A modo de introducción
Entre los años que separan la Primera Guerra Mundial (1914-1918) y la llegada del general Primo de Rivera al poder, España asistió al nacimiento de nuevas opciones políticas que presentaron formas y contenidos desconocidos hasta entonces. En este intervalo, los empresarios idearon diferentes alternativas para hacer frente a los grandes retos de la sociedad de masas buscando en el cajón de sastre de las estrategias tradicionales y en las nuevas fórmulas que aparecían en aquellos años convulsos. En 1914, algunas organizaciones patronales de clases medias españolas, lideradas por un industrial catalán de la construcción, auspiciaron un Congreso Patronal que dio lugar a la formación de la Confederación Patronal Española. Era, esta, una organización semejante a la Confindustria italiana creada en 1910. La Confederación estaba articulada por federaciones patronales que habían nacido en cada provincia.Con los años,a través de esas federaciones, la Confederación recibiría financiación del gran capital, de importantes empresarios de los sectores más relevantes de la economía. Ocurría algo semejante a lo acaecido en Alemania, cuando los barones alemanes del acero se veían obligados a tratar con Hitler, considerado como un pintor de brocha gorda.
En el crítico año 1919, en medio de convulsiones sociales en muchos países europeos, la Confederación Patronal Española planteó un proyecto que convenció a muchos patronos: el corporativismo, es decir, una organización política basada en la sindicación vertical, obligatoria y única para patronos y obreros, articulados por ramos de industria. Esta medida, gremialista y armonizadora, pondría fin supuestamente a la lucha de clases. La utopía había surgido de la élite empresarial de Barcelona, conocida entonces como la “Rosa de Foc” y “ciudad de pistolas y pistoleros”. La plana mayor del empresariado catalán y de sus publicistas apostaba por esa medida corporativa desde hacía un tiempo, concretamente desde 1902 (aunque entonces se proponía en base a una sindicación voluntaria), pero no prosperaba, ni medraría en esos momentos. Dos decenios después, Primo de Rivera instauró un corporativismo, pero basado en la sindicación voluntaria dentro de la corporación obligatoria, medida reclamada desde el catolicismo social y otros intelectuales más ligados, en general, a la patronal de otros puntos de España. El corporativismo propiamente dicho, el solicitado por la patronal catalana, vio la luz bajo el régimen del general Franco, ya acabada la guerra civil.
Movilización de las clases medias: un Primer Congreso Patronal y la fundación de la Confederación Patronal Española
Un acto de homenaje es un acto de fidelidad. Y más si está convocado por empresarios que desean agasajar a otro empresario. Requiere la presencia de hombres con el mismo aspecto barbudo, vestidos con trajes oscuros, discretos, chalecos austeros. Los gabanes no podían faltar. En Barcelona a principios de aquel enero de 1912 aún hacía bastante frío, quizás más de lo habitual. Y sobre todo humedad. Los sombreros eran imprescindibles para cualquier hombre que se considerara de bien. Los asistentes más ancianos y con achaques se apretaban las bufandas y se recostaban en el bastón. Entre los presentes se encontraba una amplia representación de la patronal madrileña y, en menor medida, de otras zonas de España. El camino acababa de empezar. Cuando llegó el homenajeado, el barcelonés José Sabadell Giol, líder histórico de los patronos de la construcción de Barcelona, los aplausos atronaron. De profesión contratista de obras y político, era miembro del partido conservador. Su semblante correspondía a un hombre afable, contaba con unos rasgos faciales suaves. Su presencia creaba numerosas expectativas y él sabía que su poder de convocatoria sería inseparable de su oratoria, de su capacidad de persuasión. Percibía, no obstante, que el homenaje era sólo una excusa, que la realidad era más prosaica: se trataba de fijar la fecha para celebrar un Primer Congreso Patronal, al tiempo que acordar constituir federaciones patronales en las regiones que aún carecieran de ellas. Durante las ponencias, los oradores se alternaron en el escenario.
Un año después, las federaciones patronales de Madrid, Barcelona y Zaragoza (las tres localidades donde se habían padecido más duramente conflictos desde 1910) enviaban una circular a los patronos españoles convocándoles a asistir a un Primer Congreso Nacional de Federaciones Patronales que se llevaría a cabo en Madrid. Firmaba la convocatoria Luis González, presidente de la Federación madrileña. Este evento, de momento, no llegó a celebrarse. De nuevo, en agosto de 1914, desde la Federación Patronal de Madrid se convocaba a los patronos de toda España. Habían ocurrido varias cosas. Por una parte, el Gobierno, asesorado por el Instituto de Reformas Sociales (IRS) había elaborado unos proyectos reformistas en materia social que se discutirían en las Cortes. Por otra parte, la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), sindicato anarcosindicalista revolucionario, fundada en Barcelona en 1910, se legalizaba en toda España. Por todo ello, la patronal se movilizaba con la finalidad de aunar fuerzas, de constituir una Confederación Nacional que agrupase todas las asociaciones y federaciones patronales diseminadas por el conjunto del territorio español. Se trataba de poder presentar una fuerza cohesionada ante un Gobierno que se mostraba cada vez más intervencionista y ante un movimiento sindical reivindicativo.
