Masacrar, machacar, infligir la crueldad más extrema en un conflicto bélico sobre la población civil. Lo estamos viendo todos los días. En Gaza, Ucrania, Siria, Sudán; pasó en la ex Yugoslavia; son décadas de bombas cayendo en escuelas y hospitales, en plazas y mercados. Así se gana una guerra, pensaron los estrategas modernos, mentes sádicas e inhumanas de verdad, en el primer tercio del siglo pasado. No hay bomba más rentable que la que mata niños, mujeres, almas inocentes. Se llama operación destrozar el tejido social y generar pánico para derrotar al enemigo. Ese descubrimiento lo ensayaron los fascistas italianos y los nazis alemanes, y lo hicieron en España, como parte de su operación de apoyo al ejército sublevado. Casi un siglo después, esos métodos siguen vigentes y a pleno rendimiento.
Un desastre como seres humanos que Albert Forns (Granollers, 1982) denuncia e ilustra. Toma como ejemplo el bombardeo a Granollers en su libro I el cel ens va caure al damunt. El 31 de mayo de 1938, y en tan solo un minuto, aviones italianos cargados de bombas cambiaron la vida de la mayoría de los habitantes de este municipio catalán cercano a Barcelona. Sesenta segundos en torno a los que el autor ha trabajado, investigado y estudiado a fondo, centrándose en varios aspectos, desde las matemáticas bélicas, la sociología sindical del momento, la tecnología armamentística o la arquitectura y el urbanismo de un municipio de principios del siglo. Y, sobre todo, apoyándose en los testimonios de los que vivieron aquella barbarie.
No se conoce mucho el bombardeo de Granollers, a pesar de haber sido uno de los más tremendos y bárbaros de la guerra de España. Fue una antesala importante de la barbarie de tantas guerras actuales. Forns lo explica en su libro, caminando desde lo local, a lo universal.
Estamos ante uno de los bombardeos más brutales de la Guerra de España.
Bombardeos bestias hubo muchos, porque estaba esa misión de castigar la retaguardia y, de alguna manera, restar el ánimo a la población civil que no estaba en el frente. Eran diarios los bombardeos a las ciudades de la costa con aviones que salían de la base de Mallorca [la base para los aviones enviados por Italia para apoyar al ejército sublevado]. Bombardeos sanguinarios hubo muchos. En Barcelona, por ejemplo, en marzo del 38 se estuvo bombardeando durante 72 horas seguidas a la población; la gente no podía salir de los refugios, murieron casi dos mil personas. Es decir, en Cataluña hubo bombardeos muy continuos, con muchos muertos; pero el de Granollers supuso una carnicería especialmente grande porque fue un ataque con muchas bombas en una ciudad muy pequeña y, además, por la casuística del momento y del sitio en el que se tiraron las bombas. Fue a las nueve de la mañana, en el centro de la ciudad, donde estaba el mercado en el que se formaban las colas del racionamiento y al que cada día llegaban las mujeres en busca de comida. Las nueve de la mañana, la hora del bombardeo, era un momento de muchísimo bullicio, la hora en que los niños van al colegio, la de ir a la fábrica, era el momento en que las calles de esta ciudad estaban llenas. Caen entonces sesenta bombas que van a causar una mortandad muy grande. En un solo minuto, van a morir 226 personas. Todos los habitantes de Granollers conocen a alguien que muere, un familiar, un pariente, un amigo; además de heridos, mutilados; y las bombas que tocaron tu casa, tu fábrica o la tienda a la que ibas a comprar. A las nueve y cinco minutos del 31 de mayo de 1938 cambió el rostro de la ciudad, el físico, pero también el espiritual de su población. Esos años se produjeron grandes bombardeos, pero a mí me parece que éste es representativo de la salvajada que significaron otros contra la población civil en lugares en los que no había refugios.
Sin embargo, hay algo que ha pasado inadvertido, si lo comparamos con Gernika, Belchite o la Desbandá.
Gernika lo tenemos muy claro y presente, porque fue una verdadera salvajada y además está el cuadro de Picasso. A veces, se ha llegado a decir que Granollers fue el Gernika catalán, pero lo que pasó en Gernika es mucho más bestia que lo que pasó en Granollers. En Gernika, los alemanes hicieron unas pruebas de armamento con bombas incendiarias, también quisieron probar unas bombas que destruían los refugios; aquello fue especialmente grave, y tuvo gran repercusión internacional. La cuestión es que hubo muchos bombardeos muy heavys, pero luego pasó lo de siempre, que los vencedores son los que deciden lo que hay que contar o lo que no hay que contar; la prueba es que a día de hoy, sabemos más cosas del bombardeo de Dubrovnik, de Dresde o de los bombardeos en Londres que muchos de nuestros propios bombardeos que sufrimos durante la Guerra Civil.
¿Por qué?
