José Luis Abellán (1933-2023): puente del exilio y pensador en el erial
José Luis Abellán (1933-2023): puente del exilio y pensador en el erial 
 
En diciembre pasado falleció José Luis Abellán, uno de los grandes historia­dores de la cultura española. Fue de los primeros en recuperar el pensamiento del exilio (Gaos, Zambrano, Roces…) en los años sesenta, frente a una academia oficial fosilizada y servil, salvo excepciones. Trabajó luego en obras divulga­tivas junto a otras de amplio espectro temático y cronológico. Cerrada su ca­rrera académica por participar en los alborotos universitarios de 1956 ( que le llevaron a la cárcel), optó por el exilio, como tantos.

Ricardo Tejada
Université du Mans
Département d’espagnol
 

Cuesta comprender, hoy en día, lo difícil que fue para unos cuantos investigadores, a partir de los años sesenta, recuperar el legado del exilio republicano español. José Luis Abellán fue uno de los más importantes, en especial, en todo lo que se refiere al pensamiento y la filosofía españolas. El primer libro que apareció en España sobre pensadores del exilio fue Filosofía española en América, 1936-1966, publicado en 1967. En aquellos tiempos, durante el franquismo, la palabra “exilio” estaba proscrita, así que tuvo que contentarse con ese título. “Hablar del exilio en el pasado era una excentricidad”, dijo muchos años después, en una entrevista. En tiempos del franquismo, la inmensa mayoría de la sociedad e incluso de bastantes lectores, no sabía muy bien por qué unos cuantos ensayistas y escritores españoles vivían fuera y publicaban en el extranjero. El libro de Abellán de 1967 sorprende por su calidad, en un contexto de gran ignorancia en España sobre la obra de esos desterrados y de gran dificultad para procurarse sus libros. Merecería ser reeditado, si no fuera porque, pese a ser una excelente semblanza biográfica e intelectual de cada uno de los filósofos exiliados, se detiene a mediados de los sesenta, cuando bastantes de éstos tenían por delante como mínimo dos décadas de actividad. Ya en la Transición, en 1976-1977, Abellán coordinó y publicó seis volúmenes en Taurus con el título de El exilio español de 1939, cada uno de ellos dedicado a diferentes aspectos: “La emigración republicana” (I), “Guerra y política” (II), “Revistas, pensamiento, educación” (III), “Cultura y literatura” (IV), “Cataluña, Euzkadi, Galicia” (VI). El objetivo declarado del coordinador, tal y como lo manifestó en una entrevista, era provocar una meditación sobre lo sucedido en España desde 1936 para que no se produjese más un exilio. Fue una obra de referencia en la que se apoyaron muchos otros estudios ulteriores.

 

Pero, ¿de qué le vino a Abellán su interés por el exilio? José Luis era hijo de un abogado que se había trasladado de Ávila a Madrid, donde cursó sus estudios en Filosofía. Cuando estallaron los incidentes de 1956, en el campus de la Universidad Complutense, donde años más tarde ejercería de catedrático de Historia de la Filosofía española, Abellán participó en las manifestaciones estudiantiles y fue encarcelado. En el 2000, en Ortega y Gasset y los orígenes de la Transición española, relató los hechos, en parte como testigo y actor, en parte como lector del pensador madrileño. Su tesis de que los hombres de la “generación del 56”, si tal existiese, en la que metía desde Adolfo Suárez hasta Manuel Sacristán, habían sido los artífices de la Transición, contraponiéndola al pasotismo de la “generación del 68”, encarnada en Fernando Savater, no era del todo convincente. ¿Fue hijo de vencedores o de vencidos? Lo que sí está claro es que los primeros, que empezaron a dar la espalda al régimen franquista, empezaron a converger con los segundos.