De esta forma, entre los días 25 y 30 de septiembre de 1914 se celebró en Madrid un Primer Congreso Nacional de Federaciones Patronales. La inauguración del evento tuvo lugar en el Salón de Actos del domicilio social de la federación madrileña, calle San Bernardo 65. En la mesa de honor se sentaron el ministro del Fomento, Javier Ugarte Pagés, un hombre de sesenta y dos años que era abogado y miembro de partido conservador; el comerciante y diputado monárquico ultra conservador Carlos Prats, alcalde de Madrid; Germán de la Mora, representante de la Cámara de Comercio de Madrid; José Sabadell, presidente de la Federación Patronal de Barcelona; Manuel Escoriaza, presidente de la Federación Patronal de Zaragoza; Manuel García, representante de la Cámara de Industria de Madrid; Luis González, presidente de la Federación Patronal de Madrid, y Luis Cano, Secretario de la misma y del Congreso. Los congresistas afirmaron representar el conjunto de las clases medias españolas. Es de destacar la presencia de los representares de las Cámaras Oficiales, que jugaron un papel importante en el acto de inauguración. No resulta extraño. El Gobierno se hallaba obligado a consultar necesariamente estos organismos sobre cualquier proyecto o tratado comercial. Por su parte, el rey, Alfonso XIII, declaró haber seguido el Congreso con todo detalle. El desarrollo del evento se dividió en ocho secciones. La correspondiente al contrato de trabajo, medida que había sido sometida a las Cortes por el ministro de la gobernación, fue la que desencadenó más revuelo entre los patronos. Partían de la base de que los políticos tradicionales no entendían nada del mundo del trabajo.
No hay duda de que José Sabadell, presidente de la federación barcelonesa que contaba con 1.200 adheridos, seguía siendo el referente en el mundo empresarial español. Un ejemplo: actuó en representación de diversas federaciones españolas que no habían podido concurrir y que delegaron en él su confianza. Además de los delegados de las tres citadas anteriormente, acudieron representantes de federaciones patronales de Valladolid, Vizcaya, Valencia, Baleares, Burgos, Salamanca, Palencia, Asturias, Galicia, Sevilla, Cádiz, Málaga, Navarra, Ávila y Guipúzcoa. En total, más de doscientas entidades estuvieron representadas. Todo indica que los gremios de la construcción fueron mayoría en este evento. En diciembre de aquel mismo año, la carrera fulgurante de José Sabadell como líder empresarial se truncó: falleció víctima de la epidemia de tifus que asolaba la ciudad condal. Durante la celebración de este Primer Congreso el proyecto de constituir una Confederación Patronal a nivel estatal quedó consumado.
En este evento también hubo actos lúdicos. El 27 de septiembre, bien temprano, los congresistas que deseaban hacer la proyectada excursión a El Escorial se acercaron a la estación del Norte. Bajaron del tren y, charlando animadamente, visitaron detenidamente todos los monumentos del lugar. Los presidentes de las federaciones madrileña y barcelonesa, Luis González i José Sabadell, respectivamente, hicieron de cicerones. A mediodía, los excursionistas tomaron una suculenta comida en el hotel “Miranda”. A última hora de la tarde volvieron a Madrid.
Los actos oficiales del Congreso acabaron el día 30 de septiembre con un banquete celebrado en el “Palase Hotel” de Madrid. A la cena acudieron más de cien comensales. Pero no todos eran patronos. En la mesa de honor se volvieron a sentar Javier Ugarte, representantes de las Cámaras Oficiales de Madrid y algunos concejales.
Consecuencias de la Primera Guerra Mundial
Una inmensa carnicería. Así se ha denominado muchas veces a la Primera Guerra Mundial. Los soldados morían en las trincheras junto a las ratas mientras, en el último año, la gripe mal llamada “española” hacía estragos, como se observa en el diario del voluntario alemán Ernst Jünger (publicado en España con el título “Tempestades de acero”). España se declaró neutral, pero no fue ajena a los efectos del conflicto. A grandes rasgos, Cataluña fue escenario de tres consecuencias: un incremento de demanda de productos que los países beligerantes necesitaban (mantas para las trincheras, botas, correajes) porque se redujo su fabricación para concentrarse en la bélica; una gran llegada de emigrantes de otros puntos de España atraídos por el auge del mercado de trabajo. Parecía que la fuerte demanda obligaría a la puesta al día y modernización de las fábricas españolas. Pero eso no fue así; de ahí los problemas para mantener la actividad cuando esa coyuntura extraordinaria se acabó. Se habían comprado algunas máquinas, pero sobre todo se utilizaron las ya existentes; no hubo una mejora tecnológica general. El aumento de producción se hizo sobre factores extensivos: aumento de las horas de trabajo y concesión de incrementos salariales para incentivar el rendimiento. En realidad, no hubo introducción de sistemas racionales de organización del trabajo, ni integración de empresas de manera significativa, aunque en la posguerra el número de sociedades anónimas creciera. Hubo un incremento de los precios de la alimentación. Los productos se habían encarecido. El desvío del consumo interno hacia la exportación en el sector agrario fue sobre todo en el campo de los cítricos.