Estos cuarenta años de desmemoria y de silencio forzado han conseguido hacernos más ignorantes
Yo creo que esto ocurre porque estos cuarenta años de desmemoria y de silencio forzado han conseguido hacernos más ignorantes. Y cuando cuarenta años después se pueden llamar a las cosas por su nombre, se puede empezar a investigar, a visitar los archivos, nos damos cuenta de que nuestra Transición tampoco fue modélica en lo que tiene que ver con nuestra memoria histórica. La memoria histórica es una cuestión que nos llega con casi cincuenta años de retraso; hemos empezado con esta labor histórica muy tarde, cuando ya es inofensiva, en el sentido de que ya no están las personas para las que pudiera ser algo importante en sus vidas; mucha gente ha muerto sin ver esa justicia; a partir de ahí, todo son simbolismos.
Hablemos del bombardeo de Granollers.
Por lo que han descubierto los historiadores que han investigado el tema ya en democracia, se sabe que salieron cinco aviones de la base de San Joan, en Mallorca; se dirigen a Barcelona con el destino fijado en Granollers; el objetivo era la central eléctrica, porque se creía que alimentaba determinadas líneas de ferrocarriles. Esos aviones hacen su hora de vuelo y cuando llegan a Granollers, tiran las bombas. La cuestión es que estamos hablando de los primeros bombardeos que se hacen sobre población civil. Había habido algunas tentativas, pero, en la Primera Guerra Mundial no se llegó a bombardear ciudades. La guerra civil española es, en esta cuestión, el laboratorio de cómo se tiran bombas desde los aviones y cómo se aterroriza a la población civil. Por eso Gernika, la matanza de los nazis que están probando el armamento; y los aviadores italianos, que vienen aquí a ganar horas de vuelo en combate real, que es algo que no tienen ocasión de hacer en Italia; vienen para probar sus mejores unidades aéreas en ese momento; desde luego, esto fue un campo de prueba.
Ese día en Granollers, ellos soltaron sus bombas; abren las compuertas a dos mil o tres mil metros y tardan como treinta segundos en llegar al suelo. Todo se puede hacer con cálculos matemáticos, pero el caso es que en Granollers las bombas ni se acercan a la central eléctrica que ellos tenían previsto tocar. En cambio, caen mucho antes en el centro de la ciudad; caen sesenta bombas y destruyen ochenta edificios; caen en el mercado, que es la plaza más céntrica y lo hunden; tocan calles en las que la gente está haciendo cola, como la de un sindicato de payeses; caen las bombas en donde hay colas para recoger la leche y también caen las bombas en el colegio más céntrico de la ciudad, en el que a esa hora los niños están entrando y matan a muchos niños. Se estaba experimentando con la población civil.
¿Tuvo repercusión esa masacre fuera de España?
En la prensa republicana, tiene repercusión; pero sobre todo tiene repercusión porque los corresponsales extranjeros se fijan en esto. Hay que pensar que entonces la guerra se peleaba con los medios de comunicación, igual que pasa ahora. Y una de las cosas que hacía entonces la Generalitat era encargar a los fotógrafos contratados que fueran a los lugares donde había un bombardeo para tomar el máximo de fotos posibles; después, desde el Comisariado de Propaganda, se hacían copias y se mandaban a la prensa extranjera, a los corresponsales, para que aquello quedara ilustrado; una imagen vale más que mil palabras. Sobre lo que pasó en Granollers, las pocas fotos que hay son de Agustí Centelles y de Pablo Luis Torres, dos fotógrafos que trabajaban para el Comisariado de Propaganda y que llegan inmediatamente cada vez que se produce un bombardeo para tratar de sacar imágenes para uso propagandístico. Esto ayudó a que se hablara del bombardeo de Granollers en la prensa extranjera, pero también en la prensa republicana.
¿Cuál es el planteamiento de su libro?
Es mi cuarto libro y hasta ahora había tocado otros temas. Yo soy de Granollers y siempre había querido hacer algo sobre mi ciudad, un municipio a treinta kilómetros de Barcelona. Siempre me venía a la cabeza el bombardeo de Granollers, por el antes y el después que significó. Mi bisabuelo, por ejemplo, murió en este bombardeo; él estaba en el mercado tratando de organizar y pacificar las colas, porque no llegaban los productos; caen las bombas y queda sepultado y muerto como tanta gente. Esa es mi historia familiar, pero yo sabía que había muchas más, de hecho, cada familia tiene la suya.
