La tragedia en el puerto de alicante, fin de marzo de 1939: "envidiaremos a los muertos" / Paco Barreira
En Alicante se había
instalado la barbarie. Durante tres días y tres noches los refugiados
esperaron en vano ser embarcados. Muchos niños murieron de inanición.
Otros, como Francisco Oliver, prefirieron suicidarse. Había sido el
alcalde socialista de Alzira y su último gesto simboliza la frustración
de todos aquellos hombres y mujeres condenados sin remisión. Carmen
Arrojo, una de las pequeñas concentradas en ese infierno en miniatura,
lo contó hará un decenio, explicando que delante suyo un hombre encendió
un puro, se sentó y una vez lo encendió procedió a coger una navaja
para rebanarse el cuello de lado a lado. Nunca se encontró su cuerpo ni
existe certificado de defunción alguno.
El 31 de
marzo, un día antes del célebre Cautivo y desarmado, la división
Littorio ocupó Alicante. El cónsul argentino intentó mediar un acuerdo
respaldado por sus homólogos de Francia y Cuba. Los italianos se
comprometieron a facilitar salvoconductos a quienes quisieran abandonar
España siempre que los republicanos allí presentes depusieran las armas.
Aceptaron y de nada sirvió. Franco desautorizó la acción. Los
refugiados fueron desalojados del puerto. Las familias fueron separadas
con violencia. Quienes protestaron fueron golpeados o fusilados.
Cuando
se evaporaron las últimas opciones de ser evacuados los suicidios
aumentaron. Los prisioneros fueron obligados a desfilar delante de los
cadáveres. Alguien dijo pronto envidiaremos a los muertos. Tenía razón.
Mujeres y niños fueron conducidos a la ciudad, donde permanecieron un
mes hacinados en un cine sin poder lavarse ni apenas comer.
Otros
fueron conminados a caminar hasta el Campo de los Almendros, donde
había un almendral. Durante seis días entre dieciocho mil y treinta mil
seres humanos permanecieron en un espacio de 200 metros de ancho por 80
de largo, un improvisado campo de concentración donde se dormía sobre el
barro a la intemperie y era imposible fugarse por un cerco de
ametralladoras y alambre de espinos. La lluvia y el viento castigaban
aún más a los reos. Durante una semana fueron alimentados en dos
ocasiones. La primera con una pequeña lata de sardinas para cuatro
personas y una barra de pan para cinco. La segunda con una lata de
lentejas para cuatro y un chusco de pan para cinco. Arrancaban las
nueces verdes y comían las hojas o la corteza.
"En
una guerra nunca puedes reconocer, ni siquiera a ti mismo, que todo
está perdido. Porque, cuando reconoces que está perdido, te machacan.
Aquel que está siendo machacado y se niega a reconocerlo y sigue
luchando por más tiempo, gana todas las batallas definitivas; a menos,
por supuesto, que lo maten, se muera de hambre o se vea privado de armas
o traicionado. Todas estas cosas le ocurrieron al pueblo español.
Muchos murieron, sucumbieron al hambre o fueron privados de armas o
traicionados". (Ernest Hemingway)
El 27 de febrero
de 1939 Francia e Inglaterra reconocieron al gobierno de Franco,
desvaneciéndose así la quimera de supuestos apoyos para alargar la
agonía. Pocas horas después, ante los hechos consumados, dimitía el
Presidente Manuel Azaña. Negrín se quedaba solo en la Posición Yuste,
nombre dado al lugar donde se estableció el Gobierno de la Segunda
República del 25 de febrero al 6 de marzo de 1939.
El
primer ministro había encargado a Gobernación 60.000 pasaportes para
escapar de lo que prometía ser una omnímoda cárcel. Sus sucesores
conocían a la perfección el drama en ciernes, por eso el coronel Casado
activó las gestiones para facilitar la tarea a quien quisiera salir de
España y confeccionó con el general Matallana un plan para retirar las
tropas del Ejército del Centro y retrasar el avance sublevado hasta la
costa con el fin de dar tiempo a los que quisieran embarcar en los
puertos para una evacuación masiva. Confiaba en la clemencia de Franco y
esa ingenuidad supuso la ruina para millares de ciudadanos inocentes.
El inminente vencedor exigía la rendición incondicional y pertrechó los
medios necesarios para impedir cualquier forma de huida. A principios de
marzo la flota republicana desertó la flota republicana sita en
Cartagena y huyó a Bizerta. A partir de ese instante se decretó el
cierre de las aguas territoriales españolas.
Se
declaró cerrada toda la franja costera comprendida entre Sagunto y Adra.
La única posibilidad para escapar de la pesadilla eran los buques
mercantes. La protección de las aguas internacionales quedó en manos de
barcos de guerra británicos y franceses. Nada podían hacer para proteger
a los navíos mercantes en zona de guerra. En los puertos la única
argucia era sortear el bloqueo, cruzar los dedos y rezar. El de Gandía
estaba gestionado por ingleses. Protestaron de inmediato. En Alicante
dos mercantes de esta nacionalidad, el Stanhope y el Ronwyn, zarparon el
9 y el 11 de marzo, alarmados por las noticias del bloqueo. El segundo
había sido contrato por la Federación Socialista de Alicante para
evacuar a más de seiscientos pasajeros cuya vida corría peligro en caso
de ser capturados. Llegaron a Orán el 13 de marzo. El Stanhope acogió a
unos pocos afortunados a cambio de cuantiosas cantidades de dinero. Días
antes el Foreign Office había indicado que las autoridades anglosajonas
que no evacuaría a refugiados sin permiso de Franco. Como cuenta Paul
Preston en 'El final de la Guerra' (Debate) el premier Neville
Chamberlain, el mismo que enarboló un papel tras Múnich definiéndolo
como la paz para nuestros tiempos, haría por los prisioneros lo dictado
por la palabra del Caudillo. Ni más ni menos. La nada. El oprobio porque
la Historia siempre se escribe después.
-Jordi Corominas.
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