mundoobrero.es Las 13 Rosas y el impulso del deber
Las 13 Rosas y el impulso del deber
Miguel Usabiaga ·

En pleno frenesí de la represión franquista, las 13 rosas no dudaron en comprometerse. No pensaban en el triunfo inmediato de sus ideas, sino en el deber de defenderlas  
 
El pasado 5 de agosto se cumplieron 85 años del fusilamiento de las 13 rosas. Trece jóvenes militantes de la JSU y del PCE, cuyo único delito era lanzar unas octavillas, elegidas como símbolo por el régimen para destruir el espíritu de libertad de las mujeres que desplegó la República. Se ha impuesto en el imaginario popular ese número, aunque en realidad fueron 14, pues a ellas se sumó Antonia Torres Llera, de 18 años, también militante de la JSU. 
 
Antonia no fue fusilada ese fatídico 5 de agosto de 1939, porque en el parte de ejecución se mecanografió mal su nombre, confundido por el de Antonio. Por esa razón no fue llevada en la camioneta desde la cárcel de Ventas al paredón, pero no por ello salvó la vida, pues aclarado el error, fue asesinada el 19 de febrero de 1940. Tampoco hay que olvidar, para retratar la crueldad del franquismo, que en el grupo de condenados del que formaban parte las 13 rosas, fueron ejecutados también 43 varones. La historia de las 13 rosas es bastante conocida, hay varios libros y una estupenda película; obras que nos han acercado con precisión a los hechos y sus circunstancias; y nos han trasladado la alegría de vivir de aquellas chicas, su entusiasmo, a pesar de la época oscura que sigue a la derrota republicana, donde se impone la caza de rojos por todas partes, la delación, los chivatos. 
 
También su resistencia, la dignidad con la que vivieron en la cárcel, y que mantuvieron hasta el final, cuando sabiendo que iban a perder la vida se mantuvieron fieles a sus ideales, sin dudar de su elección, de su camino. Lo que no aparece tan subrayado en esas obras es lo que a mí me parece más heroico en estas mujeres, y lo que constituye su ejemplo. Cómo, ellas, en los momentos más terribles del régimen franquista, apenas tres meses después de su victoria, en pleno frenesí de la represión, no dudaron en comprometerse, en aportar su trabajo, por pequeño que fuera, para combatir al fascismo. 
 
Ellas no pensaban en el triunfo inmediato de sus ideas, sino en el deber de defenderlas. Un ejemplo para los tiempos difíciles, donde no vemos con claridad el sentido, la eficacia de nuestra tarea. Ése es su ejemplo, la heroicidad, un comportamiento que se ha manifestado en los comunistas españoles en las horas más sombrías. Recordaré otro caso, menos conocido.

Los presos comunistas de Arrona que desafiaron a Hitler saboteando la producción de cemento también sentían el impulso del deber, de formar parte de un movimiento de liberación universal

En el destacamento penal de Arrona, en Gipuzkoa, penaban 125 reclusos republicanos, entre ellos media docena de comunistas. Eran presos de la cárcel de Ondarreta, en San Sebastián, enviados a ese destacamento para ser empleados por la fábrica de cemento ABC, como lo eran miles de presos republicanos explotados, en esos tiempos. Debían trabajar en la construcción de un tendido aéreo destinado a llevar vagonetas de material, de piedra, entre las canteras, situadas en un monte a 8 kilómetros, y la fábrica. Corría la primavera de 1944. 

Esa media docena de comunistas del destacamento se enteraron de que parte del cemento que la empresa ABC producía era vendido a los nazis alemanes, para la construcción del Muro del Atlántico, y decidieron sabotear la producción. La guerra, tras la derrota nazi en Stalingrado, había tomado otro curso, y con ese muro los alemanes querían defenderse de una posible invasión Aliada desde el flanco occidental. Los presos se enteraban de todo eso gracias a las confidencias de un encargado que simpatizaba con ellos y que escuchaba la BBC por las noches, en secreto. Y ese puñado de comunistas, aislados en un pequeño pueblo guipuzcoano, decidieron aportar su granito de arena para la victoria de los Aliados. 

Se jugaban mucho si les cazaban, lo de menos sería perder los privilegios de estar en el destacamento y tener que volver a la cárcel, donde la vida era mucho peor; lo más probable, perder la vida con una condena a muerte. Sabotearon los cimientos de hormigón para los postes del tendido aéreo, una de las labores que realizaban los presos, y como consecuencia, varias de esas torres se derrumbaron tiempo después, cuando fueron montadas. Sedujeron a un obrero antifranquista, y, con su complicidad, sabotearon el molino, la pieza principal de la fábrica, y ésta dejó de producir cemento durante varios días. Cuando crecieron los rumores sobre la implicación de esos presos en tantos accidentes y averías; cuatro de ellos, los más implicados en los sabotajes, los más decididos, decidieron fugarse. Y lo consiguieron, cruzando el Bidasoa y llegando a Francia.

Intento imaginar en qué pensaban aquel grupo de reclusos comunistas desafiando a Hitler desde una remota aldea, aislados, presos; y creo que pensaban lo mismo que las 13 rosas: sentían el impulso del deber, de formar parte de un movimiento de liberación universal, en el que, cuando uno participa, ya no se siente solo nunca, en ningún sitio; esté preso, o bajo la dictadura más atroz. Y por eso da lo mejor de sí. Ésa es la actitud, la de las 13 rosas y la de aquellos presos, que debe constituir para nosotros un ejemplo permanente.


Fuente → mundoobrero.es

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