El final de la guerra europea puso fin a la expansión económica y la crisis de los sectores que más habían crecido en España durante el conflicto. En Vizcaya, en las industrias siderúrgicas y metalúrgicas. En Cataluña, en el textil, y también en la piel. Al optimismo inicial siguió la decadencia. Los beneficios acumulados sirvieron de poco. Como no había avance cualitativo, lo que hizo la patronal, en Cataluña, en el País Vasco, en Asturias, fue minimizar costos ante la contracción de la demanda con el despido forzoso de trabajadores y las reducciones salariales, que llegaron a ser muy elevadas sin que la inflación hubiese desaparecido. Por eso, y por una cultura “liberal” y anti colectiva muy arraigada, los empresarios asumieron una posición de dureza. La patronal catalana, del textil, del metal de transformación y de la construcción (el gran negocio, también para colocar ahorros) no tenía margen de maniobra y respondió con rigidez a las demandas sindicales. Ello produjo una gran conflictividad social, provocada por obreros catalanes y por los miles que habían llegado de fuera que ahora quedaban en paro. El descontento convertido en revueltas impulsó a los empresarios a organizarse. No ocurrió solo en Cataluña, también en otras zonas industrializadas. Pero recordemos los diversos tipos de sindicalismo que existía en cada territorio y comprenderemos porque no se iba a responder igual. Mientras que en Cataluña, la CNT, como se ha dicho anarcosindicalista y revolucionaria, era la dominante, en el País Vasco y Asturias, por ejemplo, los sindicatos católicos y la UGT, reformistas, eran los mayoritarios.
A partir del octubre rojo de 1917, en toda Europa se leían con avidez las noticias que hablaban del triunfo de los bolcheviques en Rusia. Influidos por ellas, en algunas ciudades alemanas, desde noviembre de 1918 grupos independentistas y socialistas proclamaban repúblicas (en Baviera, en Dresde, en Bremen). En Italia, a este periodo se le denomina el biennio rosso. Recordemos la película Novecento, de Bernardo Bertolucci. Sobre todo en la Italia central y en las zonas rurales hubo disturbios por falta de alimentos, manifestaciones de los trabajadores y ocupación de tierras y fábricas con intentos de autogestión. Y el 23 de marzo de 1919, en la plaza del Santo Sepulcro de Milán, de la mano de Mussolini se crearon los Fascios de Combattimento. En Francia, la prensa izquierdista pedía la revolución; la de derechas exigía represión. Huelgas y protestas se sucedían unas tras otras. Durante el invierno y la primavera las calles se llenaron de manifestaciones de hombres y mujeres vestidos de azul, como era costumbre entre los obreros franceses, y contramanifestaciones de las clases medias. Mientras, en España, a aquellos años del 1918 al 1920 se les llama el Trienio Bolchevique. Ya en 1918 hubo huelgas, disturbios provocados por el hambre y saqueos de comercios. Algunos de ellos liderados y llevados a cabo por mujeres. Los tumultos comenzaron en Andalucía, para extenderse más tarde por Levante, Murcia y Zaragoza. La mayor agitación se inició en la primavera de 1918, se detuvo en el verano y siguió en el otoño para no detenerse durante meses.
Y durante el mes de junio de 1918 la CNT celebró en Barcelona el llamado “Congreso de Sants” que fue, sin ningún género de dudas, el acto organizativo que tuvo mayor impacto en el seno del movimiento obrero catalán. En dicho Congreso se planteó y aprobó una nueva forma de agrupación del movimiento obrero basada en los “Sindicatos Únicos”, intentando así superar las viejas formas decimonónicas basadas en las “Sociedades de Oficio”, cada vez más ineficaces a la hora de enfrentarse a la burguesía en las luchas obreras y sociales planteadas.
