excepción de Asturias, de la CNT y el intento de los socialistas de subordinarlas a sus propios intereses excluyendo a los libertarios. El papel de los socialistas sería determinante en el desenlace del movimiento de octubre de 1934.
La radicalización de una parte importante del socialismo español, sobre todo de la UGT y las juventudes (FJS), a partir de 1933 fue debida a las limitaciones de su colaboración gubernamental, la amenaza de la derecha autoritaria y, sobre todo, la creciente combatividad de la clase obrera. Esta situación llevaría a una división profunda del movimiento socialista entre un ala socialdemócrata, prorrepublicana, encabezada por Indalecio Prieto, y otra revolucionaria, encabezada por Francisco Largo Caballero. La conversión de un burócrata sindical de toda la vida, como era Largo Caballero, al socialismo revolucionario fue, sobre todo, un intento de mantener el control de la base.
La derrota electoral en noviembre de 1933 convenció a muchos líderes socialistas, tanto de una tendencia como de la otra, de que la Republica había caído en manos de sus enemigos y el camino institucional hacia el socialismo había quedado bloqueado, no habiendo más alternativa que la vía insurreccional. La dirección del PSOE nombró un comité revolucionario para organizar una sublevación armada. Este comité emitiría durante las primeras semanas de 1934 una serie de instrucciones muy detalladas sobre cómo se debían organizar las milicias y la postura que debían adoptar los comités inferiores en el momento de sublevarse. Pero como se demostraría en octubre, la intención real de los líderes socialistas era evitar que la derecha desmantelara la Republica con la amenaza de una insurrección, no asaltar el poder.
A pesar de la participación de los socialistas en las Alianzas, sus planes insurreccionales no incluyeron la posibilidad de acuerdos con otras organizaciones, más allá de la subordinación de ellas al PSOE y la UGT. La poca seriedad de las intenciones de la mayoría de los lideres socialistas quedó en evidencia con su oposición a la participación de la UGT en luchas parciales para, supuestamente, guardar sus energías para la lucha final contra la burguesía. Esta orientación sería particularmente dañina cuando la dirección de la UGT se negó a apoyar la huelga campesina de junio de 1934, la derrota de la cual significaría la casi desarticulación de la poderosa Federación Nacional de Trabajadores de la Tierra y miles de detenidos. A causa de esto, el proletario rural del sur no participó en la huelga general de octubre.
La excepción asturiana
La situación muy específica de Asturias, tanto económica como políticamente, permitió que las vacilaciones de la dirección socialista tuvieran poco efecto en octubre de 1934. La economía asturiana, dominada por la minería del carbón y la industria siderúrgica, se había expandido durante la Primera Guerra Mundial con el consiguiente aumento del número de obreros empleados y la mejora relativa de sus salarios. Esta expansión terminó con el fin de la guerra y la vuelta a la actividad económica plena de los países antes involucrados en el conflicto bélico. Sobre todo la minería británica, bastante más productiva que la asturiana, una competidora demasiado fuerte. A finales de los años 20, la crisis económica mundial agravó la situación más todavía. Pero a pesar de este declive económico, en 1931 aún había casi 30.000 mineros en la región, 20.000 de los cuales estaban afiliados al Sindicato de los Obreros Mineros de Asturias (SOMA) de la UGT.
El radicalismo que mostraría el SOMA en 1934 tuvo poco que ver con la lucha interna en el PSOE. Los principales lideres del socialismo asturiano, incluyendo los del sindicato minero, eran simpatizantes del ala más moderada del partido encabezada por Prieto. En cambio, la belicosidad de los mineros fue debida a la crisis que sufría su industria y, por extensión, a la presión que ejercían sus rivales anarcosindicalistas y comunistas. Esta presión fue muy evidente en las filas de la FJS que fueron sensibles a la influencia de sus agresivos compañeros comunistas. El 65% de los mineros tenían menos de 35 años y los jóvenes mineros tendrían un papel destacado en octubre 2.
Antes de la victoria electoral de la derecha, la combatividad de los mineros iba en aumento. De entrada, las nuevas leyes del nuevo gobierno republicano beneficiaron a los trabajadores; en el caso de Asturias, por ejemplo, con la reducción de la jornada en las minas. Pero la patronal no tardó en reaccionar, pidiendo una subida de precios y despidos para reducir los costes laborales. Con estos ataques y un Estado cada vez más comprometido con la represión de las protestas populares, la resistencia obrera iba en aumento. Entre 1932 y 1934, Asturias fue la región con más conflictos laborales per cápita del Estado español.
