
La posguerra fue otra guerra. Se seguía ejerciendo la violencia, fusilamientos, tortura, miedo, represalias y mucha, mucha miseria. Ahora para los perdedores empezaba “la guerra del silencio“ que se imponía, pero había que seguir sobreviviendo. Los antidemócratas nos consideraban traidores y el castigo era implacable.
En Euskadi abolieron el concierto económico, nuestra lengua se prohibió y se castigaba a quienes lo hablaban, la esencia de nuestra tierra y nuestro patrimonio cultural fue anulado rotundamente, no existía libertad de expresión.
La Iglesia adquirió un gran poder amparado por la dictadura, inculcando continuamente el concepto de pecado en todo.
Las mujeres pasaron a ser consideradas como seres inferiores, debían estar sometidas al hombre y destinadas al cuidado de los hijos y las labores domésticas.
Se producían, apropiaciones de bienes impunemente.
Encontrar trabajo para personas como yo, que había luchado en el bando contrario y había estado en prisión, era muy difícil. Los rojos estábamos estigmatizados, nuestra obligación era españolizarnos y quitarnos el veneno de ser antipatriotas.
Se impuso el pensamiento único del vencedor y levantar el brazo y cantar el cara al sol y acatar la cultura fascista era una exigencia a cumplir.
Con suerte encontré trabajo reconstruyendo las vías del ferrocarril de Bilbao a Munguia mientras la tía seguía ganando unas pesetas cosiendo. Así pudimos salir adelante, pagar el alquiler de la casa y comer. No se podía aspirar a más.
En ese momento aita me pidió que dejara de leer, él quería contar también una parte de su historia y entrelazar su vida con los aconteceres del tío y continuó diciendo:
Por aquel entonces, nosotros seguíamos en La Rioja. Era el año 1950 cuando mi hermano Jesús y yo fuimos a vivir con los tíos. Estuvimos en Olabeaga durante tres años, el tiempo que duraron nuestros estudios de Perito Mercantil y Profesorado en el Instituto de la calle Elcano de Bilbao. Fue la tía quien se encargó de hacer todos los papeles para que ingresáramos en dicho Instituto. Fueron años de juventud muy bonitos e hicimos amigos que aún mantengo.
Allí, en aquella casa, es donde recuerdo al tío ir temprano y a diario con una cestita de mimbre cuadrada donde llevaba la comida, que le preparaba la tía, para la jornada de trabajo, que duraba hasta el anochecer.
También recuerdo aquel viaje que hicimos mi hermano y yo con él y la cuadrilla de Olabeaga hasta Madrid. Pedimos prestados los bancos de la Iglesia de San Nicolás y fuimos en ellos sentados en una camioneta. Se jugaba la final del Athletic de Bilbao contra el Real Madrid.
También recuerdo que fue mi tío quien me regaló el primer balón reglamentario de fútbol. Como era el encargado del material del equipo del Acero, se hizo con un balón poco usado y que ya estaba dado de baja.
Años más tarde, yo fui directivo del club y además en 1973 me hice socio del Athletic de Bilbao.
Por otra parte, cuando vivía con ellos, a los que quise como si fueran mis padres, fundamos con los vecinos del barrio de Olabeaga un club de montaña, haciendo escapadas los fines de semana. En aquella época, estudiar, ir al monte y el fútbol eran mis ocupaciones cotidianas.
Pasados aquellos años los aitites e izeko tuvieron que volver a Bilbao.
La Finca que había comprado aitite, estaba hipotecada y él desconocía este dato en el momento de adquirirla. El antiguo propietario, el Coronel Azcarraga, quiso levantar la hipoteca y hubo que acudir a los tribunales.
El primer juicio se celebró en Logroño, siendo aitite quien lo ganó. El segundo fue en Burgos en la Capitanía Militar, auspiciado como era lógico por el Coronel, donde se falló a su favor. Pero aitite recurrió y fueron a un tercer juicio a Madrid donde finalmente perdió la Finca.
Corría el año 1953 y de nuevo los mismos, destruían los sacrificios y los sueños de una familia. Se volvía a repetir la historia, los vencedores conseguían que el futuro de los vencidos se desvaneciera.
Otro castigo, otra venganza cruel. Lo malo de las guerras es que nadie sabe ganarlas con dignidad.
Aquello fue otro duro golpe y ya no hubo ánimos de empezar un nuevo proyecto de vida. Con el dinero que obtuvieron vendiendo el contenido de la Finca, compraron el piso del muelle Ibeni, cerca de la Iglesia de San Antón en Bilbao y allí nos fuimos los cinco a vivir.