1919: un año de revolución y reacción en Catalunya
El tiempo transcurre inexorablemente. Hace algo más de cien años de aquel 1919. Un año singular. Empezó con una revolución en Barcelona: la Huelga de la Canadiense, que tuvo lugar entre el invierno y la primavera. Duró 44 días y durante el conflicto un gobierno asustado decretó las 8 horas de jornada laboral. Durante la huelga, y ya definitivamente tras ella, se configuró en Barcelona un verdadero grupo de presión partidario de medidas autoritarias, los cabezas visibles del cual fueron la Federación Patronal de Barcelona y el capitán general de Cataluña Joaquín Milans del Bosch, abuelo de aquel Milans del Bosch que en tiempos de Tejero sacaría los tanques a las calles de Valencia. Y el año finalizó con una reacción: el cierre patronal (un paro patronal, un cierre de empresas) que persistió durante ochenta y cuatro días en Barcelona y en distintas ciudades industriales catalanas: del 3 al 30 de noviembre fue parcial y del 1 de diciembre al 26 de enero de 1920 total.
¿Por qué apareció esta organización, la Federación Patronal de Barcelona? Se ha dicho ya algo sobre ella. Observemos el papel que jugaría en aquel contexto atenazado por la crisis de la posguerra. En primer lugar, de enfrentamiento directo con los obreros, creando cajas de resistencia con la ayuda de las cuales poder aguantar huelgas y locauts. En segundo lugar, estableciendo diversos tipos de control sobre sus trabajadores: por ejemplo, aprovechando los contactos que los patronos mantenían entre sí en la sede de sus sociedades para cambiar las listas de los obreros más conflictivos. En tercer lugar, sirviendo como entidad que dirimía los conflictos creados entre los propios patronos, obligándoles a resistir en caso de una huelga y de no ceder individualmente ante las peticiones de sus obreros. Se ha de tener en cuenta que si un empresario transigía ante las coacciones de sus empleados, de inmediato se extendía el ejemplo. Y, por último, dicha Federación Patronal haría de grupo de presión ante los poderes locales –Ayuntamiento, Diputación, Gobernador Civil, Capitán General- y de un gobierno central cada vez más inclinado a una legislación reformista, en un intento de paliar la conflictividad social.
En aquel contexto, como se verá, la Confederación Patronal Española, en estado de hibernación desde 1914, reapareció. Surgía ahora como una patronal fuerte y dispuesta a velar por la suerte y continuidad de sus filiales, las federaciones regionales. En octubre de 1919 quedaría definitivamente asentada y tendría protagonismo en esos difíciles años que enlazaron con el golpe de Estado de Primo de Rivera.
Un Segundo Congreso Patronal Español en el que no solo participaron las clases medias
Para los patronos barceloneses aquel verano de 1919 fue especialmente irritante. El estado de guerra que se había proclamado hacía meses (clausura de libertades, el ejército en la calle, etc.) se levantó. Las clases dominantes, ¿qué pensarían entonces? En pocas palabras: que los obreros se reorganizarían. Por otra parte, desde primeros de octubre había entrado en vigor el decreto de la jornada de ocho horas, aprobado el pasado 3 de abril, durante la huelga de la Canadiense. Y lo que podía resultarles preocupante: en un intento de canalizar la situación por la vía de la negociación, el abogado y político conservador Joaquín Sánchez de Toca a sus sesenta y siete comenzó a plantear una serie de medidas legislativas en materia social. ¿Qué hacer? En todo España los empresarios se pusieron en pie de guerra. Pero sobre todo en Cataluña, donde la patronal sufría los embates de la CNT, sindicato revolucionario.
El mismo 3 de septiembre, mientras se levantaba el estado de guerra, la Federación Patronal de Barcelona llamó a la puerta de la Confederación Patronal Española, entonces inactiva como se ha dicho. Ante la presente situación: ¿cómo poner en jaque al gobierno de Sánchez de Toca? Ahí se inserta la celebración de un Segundo Congreso Patronal. Antes de iniciarse el evento, la Federación Patronal de Barcelona planteó a la Confederación una serie de cuestiones. Veamos algunos de los ocho puntos más significativos:
1) “Que dado el cumplimiento acordado en el Congreso celebrado en septiembre de 1914 y que por las circunstancias especiales y que por las circunstancias por las que ha atravesado el mundo no se ha podido llevar a la práctica, se celebre un Congreso en Barcelona.
2) Que teniendo en cuenta los proyectos del gobierno de legislar en materia social y la necesidad de darle orientaciones, por el desconocimiento absoluto que de estos asuntos demuestra tener, se celebre este Congreso durante la tercera semana del octubre próximo”.
Desde su secretaría se enviaron una serie de comunicaciones “a todos los patronos españoles” animándoles a asistir al congreso que tendría lugar en un lugar emblemático de la burguesía catalana: el Palacio de la Música de Barcelona. Y se fijó una fecha: entre los días 20 y 26 de octubre de 1919. Veamos ahora qué decía una parte de la convocatoria. Es interesante porque expresa el sentir de la patronal:
“Hemos de declarar muy alto que las clases patronales están dispuestas a realizar todos los sacrificios que sean compatibles con las posibilidades de la producción, sin que nos arredren las innovaciones, por atrevidas que parezcan”.