Ya en marzo de 1934, con el añadido de la creciente amenaza de la derecha autoritaria, fue la CNT, que siempre había mostrado más disposición unitaria en comparación con sus compañeros en el resto del Estado, la que se puso en contacto con la UGT para formar la Alianza Obrera. El manifiesto de la Alianza asturiana tuvo un tono marcadamente ofensivo. Reclamó como meta “el triunfo de la revolución social en España, estableciendo un régimen de igualdad económica, política y social, fundado sobre principios socialistas y federalistas” 3. En los días siguientes el PSOE, la FJS, el BOC y la ICE se adherirían a ella.
El octubre catalán
Finalmente, el 4 de octubre, el Partido Radical sucumbió a la presión de la derecha e invitó a la CEDA a participar en el gobierno. Con el nombramiento de tres ministros cedistas, el Comité Revolucionario socialista dio la orden de iniciar la huelga general. Gil Robles era muy consciente que los socialistas no estaban nada preparados para lanzar su largamente anunciada revolución y esperaba destruirles antes de que fuera demasiado tarde.
Solamente en Asturias, y en menor medida en Catalunya, el paro se convirtió en un movimiento revolucionario. En el resto del Estado dependía de la dirección socialista, la cual, a pesar de toda su bravura, había hecho poco para preparar seriamente su revolución. Las pocas armas que se habían acumulado en los meses anteriores habían sido confiscadas por las fuerzas del orden público. La huelga general en Madrid acabó tras ocho días, ya que carecía de un verdadero liderazgo y objetivos. Mientras tanto, los pretendidos lideres de la revolución, incluido Largo Caballero, esperaban en sus casas para ser detenidos. También hubo paros aislados en algunas otras zonas, sobre todo en el País Vasco, donde la huelga llegó a alcanzar proporciones insurreccionales en la cuenca minera vizcaína, en Eibar y Mondragón.
En Catalunya, el rechazo de la entrada de la CEDA en el gobierno central se enlazó con el conflicto entre este y la Generalitat. El intento de aliviar la situación del campesinado catalán con una Ley de Contratos de Cultivo que le proporcionaría más seguridad fue rechazado como anticonstitucional en junio de 1934. La reacción del gobierno catalán fue de reafirmar la ley, mientras que los diputados de ERC se retiraron del parlamento español.
La noche del 4 de octubre, la Alianza Obrera catalana convocó la huelga general. En Barcelona, los grupos de acción del BOC consiguieron sabotear el transporte público en las primeras horas de la mañana, ayudando así a paralizar la actividad económica de la ciudad. Fuera de la capital catalana, las Alianzas Obreras, a menudo en colaboración con los gobiernos municipales en manos de ERC, declararon la Republica Catalana o, incluso, la Republica Socialista. No obstante, el gobierno catalán mantuvo una actitud ambigua con el movimiento. Incluso el Conseller del Interior, Josep Dencàs, líder del cada vez más fascistoide Estat Català, dio la orden de reprimir las organizaciones obreras.
Haciendo caso omiso de las amenazas de Dencàs, el día 6, a las seis de la tarde, 10.000 trabajadores y trabajadoras, organizados por la Alianza Obrera, desfilaron en formación militar hacia la Plaça San Jaume, pidiendo armas y reclamando al presidente catalán, Lluis Companys, que declarara la Republica Catalana. Finalmente, dos horas más tarde, Companys anunció la fundación de la “Republica Catalana dentro de la República Federativa Española”. Pero, como comentaría el líder del BOC, Joaquim Maurín, “la Generalidat asiste a su nacimiento como si fuera un funeral” 4. No movilizó las fuerzas armadas a su disposición –3.000 policías y 7.000 Escamots (juventudes paramilitares de Estat Català)– y esperó pasivamente hasta que el orden fue reestablecido por algunos pocos efectivos del Ejército español. La República Catalana había durado 10 horas.
Sin armas y sin el apoyo activo de la CNT, la Alianza Obrera no pudo sostener la situación. Con la capitulación de la Generalitat, el movimiento en el resto de Catalunya se desintegró, aunque no sin unos choques aislados con las fuerzas del orden público. El resultado sería la suspensión de la autonomía de Catalunya, el encarcelamiento de Companys y gran parte de su gobierno, y de miles de obreros y campesinos.
La comuna
En Asturias los preparativos de la revolución se adelantaron con mucho al resto del Estado. En los meses antes de octubre las organizaciones obreras se habían dedicado a recoger armas. En particular, las sustrajeron de las cuatro fábricas de armas ubicadas en la región y robaron dinamita en las minas. Y aunque estas armas no fueron suficientes para derrotar a las fuerzas de orden público, si lo fueron para lanzar las primeras acciones para obtener más armas.