Mi hermano y yo empezamos a trabajar y con nuestro sueldo ayudábamos en la economía familiar. Los dos trabajábamos en las oficinas de la misma Empresa de Montajes. Retrasamos el servicio militar y finalmente en el año 1956 al osaba Jesús le destinaron durante dos años a Ceuta.
Después me tocó el turno a mí y en el año 1958 fui a Donosti, al cuartel de Ingenieros de Transmisiones de Loyola, también durante dos años. Fue cuando estando en el patio del cuartel en formación, porque se esperaba la visita de un General, me avisaron de que aita había fallecido. Cogí un tren y regresé a Bilbao.
Fue uno de los momentos más duros de mi vida. Aita era un hombre serio, trabajador y disciplinado pero muy justo, generoso y apreciado por los que le conocieron. Había pasado muchas penurias y ya descansaba y el resto de la familia debía seguir hacia adelante.
Afortunadamente, al terminar el servicio militar tanto mi hermano como yo pudimos retomar el puesto de trabajo que habíamos dejado.
Y al poco tiempo, conocí a ama. Supe que ella era la persona con la que quería compartir mi vida y formar una familia con una mujer, mi Bego querida, sencilla, trabajadora y con un gran corazón. Cuando nos casamos, aquel 25 de abril de 1964, fue uno de los días más felices de nuestra vida. Eramos jóvenes y teníamos la ilusión de un proyecto de vida en común. Después nacisteis tú y tu hemano Emi y sabéis que sois el mayor de nuestro orgullo.
(Fue entonces cuando aita y yo nos fundimos en un fuerte abrazo, no había nada más que decir. Los dos sabíamos que el amor era recíproco. Tanto para mí como para mi hermano nuestro aitas siempre han sido un referente vital en nuestras vidas y siguen dándonos lo mejor de ellos enseñándonos con su ejemplo a ser lo que somos).
Aita entonces dijo:
Para mí, tanto la tía como el tío también fueron un modelo a seguir mientras estuve con ellos. Cuando ya vivía en la casa del Muelle Ibeni con mis aitas y hermanos, les seguía visitando y hacía mucha vida en el barrio con los amigos que allí tenía.
Y por todo lo que sentía y significaba para mi el tío, cuando enfermó le visitaba cada día en el Hospital de Basurto al salir de trabajar y es ahora cuando vuelvo a recordar sus últimos días.
Estaba ya muy enfermo y veía cerca el final. En aquellas visitas charlábamos, aún siendo él de pocas palabras, recordábamos los tiempos en los que con los amigos y vecinos de Olabeaga íbamos a los partidos del Athletic. Nuestro tema recurrente era casi siempre el fútbol, una pasión que consiguió contagiarnos a osaba Jesús y a mí y también hablábamos de la situación política del país en ese momento.
Era noviembre de 1975 y desde hacía casi 40 años, vivíamos una dictadura por parte de un tirano que tuvo sometido a todo un país, llevándose por delante la vida y el porvenir de miles de personas.
Casualmente, el dictador también se encontraba en la recta final de su vida y un día antes de la despedida final del tío, yo me encontraba sentado junto a su cama. Él ya casi no tenía fuerzas para hablar. Fue entonces cuando girando la cabeza y mirándome me dijo: “hijo, nada me jodería más que morirme antes que ese cabrón”
¿Qué podía decirle yo a eso y en ese momento?
Yo no sabía lo que era una guerra como la que habían vivido los adultos ya que por esa época yo era aún un niño. Solo conocía y padecía las consecuencias de ella con la dictadura que vivimos después. Pero aquello había sido un horror. La capacidad del ser humano para hacer el mal es ilimitada. Sus actos son perversos y las represalias para los vencidos son devastadoras.
El tío se dejó los mejores años de su vida defendiendo algo que, mejor o peor tenían y que finalmente les arrebataron. Es difícil de entender, aunque una guerra no es para entenderla y solo quien la ha vivido y ha visto su brutalidad, inutilidad, estupidez y crueldad lo sabe.
Monika, hija, tú tampoco lo puedes saber, viviste los últimos años de dictadura, pero eras muy niña para percibir lo que aquello significaba.
Lo sé aita, le dije. Y entonces recordé una frase que había leído no hacía mucho en el libro “31 vidas antifascistas vascas“ del periodista Iban Gorriti que lleva a la reflexión más profunda.
La frase pertenece al escritor Antonio Díez y dice así: “Cuando sangres, lo entenderás. Y digo cuando sangres, porque ves sangrar y no lo entiendes“
Aita me cogió la mano y mirándome a los ojos me dijo:
El tío vio mucha, mucha sangre, aún no habiendo sido herido nunca, también él sangro. Lloró lágrimas de sangre. Se desangro por lo que vio, sintió y padeció. Sus manos también se mancharon de sangre. Todo por unos ideales en una guerra, que muchos nunca quisieron. Imponiéndose un baño de sangre por odio, soberbia y avaricia de poder.
