No es una guerra; es una enfermedad (1936)
No es una guerra; es una enfermedad (1936)
Antoine de Saint-Exupéry
Elección del catedrático emérito de la UPF y miembro del IEC
 

De la crónica del corresponsal de guerra Saint-Exupéry (Lyon, 1900 - mar Mediterráneo, 1944) enviada desde Barcelona a 'El Intransigeant' (14-VIII-1936). Traducción propia. Hoy hace 80 años, aquel periodista, aviador, narrador y novelista desaparecía en su avión tragado por las aguas del Mediterráneo. Fue frente a la costa de la Provenza, en un vuelo de reconocimiento. Ese mismo 31 de julio nacían Geraldine Chaplin y un joven que se inició en la prosa periodística leyendo 'Tierra de los hombres', el gran reportaje de Saint-Exupéry traducido al catalán por Vicenç Munné y publicado por Albertí Editor en 1960.

Mis guías anarquistas me acompañaron por Barcelona. Llegamos a la estación donde se embarcan las tropas. Hay que reunirnos con ellos más allá, lejos de los andenes construidos para los tiernos adiós, en un desierto de agujas de carril y de señales ferroviarias. Y susurramos bajo la lluvia, en el laberinto de las vías muertas. Transitamos por trenes olvidados de vagones negros. En sus departamentos color hollín hay sólo materiales clavados en la superficie. Me siento impresionado por ese escenario que ha perdido toda calidad humana. Los escenarios de hierro son inhóspitos. [...] Una nave de estación parece viva si el hombre, con la brocha, la blanquecina de falsa luz. Pero después de quince días de abandono, la nave, la fábrica, la vía férrea, se apagan y muestran un rostro de muerte. Las piedras de un templo, después de 6.000 años, todavía gozan por el paso del hombre. Por el contrario, un poco de yema y una noche de lluvia es suficiente para convertir este paisaje de estación en algo del todo destartalado. He aquí nuestros hombres. Cargan cañones y ametralladoras sobre las plataformas. Empujan resoplando "Ay!" rudas esos grandes insectos sin carne, esos artefactos inmensos de carcasa y vértebras. Me sorprende el silencio. Ni un cántico, ni un grito. Sólo cuando se cae un cañón suena vacío el tubo de acero. No oigo ninguna voz humana. No llevan uniformes. Estos hombres se harán matar con su ropa de trabajo. Ropa negra, almidonada de barro. La columna, ajetreada con su herramienta, parece un grupo acurrucado en un asilo nocturno. Siento un malestar que creo haber sufrido antes, en Dakar [estaba como piloto comercial], hace diez años, cuando la fiebre amarilla nos asediaba... La cabeza del destacamento me habla en voz muy baja: "Subamos hacia Zaragoza. .." ¿Por qué me habla tan bajo? Reina aquí una atmósfera de hospital. Sí, claro: lo he oído antes: una guerra civil no es una guerra, sino una enfermedad... Estos hombres no van al asalto con la embriaguez de la conquista, sino que luchan contra un contagio. En el campo contrario, sin duda da igual. En esta lucha no se trata de expulsar a un enemigo del territorio, sino de curar un mal.

Una nueva fe es como la peste. Ataca desde dentro. Se propaga por los espacios invisibles. Y los de un bando, por la calle, se sienten rodeados de apestados a los que no saben cómo reconocer. Por eso se marchan en silencio, con sus instrumentos de asfixia. No se parecen nada a los regimientos de las guerras nacionales, extendidos sobre los campos y maniobrados por estrategas. En una ciudad en desorden, se aglomeran de cualquier modo. En Barcelona, ​​en Zaragoza, encontramos la misma mezcla: comunistas, anarquistas, fascistas [sic]... Y esos mismos que se aglutinan discrepan más entre ellos que con adversarios. En guerra civil el enemigo es interior, y una lucha casi contra uno mismo. Por eso esta guerra toma una forma tan terrible: se fusila más que se combate. La muerte, aquí, es la leprosería de aislamiento. Se purgan los portadores de gérmenes. Los anarquistas realizan visitas domiciliarias y cargan a los infectados en sus vehículos. Y, en el otro lado de la frontera, Franco ha pronunciado palabras truculentas: "¡Aquí ya no hay más comunistas!" La purga la realiza una junta de depuración, o un general... [...]


Fuente → ara.cat

banner distribuidora