Manuel Fraga y sus discípulos
Manuel Fraga y sus discípulos
Dolores de Redondo
 
Desde las primeras elecciones predicó: “hay que plantar cara a los grandes enemigos de España, que son el marxismo y el separatismo”. El mantra sigue como "hit parade" del fascismo patrio 
 
Suele decirse que el Senado es un cementerio de dinosaurios. Con toda seguridad, si Manuel Fraga Iribarne (Vilalba, 1922- Madrid, 2012) viviese en la actualidad sería el dinosaurio mayor (o el mayor dinosaurio) de la cámara alta. Imposible olvidar el bochornoso espectáculo que el político gallego nos brindó como senador en sus estertores políticos, durante sus últimos cinco años de vida. El próximo 23 de noviembre concluye el año del centenario del papá de Alianza Popular, el partido que en 1989 se convertiría en el Partido Popular, y en cuyo organigrama ocuparía Fraga el cargo honorífico de presidente-fundador.
 

Tras una brillante formación académica, Fraga inició una carrera política meteórica que le catapultó a las más altas instancias del régimen dictatorial. En 1962, Franco le nombró ministro de Información y Turismo, un cargo en el que lidió con la detención, tortura y asesinato de Julián Grimau. El gallego fue el encargado de diseñar una campaña difamatoria sobre la figura del dirigente comunista, a quien tachó de “caballerete torturador” y acusó de haber cometido personalmente una “cantidad espeluznante de crímenes y atrocidades”, antes de firmar su pena de muerte. En esas fechas, también calificó de “auténtico criminal” al entrañable y añorado poeta Marcos Ana. Está claro que Fraga se murió sin poder disfrutar con la difusión de bulos en las redes sociales, dado que hoy sería el gran influencer del universo “cayetano”.

En 1966, “Zapatones” nos brindó una de las imágenes más icónicas del franquismo cuando se bañó en gayumbos en la playa de Palomares (Almería) junto al embajador estadounidense, para demostrar que no había peligro radioactivo tras el accidente sufrido por un B-52 que portaba cuatro bombas termonucleares. Casi sesenta años después, todavía está pendiente la limpieza de la zona para eliminar su contaminación por americio y plutonio.

Tras un paso de cuatro años por Londres para ejercer de embajador, Fraga regresó a su país como uno de los elegidos por EE. UU. para encabezar el proceso de Transacción a la democracia, ocupando el cargo de ministro de la Gobernación (Interior) en el primer gobierno nombrado por el actual rey emérito. Fraga dejó muestras imborrables de su lealtad al monarca, como la organización de la Operación Reconquista en Montejurra (mayo de 1976), donde hirió de muerte, nunca mejor dicho, al Partido Carlista, sacando a bailar a toda una caterva de terroristas internacionales.

En 1977, en un extenso artículo sobre el marxismo publicado en el diario ABC, presumía de haberse leído toda la obra de Karl Marx y sentenciaba: “Marxismo y democracia son completamente incompatibles”. Por supuesto, no existía un experto en democracia como él. Unos días antes, había aprovechado el entierro de cuatro abogados y un administrativo del PCE y las CC. OO. asesinados por un comando fascista en Atocha, para presentar el programa de AP y asegurar que el PCE no debía ser legalizado.

Ya desde las primeras elecciones generales, el gran capón de Vilalba comenzó a predicar urbi et orbi que “hay que plantar cara a los grandes enemigos de España, que son el marxismo y el separatismo”. Como se puede comprobar en la actualidad, su plegaria se ha convertido en el padrenuestro que aún encabeza el hit parade del fascismo patrio.

Harto de descornarse sin éxito contra Felipe González (aunque quizá el tiempo les hubiese convertido en pareja de hecho), Fraga se refugió en Galicia y durante quince interminables años convirtió la Xunta en su particular “reserva espiritual de occidente”. Hasta que llegó el Prestige e inundó las costas gallegas con “hilillos de plastilina en formación vertical”. En las manifestaciones que inundaron las localidades gallegas se popularizó un cántico: “hay que ir morrendo, Manolo, hay que ir morrendo”. Y aunque Manolo se resistió otros nueve años, su muerte política como presidente de la Xunta de Galicia se produjo en 2005, cuando no fue capaz de revalidar la que hubiese sido su quinta mayoría absoluta. En el centenario de Fraga no hay nada que celebrar, excepto que se haya ido definitivamente, aunque sus pollitos anden alborotados.

Y digo yo… ¿aquí no haría falta una Revolución?

Y luego, ¿por qué me lo preguntas?


Fuente → mundoobrero.es

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