La matanza de la carretera de Almería
La matanza de la carretera de Almería
Rafa Xambó

«La primera vez en la historia europea que se masacraba a la gente civil que había abandonado la ciudad por miedo, un miedo bien fundamentado.»
 
Hacía días que la aviación italiana bombardeaba Málaga. Los buques de la armada española -Canarias, Baleares y Almirante Cervera-, partícipes del levantamiento fascista, arrojaban sus tuberías desde el mar. Los italianos del Corpo Truppe Volontaire , los sublevados españoles, los regulares de Marruecos, buena cosa de artillería y carros blindados y un centenar de aviones legionarios italianos se movían y atacaban con crudeza contra la ciudad sitiada. Cuando los italianos empezaron a entrar por las afueras de Málaga el siete de febrero de 1937 por la tarde, hoy hace ochenta y siete años, el coronel Villalba Rubio, jefe republicano de la zona, ordenó la evacuación al dar por perdida la ciudad. Milicianos de diferentes partidos y sindicatos, mal armados, sin ningún entrenamiento ni disciplina, poca tropa entrenada y dieciséis piezas de artillería habían tratado de hacer frente a un ejército muy superior y bien equipado. Ahora, los combatientes supervivientes, mezclados con la población civil, huían por la carretera almeriense, la cual los franquistas no habían cortado para convertirla en la trampa de una gran carnicería. Más de ciento cincuenta mil personas se encaminaron por una carretera excavada en la montaña y que transcurría elevada entre rocas y peñascos a orillas del mar. Del flanco derecho, vendían las tuberías de los buques de guerra; del cielo, las bombas y la metralla de los aviones. Norman Bethune, un cirujano canadiense voluntario del Socorro Rojo, fue testigo y dejó escrito:

«Los niños llevaban solamente su pantalón y las niñas su vestido ancho, medio desnudos todos bajo el sol… Niños con los bracitos y las piernas enredados en trapos ensangrentados: niños sin zapatos, con los pies hinchados; niños que lloraban desesperados de dolor, de hambre, de cansancio… Cuatro días perseguidos por los aviones de los bárbaros fascistas, y cuatro noches de caminar en grupo compacto hombres, mujeres, niños, mulas, burros y cabras, tratando de mantenerse juntas las familias, llamándose por el nombre propio, buscándose en las sombras.»

Algunos testigos han contado el horror de familias, separadas en la fuga, que iban destapando las caras de los cadáveres que encontraban por el camino para comprobar si era su padre, su madre, su hijo. Una anciana, entonces una niña, cuenta cómo le decían a su madre que dejara a la niña para correr más rápido. Otra recuerda a un bebé que lloraba desconsolado en el brazo de su madre, la cual, sentada en el suelo y apoyada en una roca, tenía la mirada perdida y no hacía nada para que la criatura se calmara. Alguien fue y le hizo una sacudida para que reaccionara. La mujer se cayó de lado. Estaba muerta. Escondidos durante el día, caminando de noche por una carretera llena de cadáveres.

Más de cinco mil personas murieron; niñas y niños, hombres y mujeres, ancianos, milicianos, toda gente que huía por esa carretera de montaña bombardeada durante días desde el mar y desde el cielo. A veces, cuentan los testigos, desde los barcos, disparaban contra las rocas para provocar desprendimientos de piedras que aplastaron a los fugitivos. La primera vez en la historia europea que se masacraba a la gente civil que había abandonado la ciudad por miedo, un miedo bien fundamentado. La matanza, al tomar la ciudad el día ocho de febrero, mañana cumplirá ochenta y siete años, fue execrable. Disparaban a la gente por la calle, los arrojaban desde los balcones y ventanas. Hugh Thomas, el historiador, afirma que durante la primera semana fueron asesinadas cuatro mil personas. Los familiares de quienes habían huido sufrieron las represalias de los ocupantes con independencia de sus actos o ideas políticas. Arias Navarro, el franquista que en 1975 nos anunció la muerte de Franco, fue uno de los fiscales que pidió pena de muerte para miles de personas. Fue conocido, desde entonces, como El Carnicerito de Málaga.

Hasta hace poco, el general Queipo de Llano, quien dirigió, desde el mar, la operación brutal y repugnante de masacrar a la población civil que huía, seguía enterrado con honores en la Basílica de la Macarena de Sevilla. Aún hoy, los herederos de los vencedores de aquella guerra contra los pobres, contra la cultura y la dignidad se niegan a condenar al franquismo. Sólo así se puede entender el silencio, todavía, sobre ese genocidio, tan bárbaro como los que se produjeron después en la II Guerra Mundial, unas décadas más tarde, en la antigua Yugoslavia y, actualmente, en Palestina con una feroz, industrial, implacable y difundida en directo matanza de seres humanos.

La desbandá, nombre como se conoce la fuga y la matanza en la carretera de Málaga a Almería, es uno de los hechos más escondidos de la historia de la guerra de España. No ha tenido la fama que el cuadro de Picasso le dio a Gernika, pese a que los fallecidos superan en mucho a las trescientas personas asesinadas en ese bombardeo de la población vasca. Cada año, sólo la prensa de Málaga y algún medio digital se hacen eco del cumpleaños. En TVE sólo consta un documental producido en el 2007. En estos días, el recuerdo de esa matanza tampoco tendrá lugar en los informativos de RTVE ni en los de Canal Sur , ni siquiera en el informativo provincial de Málaga. En el diario Sur se publicó un extenso artículo en 2017 coincidiendo con el octavo aniversario. Cuanto más lee sobre la desbandá, más me indigne ante el desconocimiento general de este genocidio, ante la desmemoria terrible.

Mi padre huyó de Málaga por entonces. Él estaba en Málaga en el cuerpo de artillería del ejército regular leal a la República. Había hecho la mili en Barcelona. Al empezar el levantamiento fascista, su regimiento había sido enviado. En cuanto a la caída, él no había contado casi nada. Sólo recuerdo oírle decir que los oficiales dieron la orden de huir, lo del «sálvese quien pueda». Y pegaron a huir. Y fue la desbandá. Esta expresión recuerdo hacérsela sentida de manera literal. Incluso cabe la posibilidad de que no llegara a saber de la magnitud de la matanza que se había producido detrás de él hasta mucho más tarde. La República lo silenció para no atemorizar a la población –el férreo control de la información en tiempos de guerra- y por la parte de responsabilidad que tenía al haberlos abandonado. Los vencedores nunca lo contaron y nunca pudo difundirse lo ocurrido bajo el franquismo. Mi padre y un compañero de Alzira caminaron seiscientos kilómetros, desde Málaga hasta la Ribera del Júcar, huyendo, primero de los fascistas, después de la guerra, para que caminaran hasta casa en vez de presentarse ante la autoridad militar una vuelta dentro del territorio bajo el control de la República. También es posible que se quedaran escondidos detrás y, después, cruzaran por travesías, evitando la carretera, cuando ya había pasado el gordo de la fuga. Él contaba que habían sido escondidos en una cueva y que habían pasado mucha hambre. Al llegar a Algemesí, abrazó y besó a la familia, comió y durmió. Al día siguiente pasó la camioneta y volvieron a llevarlo a la frente. Aún le quedaba mucha guerra.

Ahora, todos los días, se me rompe el corazón con el genocidio de Palestina.

Todos somos fusilados del fascismo español, víctimas del holocausto judío en Alemania, martitizados bosnios musulmanes en Srebrenica, todos somos palestinos.

Detenemos el genocidio.


Fuente → diarilaveu.cat

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