El Congreso echa a andar
Aquel 20 de octubre las nubes azotaban el cielo. El viento silbaba por las calles, los sombreros volaban. Los patronos, reunidos en su sede, Rambla de Canaletes, 6, pusieron sobre el tapete el fin último que deseaban plantear en aquel Congreso: declarar un locaut en Barcelona y diversas ciudades industriales catalanas, que, poco a poco se extendería por toda España. Viejos papeles apuntan que los congresistas eran más de cuatro mil, cuatro mil patronos llegados de diferentes puntos de España. Habían recibido la invitación, la convocatoria y los miles de manifiestos impresos y distribuidos por la Confederación Patronal Española.
El “director” del evento, Felipe Pons Solanas, perito agrónomo y fabricante de cemento, era un hombre muy conocido en el mundo empresarial de Catalunya y del resto del Estado Pocos años atrás, llevó a cabo un trabajo destacado como delegado de las Cámaras de Comercio. Así, el 23 de enero de 1911 había embarcado rumbo a Oriente en una misión comercial especial, en calidad representante de la Unión de Productores de España y como delegado de la Sociedad Económica de Barcelona y de la mayoría de Cámaras de Comercio de España. Tenía, pues una gran experiencia en el mundo de los negocios. Y ahora, en el Congreso, sabía que la mayor parte de los asistentes eran patronos pequeños y medios. Pero, por supuesto, él conocía los «entresijos» de la historia. Allí, era seguro, también había representantes del Fomento del Trabajo Nacional, la gran patronal de toda la vida. Igualmente, de la Sociedad Económica Catalana de Amigos del País, del Sindicato de los terratenientes -el San Isidro-, del Círculo Ecuestre, aún hoy situado en un emblemático edificio de la Diagonal, en cuya sede se discutían las bodas de los cachorros, pero también, en definitiva, asuntos de negocios. etc., del Círculo del Liceo, en concreto, de todas las asociaciones económicas y sociales relevantes.
De los congresistas que, en última instancia, había detrás de la propuesta del cierre patronal señalemos a los hombres de la Federación Patronal de Barcelona. Esta organización llevaba la batuta. Había sido liderada tradicionalmente por industriales de la construcción, pero, durante la huelga de La Canadiense, le dieron apoyo otros grupos económicos: el textil, el metal… ¿Qué tipo de empresarios había detrás, pequeños, grandes o medios? Todo indica que, en este Congreso y después, cuando tuvo lugar el cierre patronal, eran uno. La federación tenía la intención de organizar la totalidad de la patronal barcelonesa. Y es aquí donde hay que encajar la figura de Eloy Detouche, presente en el Congreso.
¿Quién era Eloy Detouche? Veamos: Detouche era un industrial metalúrgico de origen francés nacido en Barcelona. Tenía una industria en la barriada de Gràcia. Durante la Primera Guerra Mundial luchó en el ejército francés pero pronto, en 1915, fue desmovilizado y volvió a Barcelona para realizar una misión de propaganda encargada por el gobierno (desconocemos si el francés o el español). Entonces estaba ya en la cincuentena y medio enfermo, pero tuvo fuerzas para impulsar la revista aliadófila Iberia. La publicación comenzó a salir cuando Detouche se proponía realizar algún tipo de acción para compensar la carencia de ayuda que supuestamente recibían los aliados. Fue miembro de la Comisión organizadora del Segundo Congreso Patronal y era un dirigente del Fomento del Trabajo Nacional. Como más adelante se verá, en enero de 1920 pasó a presidir accidentalmente la Federación Patronal. Tenía su residencia habitual en una casa modernista situada en el corazón de Gràcia, una vivienda que aún se mantiene en pie. El hecho de que un hombre como Detouche, dirigente del Fomento, tuviera una importancia clave en este Congreso ¿indica que esta organización también estaba impulsando el cierre patronal? Todo indica que, estando medio a la sombra, esa asociación de raigambre lo medio lideraba.
Durante el Congreso, algunas ponencias de patronos catalanes giraron en torno a la sindicación obligatoria de patronos y obreros. Veremos después que proponía, por ejemplo, un hombre como Josep Pallejà Vendrell. ¿Quién era este industrial? En el año 1900 fue presidente de la Unión y Montepío de Maestros Pintores. Diez años después, ocupó el cargo de secretario de la Federación de las Industrias de la Construcción, que fue el embrión de la Federación Patronal, asociación patronal de la que ejerció de secretario de 1913 hasta 1930. En 1914 organizó oficialmente, en Madrid, la Confederación Patronal Española y el 15 de marzo de 1919 reconstituyó oficialmente la Federación Patronal de Barcelona. El 9 de abril del mismo 1919 firmó una carta, en nombre de la Federación Patronal de Barcelona, dirigida al capitán general de Catalunya, Joaquín Milans del Bosch, anunciándole, en nombre de la mayoría de patronos barceloneses, la formación de un cuerpo de policía particular, que estaría dirigido por el ex policía Bravo Portillo (asesinado el 5 de septiembre de 1919 por anarquistas radicales cuando contaba cuarenta y tres años de edad). El año 1930, Pallejà fue jefe del Archivo del Real Patrimonio de Catalunya.
