Felipe VI pierde su mirada a través de un ventanal de Zarzuela, apesadumbrado. El invierno golpea con fuerza el bosque de El Pardo; al fondo se divisa la silueta atávica de la Sierra de Guadarrama. Pronto todo estará teñido de blanco, como sus cabellos. El tiempo pasa inalterable y el monarca no puede esconder esa sensación que le martillea las sienes. ¿Es España ingrata con quien lo ha dado todo por ella? ¿Fue, acaso, él mismo ingrato con su propio progenitor y padre también de la huraña democracia española, Juan Carlos I?
Como el jefe del Estado no concede entrevistas, cuesta conocer sus reflexiones y análisis sobre lo que acontece. De este modo, nos obligamos a situarnos entre la imaginación y la ficción del párrafo anterior, la poca información contrastada que se conoce sobre Casa Real y la mucha rumorología que impregna las páginas de Sociedad para hacernos una idea de la salud de la monarquía y de sus posicionamientos políticos. Felipe VI mantiene, desde que terminó el verano, una actividad algo ajetreada. Y ya estamos en diciembre, tempus fugit.
Se le ha juntado el inicio del curso judicial, por un lado, con, por otro, las juras de su hija Leonor, que ya tiene dieciocho añitos (tempus fugit, otra vez). Ora el arranque oficial de la XV Legislatura en el Congreso, ora el Día de la Constitución y ya, enseguida, Nochebuena. Él, que es un rey acostumbrado a las aventuras, que llegó al trono en un momento de inestabilidad política tal que tuvo que enfrentarse, nada más y nada menos, a un bloqueo político ante la incapacidad de Mariano Rajoy de formar Gobierno; que hubo de salir el 3 de octubre de 2017 junto a Carlos III "porra" en mano a frenar al separatismo catalán... Él, ahora, está cansado. Y le asola una gran preocupación. Lo imaginamos mirando al cielo, a través del ventanal, y repitiendo: "Por favor, por favor, por favor... Que no me llamen Felpudo VI los cuñados en las cenas de Nochebuena".
Y es que a la ya de por sí exigente agenda real, se le ha juntado el acuerdo de Pedro Sánchez con los partidos independentistas, el cual incluye la omnipresente ley de amnistía. Los nacionalistas españoles han formado filas, todos a una. Pero ahí, entre las hileras de soldados, falta él, el Primero, el rey. Su función constitucional le impide tomar partido en esta disputa política, al contrario de lo que hizo en 2017 sin tapujos.
En las agitadas calles del recién expirado noviembre, en las manifestaciones impulsadas por la derecha, han aparecido rojigualdas mutiladas para hacer desaparecer de la bandera el escudo constitucional con la corona. Y los insultos a la sacrosanta Constitución de 1978, que hasta ahora eran una marca registrada de rojos e independentistas, se han escuchado también entre los ultraderechistas. Y, lo que es peor, en las asonadas de Ferraz le han bautizado como Felpudo VI. La pesadilla de Zarzuela.
Las voces periodísticas que dicen tener información sobre el jefe del Estado y la Casa Real inciden en que Felipe VI está preocupado o, incluso, enfadado. La información, como decimos, sobre la Familia del Rey se puede conocer con cuentagotas. Ni siquiera a través del CIS, que lleva casi una década sin preguntar sobre la monarquía. La única vez que el barómetro público interrogó sobre Felipe VI fue en 2015, y este suspendió: obtuvo un 4,34 sobre 10 en valoración ciudadana.
Desde entonces, algunos medios de comunicación han intentado paliar las carencias del CIS. Un ejemplo fue la encuesta realizada por un puñado de medios independientes, entre ellos Público, que mostró una realidad nada halagüeña para la Corona. El 12 de octubre de 2020, este estudio mostraba que un 40,9% de los españoles apoyaría la república en un referéndum frente a un 34,9% que votaría por la monarquía. Esta última semana, eldiario.es publicaba una propia y los resultados fueron que el 44,7% apoyaría la república y un 43,5%, la continuidad monárquica.
Ahora que también algunos nacionalistas españoles reniegan del rey, al que le critican que no se haya impuesto ante el entendimiento del Gobierno de coalición entre PSOE y Sumar con los soberanismos periféricos, y le insultan sin tapujos en los medios de comunicación y redes sociales, Felipe VI mantiene un principal bastón de apoyo: el PSOE. Ante esta extraña situación en la que la crítica a la monarquía no viene solo desde el lado izquierdo, tradicionalmente y cuantitativamente republicano en el Estado español, sino también desde el flanco derecho, llama la atención cómo el monarca volvió a homenajear a la Constitución de 1978 en su discurso de esta semana que termina, en la inauguración de la XV Legislatura en el Congreso.
"Un país que en 1978 alcanza su mejor expresión en el entendimiento mutuo sin imposiciones ni exclusiones y en la voluntad de integración que enriquece, con la diversidad y el pluralismo, nuestro proyecto común, nuestro vínculo emocional y solidario como nación". Así defendió una Constitución que no ha sido capaz de renovarse en 45 años de vida. El jefe del Estado se ve obligado a referirse a ella, como un mantra, en cada acto que protagoniza. En esta ocasión, como vemos, reivindicó, además, España como nación, cuando la realidad política, social y cultural muestra, de forma cada vez más evidente, que este es un Estado plurinacional y que limitar la idea de España a una sola nación no es más que un reduccionismo.
Como aquel coronel de la novela de Gabriel García Márquez, este rey no tiene quien le escriba. La derecha le adora por rey, es decir, por ser punta de lanza de la nación española. Pero cada vez más sectores conservadores le echan en cara que no se imponga ante un Gobierno que integra al PSOE con la izquierda alternativa y que se sustenta, parlamentariamente, en otros nacionalismos, soberanismos e independentismos. Le adoran por rey, sí, pero le aborrecen como jefe del Estado, de un Estado democrático que algunos querrían finiquitar.
No resulta complicado imaginarse al monarca, con la mirada perdida, curioseando a través del ventanal de Zarzuela. Cuestionándose si España podría ser tan ingrata como para dejarle de querer y respetar. Mirando al cielo, y como cualquier rey, repetir para sus adentros: "Por favor, por favor, por favor... Que llegue a reinar mi hija".
Fuente → blogs.publico.es
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