Batalla de Badajoz
Batalla de Badajoz
Ramón Martín

FECHA: 14 de agosto de 1936

FUERZAS CONTENDIENTES:

GOBIERNO: Guarnición de Badajoz al mando del coronel Ildefonso Puigdengolas y Ponce de León.

SUBLEVADOS: Ejército de África con regulares y Tercio de Extranjeros al mando del coronel Juan Yagüe Blanco.

LA BATALLA

El 22 de julio del año 1936, las fuerzas que se habían sublevado en África, comandadas por el general Queipo de Llano, se habían hecho con el control de Andalucía. Habían ido llegando a Sevilla, desde Marruecos, tropas para poder llevar a cabo la orden dada el 1 de agosto por el general Francisco Franco para que penetraran en Extremadura a través de Zafra y Mérida, con el objetivo de llegar a Madrid, donde había fracasado el alzamiento y hacia donde también se dirigían columnas procedentes de Valladolid, Burgos, Navarra y Zaragoza. La idea era que, el avance desde el sur por el flanco izquierdo (Extremadura), sería bastante más rápido que si se realizara por el centro, debido además que, en ese caso, el régimen portugués de Oliveira Salazar podría prestar ayuda. Otro de los objetivos de este avance era el de unirse con los insurgentes que se habían hecho con el control de gran parte de la provincia de Cáceres y con las fuerzas que se encontraban en Plasencia.

La entrada en la provincia de Cáceres se haría por la carretera general desde Sevilla, donde encontraría resistencia de las fuerzas republicanas, únicamente en Mérida y Badajoz. Así pues, la tarde del 2 de agosto partió de Sevilla una columna compuesta por el II Tabor del Grupo de Regulares de Tetuán nº1, la IV Bandera del Tercio de extranjeros, dos autoametralladoras, una batería de 70 mm, y otros materiales de fortificaciones y transmisiones, más sanidad e intendencia al mando del teniente coronel Carlos Asensio Cabanillas, entrando en Badajoz. En los Santos de Maimona, el 5 de agosto, los milicianos locales junto a 400 hombres llegados de Badajoz, intentaron frenar su avance, pero fueron rechazados por la artillería de 70 mm y por el fuego de ametralladoras; el apoyo aéreo proporcionado por la V Escuadrilla de Breguet 19 y el asalto de las tropas de África acabaron por diezmar a las fuerzas republicanas, cayendo la posición a las 19:00 en manos de la columna del teniente coronel Asensio. El 3 de agosto, el comandante del Tercio, Antonio Castejón, había salido de Sevilla hacia Badajoz con otra columna formada por la V Bandera del Tercio de extranjeros, el II Tabor de Regulares de Ceuta y una batería de 75 mm, que fue ocupando las localidades a su paso hasta tomar Zafra la madrugada del 6 al 7 de agosto. A estas fuerzas rebeldes, se unirían el 8 de agosto, la I Bandera del Tercio de extranjeros, el I Tabor de Regulares de Tetuán y una batería ligera al mando del teniente coronel Heliodoro Rolando de Tella Cantos, a los que se sumaron, guardias civiles, civiles y falangistas que encontraron a su paso.

Tras tomar Almendralejo y Torremejía, llegó el verdadero reto a estas tres columnas el día 11 de agosto, cuando tendrían que conquistar Mérida, importante nudo de comunicaciones que estaba débilmente defendido con dos piezas de artillería de 75 mm, aunque con un número importante de milicianos dirigidos por el capitán de la Guardia de Asalto, Carlos Rodríguez Medina, el diputado del PCE, Pedro Martínez Cartón, que se había convertido en uno de los líderes milicianos de Mérida.

Las columnas iniciaron una maniobra envolvente destruyendo las dos piezas de artillería, la V Bandera de la Legión y el II Tabor de Tetuán se introdujeron en la ciudad, produciéndose pequeños enfrentamientos con las milicias, las cuales habían sido dejadas a su suerte por Rodríguez Medina y Pedro Martínez Cartón, que huyeron de la ciudad. El apoyo aéreo republicano resultó inefectivo, ya que lanzaron las bombas desde una gran altura. Los sublevados habían obtenido un innegable éxito, pues habían recorrido desde que partieron de Sevilla y en apenas 10 días más de 190 kilómetros sobre las líneas republicanas, contactando con las fuerzas de la provincia de Cáceres, bajo el mando del comandante José de Linos Lage.