Pues bien, en su ponencia, “Bases para la sindicación patronal”, Pallejà decía lo siguiente: “Paralelamente a los sindicatos obreros, los elementos patronales deberán agruparse con carácter obligatorio constituyendo al efecto una Asociación o Sindicato para la mejora y regulación general de la clase patronal”. Y otro apartado se titulaba: “Bases para la sindicación obrera”. Y aquí señalaba que: “Todos los que teniendo un oficio o profesión determinados realicen trabajos por cuenta ajena, se agruparan formando una Asociación o Sindicato para el cumplimiento para los fones de mejoramiento social de los mismos”.
Por su parte, Pons Solanas aseguraba “tener las bases de organización corporativa para toda la Nación”.
Estaba claro, los patronos querían otro tipo de sindicatos, unos sindicatos diferentes del confederal, es decir, de la CNT, y no de clase. Como esto no se conseguía, proyectaban una Sindicación Vertical (de naturaleza corporativa), en la cual estuvieron afiliados patronos y obreros por ramos de industria. Además de la Federación Patronal, como se ha visto, esta propuesta la venían pidiendo las Cámaras de Comercio y de la Industria, el propio Fomento y otros gremios de la construcción.
Se puede constatar con que la patronal había extraído experiencias de la huelga de La Canadiense. Entonces, la Federación Patronal se dio cuenta de que para llevar a cabo una acción, que significaba ponerse frontalmente en contra de los obreros, pero también del gobierno, tenía que contar con el apoyo de los patronos españoles; y de una fuerza potente, de una fuerza que debería ser armada. En definitiva, se pensó en una fuerza militar. Pero durante la huelga de La Canadiense esta estrategia había fallado. Los obreros lograron la jornada de 8 horas. Sin embargo, la patronal tomó nota. Dicho y hecho. Antes de decretar el paro patronal lo pensó con calma.
Los patronos catalanes contaban que el empresariado español secundase el locaut. Bien, el apoyo de los patronos españoles ya lo estaban consiguiendo en parte mediante el Congreso. Ahora faltaba el segundo, el militar. Consideremos las estrategias. La Federación Patronal y la Unión Monárquica Nacional montaron una gran manifestación de patronos, políticos y otros. ¿Dónde fueron? Pues es fácil de imaginar a estas alturas del relato. O puede que no. Bueno, la cuestión es que, al anochecer, la manifestación fue a rendir tributo a Milans del Bosch, al capitán general de Cataluña.
Del locaut a la Dictadura: intento de golpe de estado en 1919
Desde mucho antes de la hora anunciada para la celebración del acto de rendir tributo a Milans, una doble línea de automóviles ocupó gran parte del Paseo de Colón, donde también el Gobierno Civil tenía la sede. Una multitud de «notables» traspasó las puertas de Capitanía. A las cuatro de la tarde, se abrieron las puertas del Salón del Trono. Allí, flamantes dentro de sus vistosos uniformes, comparecían Milans del Bosch y el jefe de su Estado Mayor y otras personalidades. Las diferentes entidades económicas y sociales barcelonesas representadas eran numerosas; estaba la «flor y nata» de la burguesía.
En nombre de miles de barceloneses, el presidente de la Federación Patronal, Félix Graupera, contratista de obras de cuarenta y siete años de edad, saludó a Milans. En este acto de hermandad, Graupera convirtió en protagonista al militar, al que, con voz potente, le dijo: «¡Es usted el único representante de la justicia, el orden, la autoridad y la tranquilidad!»
Las conclusiones que se pueden extraer de notas de prensa nos permiten visualizar este acto como un espectáculo de afirmación monárquica y españolista. Españolista y pro Milans del Bosh, al que se le pedía que diera un golpe de estado. Y ello estando presentes los dirigentes de la Lliga Regionalista, un partido catalanista y autonomista, que, en definitiva, pedían lo mismo. En consecuencia, se lanzaron consignas a favor del ejército, de España y de la Corona. Y lo que resultaba insólito: en el ambiente se percibían rumores que clamaban "abajo los políticos". ¿Qué quería decir eso? Se ha dicho ya: que entre las urnas y los sables la opción de la Federación estaba clara. Patronos y militares estaban amenazando al gobierno con un golpe de estado.
