La dictadura abrió unos 300 recintos de este tipo como parte del sistema de represión sistematizada, pero los que a día de hoy están señalizados y recuerdan los horrores que albergaron son una minoría
Así lo ha documentado el periodista Carlos Hernández, cuya investigación plasmada en el libro Los campos de concentración de Franco ha servido para arrojar luz sobre un capítulo de la historia que el franquismo se encargó convenientemente de ocultar. Los campos señalizados –en los que al menos se ha instalado una placa que recuerde para qué fueron utilizados– son una excepción. Por la mayoría pasan, visitan, estudian, se alojan o acuden a espectáculos miles de ciudadanos al día sin ser conscientes del horror que encerraron esos mismos lugares concebidos para castigar al enemigo rojo.
Algunos se utilizan a día de hoy para los mismos fines con los que se construyeron en su momento y otros han sido remodelados y su uso se ha modificado. Hay prácticamente en todas las provincias. El PSOE ha registrado una iniciativa en el Senado para instar al Gobierno a que sean señalizados. Según confirma la Secretaría de Estado de Memoria Democrática, es algo que se tratará en la próxima Conferencia Sectorial. “Debe hacerse con las comunidades, por lo que abriremos una línea de colaboración y financiación con el objetivo de que los campos sean señalizados y memorializados”, afirma el secretario de Estado Fernando Martínez.
El franquismo transformó en campos de concentración alrededor de una veintena de plazas de toros, en las que hoy se celebran corridas y otros espectáculos a los que asisten miles de personas. Pocos saben que la de Valencia, que es además uno de los edificios emblemáticos de la ciudad, se convirtió en campo en abril de 1939. También la plaza de otras capitales como la de Málaga, Las Ventas de Madrid, Teruel, Castellón, Gijón, Alicante o Santander. Por regla general, en los campos se llevaba a cabo una selección y se dividía a los presos en categorías. Los “desafectos”, considerados “recuperables” por el régimen fueron condenados a trabajos forzosos.
Algunos campos son hoy hoteles y alojamientos turísticos. Es el caso de la Hospedería de San Julián, en Cuenca, o los paradores de Lerma y Sigüenza. El Palacio Ducal de Lerma, en Burgos, tuvo capacidad para 500 hombres pero llegó a doblar esa cifra. El campo de Sigüenza estuvo ubicado en las ruinas del castillo medieval del siglo XII y funcionó como tal entre diciembre de 1937 y abril de 1939.
Se calcula que por los campos pasaron entre 700.000 y un millón de personas que fueron sometidas a “malos tratos, perecieron de hambre y enfermedades” o acabaron asesinadas. Fueron, por norma general, lugares de exterminio, selección, castigo y “reeducación” de los internos, la mayoría prisioneros de guerra, pero también políticos.
Hay campos que se ubicaron en penales, como el de el Puerto de Santa María, que hoy es un centro cultural, o la prisión de Santoña, que sigue siendo centro penitenciario por el que pasaron 3.000 prisioneros. En la provincia de Cuenca, el Monasterio de la Merced de Huete, que hoy es la sede de dos museos, llegó a congregar a 650 hombres mientras que en el monasterio de Uclés actualmente se llevan a cabo actividades que van desde encuentros espirituales a celebración de bodas. El municipio riojano de Haro tuvo un campo de concentración en una antigua fábrica de piel y cuero que tenía capacidad para 2.000 prisioneros. El edificio sigue en pie y ha vuelto a albergar una pequeña empresa.
Campos de fútbol, recintos militares y monasterios
El caso de los estadios de fútbol que se reconvirtieron en campos también ha sido documentado por Hernández. Todos fueron demolidos, aunque en el lugar que ocuparon algunos se levantan hoy nuevos estadios, como el del Rayo Vallecano o el Santiago Bernabéu. En el campo de Chamartín, el del Real Madrid, llegaron a hacinarse entre 15.000 y 20.000 prisioneros en abril de 1939. El Stadium Metropolitano, donde jugó el Atlético de Madrid antes de pasar al Vicente Calderón, estaba custodiado por un batallón de Falange y el antiguo El Sardinero, del Racing de Santander, llegó a albergar a 20.000 republicanos. Fue derribado en 1988 y el nuevo estadio se construyó en terrenos contiguos.