En la mañana del 12 de agosto de 1936, el teniente coronel Yagüe acudiría a Mérida para ponerse al frente del Ejército Expedicionario con el que cargaría contra la ciudad Badajoz, objetivo prioritario para Franco, que ya se encontraba en Sevilla. La rápida toma de Mérida y el inicio de los bombardeos el 7 de agosto, había minado la moral de las fuerzas republicanas que se encontraban en Badajoz, con el coronel Ildefonso Puigdengolas al mando, quien, con la ayuda del teniente coronel de Carabineros, Antonio Pastor Palacios, preparó, gracias al amurallado del casco urbano, un sistema defensivo con el objetivo de frenar a los sublevados. Puigdengolas disponía para la defensa de la ciudad de 3.000 hombres, en su mayoría milicianos, equipados con armamento ligero. Cifra que descendería a causa de las deserciones que se produjeron durante esos días; contaba también con la ayuda del comandante Calderón Rinaldi, con un alférez y varios suboficiales voluntarios del Regimiento Castilla, aunque apenas podía contar con algunos guardias civiles y de asalto, junto a una sección de carabineros. El resto de los hombres, bien posicionados, se situaban en el cuartel de Menacho, en el polvorín de San Gabriel y en los baluartes de Santa María y San Roque, ubicados en la muralla de Badajoz y dirigidos por el comandante Antonio Bertomeu Bisquert.

Pese a la escasez de hombres, se había preparado una defensa efectiva, situando puestos de ametralladoras en lugares concretos del recinto amurallado como la Puerta y brecha de la Trinidad, el edificio de Correos, el Hospital Militar, la Torre de Espantaperros o la torre de la catedral. Además, las posiciones de abrigo para los fusileros también estaban bien ubicadas y cubrían perfectamente muchas calles, las puertas y el centro del casco urbano. También se habían colocado barricadas tanto en el interior (calles paralelas a la Puerta Trinidad) como en el exterior de la ciudad.

Enfrente los sediciosos contaban con unos 2.000 hombres (V Bandera del tercio extranjero del comandante Antonio Castejón, el II Tabor de Regulares de Ceuta al mando del comandante Amador de los Ríos, la IV Bandera de Asensio (comandante Viena Trápaga), el II Tabor de Tetuán, capitaneado por el comandante Serrano Montaner y con el I Tabor de Regulares de Tetuán, comandado por Del Oro Pulido, en la reserva. Todos bajo el mando absoluto del teniente coronel, Juan Yagüe. El cerco sobre la ciudad dio comienzo en la noche del 13 de agosto, con el apoyo de sus fuerzas aéreas, que bombardearon puntos clave, y ya durante la tarde por la 1º Batería de Montaña, con su artillería del 105 mm desde el Cerro Gordo. Hacia las 20:00, el II Tabor de Regulares de Ceuta avanzaba por el suroeste, tomando el cuartel de Menacho; la V Bandera se situó al sur, en la entrada de la carretera de Sevilla y la IV Bandera se desplegó en el oeste, en las inmediaciones del barrio de San Roque y de la Puerta Trinidad. Llegando a las orillas del Guadiana, el II Tabor de Regulares de Tetuán envolvió la ciudad por el extremo norte de su muralla. Todos estos movimientos se dieron sin apenas resistencia por parte de los milicianos que, se fueron replegando hacia el interior de la ciudad, por lo que la operación planeada por Yagüe tuvo un éxito inicial, ya que, el mismo día 13 ya habían cerrado el cerco y se disponía a asaltar la ciudad al día siguiente, ya que por la noche no podían contar con apoyo aéreo.

A las 05:30 del 14 de agosto, Yagüe dio la orden de tomar la ciudad. Treinta minutos más tarde, un Junkers alemán procedente de Sevilla bombardeó diversas posiciones de la muralla y del casco urbano causando grandes estragos, que se agravaron con el fuego de artillería. Los republicanos intentaron repeler a la infantería sublevada con fuego de fusiles y ametralladoras; dos horas después, el alcalde de la ciudad, Sinforiano Madroñero, huyó hacia Portugal, Otros le imitarían ese mismo día. Alrededor de las 11:00, los defensores presentaban una fuerte resistencia en el flanco oeste, haciendo que el Ejército de África avanzara muy lentamente. El apoyo aéreo con el que contaba Yagüe era reducido pero efectivo, logrando que huyeran dos cazas republicanos. Sin embargo, un avión gubernamental llegó a bombardear el puesto de mando de Yagüe, mientras, esa misma mañana, las fuerzas republicanas intentaban tomar de nuevo Mérida.

La deserción de algunos elementos del Regimiento Castilla, situado en el cuartel de la Bomba, que daba acceso al exterior de la muralla, facilitó que la V Bandera de Castejón se hiciera con la totalidad del recinto sobre las 12:00 sin apenas resistencia. A continuación, los hombres de Castejón atacaron la plaza de toros, el edificio de Correos (donde se encontraba el puesto de mando de Puigdengolas) y el baluarte de Santiago, atravesando el II Tabor de Regulares de Ceuta la muralla de la ciudad por el mismo edificio de Correos y la Puerta del Pilar. Unos instantes, Puigdengolas junto a Bertomeu y varios hombres más, huyeron hacia la frontera de Portugal en dos coches que cruzaron el Guadiana a través del puente de Palmas. Tras entrar Castejón en la ciudad, Yagüe dio la orden a la IV Bandera de avanzar sobre la brecha abierta en la Puerta de la Trinidad, donde se encontraron con la resistencia de la 16ª Compañía, que con dos autos blindados causaron grandes bajas entre los legionarios que intentaban entrar en la ciudad. En un segundo ataque, la IV Bandera diezmó a los milicianos y carabineros que allí se encontraban, penetrando en la ciudad para ir al encuentro de la V Bandera, que se encontraba en el centro de Badajoz desde las 14:30. Tras esto, la lucha continuó en el casco urbano, siento especialmente intensa en las inmediaciones de la plaza de toros.

