Para invisibilizarlo y no asumirlo recuerdo como en muchas asambleas se hablaba de que el feminismo se trataría de manera «transversal» y no en un eje, comisión o ámbito específico. ¿Sigue siendo necesario un trabajo específico antifascista o debería ser transversal?
No se entiende hoy un antifascismo que no sea feminista. Aunque no siempre se ha dado la centralidad que merece la cuestión feminista en todas las luchas, poco a poco, gracias al trabajo de tantas compañeras que han puesto a todos los movimientos y a sus militantes frente al espejo, se ha logrado en gran medida esta conciencia y unidad de acción. Esto no implica que no haya camino por recorrer, que ya esté todo hecho. En absoluto. Hay mucho trabajo todavía, también de puertas hacia adentro, para lograr que tanto el feminismo como el antirracismo sean pilares básicos de toda lucha, y que estas luchas contengan siempre una mirada feminista y antirracista. Estamos en un momento en el que las extremas derechas han logrado cotas de poder inauditas, y han fijado ambos movimientos como sus principales dianas, y están llevando a cabo una guerra cultural por todos los medios para derribar todos los consensos y logros en estas materias.
Con el Juez Marlaska de Ministro después de la masacre que ocurrió en Melilla… ¿Si la extrema-derecha llegara al poder habría muchas diferencias respecto al trato a las y los migrantes?
Me temo que no, ya que Marlaska, por su trayectoria y su actitud demostrada en estas dos últimas legislaturas, cumple perfectamente el papel asignado para mantener el statu quo, una política continuista al servicio de una ley racista como es la Ley de Extranjería, y en todo lo que compete a Interior. El actual ministro es solo un peón más de una maquinaria estructural que pondrá a otro cuando cambie el gobierno pero que no se diferenciará prácticamente de este.
Ahora hay una extrema-derecha catalana, años después de que un personaje como Josep Anglada fuera «pionero» apoyando el Estatut. ¿Crees que puede pasar lo mismo en Euskal Herria o Galiza?
El caso catalán viene muy influenciado por los acontecimientos recientes, esto es, el procés y sus restos, cuya gestión ha promovido que opciones como Aliança Catalana o discursos racistas y mesiánicos calcados a los de la extrema derecha española encuentren un nido ante tanta decepción. Aunque esto responde también a una coyuntura global, en Catalunya se ha acelerado gracias a la crisis de los partidos que lideraron el procés y la falta de legitimidad que una parte de la ciudadanía les atribuye. Euskal Herria es diferente, hay otras hegemonías, otras circunstancias, que de momento amortiguan la aparición de una fuerza como AC. En Galicia, lo mismo, con la particularidad de que allí, ni siquiera Vox ha logrado representación. Esto no quiere decir que no existan prejuicios racistas, que no haya un poso social que, en otras circunstancias, no compraría un producto de estas características.
El Equipo Nizkor habla de que hay un Modelo Español de Impunidad respecto a los crímenes de la dictadura franquista. ¿Crees que sucede algo similar con los asesinatos y ataques de la extrema-derecha, se les trata de manera especial en los juicios?
No hay ningún tratamiento especial para los crímenes cometidos por la extrema derecha. Podríamos decir que la legislación de delitos de odio fue pensada originalmente para perseguir el racismo, la homofobia y otras formas de intolerancia que tradicionalmente han abanderado las extremas derechas, pero su alcance va mucho más allá, y ya no solo se persiguen este tipo de delitos por su autor, sino por la interpretación que hacen de la ley los políticos, fiscales, policías y jueces. Esto ha llevado a que esta legislación alcance también a juzgar como delitos de odio los ataques a la extrema derecha, a los cuerpos policiales o a instituciones o símbolos del Estado, una perversión en su interpretación que ha sido denunciada en numerosas ocasiones por alejarse de su teórico principal cometido. La violencia de la extrema derecha es tratada en muchas ocasiones como un problema de orden público, nada estructural.
¿Cómo recuerdas la relación de Obrint Pas y los movimientos sociales de la época?
