Franquismos en la Constitución del 78
Domingo Sanz
El lunes 11 asistí a la presentación de “El ajedrez de siete piezas” (Ed. Documenta Balear), una novela del juez Castro sobre las reuniones que los padres de todos los padres mantuvieron para elaborar la ley de todas las leyes durante la transición trampa que, además de no abrirse con una ruptura, se terminó cerrando con un teatro que aún hoy, más de cuatro décadas después, sigue ocultando su guion con la Ley (franquista) de Secretos Oficiales.
Nada más finalizar el acto recordé que hace un año más de veinte jurídicos, incluido el autor de la novela, se dirigieron por escrito al presidente del Gobierno para reclamar que el jefe del Estado renunciara, durante el discurso navideño que se disponía a pronunciar, al privilegio de cometer delitos sin consecuencias que le concede la interpretación que los tres poderes del Estado, tan “independientes” ellos, realizan al unísono de un artículo 56 que ignora el 64 a pesar de que lo cita, para esquivar el 14.
Simplificando, todos los que mandan están de acuerdo en que prevalezca el Titulo II, “de la Monarquía”, sobre el Título I, “de los derechos y deberes fundamentales” en la Constitución o, comparando como toca, escala franquista de valores políticos para asegurar privilegios y disfrazada con normas de alto rango.
Gracias a ese privilegio ningún juez puede, por ejemplo, preguntarle al más desigual de todos dónde estaba tal día a tal hora, esa secuencia que tantas veces hemos visto en las películas de ladrones y policías cuando más se parecen a la realidad porque, entre otras cosas, representan la “igualdad de todos ante la ley” que no puede faltar en ninguna constitución que pretenda llamarse democrática y de la que tanto presume la del 78 que ordena nuestras vidas, aunque más las de unos que las de otros.
El actual jefe del Estado comparte con los dos jefes anteriores el privilegio de ser, ante la ley, desigual a su favor en cualquier circunstancia que pueda molestarle. Un privilegio idéntico al disfrutado por su padre, un corrupto desde el primero hasta el último de sus 188 centímetros de estatura y que jamás lo habría sido tanto sin una Constitución tan redactada a su medida. Tanta, que más que padres de todos los padres aquellos siete parecen sus secuaces.
Se trata de un privilegio que también blindaba al jefe del Estado dictador, aunque lo de hoy ofende más porque es el presente y nos está ocurriendo en democracia, que por aquel entonces la separación de poderes solo la practicaban los jueces valientes.
No como ahora, o quizás sí, porque ¿cuántas “puertas de atrás” le ha abierto al PP el portero Marchena?
Con una política sobre los asuntos “de Estado” que ni siquiera ha servido para derogar la Ley que decía al principio, la franquista esa de Secretos Oficiales que le sirve al Gobierno de Coalición Progresista hasta para ocultar encuestas realizadas en los años 70, no es extraño que haya quien se plantee que solo el jefe del Estado sea capaz de borrar esta marca franquista de la Constitución, aunque, eso sí, siempre que actúe movido por el interés general, porque si fuera por solo por el suyo, el contubernio vigente le sigue permitiendo gozar del privilegio “delictivo” que llamaré de “desigualdad continuada”, un título inventado pero que quizás sirva para esto. Ya me corregirán los que saben de penales.
Y dos franquismos más que solo mencionaré, pues merecen reflexiones aparte.
Por una parte, la casi imposibilidad de reformar el texto constitucional. A este respecto resulta interesante leer “Anacronías de la Constitución española”, un reciente artículo de Luis Arroyo en infoLibre en el que no he leído “franquismos”, pero que en el foro de los comentarios el lector “GRINGO” va mucho más lejos cuando contesta al lector “jorgeplaza” que “Si te ayuda te puedo regalar las Tablas de Moisés, son más antiguas que la Constitución y no sirven para NADA”.
Sin retroceder tanto, creo que los “Principios Generales del Movimiento” eran tan lentos como la Constitución del 78 en lo de moverse al ritmo de los tiempos.
Y, por otra parte, lo del artículo 62.h de la propia Constitución, que establece que una de las funciones del jefe del Estado, también en esto se parece a las del dictador, es la de ostentar “el mando supremo de las Fuerzas Armadas”, un cargo que desde hace un año prefiero llamar MASUFA, por lo mismo que existen JEMAD y tantos otros. Todos sabemos que un “Generalísimo de los Ejércitos” no es lo mismo que un MASUFA, pero nunca sabremos hasta donde habría llegado la tensión a partir del 1 de octubre de 2017 con un presidente del Gobierno apellidado Sánchez si en marzo de 2016 los 70 diputados de Podemos hubieran investido al candidato en lugar de votar a favor de que el PP siguiera en La Moncloa.
Quizás la limpieza más notoria de restos franquistas de la Constitución, pero sin tocarla, se la aceptó el ex Aznar en 1996, y por unos cuantos votos para poder gobernar, al ex Pujol cuando reguló “con las debidas garantías (…) las demás causas de exención del servicio militar obligatorio” declarándonos exentos a todos mientras comenzaba, tal como ordena la propia ley de todas las leyes, la busca de otras maneras para hacernos cumplir con el “deber de defender a España”. Según el artículo 30 que también pertenece al Título I, pero a mí todavía no me han dicho como tengo que defenderla, aunque también es verdad que, como yo hice la mili de la dictadura, seguramente me sigue valiendo por aquello “de la ley a la ley”, una de las marcas de la Transición basura que sirvió para amnistiar, ahora que está de moda la palabra, a miles de criminales de la dictadura.
Hace más de un cuarto de siglo un pacto de investidura sirvió para vaciar de contenido franquista, pero sin tocarle una coma, un artículo constitucional que molestaba con lo de la milicia.
En cambio, si en 2023 ha sido imposible incluir en otro pacto de investidura compromisos para el vaciado de franquismos en artículos constitucionales que o nos avergüenzan, o nos paralizan, o incluso nos amenazan, es porque nos encontramos al borde del precipicio.
Ahora que nadie nos escucha, si tiene usted línea directa con Pedro Sánchez le puede recordar al oído esta fecha: 15 de diciembre de 1976. Hacer algo parecido es probable que nos sirva de paracaídas para llegar vivos al fondo del abismo.
Fuente → Domingo Sanz
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