Las tres derrotas de la Segunda República
Las tres derrotas de la Segunda República
Cándido Marquesán Millán

La Segunda República fue vencida en 1939 merced a un golpe militar, que desencadenó una terrible Guerra de España, y que estuvo apoyado por Hitler y Mussolini. ¿Fueron los perdedores de esta Guerra de España los republicanos? Antonio Machado en una de sus últimas entrevistas, concedida al poeta soviético Ehrenburg, en diciembre del 38, declaró: "Para los estrategas, para los políticos, para los historiadores, todo esta claro: hemos perdido la guerra. Pero humanamente, no estoy tan seguro… Quizá la hemos ganado". Yo no tengo ninguna duda que la guerra verdaderamente la ganó Machado. Como escribió el novelista y profesor aragonés José Giménez Corbatón en su extraordinario artículo Colliure-, 1939-2009, con motivo del setenta aniversario de la muerte de Antonio Machado:

“Decía Juan de Mairena que “el hombre es el animal que usa relojes”. Franco quiso parar el reloj de la historia para aquellas mujeres y hombres, niños, jóvenes y ancianos que cruzaron la frontera hacia un destino incierto. Franco sabía de correajes, de cañones y de muerte. Pero no de relojes. No sabía que el suyo nacía parado, sin ni siquiera historia que detener, sin historia. La historia que vale la pena considerar es la que hace avanzar a los pueblos. Franco no es digno de consideración”.

La Guerra de España fue el preámbulo de la Segunda Guerra Mundial. Lo específico en España, fue que el pueblo luchó, murió y mató por defender la República, es decir, por luchar contra el fascismo

Deberíamos cuestionar el término de Guerra Civil y sustituirlo por el más adecuado de la Guerra de España. Tal cambio terminológico me lo ha sugerido el libro del historiador David Jorge Inseguridad colectiva. La sociedad de Naciones, la Guerra de España y el fin de la paz mundial, prologado por Ángel Viñas. Obviamente hubo una Guerra Civil, entre españoles que lucharon en diferentes ejércitos, pero no solo. Es más concluyente el término de Guerra de España, porque hubo una clara intervención internacional, fundamental en todas las etapas del conflicto: en el golpe de Estado, en la conversión del golpe en guerra, en su desarrollo, en su resultado final e incluso en el mantenimiento de Franco en el poder después del fin de la Segunda Guerra Mundial. En todos estos momentos, la dimensión internacional fue decisiva. No se puede, por tanto, reducir el conflicto a una mera guerra civil. Se habla de guerra de Corea o de Vietnam, aunque también en ellas hubo un enfrentamiento civil.

No deberíamos jamás olvidar que la Guerra de España fue el preámbulo de la Segunda Guerra Mundial y que debemos mantener ese vínculo entre ambas. Lo específico en España, fue que el pueblo luchó, murió y mató por defender la República, es decir, por luchar contra el fascismo. No fue así en Alemania, donde Hitler subió al poder a través de las elecciones. O en Italia, donde Mussolini hizo una entrada triunfal en Roma aplaudido por todo el pueblo italiano. O en Francia, donde, con un Ejército infinitamente superior al español, la lucha contra el fascismo duró dos semanas. Esa es la gran diferencia entre España con Alemania, Italia y Francia.

Hay otra gran diferencia entre el caso español y la Segunda Guerra Mundial. En Europa, gracias a que el fascismo fue vencido, se hizo un juicio legal a los criminales y el desarrollo de una memoria histórica que ha dado grandes frutos. Hubo unos juicios de Núremberg, en España no los hubo. En España, sin embargo, la República fue derrotada dos veces: por el fascismo en 1939 y por los aliados en 1945, como decía Indalecio Prieto, cuando pedía que los aliados consumaran, precisamente, el plan de liberación de Europa del fascismo. En buena lógica vencidos los regímenes de Hitler y Mussolini, debería haber corrido la misma suerte la dictadura franquista. No fue así. En su libro La «traición» de Churchill, España, Cataluña. Meditacions en el desert (1946-1953), el periodista Gaziel señala: “La posición del Gobierno británico fue, muy probablemente, decisiva, para conformar la posición aliada sobre sus futuras relaciones con España. También lo fue, ya en 1945, la del general De Gaulle, que se oponía a cualquier acción de fuerza de los aliados contra Franco, entendiendo que eso podía provocar una nueva guerra civil en España, con protagonismo del Partido Comunista e influencia de la Unión Soviética, y el riesgo, que De Gaulle creía real, de provocar o inducir otro conflicto civil violento en Francia, en la que el entonces muy potente y crecido Partido Comunista Francés tendría fuerza suficiente para intentar hacerse con el poder. La posición conjunta de Churchill y De Gaulle hizo que los norteamericanos, sin abandonar su hostilidad hacia Franco y su régimen, dejasen a un lado cualquier proyecto de intervención armada”. Ahí está la segunda derrota de la Segunda República.