El grupo nació a mediados de los 90 en València, en centros sociales okupados y en conciertos organizados por movimientos sociales. Nosotros también formábamos parte de ellos, militábamos, participábamos en múltiples actividades y campañas, por lo tanto, era una relación natural, porque surgimos de ahí. Eso se mantuvo hasta el final, y nuestra lista de conciertos así lo acredita. Además, en aquellos años, en el País Valencià gobernaba el PP, y tanto nuestro público como quienes organizaban los conciertos eran principalmente colectivos y asociaciones políticas y sociales. Cuando el grupo empezó a tener más repercusión, siempre reservábamos una parte de la agenda a los conciertos solidarios, a campañas para sacar dinero para diferentes causas o fiestas populares autogestionadas. Íbamos a gastos, sin cobrar, por militancia. Así fue hasta el último día. En nuestras giras internacionales, muchas veces eran los movimientos sociales del territorio quienes nos organizaban los conciertos. Los colectivos antifascistas de Alemania, de Nueva York, Italia o Croacia, por ejemplo. Fue una experiencia muy bonita conocer gente como nosotros en otras partes del mundo.
¿Están las bandas «politizadas» a la altura de lo que estamos viviendo? A mi el Viña Rock y sus condiciones laborales me escandalizan, ese show de bandas «concienciadas» de letras genéricas y que se ponen de perfil con cualquier tema concreto (las condiciones del Viña Rock, las de sus propios técnicos) me parece una catástrofe. ¿Cómo valoras todo esto?
Hay menos bandas politizadas hoy en día, es verdad, pero sigue habiendo una escena de grupos con letras combativas, críticas y que también forman parte de la cultura de la resistencia. Igual que siguen existiendo espacios autogestionados, fiestas populares y otros escenarios donde todo esto se conserva, aunque no tanto como hace veinte años. Pero es que también ha cambiado el público, los eventos, la manera de “consumir” la música. Los festivales han sido en muchos casos un problema para las bandas pequeñas, y también para las que tienen mensaje político. Por una parte, te ofrecen un gran escaparate, para el que, en muchos casos, te obligan a bajar el caché y te hacen tocar a horas intempestivas. Luego, la gente prefiere pagar 50€ por ver 15 bandas, aunque sea de reojo, que pagar 15€ por ver solo una banda en una sala. Esto es un problema para las salas, por supuesto, pero también para las bandas. Y, como no, para quienes nos gusta la música en directo, que si quieres ver a un grupo en particular, hay veces que ya no tocan en salas, y tienes que pagar un pastizal para verlo una hora en un macrofestival masificado. Es horrible esto, la verdad. Y cada vez más, los festivales están en manos de grandes empresas que no tienen ningún tipo de amor por la música (ni por los derechos laborales), y tan solo cubren un nicho de mercado. Antes había muchos festivales que nacían del esfuerzo de varios colegas que se empeñaban en hacerlo. Sobre las condiciones laborales hay un problema serio en estos espacios, pero creo que aquí la responsabilidad de las administraciones para evitar que esto suceda es incuestionable.
Alvise no lleva banderas españolas y está en contra de los toros. ¿Hay vida inteligente en los neonazis y tenemos un problema?
Claro que hay inteligencia dentro de la extrema derecha. Mucha. Desde siempre. No son ignorantes. No son la caricatura que algunos se creen, a pesar de que haya algunos seguidores que representen el cliché de cuñao facha. Hay gente muy inteligente diseñando todas las estrategias, que está en constante movimiento, viajando, formándose, aprendiendo en otros países. Y mucho dinero que hace que esto fluya. Mira cómo invierten todos estos partidos en Think Tanks, en escuelas de pensamiento, jornadas, campañas publicitarias muy bien pensadas…. Menospreciar su inteligencia es un grave error. No son ignorantes, son mala gente.
Si hicieras una continuación de «Antifascistas»… ¿de qué hablarías, qué es lo que resaltarias?
Lo terminé en 2021, y desde entonces han pasado demasiadas cosas… Añadiría algunas historias que me han llegado después de publicarlo, gracias a gente que lo leyó y que me quiso contar sus experiencias y anécdotas, de territorios que no aparecen en el libro porque entonces no encontré a nadie. Pero en general, no tocaría demasiado, ya que tiene más de 600 páginas. Es el retrato de una época con las historias que pude recopilar y que finalmente decidí incluir, pero hay muchísimas más que me hubieran dado para otro libro. Y, como se trata de una batalla constante, hoy más imprescindible que nunca, podríamos escribir mucho más. Por eso animo a la gente que ha participado en movimientos sociales que cuente sus historias, que escribamos nuestra propia memoria histórica, que enseñemos a las nuevas generaciones todo lo que vivimos, sufrimos, erramos y conseguimos.
Fuente → serhistorico.net
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