Esa fue la guerra provocada por el que ahora mantenía un pulso entre la vida y la muerte con él. Habían perdido la guerra, aunque en una guerra pierden todos, pero él ahora no quería perder esta última batalla. Quería luchar hasta el final y tener la oportunidad de comprobar que con la marcha de aquel desalmado, el país recuperaba lo arrebatado.
Tristemente el tío se fue aquel 19 de Noviembre, a los tres días de haber cumplido 72 años de una dura vida. Descansó un cuerpo y un alma demasiado azotados por el horror. De esta batalla ya no volvió.
Pero lo que nunca supo es que ésta, si la ganó. El dictador murió unas horas antes que él. Por estrategia política, le mantuvieron con vida artificialmente haciéndonos creer que fue el día 20. Terminaba un oscuro capítulo de la historia de este país, aunque los que secundaban su autocracia aún seguirían ejerciendo durante mucho tiempo más.
Luego llegó el momento de la transición y el país fue avanzando muy sutilmente hacia una democracia ratificándose, mediante votación, y aprobándose tres años después la Constitución Española.
Esos primeros años fueron complicados. El país salía de una férrea dictadura y había sectores de la sociedad y de la política que aún no asumían esa pérdida de poder.
El euskera empezó a reaparecer tímidamente, se abrieron las primeras Ikastolas aunque algunas clandestinamente ya existían unos años antes del fin de la dictadura. Emi, tu hermano, fue a una de esas Ikastolas, aún a riesgo de que tuviéramos problemas por no ser legales todavía.
La transición no fue fácil y aún a día de hoy nuestra tierra sigue pugnando por más mejoras. Queda camino por recorrer. La vida y penurias de personas como el tío son dignas de admiración por la implicación en un causa justa, hasta el punto de dar la vida por ella, son merecedores de reconocimiento y respeto.
(Poco quedaba ya por leer de la carta del tío que, como mensaje final, decía que las futuras generaciones debían recoger el testigo de una lucha justa por el sacrificio que aquellos hombres y mujeres habían demostrado con entereza y dignidad por un futuro mejor para nosotros).
Finalmente el tío añadió en su carta:
La historia de este país, la verdadera historia es necesario que se sepa, no cabe la opción de la mentira ni del olvido. No podemos permitir que se cierren las puertas de la verdad, eso supondría condenaros a repetir lo que nunca debió ocurrir. Los que fuimos ultrajados y padecimos tanto sufrimiento, os dejamos ese legado.
Perdonar sí, olvidar nunca.
Mónica espero que lo que has leído haya resuelto todas tus preguntas sobre mí. Comparte esta carta con aita, él también necesita y se merece respuestas.
Quiero transmitiros desde aquí toda mi fuerza, la que sigo teniendo desde donde estoy ahora con la tía. Pero no olvidéis nunca que por encima de las ideas, están las personas.
Román Bodegas Orbañanos.
Aita y yo nos miramos, nuestros ojos estaban empañados en lágrimas. Por fin sabíamos como había sido parte de la vida de aquel hombre.
La carta del tío se cerró, aunque su historia seguirá por siempre presente y abierta en nuestros corazones.
Ahora nos toca a nosotros recoger el relevo, han sido muchos años de silencio y a nivel institucional y gubernamental no se ha dado voz ni visibilidad a todas estas personas luchadoras y a las que aún quedan y guardan memoria de aquel tiempo nefasto y cruel
Todavía hay heridas que sangran y que no curarán hasta que no se reconozca todo el sufrimiento y daño cometido. En recuerdo a las víctimas, debemos rescatar el testimonio de nuestros antepasados y dejar constancia de lo sucedido.
En base a ello, hace tiempo que nos implicamos en cada acto, homenaje, recreación, conmemoración, etc .que se realiza en honor a todos los que intervinieron en la defensa de las libertades y a las miles de personas que sufrieron violencia, expolio, represión, violaciones, exilio y muerte para lograr la reparación moral y recuperando su memoria personal y restaurando su dignidad.
A todos les tenemos muy presentes, para nosotros siguen vivos, siempre serán nuestros héroes y formarán parte del patrimonio de Euskadi.
Y desde aquí les decimos: Eskerrik asko por haber sido así, tan íntegros y consecuentes y descansad en la paz que todos os merecéis.
Noviembre de 2023
Durante estos meses hemos estado recordando al miliciano Román de la mano de Monika Aperribai.
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