Cerca de la mitad de Barcelona cerraba filas en torno a Milans. Y entonces salieron a la calle los hombres del Somatén. ¿Qué era esta institución armada?: una organización paramilitar de origen medieval con vigencia en ámbitos rurales de Catalunya pero formada en Barcelona meses atrás, el 22 de enero de aquel año conflictivo de 1919. Funcionaba bajo la jefatura suprema del mismo Milans del Bosch. El “padre” de la idea de extender esta organización a Barcelona fue un prohombre barcelonés: Carles Camps y d’Olzinelles, segundo marqués de Camps. ¿Quién era este prohombre barcelonés? Había nacido en la ciudad condal en 1860 y devino unos de los grandes propietarios agrarios catalanes de la época. Militante de la Lliga Regionalista, se convirtió en un estrecho colaborador de Francesc Cambó. Durante las dos primeras décadas del siglo XX fue repetidamente diputado —por Olot, Barcelona e Igualada— y senador por la Sociedad Económica de Amigos del País barcelonesa. Murió en San Sebastián en 1939. Tenía setenta y nueve años de edad. Volvamos a los somatenistas. En estas circunstancias de las que hablábamos, habían recibido órdenes de Capitanía de estar sobre aviso. Acostumbrados a la instrucción, se alineaban a ambos lados de las calles y se preparaban para perseguir a los hombres que pasaran vestidos y calzados con alpargatas y blusas típicas de obreros.
Contando con los apoyos militares y civiles la Federación Patronal dio el ultimátum: si en el transcurso de cinco días los obreros que estaban en una de esas huelgas típicas de la Barcelona de la época no volvían todos al trabajo (sin ponerse en marcha la jornada de ocho horas), a partir del 3 de noviembre próximo se sometería a la ciudad condal a la violencia del locaut.
Mientras tanto, en Madrid, el gobierno recibía la noticia. El primer ministro consideró a los patronos irritantes: ¿qué se habrán creído?, pensó, ¡parece que están dispuestos a cumplir la amenaza! El ministro de la gobernación, el católico social Burgos y Mazo, se cuadró. Declaró el cierre patronal ilegal. Sostenía que se había declarado de espaldas al gobierno. Con ello, los patronos se situaban fuera de la ley.
Pero, al parecer, ello no disuadió a los beligerantes patronos catalanes y el locaut parcial se extendió del 3 al 30 de noviembre de 1919. Y el 1 de diciembre comenzó un locaut total. Finalizaría el 26 de enero de 1920.
Consecuencias del locaut
Avanzando aquel mes de enero de mil novecientos veinte el largo locaut estaba provocando pérdidas cuantiosas para los industriales y comerciantes, mientras la clase obrera estaba sumida en la miseria. Sus dirigentes estaban en la cárcel, escondidos o exiliados ¿qué significaba eso? Que les era imposible comunicarse normalmente con sus bases ya extenuadas. ¡Era el momento!, pensaron entonces los líderes patronales, la ocasión propicia para levantar el cierre patronal. ¿Cuándo, sino? Con las sociedades obreras cerradas y contando con el soporte de Milans del Bosch (capitán general), del conde de Salvatierra (gobernador civil), de Miguel Arlegui (jefe de policía), con la banda de pistoleros liderados por el falso barón de Köening y con las milicias armadas enroladas en el somatén era seguro que se podrían imponer condiciones. Y empezaron los preparativos para poner fin el locaut.
El modelo que los obreros tendrían que aceptar si querían que acabase el cierre patronal imponía unos puntos muy duros. Unos puntos que estipulaban aquello que ya se planteó durante el Segundo Congreso Patronal que precedió al locaut y que fue uno de los móviles que lo impulsó: la duración del contrato sería de un día solar; es decir, que se renovaría diariamente. Y seguía el documento: si cualquier circunstancia (lluvia, avería de las máquinas, falta de primeras materias o de fuerza motriz, o enfermedad) impedía hacer el trabajo, el salario no se cobraría. Por último, la nota señalaba la prohibición de que los delegados obreros tuviesen cualquier papel en la dirección u organización del trabajo. Para conseguir de facto la desarticulación de la CNT, el documento acababa señalando que solo se entraría en negociaciones con otro tipo de organizaciones obreras. Y para reforzar todo lo apuntado, la Federación Patronal recomendaba que solo se diese trabajo a aquellos obreros que no estuviesen sindicados.
El cierre patronal finalizó y la burguesía tuvo que admitir que al sistema liberal aún le quedaban fuerzas para salir de la encerrona más o menos ileso, y que la CNT no había sido definitivamente clausarada, aunque su número de afiliados había mermado mucho. Poco después, los empresarios catalanes solicitaron al gobierno el hombre fuerte que necesitaban: Severiano Martinez Anido. Bajo su mandato en el gobierno civil de Barcelona se estableció la denominada “ley de fugas” y, con la CNT ilegalizada unos nuevos sindicatos, los Sindicatos Libres, experimentaron un gran crecimiento. En aquella Barcelona, entre los pistoleros de la CNT y los hombres de los Libres se desató una guerra sin cuartel.