La República fue derrotada dos veces: por el fascismo en 1939 y por los aliados en 1945, como decía Indalecio Prieto, cuando pedía que los aliados consumaran, precisamente, el plan de liberación de Europa del fascismo

Durante toda la dictadura se impuso un discurso político, en los medios y la educación,: la Segunda República fue la causante, por el caos imperante, del desencadenamiento de la Guerra de España. Por ello, había que arrancar de cuajo de la Historia de España, cual si fuera una mala hierba, la figura de Azaña, su figura más representativa. De ahí, la saña implacable con la que tras la derrota de la República, fue borrado cualquier rastro de su último presidente, llegando a sustituir el nombre de un pueblo toledano, Azaña de la Sagra, que nada tenía que ver con el suyo, por el de Numancia de la Sagra, que reflejaba y trasparentaba la mitología de los vencedores de la Guerra de España. El comandante Velasco decidió, el 19 de octubre de 1936, que el nombre le recordaba al presidente de la Segunda República, Manuel Azaña, y que por tanto debía ser cambiado por el del regimiento. Es un auténtico esperpento. Y hoy, sigue el nombre de Numancia de la SagraIzquierda Unida ha exigido recuperar el nombre de Villa de Azaña, en cumplimiento de la Ley de Memoria Democrática. Sin conseguirlo.

No es decir nada nuevo que el período de la Transición ha sido mitificado, como si fuera un fetiche. Resulta una historia autocomplaciente y autojustificativa, más dirigida a legitimar lo dado que a averiguar lo acontecido. Se justifica a sí misma al servicio de la convivencia cuando sirve al fraude y a la impunidad. Se ha convertido también en una mala costumbre que siempre que la democracia en España sabe a decepción o engaño, se recurre a la Inmaculada Transición, como si fuera el bálsamo de Fierabrás para solucionar todos los problemas. Esos supuestos valores, no los cito al ser conocidos por todos, son cuestionables, aunque quien tiene la valentía de hacerlo es acusado con acritud de poner en peligro nuestra democracia que tantos esfuerzos nos ha costado construir. Afortunadamente ya abundan bastantes que cuestionan esos valores. Uno de ellos es Juan Carlos Monedero en su libro de 2011 La Transición contada a nuestros padres. Nocturno de la democracia española, momento en el que se corrió un tupido velo sobre los muertos asesinados por las tropas franquistas y que todavía reposan en las cunetas. La izquierda tuvo que hacer muchas concesiones. Tuvo que asumir la idea de que la democracia se inició en España con la Constitución de 1978, y no en los tiempos de Segunda República. y aceptar sin réplica que el caos de esta fue el origen de la guerra civil. Otra nueva derrota de la República, la tercera. 