Además de la plaza de toros y la instalación deportiva, en la ciudad cántabra hubo también un campo de concentración ubicado en las caballerizas del Palacio de la Magdalena, que ahora es la residencia de estudiantes de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP). También la Universidad de Deusto, en Bilbao, o centros educativos como el de Nuestra Señora de la Antigua, de Orduña (Bizkaia), el Miguel de Unamuno de Madrid o el IES Marqués de Manzanedo (Santoña) fueron campos que hoy se usan con fines educativos. Este último fue abierto por las tropas italianas y estuvo abierto dos años, pero no hay ninguna señal que lo reconozca.
Nada recuerda tampoco en casi una decena de recintos militares a los miles de republicanos que pasaron por los campos que albergaron, entre ellos la sede de la Academia General Militar de Zaragoza, que había sido clausurada en la República, o la base militar del Ejército de Tierra del Cerro Muriano (Córdoba). Iglesias y monasterios en Tíjola (Almería), Celorio (Asturias) o las escuelas del convento de los padres franciscanos de Lucena (Córdoba) fueron también utilizados por la dictadura para este fin represivo. Algunos albergan comunidades de religiosos, como los monasterios de San Pedro de Cerdeña, en Burgos, y Santa María de Huerta (Soria), en los que viven monjes cistercienses.
Los señalizados son una excepción
“Cada día miles de españoles pasan por delante de edificios o entran a lugares que fueron utilizados como campos, en los que fueron encerrados miles de prisioneros que sufrieron horrores e incluso muchos murieron. Es vergonzoso y no tiene parangón en el mundo”, lamenta el periodista Carlos Hernández, que reclama como “imprescindible” la señalización de los mismos. “Es necesario tanto para informar a la ciudadanía como para rendir tributo a quienes allí sufrieron, con los que tenemos una deuda porque si acabaron allí fue por defender la democracia y la libertad”. Sufrieron torturas físicas, psicológicas y represión ideológica: tenían que comulgar, ir a misa, o cantar diariamente el Cara al Sol, ha documentado Hernández.
Con el objetivo de avanzar en su identificación, el PSOE ha registrado una iniciativa en el Senado que insta al Gobierno a que impulse las medidas necesarias en colaboración con el resto de administraciones para señalizar los que aún quedan en pie. El objetivo es que estos espacios que “conviven en nuestro día a día” y por los que pasan “miles de personas sin conocer su terrible historia” sean identificados, reza el texto.
La proposición aún no se ha debatido, pero el Ejecutivo ha recogido el guante y lo planteará en la próxima reunión con las comunidades. Fernando Martínez, secretario de Estado de Memoria Democrática, se muestra confiado en que la Ley de Memoria salga adelante esta legislatura, pero “en tanto se aprueba”, la idea del Gobierno es que “la visibilización” de los campos se convierta ya “en una línea prioritaria”.
Los recintos señalizados son una minoría. El último ha sido el de San Marcos, en León, que alberga un parador, y que tras las quejas de las víctimas y grupos memorialistas, tiene hoy una placa informativa y otra de homenaje a los prisioneros en el interior del edificio. En el de Miranda de Ebro (Burgos), que fue el que más duró, hasta 1947, hay carteles informativos que señalan los restos conservados del campo, mientras que en el monasterio de Santa María, en Oia (Pontevedra), se han rescatado los gratifis que dibujaron en las paredes los prisioneros y han sido expuestos.
Para Hernández, la iniciativa del PSOE es “necesaria”, pero “será más importante que el Gobierno la cumpla”. Es una deuda pendiente, asegura. “El franquismo intentó borrar las huellas de sus crímenes durante 40 años y una de las pruebas más atroces fueron los campos”. Sin embargo, tampoco se resolvió con la llegada de la democracia, que “impuso un manto de silencio que permitió la impunidad de los verdugos y el olvido de las víctimas”, señala Hernández. La investigación y visibilización de este oscuro capítulo de la historia es muy reciente, pero aún hoy hay quienes niegan que los campos de concentración fueran reales, lamenta el periodista. “Eso a pesar de que la propia dictadura los llamó así en sus documentos oficiales, porque eran una pata más del sistema represivo”.
Mapas elaborados por Victòria Oliveres. Fuente: investigación de Carlos Hernández plasmada en el libro Los campos de concentración de Franco y la página web homónima.
Fuente → eldiario.es
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