Al mismo tiempo, el II Tabor de Regulares de Tetuán, sitiaba la alcazaba por el norte de la ciudad, consiguiendo atravesar las defensas republicanas, entrando la 4ª Compañía por la puerta de la Alcazaba, y haciendo a su paso un gran número de prisioneros. Inmediatamente, los regulares del comandante Serrano pusieron rumbo a la cárcel provincial y al cuartel de San Agustín para liberar a los presos allí confinados. En las afueras de la ciudad, las tropas de Yagüe ya habían cercado por completo Badajoz, al tomar, la 5ª Compañía, el Puente de Palma, con lo que se cerraban todas la vías de escape posibles. El teatro López de Ayala, donde se encontraban los últimos defensores, fue incendiado con granadas de mano, y la resistencia que se encontraba en el coro de la catedral, con varios nidos de ametralladora, fue sofocada por la 20ª Compañía de la V Bandera tras la destrucción de la Puerta del Cordero. Tras unas escaramuzas nocturnas en las que murieron 9 milicianos y 1 legionario fue herido, se dio por concluida la toma de la ciudad.

El balance de bajas se cifró entre las filas de los sublevados en 300 entre muertos y heridos; mientras los republicanos sufrieron un mayor número de bajas que no se han podido determinar con exactitud, pero se estima que fueron alrededor de 700. Tras la toma de Badajoz, los sediciosos consiguieron unir su zona dominada al norte de la península con la del sur, facilitando la progresión hacia el interior y hacia la capital a través del valle del Tajo. Los intentos posteriores, por parte de la República, de tomar Extremadura u obstaculizar sus vías de comunicación fracasaron estrepitosamente.

Uno de los hechos que aún sigue candente es la cifra de muertos que hubo tras la batalla debidos a la represión que ejercieron las tropas del teniente coronel Yagüe sobre los vencidos que no se había sumado al golpe de estado. Según los estudios realizados, vemos que, en la mayoría de los casos, se lanzan cifras de muertos, siendo mayores o menores dependiendo de las fuentes, en muchas ocasiones, cifras impregnadas de un trasfondo político en el que, el autor cuenta las bajas dependiendo del bando del que es más simpatizante. Sin embargo, dejando de lado las ideologías, nadie negará que lo sucedido en agosto de 1936 en Extremadura nos mostró una de las facetas y episodios más crudos y triste de la historia de España, puesto que, con independencia de los fusilados y ejecutados, durante los asedios que se dieron en Mérida y, especialmente, en Badajoz, se destruyeron multitud de viviendas privadas durante los bombardeos, lo que fue causa de una cantidad considerable de civiles muertos y de que miles de pacenses tuvieran que ser desplazados al ver su hogares destruidos. Sumados a los destrozos producidos por la artillería y aviación, el sufrimiento de la población de Badajoz se vio incrementado por los daños y saqueos que perpetraron los legionarios y regulares que desobedecieron las órdenes de sus mandos, que mandaron se respetara a la población civil y a las propiedades privadas. Al parecer se llegó a aplicar entre los regulares, lo que se conocía como diezmo, que consistía en fusilar a uno de cada diez cuando dichas unidades cometían abusos o excesos fuera de combate.

El corresponsal de guerra americano Jay Allen, partidario ideológico de la República, ofreció en el diario Chicago Tribune del 30 de agosto de 1936, que fue testigo de 1.800 ejecuciones en la plaza de toros el día 15, entre los que incluía mujeres y niños, elevándose esa cifra hasta los 4.000 los días siguientes únicamente en la ciudad de Badajoz. Paul Preston, en su libro El Holocausto Español, manifestó que provincialmente las cifras llegaron a los 6.000. Mientras que, Pío Moa, cuyas fuentes son de más que dudosa procedencia, no aceptó los fusilamientos de la plaza de toros y propone que el total de represaliados sería de entre 500 y 1500 en toda la provincia. Pero, los datos de mayor fiabilidad por el gran número de fuentes consultadas son los ofrecidos por el historiador extremeño, Francisco Espinosa, el cual, en su libro La columna de la muerte, manifiesta que hubo 1389 ejecuciones confirmadas en la ciudad de Badajoz, mientras que, en la provincia se pudieron superar las 3.800. Lo que sí goza de veracidad es que, tras la toma de la ciudad se practicaron fusilamientos y ejecuciones en lugares como la catedral, la plaza de toros, la plaza de San Juan u otros lugares del municipio. El mismo Juan Yagüe, conocido después entre los republicanos como el carnicero de Badajoz, admitió las ejecuciones pues las columnas a su mando partían en dirección a Madrid y no podía dejar focos de insurrección en la retaguardia, por lo que dio la orden de ejecutar a todo prisionero, pero respetando siempre la vida de mujeres y niños.

BIBLIOGRAFÍA

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