Después de lo ocurrido, las puertas de la Universidad parecían cerradas para él. Como suele ocurrir en estos casos, lo mejor era salir de España. Tuvo la ocasión de irse a Puerto Rico en 1961 donde conoció a unos cuantos representantes egregios del exilio republicano, entre otros a los filósofos Jorge Enjunto, decano de la Facultad de Humanidades, y a José Gaos, que aunque vivía en México solía ir de vez en cuando a la isla borincana a impartir cursos. También conoció a Federico de Onís y a Ricardo Gullón. Fue la revelación. Ahí Gaos —según Abellán—explicaba Aristóteles, no como se hacía a la manera neoescolástica en Madrid, sino, probablemente, con gafas más modernas. También impartió entonces el asturiano una serie de conferencias sobre el pensamiento latinoamericano. De la mano probablemente de Gaos, conocería a Leopoldo Zea de quien se haría muy amigo. Preparó décadas después una edición del ensayista dominicano Pedro Henríquez Ureña y exploró después con solvencia muchos aspectos de la historia cultural hispanoamericana.

Regresó a España en 1963, después de ejercer como profesor visitante, para volver a marcharse enseguida a Irlanda del Norte, donde desempeñaría el puesto de lector de español hasta 1965 en la universidad de Queen’s. En España conocería ya, a fines de los sesenta, a exiliados regresados como Manuel Andújar y Vicente Lloréns. La singularidad de Abellán reside en que fue un hombre del interior, sólidamente enraizado en sus circunstancias históricas, y, al mismo tiempo un hombre sumamente abierto al exilio. Fue un mediador de alguna manera, un passeur, como se dice en francés. Sus referentes principales fueron Unamuno, sobre el que escribió su tesis, en clave psicológica, y Laín Entralgo, con el que mantuvo un trato prolongado. El espiritualismo cristiano, casi siempre velado, o corregido, por cierto espíritu “objetivista”, fue, a nuestro entender, el poso fundamental de todo su trabajo intelectual.  Desde su tesis, Miguel de Unamuno a la luz de la psicología (1964), Abellán quiso conciliar su interés por lo humano, de raigambre unamuniana, con “el deseo de una máxima objetividad”, mucho menos unamuniano. Esto se refleja de algún modo en su obra magna Historia crítica del pensamiento español, cuyo primer tomo fue publicado en 1979, ya en democracia. El pensamiento era visto por él como algo que iba más allá de la filosofía —que la entendía como un saber sistemático— esparcido por la mística, los diálogos humanistas e incluso la novela cervantina. Estos presupuestos los aplicaba al Siglo de Oro, pero conforme iba avanzando en el siglo XIX y el siglo XX se mostraba paradójicamente remiso a incluir el ensayo, reduciendo el pensamiento a la filosofía universitaria. Los capítulos dedicados a los pensadores, amplios y exhaustivos, estaban siempre precedidos de extensas introducciones históricas, muy bien explicadas, en las que se hacía un uso muy eficaz de las fuentes, provenientes de la nueva historiografía española de aquella época. Por ejemplo, en el volumen V (I), publicado en 1989, recurría a Tuñón de Lara, Miguel Artola, José María Jover, Antoni Jutglar y a los nuevos historiadores de las ideas, como Antonio Heredia, Gonzalo Sobejano y Diego Núñez. Partía así, a su entender, de los “datos” históricos, para a continuación desplegar el cultivo del pensamiento, mostrando su anclaje cultural, psicológico, social y político. El avance que supuso esta obra respecto a lo que anteriormente se había hecho era notorio, en especial respecto a Menéndez Pelayo, verdadero tótem de la intelectualidad franquista. Si para los reaccionarios, el polígrafo montañés tenía que ir emparejado con Maeztu, para los falangistas de la revista El Escorial tenía que ir acompañado de Ortega y Gasset, bestia negra para el grupo procedente de Renovación Española y para el integrismo nacional-católico. Abellán, contrariamente al romanticismo historicista del erudito español, desechaba el concepto de “carácter nacional”, aunque se quedaba con el de “cultura nacional”; consideraba que había que rectificar muchas de sus afirmaciones, pero preservaba del santanderino algunos presupuestos fundamentales: la idea de que las filosofías tenían nacionalidad, de que la filosofía española había existido, de que, por ejemplo, “la característica voluntad de poder del pueblo germánico tiende a encarnarse en grandes sistemas filosóficos”. No podemos ser sino escépticos antes estas afirmaciones…

José Luis Abellán retratado por Sigefredo Camarero (foto: ABC)
 