No voy a insistir en las concesiones, suficientemente explicadas en otros artículos anteriores, que tuvo que hacer la izquierda en este momento de la Transición, especialmente en nuestra Constitución. No obstante, me parece oportuno para profundizar algo mas en esta cuestión constitucional recurrir al artículo La memoria arrinconada en la Filosofía del Derecho española (2011), de José Ignacio Lacasta Zabalza ,profesor emérito, y que fue catedrático de Filosofía del Derecho de la Universidad de Zaragoza: “Todo arranca de lejos, desde el proceso constituyente, cuando con motivo de la discusión sobre el Preámbulo del texto constitucional, fue Manuel Fraga Iribarne quien asentó que no se podía hablar de la «historia» (noción dentro de la cual incluía todo el pasado). Y Enrique Tierno Galván fue derrotado en su legítima y sensata pretensión de redactar algo acerca de los «padecimientos» del pueblo español en las anteriores etapas antes de retomar la libertad. Estas fueron las palabras de Tierno Galván: “Hay que hacer referencia al pasado, que no se puede olvidar por completo, que no se puede hacer borrón y cuenta nueva por modo absoluto; que hemos sufrido de tal manera muchos españoles, yo diría que millones, en un tiempo que ha transcurrido, que olvidarse por completo del pasado es olvidarse de los que han sufrido las consecuencias del pasado. Hay un gran sector del pueblo español que no se puede olvidar. El de los que han padecido, y lo menos que merecen es que se haga una referencia a ese pasado, pues gracias a sus padecimientos estamos venciendo ahora”. Sabias palabras de Tierno Galván, porque el paso a la democracia mucho les debía a quienes lucharon por lo que hoy son derechos fundamentales y, bajo la dictadura, delitos. Estas palabras de Tierno Galván me recuerdan las de Piero Calamandrei, que participó en la elaboración de la Constitución italiana de 1948: «Creo que nuestros descendientes sentirán más que nosotros, dentro de un siglo, que de nuestra Constituyente nació realmente una nueva historia: y se imaginarán que en nuestra Asamblea, mientras se discutía de la nueva Constitución republicana, sentados en estos escaños no estábamos nosotros, hombres efímeros, cuyos nombres serán borrados y olvidados, sino todo un pueblo de muertos, esos muertos que nosotros conocemos uno a uno, caídos en nuestras filas, en las prisiones y en los patíbulos, en montes y llanuras, en las estepas rusas y en las arenas africanas, en mares y desiertos, desde Matteotti a Rosselli, desde Amendola a Gramsci, hasta nuestros muchachos partisanos. […] Ellos murieron sin retórica, sin grandes frases, con simplicidad, como si se tratase de un trabajo cotidiano que cumplir: el gran trabajo necesario para devolver a Italia la libertad y la dignidad. (…) A nosotros nos corresponde una tarea cien veces más llevadera: la de traducir en leyes claras, estables y honestas su sueño de una sociedad más justa y más humana, el sueño de una solidaridad que una a todos los hombres en esta obra de erradicar el dolor. Bastante poco, en realidad, piden nuestros muertos. No debemos traicionarlos». A nuestros egregios constituyentes españoles las palabras de Calamandrei les deberían servir de motivo para una profunda reflexión. A las peticiones de Tierno Galván Fraga Iribarne se negó en redondo: «porque si la historia ha de ser el punto de partida de toda gran decisión que afecte al futuro, es muy difícil saber en qué momento de la historia hay que echarse digamos a nadar, etc”. La referencia bibliográfica a lo escrito por José Ignacio Lacasta Zabalza pertenece a Peces-Barba, GLa elaboración de la Constitución de 1978, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1988, p. 139.

La izquierda tuvo que hacer muchas concesiones. Tuvo que asumir la idea de que la democracia se inició en España con la Constitución de 1978, y no en los tiempos de Segunda República.

Lacasta Zabalza señala también que aún hay quien discute sobre si se ratificó un (en cliché periodístico) pacto de silencio. Para justificar ese pacto de silencio aporta las palabras emitidas por Felipe González en una entrevista realizada en un importante periódico mexicano La Reforma, 10.3.98.: “Que había que hablar de lo que había encima de la citada mesa y nunca de lo de abajo”: “Lo acepté como una de las reglas del juego del poder”. 

Bartolomé Clavero, que fue catedrático de Historia del Derecho y de las Instituciones de la Universidad de Sevilla, tiene un artículo muy interesante titulado La segunda muerte de la Segunda República. Nos habla de la disolución de la República en el periodo de la Transición, aspecto muy poco conocido, por lo menos para mí. Se produjo en París, en el exilio, mediante un simple comunicado suscrito por José Maldonado como Presidente de la República y Fernando Valera como Presidente de su Gobierno, el 21 de junio de 1977. Comienza reivindicando la legitimidad constitucional de la República, mantenida durante décadas, frente a la dictadura y, se sobrentiende, a la monarquía que le sucede. Prosigue refiriéndose a las elecciones generales celebradas en España seis días antes, en las que aprecia “numerosas taras”, “tanto por lo que se refiere al contenido de la ley” que regulara la consulta “como por el modo con el que se llevó a cabo”. Destaca “la incalificable discriminación” de los partidos netamente republicanos. Mas a pesar de tales “anomalías”, por la participación habida y el resultado nada halagüeño para la continuidad de la dictadura, el comunicado considera llegada la hora de la disolución de “las instituciones de la República en el exilio” no sin expresar finalmente su confianza de que ésta se recupere en un futuro. Detrás de ese documento hay una historia de tanteos entre las autoridades de la República y el gobierno de la transición. Medió México, que nunca había reconocido a la dictadura franquista. Requería a España un final digno de la República con la recepción en Madrid de sus máximas autoridades para la resignación de sus títulos constitucionales. Hecho que no se produjo. 