La noche del día 4 llegó la orden del Comité Revolucionario de Madrid de ir a la huelga general. Sería la única comunicación de la supuesta dirección revolucionaria estatal que tendría efecto en la región durante estos días. Desde este momento en adelante, las Alianzas Obreras, las locales o la provincial, casi todas ellas convertidas en comités revolucionarios, marcarían el paso de los acontecimientos.
La insurrección comenzó con la huelga. En las primeras horas del día 5, los obreros asturianos se lanzaron a la calle. En zonas industriales, sobre todo en la cuenca minera, los obreros asaltaron los cuarteles de la Guardia Civil sin demora. En pocas horas, cayeron en sus manos 23 cuarteles. Algunos se rindieron sin más, otros después de resistir y muchos fueron reducidos a base del abundante uso de dinamita en ausencia de otras armas. Pronto los revolucionarios controlaron un tercio de la región, con el 80% de la población.
Dominada la cuenca minera, se procedió a organizar una nueva sociedad. El día 5, a las 8:30 h de la mañana, el Comité Revolucionario de Mieres, desde el balcón del ayuntamiento de Mieres, delante de más de 2.000 personas, proclamó la República Socialista. Se hicieron declaraciones similares por todo el territorio controlado por los revolucionarios. En los sitios dominados por la CNT se estableció el comunismo libertario con la abolición del dinero y de la propiedad privada. A un nivel más práctico, en muchos de ellos, los comités de abastos organizaron un sistema de racionamiento para garantizar la distribución igualitaria de los suministros entre la población civil y se establecieron cocinas colectivas. Se impuso un estricto código moral, prohibiendo, por ejemplo, el consumo de bebidas alcohólicas 5. Como en otros procesos revolucionarios, las mujeres empezaron a romper con su papel subordinado o pasivo. Además de participar en tareas típicamente femeninas, como sostener las cocinas improvisadas o los servicios sanitarios, trabajaron día y noche fabricando cartuchos. Algunas intervinieron directamente en la lucha, con armas en la mano, al lado de los hombres 6.
Los comités revolucionarios fueron estrictos con el mantenimiento del orden en la retaguardia, avisando a quienes que se dedicaban al pillaje que serían “pasadas por las armas”. En algunos casos, fueron detenidas las personas consideradas como enemigas de la revolución. Unas pocas fueron ejecutadas; entre ellas, más de 30 miembros del clero. No obstante, en general, todo indica que en la mayoría de los casos fueron bien tratadas. Solamente en unos pocos casos, de las 280 bajas de la fuerza pública durante la toma sanguinaria de ciertos cuarteles, algunos componentes de las fuerzas públicas fueron abatidos sin más 7.
Mientras que la parte central de la región cayó rápidamente en manos de las y los revolucionarios, los combates se generalizarían en las zonas más periféricas donde el Ejército y la Policía intentaban avanzar contra ellos. Para sostener el frente se organizó un sistema de transporte, servicios sanitarios, talleres de armamento y el alistamiento de milicianos y milicianas. La red de ferrocarriles fue controlada por los sindicatos, facilitándose así el transporte de combatientes. En Sama se concentraron otros medios de transporte –coches y camiones– para utilizarlos en beneficio de la revolución. Se organizaron servicios sanitarios tanto en la retaguardia como en los frentes. En la fábrica metalúrgica de Mieres se fabricaron bombas de mano y municiones, aunque nunca fueron suficientes. En La Felguera los obreros de más edad mantuvieron los hornos en funcionamiento y se fabricaron vehículos blindados. En Sama se fabricó un substituto de gasolina hecho de carbón.
La derrota
Convencido que el movimiento revolucionario había triunfado en toda España, el día 6, el Comité Revolucionario Provincial decidió tomar el control de Oviedo. Después de la llegada de cientos de mineros a la capital, se luchó duramente para controlarla. Pero la falta de armas impidió que dominaran toda la ciudad. El día 9 se tomó la fábrica de armas de la Vega, pero a pesar de capturar una gran cantidad de armas casi no hubo munición.
Mientras tanto, la situación militar para el bando revolucionario había empeorado. Ya el día 8 las primeras tropas llegaron al puerto de Gijón. Casi sin armamento, los trabajadores y trabajadoras no habían podido tomar el control completo de la ciudad. Aun así, la huelga duró hasta el día 16 y desde los barrios obreros se seguía hostigando al enemigo. No tomar Gijón fue un gran revés para la insurrección. Según los anarcosindicalistas, quienes dominaron el movimiento obrero local, este fracaso fue debido a la negativa de los socialistas a enviar armas a la ciudad 8.