Restos de una de las casas afectada por el bombardeo del 31 de mayo de 1938. /Ajuntament de Granollers
Estudiando cómo podía hacer algo sobre esto, que desde luego no podía ser ficción porque yo no me puedo inventar qué siente alguien en el bombardeo y desde luego sería muy falso, decidí hacer un trabajo de memoria histórica con las personas que lo vivieron. Y aquí es cuando me encuentro que ya existe un trabajo hecho que había empezado el Ayuntamiento de Granollers y el Memorial Democrático, que es una institución importante para impulsar la memoria histórica. Ese trabajo consistió en una serie de entrevistas a supervivientes, a personas que habían vivido el bombardeo de Granollers y lo cuentan desde su punto de vista. Hablan de dónde estaban, qué pasó ese día, dónde tuvieron que ir. Esas entrevistas se fueron haciendo durante las últimas dos décadas; al final había unas sesenta personas contando sus vivencias. Evidentemente, la mayoría eran niños cuando ocurrió el bombardeo, pero su memoria está intacta porque esto supuso para ellos una de las cosas más traumáticas que vivieron en su vida. Te lo cuentan y lloran, y tú lloras mientras te lo estás contando. Van contando cómo lo vivió un niño, cómo se vivió todo esto desde una farmacia, desde el hospital; o cómo lo vivió una niña que iba al colegio, pero le cayó la casa encima y un hierro que le atraviesa la cabeza y a ver cómo sale aquello, y aunque sus padres han perdido la casa y todo, la prioridad es la niña. Y la historia de tanta gente que anda buscando a su familia, y dónde está mi madre, has visto a mi hija, has visto a mi hijo. Muchas de esas historias tuvieron un final trágico. Sí, la gente iba al cementerio buscando, y una de las escenas más bestias de ese día es en el cementerio, donde ponían los cadáveres en fila y boca arriba para que la gente pudiera identificarlos. Y el que no encontraba a alguien iba al cementerio a recorrer esas filas con el terror de encontrarse con la persona buscada muerta.
Existe un material fantástico de entrevistas largas y en profundidad hechas con un cuestionario de memoria oral muy bien hecho. Sus historias son tan interesantes que yo me he limitado a ponerlas por escrito y construir así mi libro en el que se recoge una treintena de testimonios del bombardeo, treinta historias que se encuentran en ese minuto fatídico. Todo lo que yo cuento es lo que ellos han contado; yo no invento nada, me he limitado a ordenarlas y ponerlas por escrito. Testimonios tremendos que nos cuentan cómo se reaccionaba ante un bombardeo. Finalmente, a través del caso de Granollers estamos viendo cosas que pasan hoy en Ucrania, en Siria o en Gaza. Porque hay hechos distintivos que ocurren después de un bombardeo que se repiten siempre; lo primero es pensar “los míos, ¿dónde están los míos?”. Y en cuanto se sabe que los tuyos están bien, se sale a ayudar a los vecinos en todo. Y en esas situaciones también sale lo mejor de las personas. Lo importante de este libro no es cómo se llamaba alguien que murió o el nombre de una calle bombardeada, sino el carácter universal de lo que pasó ese día.
Hay hechos distintivos que ocurren después de un bombardeo que se repiten siempre; lo primero es pensar “los míos, ¿dónde están los míos?”
Además de las entrevistas ha manejado mucha documentación.
Claro, para hablar de estas cosas hay que estudiar. Hay una parte del libro que son testimonios y otra parte importante que es documentación sobre la Guerra Civil. Cuando yo empiezo este proyecto ya ha habido décadas de historiadores trabajando este tema. A mí también me interesaba mucho que el libro no fuera solo la historia del bombardeo, sino también contar cómo fue la Guerra Civil en Granollers, cómo funcionaban las fábricas, el ambiente revolucionario del que casi no nos acordamos porque cuarenta años de franquismo lo ha tenido escondido; pero en esos años Granollers era una ciudad colectivizada, con los hombres en el frente, con los trabajadores sindicados en la CNT. Yo quería que saliera todo eso y eso requiere mucha investigación. He utilizado la memoria oral apoyándome en el trabajo que ya han hecho los historiadores con la idea de que el caso de Granollers sirva para contar cómo es un bombardeo en un pueblo y lo que significa, en cualquier lugar; en situaciones así, en cualquier parte del mundo, las historias son las mismas y con la misma carga humana.
En 1938 alguien pensó que estaba permitido bombardear una población, que era algo que se podía hacer. 85 años después, seguimos igual
Me importaba mucho para este libro constatar que en 1938 alguien pensó que estaba permitido bombardear una población, que era algo que se podía hacer. Pero 85 años después, seguimos haciendo lo mismo, no nos hemos hecho cargo de la salvajada que significa. Yo estaba escribiendo sobre el bombardeo de una escuela en 1938, y al mismo tiempo viendo cómo se bombardeaba ahora una escuela en Ucrania en 2023; esto es el desastre como seres humanos. Es un libro muy duro de leer. Prefiero escribir sobre otras cosas, pero era algo que tenía que hacer; mi misión era retratar todo lo bestia que fue aquello y mostrar que seguimos haciendo lo mismo, sabiendo las consecuencias. Porque en el año 38, el que tira la bomba regresa a la base de Mallorca y no ve los muertos ni los mutilados. Pero nosotros llevamos ochenta años viendo esos muertos y mutilados, sabiendo qué está pasando, viendo lo que supone y, sin embargo, no hemos logrado llegar a un acuerdo para que esto no siga ocurriendo.
Fuente → ctxt.es
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