Nuestra actual democracia retomó, medio siglo después, el régimen democrático, descentralizado, laico y de libertades y justicia social que inauguró la Constitución de 1931

Aunque tarde, el gobierno de Pedro Sánchez en diciembre de 2020, trató de reparar esa deuda con la Segunda República, momento de instauración de nuestra democracia, a través de dos iniciativas. La primera con una exposición inaugurada el 17 de diciembre de 2020 por Felipe VI en la Biblioteca Nacional organizada por Acción Cultural Española (AC/E) y la Secretaría de Estado de Memoria Democrática, Azaña Intelectual y EstadistaA los 80 años de su fallecimiento. En ella se proporcionó una imagen completa del hombre que además de ministro, jefe del Gobierno y presidente de la República, fue un intelectual de prestigio. La segunda fue la presentación por parte del PSOE de una Proposición no de Ley en la Comisión Constitucional para conmemorar el 90 Aniversario de la Constitución de 1931 con una serie de actos. Veamos la exposición de motivos. Tal constitución supuso un avance de progreso que no se había alcanzado hasta entonces en nuestra historia. Es el antecedente inmediato de nuestro texto constitucional ya que, gran parte de lo regulado en ella aparece en la Constitución de 1978. Fue la primera de nuestra historia que avanzó en la descentralización del poder, al reconocer la autonomía política de las regiones (Estado regional), superando por primera vez el Estado unitario, que había sido la forma de Estado en todas las constituciones del siglo XIX. Fue la primera plenamente democrática, al reconocer la soberanía popular, lo que se tradujo en el reconocimiento del sufragio universal pleno, posibilitando así por primera vez el derecho al voto de las mujeres. Quiero hacer un inciso sobre el sufragio femenino. La primera vez que votaron las mujeres en España fue en las elecciones generales de 19 de noviembre de 1933. Tal fecha debería ser conmemorada de una manera adecuada por la sociedad española. Que tal efeméride no se recuerde oficialmente en España es, por una parte, una muestra del desconocimiento de nuestra historia y, por otra, del déficit democrático que arrastra este país en materia de símbolos públicos y ciudadanos. Quienes alardean de su republicanismo desde la izquierda y también desde el feminismo, no han encontrado todavía una ocasión propicia para sustituir una de las numerosas fiestas religiosas, exclusivamente católicas en un Estado aconfesional, que adornan nuestro calendario, por otra que reivindique la primera vez que se ejerció el sufragio femenino en España. Por ello, ¿no debería ser una de las fechas más importantes de nuestra historia del siglo XX para los españoles/as que se consideren demócratas? Además la Constitución de 1931, estableció una amplia tabla de derechos fundamentales, no solo los políticos y civiles clásicos, sino también los económicos y sociales. Y, sobre todo, fue la primera en establecer un sistema de garantías de los derechos fundamentales, hasta entonces inédito: un Tribunal de Garantías Constitucionales, el antecedente de nuestro actual Tribunal Constitucional. La primera que recogió la laicidad del Estado, al proclamar que «el Estado no tiene religión oficial», único antecedente histórico de nuestro actual Estado aconfesional. Otras de sus características -el sistema parlamentario de Gobierno y el acento en la economía social- fueron posteriormente recogidas en la Constitución de 1978. En definitiva, nuestra actual democracia retomó, medio siglo después, el régimen democrático, descentralizado, laico y de libertades y justicia social que inauguró la Constitución de 1931. Frente a revisionismos históricos infundados, nuestra democracia debe reaccionar y reivindicar una Constitución que fue un ejemplo para su época y la base sobre la que se edificó nuestra Constitución de 1978.

Termino con una reflexión, a modo de aviso a navegantes.. Reyes Mate en su libro Medianoche en la historia. Comentarios a las Tesis de Walter Benjamin “Sobre el concepto de Historia”, argumenta que existe un peligro al que puede verse sometido el historiador que se atreva a articular el pasado. ¿En qué consiste ese peligro? En ser reducido a instrumento de la clase dominante. Ir contracorriente no es fácil. No se puede dar vida a un pasado muerto si no se da antes la batalla a aquellos que nos han hecho creer que el muerto, muerto está y no hay nada que hacer. Ahora bien, si uno tiene respeto por los muertos, si no está dispuesto a que, después de la muerte física les sobrevenga también la insignificancia hermenéutica (interpretativa), que es una segunda muerte, tiene que descubrir en el pasado la chispa de esperanza, es decir, tiene que buscar en el pasado la luz que dé sentido a lo que aparece inerte. El que esta operación sea tan peligrosa, es señal inequívoca de que el enemigo que mató una vez, anda suelto. 

No hará falta decir que el enemigo anda suelto y cada vez más envalentonado. Avisados estamos.


Fuente → nuevatribuna.es

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