Las primeras tropas de relevo llegaron desde Gijón a Oviedo el día 10. Ante el deterioro de la situación militar y el fracaso del movimiento en el resto del Estado, el día 11, el Comité Revolucionario Provincial dio la orden de retirarse. No obstante, muchos combatientes se negaron a huir o creer que la revolución no estaba triunfando fuera de Asturias y se eligió un nuevo comité, compuesto por jóvenes socialistas y comunistas, para seguir luchando. Pero fue en vano, y a pesar de la resistencia heroica, la ciudad, media destrozada, cayó en manos del Ejército.
Entretanto, la lucha, cada vez más desigual, seguía en distintos puntos de la geografía asturiana en un intento infructuoso de evitar el avance de los columnas militares, bien armadas y apoyadas por la aviación. Ante esta situación, con unos 25.000 soldados ya llegados a la región, el día 18, un tercer Comité Revolucionario Provincial firmó un pacto con el Ejército para la rendición de la población insurrecta y la entrega de sus armas.
Desde el gobierno, la CEDA pidió un castigo ejemplar. Entre otros militares enviados para aplastar la revolución estaba el General Francisco Franco que trajo consigo tropas del Ejército de África. A pesar de que el acuerdo de rendición incluía la condición de que la tropas no entrarían en la cuenca minera, no tardó en confirmarse su temible fama en los pueblos y valles asturianos. Los asesinatos, las violaciones y los malos tratos se extenderían por toda la región. De las aproximadamente 1.200 personas muertas durante la revolución de octubre, la mayoría fueron ejecutadas por el Ejército y la Guardia Civil, a menudo de forma extrajudicial, después de haberse rendido. Otros miles más fueron detenidas, y muchas de ellas salvajemente torturados.
Tanto las clases dominantes como el proletariado aprendieron de la revolución de octubre de 1934. La resistencia de los obreros asturianos convencería a la derecha que no sería posible introducir un régimen autoritario por la vía institucional. A lo largo de 1935 se puso en marcha un complot militar, con la participación de Gil Robles y Franco entre otros, para derrocar la República democrática. Inspirada por la lucha de la clase trabajadora asturiana y avisada de lo que podía esperar de una sublevación fascista-militar, el 19 de julio, las masas populares saldrían a la calle con el grito de octubre: ¡Uníos Hermanos Proletarios!
Andy Durgan es autor de obras como El Bloque Obrero y Campesino (1930-1936) (Laertes, 1996), sobre el BOC; The Spanish Civil War (Palgrave Macmillan, 2007) entre otras.
viento sur publicó, en el número 105 de su revista (https://vientosur.info/category/revista/vientosur-no-105/) un dossier de artículos bajo el título "Asturias 1934. Nuestra Comuna". Entre otros, se encuentra en el mismo el artículo de nuestro compañero y editor fundador de esta revista, Miguel Romero, "UHP: la lucha por la unidad obrera en la revolución del 34" . https://vientosur.info/uhp-la-lucha-por-la-unidad-obrera-en-la-revolucion-del-34/
Referencias
Bizcarrondo, Marta (1977) Octubre del 34. Madrid: Ayuso.
Diaz Nosty, Bernardo (1974) La comuna asturiana. Revolución de octubre 1934. Bilbao: Zero.
Durgan, Andy (2016) Comunismo, revolución y movimiento obrero en Cataluña 1920-1936. Los orígenes del POUM. Barcelona: Laertes.
Gil Vico, Pablo (2019) Verdugos de Asturias. La violencia y sus relatos en la revolución de Asturias. Gijón: Trea.
Grossi, Manuel (1979) La insurrección de Asturias. Madrid: Júcar.
Maurín, Joaquín (2023) Hacía la Segunda Revolución. El fracaso de la República y la insurrección de octubre. Toledo: El Perro Malo.
Molins i Fàbrega, Narcis (1977) UHP. La revolución proletaria de Asturias. Madrid: Júcar.
Ruiz, David (1988) Insurrección defensiva y revolución obrera. El octubre español de 1934. Barcelona: Labor Universitaria.
Solano Palacio, Fernando (2019) La revolución de octubre. Once días de comunismo libertario. Madrid: Fundación Anselmo Lorenzo.
Shubert, Adrian (1984) Hacia la revolución. Orígenes sociales del movimiento obrero en Asturias, 1860-1934. Barcelona: Crítica.
Fuente → vientosur.info
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