¿Fue la Historia crítica del pensamiento español tan importante para la España juancarlista como la Historia de los heterodoxos para la España alfonsina? Creemos que no lo fue tanto porque ésta última no solo supuso un banderín de enganche para todas las corrientes de derechas, durante décadas, sino que además, pese al silencio al principio de las corrientes avanzadas respecto a su obra, dejó una huella indeleble en intelectuales de izquierdas del exilio, que lo leyeron en cierto sentido en negativo, considerando positivos todos aquellos autores que Menéndez Pelayo, después de explicarlos, enviaba a las calderas de Pedro Botero, e incluso, a veces, aceptando presupuestos de signo nacionalista. La Historia crítica, a mi modo de entender, fue el primer y gran zócalo de conocimientos del que partimos todos aquellos que, de un modo o de otro, nos acercamos a la historia de la filosofía en España, unos desde los años ochenta, otros, como el que escribe estas líneas, desde fines de los noventa.

Abellán tuvo el mérito de ocuparse de unos intelectuales, del exilio o del pasado hispánico, más o menos remoto, de justipreciarlos de manera conveniente, sin, obviamente, profundizar mucho en cada obra, en cada autor, cuando en las tres últimas décadas del siglo XX, la mayoría de los que estudiábamos filosofía, la mayoría de los que impartían clase en licenciaturas de filosofía, teníamos poco o nulo interés por el pensamiento español. Lo que interesaba a unos era el marxismo, o la filosofía analítica, o, como es mi caso, el estructuralismo y posestructuralismo. A otros, y algunos de nosotros también, en cierto sentido, les interesaba el idealismo alemán (Kant y Hegel sobre todo), el empirismo anglo-sajón, Spinoza, la escuela de Frankfurt, el contractualismo político, Heidegger, en fin, muchas de las escuelas y autores tan maltratados, en general, por la filosofía académica franquista, con excepción, tal vez, de éste último. Abellán hablaba de los nuestros, de nuestros filósofos, pero no sé si le hacíamos mucho caso en aquel entonces. Luego, fuimos rectificando.

José Luis Abellán (foto: archivo del Ateneo de Madrid)
 

José Luis Abellán escribió numerosos ensayos, prologó unos cuantos libros, dirigió unas cuantas tesis de doctorado, obtuvo numerosos premios. Fue uno de los socios fundadores de la Asociación de Hispanismo Filosófico y primer presidente. Fue fiel al legado del erasmismo español, del que escribió un libro muy útil, se situó siempre en posiciones de moderado liberalismo progresista, se inscribió en una línea orteguiana, que le venía del Padre Mindán, profesor suyo en el Instituto Ramiro de Maeztu, pero nunca ejerció de orteguiano, admiró a María de Zambrano, con la que mantuvo una corta correspondencia, a raíz de su segundo libro, el de 1967, y a la que visitó cuando regresó del exilio, pero no entró a fondo en su metafísica, como otros especialistas de la filósofa; fue un ateneísta convencido, dirigiendo la casa durante años, en momentos en que ya no era ni foro de futuros políticos ni vivero de la juventud rebelde. No quiso adherirse a una filosofía determinada, lo que le dio bastante libertad, pero también no poca indefinición, ni a un partido político, reservándose un papel más bien al margen de las continuas borrascas políticas que azotaban al país, todo y cuando, en algunas ocasiones elevó públicamente su voz, como en 2003, contra la invasión de Irak. Se vio envuelto en polémicas, en el tribunal de una plaza a la que se presentaba Emilio Lledó, y en el mismo Ateneo que presidió (2001-2009), donde algunos miembros le acusaron de desgobierno y le reprocharon una visita de cortesía que hizo a Bruselas, a la sede central de la Iglesia de la Cienciología, al instalarse ésta muy cerca de la sede en Madrid de la “Docta Casa”.

Abellán pasó largas temporadas en El Escorial y algunos periodos de su vida, en especial, el último, en el barrio de Chueca, sobre los cuales escribió sendos libros. Por lo poquísimo que lo conocí, José Luis fue un hombre tranquilo, más bien reservado, bueno, modesto, gran trabajador. Heredamos su legado. Como le susurró María Zambrano con no poca sutileza, en una dedicatoria de un libro, José Luis era el hombre que oía “crecer la hierba” y lo decía “imperialmente”.

Fuente: Conversación sobre la historia

Portada: José Luis Abellán interviene en un acto dedicado a Valle-Inclán en 2008 (foto: archivo de Prensa Ibérica).


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