1923: la huelga del transporte, antesala del golpe de estado
Bajo el mandato de Martínez Anido la CNT había experimentado un debilitamiento, pero en los meses previos al golpe de Estado de 1923, Barcelona volvió a vivir un ambiente de dramática agitación social, cuando reapareció con fuerza la violencia social. A partir del 14 de mayo, una huelga general del transporte rodado estalló en Barcelona y duró hasta el 12 de julio. En este contexto de vuelta a la conflictividad, de nuevo entre la patronal de generalizó el convencimiento de que la solución de los problemas se encontraba entre los propios medios empresariales. Dado que dentro de la Federación Patronal había diferencias, de hecho la organización estaba lejos de ser lo que fue, los patronos decidieron seguir la iniciativa de una corporación: la Cámara de Comercio. Una iniciativa que tomó forma amparada por su presidente: Joaquim Cabot Rovira. Cabot había nacido en Barcelona en 1861 y era abogado, joyero y político miembro de la Lliga Regionalista. El 1914 colaboró con Enric Prat de la Riba en la creación de la Mancomunitat de Catalunya. También presidía el Orfeó Català. La iniciativa también fue defendida por el secretario de la Cámara, el periodista y abogado Bartomeu Amengual Andreu, un hombre de cincuenta y siete años que era periodista y abogado. Había ocupado diversos cargos en organizaciones económicas españolas, como en el Consejo de Economía Nacional de Madrid y la Sociedad Atracción de Forasteros de Barcelona, que había fundado en 1907. Con este patrocinio se formó una Comisión que tenía la finalidad de actuar en dos frentes distintos: por una parte, en el de aglutinar todas las fuerzas patronales en un frente unido y cohesionado. Por otra para incidir sobre los políticos catalanes para que llevaran al parlamento la cuestión de la supuesta indefensión de Barcelona.
Pasaban los días y los patronos no obtenían respuesta de Madrid. Entonces, en un contexto previsto como prerrevolucionario, los patronos volvieron a acercarse al ejército. En consecuencia, los presidentes de las corporaciones económicas y sociales de Barcelona se pusieron directamente en contacto con el entonces capitán general de Catalunya, Miguel Primo de Rivera. Los patronos, dijeron al militar que solo confiaban en el ejército. Estaba claro que el impacto que tuvo esta gran huelga fue total y que devino la antesala del golpe de estado.
Es importante, creo, conocer lo que a este respecto hizo el rey aquellos días. En este sentido, en el archivo de la Cámara de Comercio de Barcelona se encuentra depositada una carta, fechada en junio de 1923, justo tres meses antes del golpe de estado. En ella, un número importante de corporaciones catalanas, cincuenta y siete, escribieron una carta a Alfonso XIII. Empieza diciendo: “Señor: una inexplicable inhibición de las autoridades legítimas ha hecho posible en Barcelona la entronización de un poder subversivo que perturba y paraliza a su antojo... etc. Y continuaba... No nos niegue, señor, su intervención soberana en momentos tan angustiosos”. La misiva estaba firmada por hombres que pertenecían tanto a la Unión Industrial Metalúrgica, potente patronal del metal, como por directivos del Centro Excursionista de Catalunya o del Círculo Ecuestre. Bien está todo dicho, creo. La pregunta que se impone, ¿por qué todo indica que el rey aceptó el golpe de estado?
Una sucinta reflexión
En definitiva, haciendo una recapitulación, las fuentes consultadas ponen de manifiesto que el 13 de septiembre de 1923, cuando Primo de Rivera “se pronunció” tenía la seguridad de que una gran parte de la sociedad catalana era partidaria de soluciones autoritarias. Y no solo autoritarias, sino también corporativas; las había solicitado anteriormente. Insistentemente en el Segundo Congreso Patronal, en el que participaron las clases medias, pero también los patronos más influyentes en el plano económico, político y social de la capital catalana, y ya durante los primeros días de la dictadura. La creación en noviembre de 1926 de la Organización Corporativa Nacional (OCN) respondía más o menos a peticiones que desde hacía años formulaban algunos sectores catalanes católico social y muchos otros del resto de España. No obstante, la opción de Primo no satisfizo a muchos industriales catalanes porque el modelo que venían postulando de sindicación obligatoria y única por ramos de industria entonces no tomó forma, pero sí lo hizo cuando se instauró el modelo corporativo establecido por el franquismo y defendido también desde antes por la Falange Española: los Sindicatos Verticales. Pero eso ya fue más tarde, pasada la guerra civil, el año 1940. En efecto, el franquismo aprendió de la experiencia de la Dictadura y fue más favorable al modelo fascista para establecer un claro sindicalismo vertical corporativista. Este modelo falangista pretendía suprimir las diferencias de intereses a través de una organización única.
Soledad Bengoechea Echaondo es Doctora en historia, miembro del Grup de Recerca Consolidat “Treball, Institucions i Gènere” (TIG), de la UB, y de Tot Història, Associació Cultural.
Referencias
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Fuente → vientosur.info
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