Estoy de acuerdo con Guillermo López cuando escribe y sostiene que la Monarquía no tiene futuro; no lo tiene, al menos, si pretendemos combinarla con alguna forma de sistema democrático. No lo tiene porque su fuente de legitimidad no le confiere credibilidad ante la población, aunque resulta curioso que conforme más edad tienen los ciudadanos a los que se les pregunta, más monárquicos aparecen, pero entre los jóvenes el apoyo a la Monarquía se reduce a la mínima expresión.
Los propagandistas de la Monarquía han hecho su agosto con la jura de la Constitución de Leonor. Sin embargo, creo, sus posibilidades de éxito a largo plazo son escasas. La Monarquía, en España, es una institución muy frágil. Ganó legitimidad popular gracias al papel de Juan Carlos I en la transición del franquismo a la democracia y en el golpe de Estado de 1981, pero Juan Carlos I también supo navegar entre las aguas de la democracia española sin que se le notase demasiado el “plumero” ideológico; estaba tan cómodo con el PSOE como con la UCD y el PP; y en realidad, si se me apura, más, pues el PSOE no tuvo ningún problema en ser más papista que el papa en su “juancarlismo”, si eso le ahorraba problemas para ostentar el poder.
Juan Carlos I dilapidó su capital político y popularidad con sus escándalos de corrupción y desenfreno. Su hijo Felipe VI también ha dejado claro que su enfoque ideológico y sus preferencias son mucho más claras que las que nunca mostró su padre: es un rey cuyos apoyos están mucho más claramente vinculados con la derecha nacionalista española que los de su padre.
Al acto de jura de Felipe VI asistieron todos los partidos políticos, salvo HB y ERC. En el acto de jura de Leonor, a ERC y Bildu se suman en su ausencia el BNG, Junts y PNV. Hay quien ha querido ver en ello un hecho anecdótico, sin importancia. Sin embargo, muestra bien a las claras el progresivo alejamiento de la Monarquía respecto de una parte de los españoles, y su enquistamiento ideológico. A ello hay que sumar a Sumar y al PSOE. Sumar es un compendio de partidos en donde la Monarquía no tiene ninguna popularidad, por más que Yolanda Díaz haga el contorsionismo imposible y ridículo de defender su republicanismo monárquico, o su apoyo cerrado a la Monarquía para defender los principios republicanos. Algo similar ocurre en el Partido Socialista, que sigue proclamándose más papista que el Papa ante un electorado en el que los únicos que siguen siendo auténticamente sensibles a dicha institución son los votantes de mayor edad y sensibilidad hacia los mitos de la Transición.
También en el PSOE hemos visto recientemente múltiples manifestaciones esperpénticas de dirigentes del partido haciendo profesión de fe monárquica desde su republicanismo “crítico”. Así, hemos podido asistir a fenómenos de duplicidad bochornosa como el de Juan Antonio Sagredo, alcalde de Paterna (Valencia) del PSPV, un día emocionadamente monárquico en la recepción de Leonor y otro sacando pecho republicano en un homenaje a represaliados de la Guerra Civil. Esta duplicidad no se le escapa a nadie y obedece a la misma tensión interna que en torno a la Monarquía viven los partidos de izquierdas, cuyos votantes son mayoritariamente republicanos. No es que a estos votantes les vaya la vida en ello, que para ellos la cuestión de monarquía o república sea algo crucial (en la inmensa mayoría de los casos, no lo es). Se trata, sencillamente, de aplicar a la Monarquía el mismo rasero que las personas aplicamos al resto de cuestiones de la actualidad: aquello que tiene un sentido y aquello que no; aquello que comunica con el espíritu de los tiempos, y aquello que no. Por poner un símil, no es que la población que no es católica practicante odie la religión y quiera ponerse a quemar iglesias; es, sencillamente, que no les interesa, no lo ven necesario en sus vidas.
Y con la Monarquía sucede lo mismo: esta institución puede seguir indefinidamente al frente de la jefatura del Estado, mientras no moleste (no sea pródiga en escándalos y fuente de ruido y problemas) y mientras las cosas en el país vayan razonablemente bien. Pero, si las cosas van mal, o si la institución se hace irritantemente presente en sus inconsecuencias a ojos de la población, la Monarquía es una institución que cuenta con muchos números para ser sustituida por otro tipo de régimen que permita mostrar al público que se ha hecho un cambio en atención a sus demandas (que luego el cambio sea real o cosmético ya es otra cuestión). Porque es una institución cada vez menos popular, y cuyos apoyos están cada vez más localizados, lo que a su vez contribuye a considerarla, en el imaginario popular, como una institución partidista con sus propios intereses y preferencias (lo que siempre ha sido, por otro lado).
Fuente → elliberalescandalizado.wordpress.com
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