A su salida de prisión, siguió militando activamente contra el franquismo, y participó en la campaña de condena contra los últimos crímenes del régimen, que un 27 de septiembre de 1975 habían asesinado a los militantes del FRAP, José Humberto Baena, José Luis Sánchez Bravo y Ramón García Sanz, y a los miembros de ETA (pm), Jon Paredes Manot, Txiki y Ángel Otaegui. Los franquistas nunca renunciaron al placer de matar, como cobardes ejemplares, su único objetivo fue siempre el exterminio de lo que sus retorcidas mentes nunca comprendieron, el significado de la libertad y la democracia,
Sabiendo que estaba siendo vigilado por la policía y guardia civil franquista, tras las manifestaciones de repulsa por los fusilamientos, Koldo se refugió en un caserío de Matxibenta, entre los municipios guipuzcoanos de Beasain y Azpeitia, con sus amigos Joxemari Azurmendi y Ricardo Lasa, ya que el caserío pertenecía a la familia de este último. Allí conocieron la noticia de la muerte del dictador, pero desconfiado de los nuevos aires de la Transición, de aquel “que todo cambie para que no cambie nada”, decidieron permanecer en Matxibenta unos días más. Las medidas de gracia, como el indulto general del 25 de Noviembre, con motivo de la proclamación del nuevo jefe del estado, el borbón Juan Carlos, ya mostraban que la represión no iba a dar tregua en el norte.
Allí se les presentaron los rigores del invierno y la climatología desfavorable. Tras pasar varios días ateridos de frío y comiendo manzanas por el monte, se enteraron de la muerte del dictador y dieron unos días de tregua para que se relajara la situación, recordando las palizas sufridas en la cárcel de Martutene ya conocían lo que les esperaba. El 2 de diciembre de 1975 fueron descubiertos por una patrulla de la guardia civil. Vieron acercarse un jeep de picoletos del que se bajó un sargento que se aproximó a la puerta y llamó.
El primer impulso de Koldo y sus amigos, fue el de intentar huir por la puerta trasera. Ricardo y José Mari lo consiguieron. Sin embargo un teniente de la guardia civil disparó una ráfaga de la metralleta que empuñaba. Una bala atravesó el cuello del joven López de Gereñu, acabando con su vida y su juventud, tenia solo 18 años. Koldo no había cometido ningún crimen, su único delito había sido manifestar abiertamente su oposición a la dictadura franquista. Pero no eran tiempos para cometer crímenes tan graves, los franquistas tenían claro que, como tantos otros antifascistas, merecía la muerte.
Ricardo Lasa y Joxemari Azurmendi consiguieron huir hacia la montaña, pero después de varios días a la intemperie, sufriendo severas congelaciones en los pies, bajaron al valle, donde fueron detenidos y acusados de “propaganda subversiva y desobediencia a la autoridad con resultado de muerte”, esto es, acabaron siendo acusados por la muerte de su compañero.
En aquel país en blanco y negro, el mundo seguía estando al revés, y los asesinos acusaban de los crímenes que ellos mismo cometían. Ninguno de los guardias civiles que participaron en la muerte de Koldo fueron juzgados. No consta que se le reconociera como víctima del estado. Es otro de los nadies que la Transición se empeñó en olvidar.
Documentos: Poder Popular. Nueva Revolución (Angelo Nero)
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