La Transición española dio por bueno el olvido que había impuesto el franquismo. Como consecuencia, sobre una débil memoria democrática y republicana ha acabado rebrotando la maleza del neofranquismo de Vox. Es un fracaso absoluto de la democracia al igual que es un fracaso europeo el auge en todo el continente de los nuevos populismos de ultraderecha (Meloni, Le Pen, Winders...) o de los autoritarismos poscomunistas (Putin, Orban y cía).
¿Cómo es posible obviar las barbarias de Hitler, Mussolini, Franco y Stalin? Ya no quedan prácticamente testigos vivos directos de los respectivos holocausto. Esa historia infame amenaza con diluirse. Amat-Piniella, Semprún y Neus Català ya no están. Su memoria se va apagando en un presente continuo distópico, sin los ideales de resistencia y dignidad que las víctimas de los campos de exterminio encarnaban. Lo mismo podemos decir de los luchadores antifranquistas. ¿Y los republicanos? Ahora podemos ver la película testimonial basada en la tragedia del maestro Antoni Benaiges, que quería enseñar el mar a los niños y niñas de un pueblecito aragonés. Justo en el momento en que PISA ha vuelto a sacudir nuestro desconcierto educativo, resulta aún más impactante la belleza de su maestría, de su entusiasmo contagioso. Benaiges no trabajaba con los niños de forma memorialística, sino por proyectos y competencias. Y hoy su recuerdo nos proporciona de buena memoria.
El olvido y la ignorancia son fáciles y cómodas. Al igual que la neutralidad. No saber por así no tener que mojarte ”
La ignorancia es fácil y cómoda. Al igual que la neutralidad. No saber por así no tener que meterte en nada, para no mojarte. Ni con las guerras lejanas ni con las miserias junto a casa. O con la barbarie retórica que comienza a apropiarse de las calles, de las redes, de las conversaciones de bar. El discurso de Vox, blanqueado por el PP, está calando. Cada país tiene su singular huevo de la serpiente. También Cataluña. Y Argentina, junto al amigo de Abascal, un Milei al que acompaña una vicepresidenta que niega los crímenes de la dictadura. Pobres madres y abuelas de la Plaza de Mayo. De nuevo el olvido.
En nuestro país y en el conjunto de Europa los ultras encuentran en la inmigración a los nuevos judíos a los que culpar de todos los males. Como si fueran responsables de las transformaciones culturales de fondo que llevan tiempo cambiando la familia, los valores, las condiciones de vida, la educación, el sentido de autoridad y de esfuerzo, la pulsión solidaria. La globalización del mercado y las nuevas tecnologías de la comunicación están en la base de este estremecimiento civilizatorio, cuya inmigración es consecuencia y no causa. Pero ya se sabe: es más fácil encontrar a un enemigo débil y fácilmente identificable.
La suma de desmemoria y simplificación nos está llevando a un mundo regido por la antipolítica primaria y la desafección ciudadana. Cuando las democracias se debilitan, lo que viene después es peor. Cuando las instituciones públicas caen en el desprestigio, la ineficiencia y la corrupción, lo que viene después es peor. Cuando no hay proyecto ni memoria, el presente se ensucia y el futuro se oscurece.
Pero la memoria la tenemos al alcance de la mano. Si queremos, podemos recordar. Ahora que se celebra el centenario de su nacimiento, podemos leer a Semprún, que no se reconocía ni español ni francés, sino preso de Buchenwald. Ahora que hace veinte años de su muerte, podemos leer a Vázquez Montalbán, que más que catalán o español, era memoria viva de los vencidos. Con ellos será más fácil combatir la nueva barbarie que nos atasca y plantar semillas de futuro.
Fuente → es.ara.cat
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