En la literatura LGTBIQA+ en torno a la represión se ha generado una suerte de leyenda. Leáse como en cámara lenta: "Laaaas leeeessssbiaaaanaaaas no han sido taaaan represaliaaaaadas porque eran invisibleeeees". Bien. Esto es una verdad a medias. Una media verdad que tiene que ver con la manera en la que se ha escrito hasta ahora nuestra historia más reciente y me refiero, en concreto, a la historia de las personas LGTBIQA+ en el marco del Estado español.
Pero hay lesbianas que no han podido esconderse nunca.
La represión y el control se han dado –y de alguna manera se siguen dando– desde muchos ámbitos de la vida pública y privada. Nos hemos encontrado desde legislaciones claramente LGTBIQA+fóbicas a legislaciones más sutiles que han servido para llevar a cabo estrategias de señalamiento y violencia, pero, sobre todo, gran parte de la violencia que hemos vivido se ha gestado en el ámbito de lo que podemos llamar vida privada.
Si bien es cierto que, especialmente durante la dictadura franquista pero también durante algunos gobiernos democráticos, las personas LGTBIQA+ hemos estado expuestas a unos niveles muy elevados de violencia, también es verdad que cierta violencia se ha dado al margen de la situación política de cada momento. Gran parte de esa violencia se ha dado –y se da– en el ámbito más privado y personal: en la familia, en el pueblo, en el barrio, en el círculo de amigos.
En Borderlands o La frontera: La nueva mestiza, Gloria Anzaldúa: "Yo no traicioné a mi gente, sino ellos a mí. De modo que sí, aunque el 'hogar' permea cada tendón y cada cartílago de mi cuerpo, a mí también me da miedo ir a casa". No me canso de repetir esa cita porque creo que contiene, con toda la belleza y la dureza de esas treinta y cinco palabras, gran parte de nuestros infiernos.
No. No es verdad que "laaaas leeeessssbiaaaanaaaas no han sido taaaan represaliaaaaadas porque eran invisibleeeees" y, cada vez, lo tengo más claro. Es cierto que si para analizar la represión durante la dictadura franquista, por ejemplo, nos dedicamos únicamente a analizar los expedientes de la ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social o la de Vagos y Maleantes es probable que parezca que las lesbianas no sufrieron tanta represión.
El profesor Javier Fernández-Galeano, en su artículo Entre el crimen y la locura: relaciones sexo-afectivas entre mujeres y disconformidad de género bajo el Franquismo analiza, entre otras cosas, fichas sobre lesbianismo del Juzgado Especial de Vagos y Maleantes de Sevilla y de Badajoz. Eso sí, "no aparece la palabra lesbianismo en los expedientes".
Los pocos casos que ha encontrado observa que "salieron a la luz por conflictos entre estas mujeres" o "por la incapacidad declarada de los familiares de evitar su hipervisibilidad".
Asegura, por tanto, que "el Estado no parecía especialmente interesado en sacar a la luz el lesbianismo como significante de la autonomía personal, sexual y afectiva de las mujeres, pero sí en intervenir cuando fuese necesario para evitar su visibilidad". Eso, sin embargo, puede significar simplemente que para reprimir la sexualidad lésbica, la dictadura utilizó otros mecanismos. ¿Por ejemplo? Pues, por ejemplo, el Patronato de Protección a la Mujer con toda su violencia o las propias familias o los círculos más cercanos, que sin necesidad de tener que delegar la responsabilidad en el Estado, se encargaron en muchas ocasiones de doblegar la libertad de las mujeres.
La escritora Consuelo García del Cid mostraba, durante la mesa redonda 'Un diálogo en torno a la represión' celebrada en Bilbao, algunos expedientes que así lo demuestran. En la charla, tanto García del Cid como Marije López y Fátima Díaz, otras dos supervivientes del Patronato, lamentaban que desde la historiografía LGTBIQA+ no se ha mirado con suficiente atención al Patronato como mecanismo de represión.
En un informe de octubre de 1971, desde un centro de San Fernando de Henares se pedía el traslado a un centro psiquiátrico de una joven que, según su dictamen, presentaba "graves trastornos de conducta con tendencias homosexuales o al menos como estimulante deliberado para otras jóvenes". En otro de 1965, el doctor adscrito al mismo centro, solicitaba la intervención de algún psiquiatra para tratar a otra interna que presentaba "síntomas de tipo homosexual".
El psiquiatra Guillermo Rendueles Olmedo trabajó en el psiquiátrico de Ciempozuelos, psiquiátrico al que, según hemos podido saber por algunos expedientes, eran trasladas algunas mujeres acusadas de lesbianismo que estaban tuteladas por el Patronato de Protección a la Mujer, dependiente del Ministerio de Justicia.
En una entrevista asegura que las lesbianas eran "vigiladas a sangre y fuego". Para ser vigiladas así, sin justicia ni piedad, los centros religiosos y los centros psiquiátricos eran –y, al menos en el caso de los psiquiátricos todavía lo son– lugares de violencia infalible, pero para ser "vigiladas a sangre y fuego" muchas de las nuestras no tuvieron necesidad –ni oportunidad– de escapar de sus casas. Frente a esa idea buenista que habla del hogar y la familia como sinónimos de cuidados y amor, que sirvan estas líneas para señalar las vergüenzas de todas las familias que permitieron –y permiten– que nos de miedo volver a casa.
Fuente → blogs.publico.es
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